22
22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita.
.
Capítulo 22
Bella
.
Carajo, ¿cómo terminé aquí?
Mis días siempre se han dividido entre buenos y malos. Al principio, eran todos malos, y luego, después de que escapé de la Bruja Malvada del Oeste, poco a poco empecé a tener algunos días buenos. Cuando recuperé la memoria, volvieron a ser malos de inmediato, pero cuando conocí a Edward, mis días malos empezaron a volverse menos frecuentes.
Por un tiempo, al menos.
Ahora mismo, mis días buenos y malos están empatados, pero siento que estoy al borde de un precipicio, a punto de caer en un mundo de oscuridad y dolor. Sé una cosa: no voy a pasar otra vez por la pérdida de mi familia. Ya lo viví dos veces, y me niego a volver allí.
Las emociones reprimidas tienden a volver, como dice mi terapeuta. Si no las enfrento, me van a tomar por sorpresa… que es exactamente lo que está pasando.
Sí, nunca enfrenté todas esas emociones ocultas después de perder a mi familia. Me destrozó el corazón y puso mi vida de cabeza hasta que estuve segura de que también había muerto y estaba en el infierno. La única forma en que pude seguir funcionando y escapar de mi abuela fue apagarlo todo, y funcionó. Hasta que apareció un hombre guapo y abrió una enorme grieta en el pozo donde estaban enterrados todos esos demonios.
Estoy bastante segura de que se ha pasado la vida leyendo Wiki para aprender cómo hacer que me abra con él. Lo irónico es que cuando me empuja a soltarlo todo, es la mejor maldita terapia… para él. No se disculpa por eso, incluso sabiendo cuánto me duele. Y sí, me duele, maldita sea, pero después me siento un poco menos cargada.
Aun así, tengo esta maldita sensación espantosa de que algo terrible se acerca. Como si algo me estuviera arrollando y yo no pudiera detenerlo.
Creo que por eso me despierto todas las noches en un pánico ciego, y ya me ha desgastado tanto que empiezo a sentirme resignada y llena de apatía. Ojalá simplemente ocurriera ya, porque la anticipación se está volviendo insoportable. Y no solo eso, sino que mientras más se alarga este infierno, más se activa mi instinto de huida. No solo quiero escapar… quiero escapar de Edward, porque Edward es la causa de esa ola gigantesca de emociones reprimidas que no deja de estrellarse contra mí.
Pero si pierdo a Edward…
Esa podría ser la raíz de mi pánico, porque eso me da más miedo que cualquier otra cosa. Me aterra perderlo y quedar abandonada otra vez en ese vacío sin emociones donde ya no siento nada. Y me da miedo perderlo porque él se ha vuelto todo para mí. Le di mi corazón y él no lo guardó bajo llave; lo rompió por completo. Pero al igual que demoler una pared de una prisión para dejar salir a los inocentes, también liberó a los monstruos.
Nuestros días de «hablar» son los miércoles. No estoy segura de cómo empezó, pero me funciona porque los jueves tengo mi cita con el terapeuta y él me ayuda a trabajar todo lo que Edward desentierra. Poco a poco, eso me está ayudando a abrirme paso entre la última década de mi vida, donde la bestia negra está al principio y Edward al final.
Pero, desde que acepté abrirme más con Edward, él no rompió su promesa de dejar que Jasper intentara compensarlo. Aunque sí intentó posponerlo.
Reservé una mesa en el Hard Rock Café en Darling Harbour, principalmente porque un viernes por la noche siempre está lleno, y porque Edward no es del tipo que se pone furioso o arma un escándalo frente a cientos de personas si mi hermano lo hace enfadar. No con la crianza que tuvo.
Jasper logró conquistar a Alice. No tengo idea de cómo lo hizo, considerando que son polos opuestos, pero ella está completamente embobada. Incluso la sorprendí garabateando «Sra. Whitlock» en un bloc de notas en el trabajo. Carajo, no hago algo tan ridículo desde que tenía dieciséis y escribía «Bella & Edward» en mi diario en casa.
En aquel entonces, jamás habría admitido que tenía un enamoramiento secreto por Edward, a pesar de asumir erróneamente que era igual que mi padre y se dejaba hacer mamadas por todo el equipo femenino de hockey.
Alice insistió en venir a cenar con nosotros, y Jasper, alegando que no quería secretos entre ellos, aceptó. Así que de repente pasó de ser una especie de intervención a una cita doble, y a Edward no le hace ninguna gracia.
—Cena y nada más —gruñe al bajar del ferry en Darling Harbour, antes de agarrar mi mano y halarme contra su costado. Estamos a mitad de junio y hace un frío de mierda—. Hoy no tengo maldito ánimo.
—Está bien, señor Malhumorado, pero intenta ser civilizado, ¿sí?
—¿Cuándo no lo soy? —murmura para sí. Está haciendo pucheros. No es algo que le favorezca mucho, y eso ya es raro considerando lo condenadamente guapo que es. Puede ser un niñito a veces.
—Ay, ya basta. —Le rodeo el brazo con ambas manos, tratando de absorber algo de su calor corporal. Huele tan bien como siempre.
—¿Tienes frío? —pregunta, girándose un poco para bajar la nariz a la cima de mi cabeza por un momento.
—Me estoy congelando, apúrate. —Trato de que acelere el paso; tiene la costumbre de caminar como si fuera el dueño del mundo.
El Hard Rock Café está en el primer piso del centro comercial Harbourside, con dos entradas: una desde el interior del centro y otra que da hacia la calle, con vista al puerto. Es por esta última por donde entramos Edward y yo.
Jasper y Alice ya están sentados en una cabina en la esquina, y cuando Jasper nos ve, nos hace señas para que vayamos.
Edward gime adrede, apenas disimulándolo.
—¿Puedes dejar de ser tan condenadamente quejica? —murmuro, dándole un codazo en las costillas.
Él se sobresalta levemente y se echa a reír mientras me guía hacia donde nos espera mi hermano.
Están sentados del mismo lado de la cabina, y al acercarnos, ambos se deslizan hacia afuera y se ponen de pie.
Los ojos de Jasper están fijos en mí, su sonrisa se ensancha.
—Hola, hermanita —dice animado, tirando de mí hacia sus brazos y lejos de Edward.
—Pórtate bien —le advierto en voz baja, mientras su sonrisa se ensancha aún más.
A mi lado, Edward saluda a Alice inclinándose para besarle la mejilla. Alice no parece tan sorprendida esta vez, y después de que Edward la suelta, ella se vuelve para abrazarme también.
Me pierdo el saludo entre Edward y Jasper. Aunque sí alcancé a oír un «hola» algo tenso por parte de Edward. Espero que se hayan dado la mano, porque aunque Edward no soporta a mi hermano, lo educaron para saludar correctamente.
Nos sentamos con Alice y Jasper de un lado, y Edward y yo del otro. Yo quedo sentada del lado interno de la cabina, frente a Jasper, porque el señor Ojos Intensos es todo un caballero.
Carraspeo con sutileza y hago una señal para que Jasper haga lo mismo.
Solo me mira por un momento, con expresión de confusión, hasta que lo capta.
—Oh… mierda —dice, sacando rápidamente a Alice para cambiarse de lugar con ella—. Perdón, amor. Me desterraron al otro lado de las vías en Undécimo Grado.
Carajo, ya está con su sarcasmo.
—No pasa nada —responde Alice, sin entender del todo, mientras Edward se burla en voz baja y pone los ojos en blanco.
—Estoy bromeando —declara Jasper, con una sonrisa que vuelve a extenderse en su rostro—. Solo rompiendo el hielo.
—Muy gracioso —comento con sequedad—. Te cortaste el cabello. No está tan corto como el de Edward, pero sí mucho más que su antigua maraña grunge y sin lavar. En realidad, ahora se ve engañosamente civilizado.
—Sí, se acabó el moño de hombre —dice, guiñándome un ojo.
—Se ve guapo, ¿no crees? —interviene Alice, alzando la mano para enroscar sus dedos en su cabello.
A mi lado, Edward suspira, y aunque creo que pretendía hacerlo en voz baja, lo alcanzo a oír. Y Jasper también.
—Oye, mira... —empieza Jasper, con un tono que se vuelve un poco más serio—. De verdad lo siento, amigo. Sé que probablemente pienses que soy un pendejo, pero lo digo en serio.
Edward carraspea de una forma que deja claro que es para disimular cómo quería reaccionar realmente.
—Claro.
Carajo, ¿siempre fue tan terco?
Aunque, obviamente, eso no desanima a mi hermano, porque Jasper decide explicarse más:
—Sí, tengo un resentimiento con la gente con dinero. Es solo que… después de lo que le pasó a Bella se supo que mi familia estaba involucrada. Y bueno, nos trataron como si tuviéramos la peste, y todos esos tipos que decían ser mis amigos de pronto ya no querían tener nada que ver conmigo. Supongo que todavía no lo supero.
—¡Ay, amor! —exclama Alice, horrorizada, mientras le toma la mano.
Edward cruza los brazos sobre la mesa y baja la mirada. Su lenguaje corporal no me transmite ninguna tranquilidad, pero cuando vuelve a levantar la vista, su expresión parece un tanto resignada, como si supiera que tiene que hacer las paces.
—Está bien.
A mí no me engaña, pero a Jasper sí, y supongo que eso es lo que importa. Su sonrisa regresa de inmediato y extiende la mano por encima de la mesa.
—¿Entonces estamos bien?
Edward la toma brevemente, esbozando media sonrisa que no tiene ni una pizca de sinceridad.
—Sí, claro.
—Además, tú sabes, esos rumores sobre ti… —Jasper, claramente, no tiene la inteligencia de callarse mientras va ganando terreno. Y carajo—. Me preocupo por Bella. Eso lo puedes entender, ¿no?
—¿Qué rumores? —responde Edward, tenso.
Llamo la atención de Alice con la mirada, dándole esa expresión universal que toda chica entiende: «haz callar a tu novio ya antes de que esto reviente». Su cara se transforma en alarma, y de inmediato se vuelve hacia Jasper.
—¡Amor! —exclama.
—Ya sabes... —insinúa Jasper, con una expresión astuta tras mirar brevemente a Alice, pero sin captar la maldita indirecta—. Había una lista que todos los chicos en mi escuela querían superar.
Edward suelta una risa sarcástica y gira la cabeza para mirar hacia afuera del café. Está tenso, con la mandíbula apretada, y decido que este lado de él no me gusta para nada.
—¡Carajo, Jasper! —espeto, molesta de inmediato—. ¿Quién demonios juzga a alguien por rumores que escuchó en la secundaria?
Entonces Edward hace algo. Se gira hacia mí de inmediato, con una expresión que grita abiertamente tú lo hiciste.
—¿Qué…? —la voz de Jasper me saca de la mirada de Edward y me devuelve a él—. ¿Eran pura mierda? —No parece convencido.
—¡Por supuesto que eran pura mierda! —suelto, y no estoy segura de con quién estoy más enojada, si con Edward o con él.
—Perdón, hermano —dice Jasper riendo, y no tengo ni idea de qué le ve de gracioso—. Pensé que eran ciertos.
—No pasa nada —responde Edward con tono seco, dedicándole una sonrisa deliberadamente burlona.
Llega una mesera a tomar nuestro pedido, y gracias a Dios bendito por eso.
Pero no mejora mucho después. En su mayoría, Edward está frío como una piedra y apenas dice tres palabras durante toda la cena. Su humor se le pega a Alice, que empieza a mirarlo preocupada, como si temiera por la integridad física de Jasper. Y no es una preocupación fuera de lugar, porque el señor Ojos de acero puede verse increíblemente intimidante cuando quiere. Además, es mucho más alto que mi hermano.
Decido lidiar con su actitud infantil más tarde y me concentro en charlar con Alice y Jasper, pero puedo verlo claramente en los ojos de Alice. A pesar de lo despistado que es Jasper, ella quiere irse y ponerlo a salvo.
Voy por la mitad de mi comida cuando decido que ya fue suficiente. Me pongo de pie de golpe y empujo a Edward hacia un lado, dándole la señal para que se levante.
—Nos vamos. El señor Billete Grande va a pagar la cuenta —declaro, señalando a Edward con un movimiento de cabeza.
Después de abrazar a Alice y luego a Jasper, me doy la vuelta y salgo del café, me siga Edward o no.
Me alcanza justo cuando estoy por cruzar el puente Pyrmont, y me agarra del brazo.
—¡Eres un imbécil! —exclamo, dándome vuelta para enfrentarlo y zafándome de su agarre.
—¿Qué quieres que diga, Bella? —responde, sin ninguna disculpa, lo cual es irónicamente jodido—. No me cae bien.
—¿Y por eso decidiste comportarte como un condenado niño malcriado hasta que todo fuera tan incómodo que yo tuviera que terminar la noche? —resoplo, dándome la vuelta de nuevo para seguir caminando.
—Acepté su disculpa, ¿no? —dice en voz baja, como intentando justificarse, siguiéndome de cerca.
Suelto una risita sarcástica para mí, pero no le respondo.
Me sigue en silencio hasta que llegamos de regreso al muelle de Barangaroo, y luego se sienta a mi lado en una banca para esperar el ferry.
—Lo siento —se inclina hacia mí para susurrarme al oído.
—Deberías —murmuro sin mirarlo.
—¿Vas a ignorarme?
—¿Quieres que te grite frente a cientos de personas? —Le lanzo una mirada y alzo una ceja para enfatizar.
Él sonríe y ladea la cabeza; creo que intenta encantarme, pero no está funcionando.
Tomamos el ferry hasta Milson's Point, donde Edward había dejado su auto alquilado más temprano, y manejamos de regreso a mi casa en silencio. En el camino, Edward intenta iniciar conversación, pero yo, imperturbable, continúo ignorándolo.
Se estaciona junto a mi automóvil en el garaje, y yo ya estoy fuera y caminando hacia la puerta antes de que apague el motor. Está a un par de metros cuando abro la puerta, entro y la cierro de un portazo; la aseguro con llave detrás de mí.
—Bella... —Toca la puerta—. Lo siento de verdad. ¿Me vas a dejar entrar?
—¡No! —grito—. ¡Me voy a la ducha ahora! ¡Buenas noches!
Camino hacia el baño, abro y cierro esa puerta también de un portazo, esperando que lo haya escuchado.
Oppa solo me mira como si hubiera perdido la cabeza.
Suena la alerta de mensajes, y después de dejar mi bolso sobre el tocador, saco el celular con frustración.
Me mandó un mensaje—: Voy a quedarme aquí afuera toda la noche.
—Entonces más te vale tener algo abrigado —le respondo antes de poner el celular en silencio y abrir la regadera.
Me tardo deliberadamente, y cuando por fin salgo de la ducha y me envuelvo en una toalla, veo que me ha mandado otros cuatro mensajes.
—Lo siento mucho, Bella. Por favor déjame entrar para que podamos hablar.
Luego—: ¿Por favor? Fui un imbécil, lo admito. ¿Podemos hablar?
Y después—: Te dejo que me pegues, y luego haré que grites hasta que tus vecinos llamen a la policía pensando que te estoy matando.
Y finalmente—: Bella, por favor. Hace un frío de mierda aquí afuera.
El último mensaje fue enviado hace apenas un par de minutos, así que es seguro asumir que aún no se ha ido.
Me seco el cabello y me pongo la pijama, dándole unos minutos más para que decida irse, y cuando abro de golpe la puerta principal otra vez, lo encuentro acurrucado en el umbral.
Se pone de pie de un salto, y en silencio abro la puerta más para dejarlo entrar.
—¿Y si te hubiera dejado ahí toda la noche? —le suelto secamente.
—Pero no lo hiciste —responde, sacando a relucir su encanto porque sabe que es condenadamente guapo. Tengo que dejar de decírselo tanto—. ¿Me perdonas? —Alza las cejas.
—Basta… y no —me doy la vuelta y me voy furiosa a la cocina.
—Leí sus mensajes entrelíneas —intenta explicar desde atrás mientras pongo la tetera y hago ruido buscando mi taza—. Me mandó todos esos mensajes estúpidos como si pensara que era un chiste de mierda. Me enfadó.
Me doy la vuelta con la taza en la mano.
—Entonces él es un malcriado aún más grande que tú. Eso no te da excusa para comportarte igual.
—Lo sé —admite.
—Te portaste como un verdadero pendejo frente a Alice, ¡y me hiciste pasar una vergüenza! Alice probablemente piensa que estás loco, ¡y voy a dejar que lo piense!
—Lo sé —repite, esta vez con un tono más suave mientras baja la mirada a sus pies—. Es que él me sacó de quicio.
Inhalo con frustración y suelto el aire, intentando liberar algo de la tensión.
—¿No puedes simplemente tolerarlo por mí? —le pido.
—Sí, está bien… —cede al fin, metiendo las manos en los bolsillos delanteros, mirando de nuevo al suelo.
Suspiro otra vez y niego con la cabeza.
—¿Qué carajos voy a hacer contigo?
Él levanta la vista y se encuentra con la mía, con una ligera sonrisa fantasmal en el rostro.
—Perdonarme —responde.
Gimo, dejando caer la cabeza en la palma de la mano por un momento, antes de girarme de nuevo.
—¿Quieres un café?
—Sí.
Me agacho a sacar su taza del armario, y cuando me enderezo, de pronto está detrás de mí, rodeándome con los brazos por los hombros y acercándome a su pecho.
—Lo siento, nena, y esta vez mereces oírlo —susurra en mi oído y luego besa mi sien.
Suelto el aire otra vez, porque realmente no hay una forma racional de resistírsele.
—Está bien.
—¿Estoy perdonado?
—Estás perdonado.
Me gira para que lo mire de frente y se inclina hacia mí, apoyando la nariz contra mi cabello.
—No lo arruiné, ¿verdad? —pregunta en voz baja, casi como si se hablara a sí mismo.
—¿Arruinar qué? —pregunto, alejándome un poco para encontrarme con su mirada.
—A ti... —explica con inseguridad, frunciendo el ceño—. Quiero decir, en los últimos días pareces feliz otra vez.
—¿Feliz otra vez? —repito con desconcierto. Carajo, ¿eso es lo que ha notado?
—Quiero que sigas siendo feliz —dice, llevando sus dedos a un lado de mi rostro, con una expresión casi dolida en los ojos.
—Carajo, Edward, soy feliz —intento convencerlo—. Solo que tengo días de mierda, eso es todo.
—Lo sé —admite—, pero esos días de mierda tuyos me asustan más que el demonio.