ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
Notas:
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21

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Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 21 Edward . Lo único que me da consuelo en este momento es saber que Bella está yendo a terapia. Va dos veces por semana: los lunes y los jueves después del trabajo. A veces me encuentro con ella los jueves y cenamos juntos después de su cita. Siempre está bastante tranquila, y eso me relaja, sabiendo que, aunque no me deje ayudarla directamente, al menos está recibiendo ayuda profesional. Aun así, no tengo ni puta idea de qué hacer por ella. No solo empiezo a sentirme malditamente impotente, sino que también estoy en un estado constante de pánico, como si todo fuera a derrumbarse sin previo aviso. Necesito saber cómo sacarla de ese estado si eso pasa. Necesito algún tipo de certeza. Se culpa por lo que le pasó a su familia, eso ya está claro, y no importa cuán irracional sea. Se le nota en los ojos; eso la está destrozando por dentro. No ha sido la misma desde aquella noche. Ya no habla tanto como antes, ni sonríe como solía hacerlo. Siento que una nube oscura la envuelve, y que se está alejando cada vez más. Fue algo gradual. Al principio no lo noté, pero ahora, apenas un mes después, la miro y apenas reconozco a la chica con la que salí por primera vez. No está durmiendo, y sus ojos, que ya de por sí son profundos, ahora se ven atormentados. Lo único en lo que puedo pensar es en lo suicida que estaba… y me preocupa que aún lo esté. Pero no es algo que pueda mencionar; se cierra de inmediato si lo hago. Me da retazos de información sobre ella, pero siempre es solo la mitad del rompecabezas. Y por eso decido volver a ver a mi terapeuta. Necesito estrategias para lidiar con ella; para ayudarla. Llamo al consultorio del Dr. Jenks para pedir una cita. Normalmente puede tomar meses conseguir una, pero con algo de suerte, y tras una serie de cancelaciones recientes, me agendan para la semana siguiente. Está contento de verme, y mientras me guía hacia su oficina, me pregunta cómo estoy. —Estoy bien. En realidad, no vengo por mí. Es por mi novia… —¿Ah, sí? —dice, sentándose frente a mí y tomando su bolígrafo. Le explico la situación de Bella, empezando por lo que le pasó a su familia y luego describiendo su comportamiento durante las últimas semanas. En ese momento, levanta un dedo para detenerme. —Esta chica con la que estás saliendo… No será Isabella Dwyer, ¿verdad? Me detengo de inmediato. —¿Qué? ¿Te refieres a que… Bella es tu paciente? Con el codo apoyado en el brazo de su silla, se lleva la mano a la frente y la masajea con los dedos. Parece que de repente necesita un trago fuerte, y eso no me parece una buena señal. —Así que tú eres el Edward de Bella —dice, volviendo a mirarme con una expresión casi irónica. —¿Habla de mí…? Levanta la mano de nuevo, con la palma hacia mí. —No puedo hablar de ella contigo, Edward. —Está bien, pero por Dios, solo dime cómo puedo ayudarla —digo, probablemente con demasiada desesperación, pero es un alivio saber que tengo una conexión con ella. Incluso si él no puede contarme detalles sobre lo que está viviendo. —¿Cómo puedes ayudarla? —se inclina hacia adelante hasta el borde de la silla, apoyando los codos en las rodillas—. Para empezar, no la trates como si fuera a romperse. No tengas miedo de enfrentarla con ciertas cosas, y no temas su reacción. Tiene la costumbre de reprimir… —no lo desarrolla, como si se contuviera. —No quiere hablar conmigo. Se cierra deliberadamente. —Puedo decirte esto: Bella está bastante apegada a ti, y durante mucho tiempo no ha tenido a nadie que pelee por ella —explica. —Entonces… ¿qué hago? —Sacúdela. Si se resiste, sacúdela más fuerte. Tiene que darse cuenta de que hablar sobre lo que le pasó no será el apocalipsis que ella cree. Solo asegúrate de conocer tus límites, tanto como los de ella. Asiento con la cabeza, pero no será nada fácil. Si conozco a Bella, va a oponer resistencia. —Esto pondrá a prueba tu relación, Edward. Espero que estés preparado para eso. —Lo sé, pero tengo que hacer algo —murmuro, bajando la mirada al suelo. Se aclara la garganta. —Me gustaría que, por ahora, no le digas nada de esta cita. Ya sabes lo… impulsiva que es. Tengo la impresión de que no era la palabra que quería usar, pero entiendo lo que quiere decir. —Sí, lo sé —digo con una pequeña sonrisa indiscreta, porque eso es apenas la punta del iceberg—. ¿Puedo preguntarte una cosa? —Depende de qué sea. —¿Está en riesgo de… hacerse daño? Me observa un momento, con expresión seria, antes de bajar la cabeza y volver a frotarse la frente. —Sí —responde en voz baja, y siento que la sangre en mis venas se vuelve maldito hielo. —Mierda… —murmuro—. ¿Ya lo ha intentado… antes? —Edward… —me advierte, negando con la cabeza, mientras yo resoplo con frustración. ¿Me dice que es una suicida y luego me pone una maldita barrera? —¡Entonces, qué demonios se supone que haga! —Estar para ella, incluso cuando no quiera que estés cerca. Estár listo para cuando quiera hablar, y presiona para que se abra si ves que vuelve a hundirse. Créeme, no la vas a matar por intentarlo. Respiro hondo, lo suelto con agotamiento y me paso los dedos por el cabello. —Jesús… Guarda silencio un rato mientras me observa desarmarme por completo. —Me alegra que hayas venido, Edward —dice al fin, con una sonrisa breve que me hace creer que Bella no es el desastre que empiezo a temer que sea. —Sí… —murmuro, pero ya no tengo más que decir. Me pongo de pie de golpe—. Gracias. —Le extiendo la mano y él la toma. Salgo de ahí sabiendo una cosa: si quiero a Bella, voy a tener que pelear por ella. ¿Que nunca ha tenido a nadie que pelee por ella? Bueno, ahora sí, maldita sea. *V* Después de entrar al ascensor y presionar el botón hacia el parqueadero subterráneo, saco el celular del bolsillo y lo vuelvo a encender. Tengo una llamada perdida de Bella; la devuelvo de inmediato. —Hola, guapo —dice con calidez. Ya casi no me dice «querido», gracias a Dios. —Hola, perdón, amor. Estaba en la ducha —miento. —No te preocupes. —¿Qué pasa? —Quiero preguntarte algo… —suena críptica, y más que culpable, lo que solo puede significar que se trata de su hermano. —¿Sobre Jasper? —Sí. —Bella… —me quejo con un suspiro. —De verdad quiere verte y pedirte disculpas. —Ya lo hizo. —Me ha mandado como cien malditos mensajes de texto desde que Bella le dio mi número. No he leído ni uno. —Ni siquiera los has leído —me reclama. Me río, pero cedo, porque estoy a punto de aplicar el consejo de mi terapeuta y ponerle un poco de presión. —¿Qué quieres? —Cena, y yo estaré ahí. —Suena esperanzada, y sé que siempre voy a ceder. —Jesús… está bien. Organiza algo. —¿Ves? Por eso te amo. —De inmediato está más animada. —No creas que siempre va a funcionarte eso de endulzarme —digo con tono irónico. —Estoy segura de que puedo pensar en otra cosa que sí —me responde, y me vuelve a sacar una risa suave. El ascensor se abre al garaje, y mientras saco las llaves del bolsillo, abro el carro. —¿Qué haces? —pregunta, obviamente al oír el pitido de la alarma. —Sacando algo del carro. —¿Qué cosa? —Carajo, qué metiche eres… mi cargador —improviso rápido, y al abrir la puerta, me subo. No enciendo el motor; seguro lo oiría y me haría más preguntas. —Está bien. —¿Bella? —¿Mmm? —¿Cómo estás durmiendo? Guarda silencio un momento antes de responder: —Más o menos igual. —¿Por qué no vas al médico para que te recete algo? —le sugiero. —Cristo, no —responde de inmediato—. Esas cosas son adictivas. —Tómate un Phenergan. Eso te tumba. Suelta una risa incrédula. —Sí, por tres malditos días. Suspiro; es tan terca como una condenada mula. —Estaba pensando… —¿En qué? —Deberíamos hablar. —Siento que debería estar conteniendo la respiración. —¿Hablar sobre qué? —pregunta con sospecha. —De lo que quieras hablar. —Edward… —Toma una bocanada de aire que suena deliberada. —Bella, tienes que abrirte más conmigo. No te pido que me lo cuentes todo de una, solo que confíes en mí si en algún momento quieres hablar. —No quiero hablar… todavía —murmura, y por supuesto que no. Nunca quiere, pero al carajo. —No te creo. —¿Y eso de dónde viene? —me suelta de repente. —Sabes perfectamente de dónde. Estoy condenadamente preocupado por ti. —Es solo que… tengo días de mierda —dice, y ni siquiera suena remotamente convincente. —No quiero que sigas culpándote. Basta. Lo digo en serio, Bella. —No lo hago. —Sí lo haces. —No quiero hablar de esto —espeta. —Bueno, si no hablas conmigo, no me reuniré con tu hermano. —¡Ey! —protesta, ahora sí visiblemente molesta—. No me presiones, Edward. —Creo que necesitas que te presionen. —¿Por qué estás hablando así de repente? —¿Por qué? —respondo en serio y quizás con un tono de incredulidad—. Porque estoy hasta la mierda de verte retorcerte por dentro mientras yo solo me quedo ahí parado sin hacer nada. —No me estoy retorciendo —insiste débilmente, porque ni ella se lo cree. —Bella, vamos… mierda… —Estoy casi segura de que estás rompiendo como diez de mis reglas. —Sí, bueno, ya no voy a seguir jugando con esas reglas —admito con una resolución tranquila. Ya estoy hasta la mierda de ellas, para ser sincero. —¡Cristo! —Bella… —¡Me voy! —¡Ey! Si cuelgas, voy a estar en tu puerta en treinta segundos —la amenazo, y lo digo completamente en serio. Lo haré. Se queda callada un largo rato, y cuando al fin habla, suena tímida. —¿Edward…? —¿Qué? —No me has pedido disculpas ni una sola vez. —¿Se supone que debía hacerlo? —No lo sé. Cristo, ¿estás poseído o qué? —¿Quieres que vaya a tu casa? —le ofrezco. —¿Me estás amenazando? Me río. —No, ganza. Solo para hablar. Exhala otra vez, profundamente, y luego otra, antes de finalmente ceder. —Está bien, pero no esta noche. ¿Mañana? —Perfecto. —En realidad, me sorprende lo fácil que fue. —¿Dónde estás? —Sentado en mi carro. —¿Por qué? —¿Cómo que por qué? Estoy hablando contigo. —Me refiero a por qué estás en tu carro y no en tu casa. —¿Estás tratando de cambiar de tema? —Te dije que podías venir mañana. No tientes a la suerte, carajo. —Está bien, nena. Nos vemos mañana —digo con calidez, soltando el aire en un suspiro de alivio. —¿Hey? —¿Sí? —Si vamos a hacer esto, será quid pro quo, ¿sí? —¿Y tú qué quieres a cambio? —pregunto de inmediato, cínico, porque con Bella puede ser cualquier cosa. —Quiero que me hagas gritar tan fuerte que mis vecinos se sonrojen —responde, bajando la voz. —Cristo, Bella… —susurro, con la boca seca de inmediato—. Me estás volviendo loco. Se ríe. —Nos vemos mañana, guapo. *V* El horario de trabajo de Bella cambia de un día a otro, así que no siempre llega a casa a la misma hora. Yo, a menos que haya reunión de profesores, normalmente estoy en casa para las cuatro. Me manda un mensaje justo después de las cinco para decirme que ya llegó, y estoy a mitad de camino a su casa cuando un imbécil me choca por detrás en Military Road y casi me lanza a la autopista A1. Es un tipo mayor, fácilmente de unos ochenta años. Después de asegurarme de que está bien y calmarlo, intercambiamos datos del seguro y llamo una grúa. Mi carro parece pérdida total. Con el tráfico de la hora pico, me informan que habrá demoras. Al menos media hora. Bella me está esperando, pero no puedo decirle que acabo de tener un accidente. Sé que tengo que inventar algo, y cuando ya sé qué decir, la llamo. —Hola, nena. Escucha, voy a llegar un poco tarde. Se robaron mi maldito carro. —¿Qué? —dice, incrédula—. ¿Del garaje? —Lo dejé en el camino de entrada —miento. —Cristo. —Sí… En fin, estoy esperando a que lleguen los policías y luego me voy para allá. —¿Quieres que vaya por ti? —No, está bien. Le voy a pedir a Jake que me lleve. —¿Seguro? —Todo bien, Bella. En serio. —Bueno, entonces. Nos vemos pronto. Me quedo conversando con el señor hasta que llega la grúa, y luego de llenar los datos, camino medio kilómetro de vuelta a casa. Jake ya está de regreso del trabajo, gracias a Dios. —Hey, ¿puedes llevarme a casa de Bella? —le pido, asomando la cabeza por la puerta de su habitación, y antes de que diga algo, le explico—. Me chocaron por detrás hace un rato. —Mierda… ok, no hay problema. Dame un momento para cambiarme. Le escribo a Bella para avisarle que ya voy en camino, y justo antes de bajarme del carro frente a su casa, me vuelvo hacia Jake. —Si Bella pregunta, me robaron el auto. Así que, si vuelves a abrir la boca frente a tu novia, asegúrate de tener la historia clara. —Carajo, está bien, hermano. Pero ¿y si se entera? —¿Cómo se va a enterar? —le digo, abriendo la puerta y saliendo del carro. Bella abre la puerta con su pijama de franela, el cabello suelto sobre los hombros. —Hola, guapo —dice alegremente, interceptando mi saludo al girar la cabeza para besarme en los labios. —Hola —respondo en voz baja, pero empiezo a sentirme un idiota por mentirle. Tengo que recordarme que probablemente se pondría como loca si supiera que estuve en un accidente, solo para hacer a un lado la culpa. Tomándome de las manos, me jala hacia adentro, donde Oppa viene a saludarme de inmediato. —¿Quieres café? —me pregunta por encima del hombro mientras se dirige a la cocina. —Sí —respondo, entrando a la sala y sentándome en su sofá. La chimenea está encendida, y el ambiente es cálido. Regresa un par de minutos después, arrastrando los pies en sus pantuflas Ugg, y deja dos tazas sobre la mesa de centro. —Entonces —dice, dejándose caer junto a mí en el sofá y metiendo las piernas debajo de sí—, ¿de qué quieres hablar? —No sé, solo hablemos —respondo, girándome hacia ella. —Empieza tú —dice, alargando la mano y tirando suavemente de mi lóbulo. —Háblame de tus pesadillas. —No —responde, con el tono más bajo—. ¿Para qué darles importancia? Solo son pesadillas. —Está bien… háblame de tu abuela. Respira hondo, como si se preparara, y aparta la mirada por un momento. —Es una bruja maldita que se aprovechó de mí cuando estaba en el momento más oscuro de mi vida, solo para quedarse con el dinero de mi padre… y eso es todo lo que voy a decir sobre ella. —Cristo, Bella. Lo siento. Una sonrisa suaviza su rostro y arquea una ceja hacia mí, como llamando mi atención. —Quiero decir que lamento lo que te pasó. No solo porque lo diga demasiado. —Sé lo que querías decir —responde en voz suave, acercándose a mí para trazar con un dedo mi mandíbula. —¿Qué pasa contigo? —pregunto en serio, tomando su mano. Me distrae, y tengo la impresión de que eso es justamente lo que quiere. Se encoge de hombros. —Es solo que… tengo días malos, eso es todo. —Empezaste a hablarme de tu pasado y luego te detuviste —señalo. —Lo sé… —¿Por qué ya no te sientes cómoda hablándome? —llevo su mano a mis labios. —Es que es difícil hablar de eso. —Puedes contarme lo que sea, Bella. —Edward… —se queja. —Veo lo que te está haciendo guardártelo todo —le digo con suavidad. —Lo sé —admite, apartando otra vez la mirada—. Contigo todo es… diferente. —¿Diferente cómo? ¿En qué sentido? —Porque… —Vuelve a mirarme, y hay algo de resignación en su expresión. O tal vez de derrota—, porque me haces sentir más de lo que esperaba sentir. —¿Qué te hago sentir? —Demasiado. —¿Y eso es malo? —No debería serlo, pero para mí sí lo es —murmura, apartando otra vez los ojos y mordiéndose el labio inferior. —¿Por qué, Bella? Ayúdame a entender —alargo la mano y tomo su barbilla para hacer que me mire de nuevo. De inmediato me agarra la mano para evitarlo, frunciendo el ceño con frustración evidente. —Porque abrí mi corazón por completo para ti, Edward. No quería hacerlo, pero tú lo hiciste posible, y junto contigo se metieron muchas cosas más. Exhalo y bajo la cabeza un momento, porque esto es exactamente lo que llevo sospechando desde hace meses. —Cerraste tu corazón para no tener que sentir el dolor de lo que pasó. ¿Es eso? Asiente y se apoya más en mí, trazando distraída los botones de mi camisa con su dedo. —Y cuando empezaste a sentir algo por mí, ¿se colaron también todos esos otros sentimientos del pasado? ¿Esos que querías enterrar? —¿Ves? Ya sabes esto sobre mí —su voz tiembla de pronto—, así que por favor… basta… —Bella, mírame. —Pongo mi mano en su rostro y la animo otra vez a mirarme. Esta vez me lo permite, aunque claramente no quiere—. Te hace más daño no hablarlo —le digo. Niega con la cabeza, mientras los ojos se le llenan poco a poco de lágrimas. —No puedo hacer nada. Solo tengo que superarlo, pero es que… es demasiado. —¿Qué cosa? —Tú. Me haces sentir demasiado. Yo… yo no sé… cómo… —Las lágrimas le corren por las mejillas, y de inmediato deslizo la palma hacia la nuca y la atraigo hacia mí. —Está bien… —la consuelo. Ya la presioné suficiente por esta noche, pero hay mucho más dolor dentro de ella del que imaginaba, lo cual es condenadamente ingenuo de mi parte. Aun así, no quiero obligarla a enfrentar nada para lo que no esté lista, ni mucho menos todo de una vez. —A veces siento que estoy cayendo, Edward —admite, apoyando la frente en mi hombro mientras sus lágrimas empapan el algodón de mi camisa—. Me da miedo. Mucho miedo. —Está bien tener miedo, nena —le digo, girando el rostro y apoyando la cara contra su mejilla húmeda—. ¿Recuerdas lo que me dijiste? Dame tu dolor, y yo lo cargaré por ti. Se ríe a medias entre lágrimas, y luego intenta aspirarlas con fuerza. —Eres adorable. —Y tú también —le digo con ternura. Me besa, separándose cuando su pecho se agita. —¿Podemos parar ya? Me… me siento desnuda. —Pero no eres tímida cuando se trata de que te vea desnuda —le recuerdo con suavidad. Suelta una especie de bufido que tal vez era una risa, y se recoge el cabello detrás de la oreja. Le tiemblan las manos, y eso me está matando. —Este tipo de desnudez no quiero que nadie la vea —admite con voz baja, bajando la mirada otra vez—. Es más fácil dejarte ver mi cuerpo.
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