ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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23

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Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 23 Edward . En mi siguiente cita con el Dr. Jenks, le pregunto si cree que Bella es bipolar. De inmediato se molesta y me exige que deje de preguntarle por ella, pero finalmente da a entender que no lo es. Es algo, supongo. —Bueno, ¿puede al menos decirme quién demonios es ella? —suelto frustrado, porque Bella ha vuelto a ser como una ola. Viene hacia mí de golpe y se retira de inmediato. Y eso sumado a que nunca sé en qué estado de ánimo va a estar de un día al otro. La mayoría de los días está completamente bien y empiezo a pensar que está avanzando, pero luego, sin previo aviso, se queda callada y lo único que quiere es dormir. Él me lanza una mirada rara, ladea la cabeza y presiona la punta de su bolígrafo contra la mejilla. —Tú ya sabes quién es. —¿Quieres decir que esa chica loca es Bella de verdad? Se ríe. —Sí. —Bien, bueno, es bueno saberlo —digo para mí mismo, frotándome la frente y esbozando una leve sonrisa. Más allá de todo su trauma, amo a esa chica loca. —¿Por qué no me dices qué sabes tú sobre ella, Edward? No me molesta hablar de eso —sugiere al cabo de un momento. Suelto el aire, pensándolo unos segundos. —Lo que sé de ella… Tiene un sentido del humor increíblemente retorcido y… trastorno de estrés postraumático… —¿Ella te habló de eso? —me interrumpe, sorprendido—. Bien. —Igual ya lo sabía. Digo, no creo que fuera humana si no lo tuviera. Asiente una vez y me hace una señal para que continúe. —Es muy inestable. A veces se abre conmigo con tanta facilidad, pero luego de inmediato se cierra y se niega a hablar de cualquier cosa. Yo… nunca sé qué esperar de ella. Asiente otra vez. —Me dijo que había tenido pensamientos suicidas y eso fue un gran paso para ella, pero es obvio que después se arrepintió. Ahora casi no me cuenta nada. —Tienes que tener paciencia, Edward. El hecho de que esté empezando a abrirse contigo es una buena señal de que confía en ti, y aunque está bien impulsarla, también debes darle espacio para que se sienta lo suficientemente cómoda como para mostrarte más de sí misma. ¿Lo entiendes? Asiento. —Lo entiendo, y nada de esto me sorprende realmente. ¿Quién no estaría al borde del suicidio si le pasara lo que a ella? —Sí, pero hay una gran diferencia entre sentirse suicida e intentarlo. Me toma mucho más tiempo del que debería procesar esas palabras, y es entonces cuando siento que la sangre se me congela en las venas. —¿Qué? —murmuro, con la voz casi sin salir—. ¿Bella… lo intentó? Se pone de pie al instante, y por su expresión es evidente que pensaba que yo ya lo sabía. —Creo que por hoy terminamos, Edward —dice con brusquedad, guiándome hacia la puerta—. Por favor, no le digas a Bella que hablamos de esto. Dañarías su progreso, y lo verá como una traición, no solo de tu parte, sino también de la mía. Asiento, aunque mi mente va a mil. —N-no lo haré. ¿Bella intentó quitarse la vida? —No puedo seguir hablando de Bella contigo, Edward. Espero que lo entiendas —dice al abrir la puerta de su consultorio. Vuelvo a asentir, pero ni siquiera sé a qué estoy respondiendo realmente. Manejo de regreso a casa en el maldito carro alquilado con las manos temblando. Estaba estresado por la idea de que Bella pensara en el suicidio, pero esto… Esto cambia completamente las reglas del juego. Son un poco más de las seis de la tarde cuando llego a casa. Jake también está ahí, con Ness. Llevan seis meses juntos. Creo que es la relación más larga que ha tenido con una chica, y empiezo a creerle cuando me dice que ella es «la indicada». —Hola, Edward —me saluda alegre. Está sentada en la sala, con una copa de vino en la mano. Jake está en la cocina, aparentemente intentando cocinar algo. —¡Hey, hermano! —grita desde ahí. —Hola —respondo, dándole la espalda mientras camino hacia la novia de mi primo. Ella deja la copa sobre la mesa de centro y se pone de pie al verme acercarme. Me inclino y le doy un beso breve en la mejilla, y ella me abraza un momento más antes de soltarme, mientras yo, instintivamente, me tenso. —¿Cómo está Bella? —pregunta. —Está… bien —titubeo, pero ¿qué puedo decir? ¿Que una vez intentó matarse y que tal vez aún quiera hacerlo? —Tenemos que vernos y cenar de nuevo algún día. —Sí —respondo, forzando una sonrisa—. Hablamos luego, ¿sí? Voy a darme una ducha. —Claro. Camino hacia la cocina, abro la nevera y saco una cerveza. —¿Qué demonios estás haciendo? —pregunto tras destapar la botella y tirar la tapa al basurero. —Pizza —responde. Luego baja la voz y me hace una señal para que me acerque. —¿Qué? —digo, colocándome a su lado y arrancando una rodaja de salami del desastre que está armando. —¡Oye! —Me empuja con el codo cuando me la meto a la boca—. Entonces, conoció al viejo… —¿Y? —Lo dejó encantado, la ama, carajo —me cuenta, aún con tono incrédulo. Y no es el único. —Qué bien, amigo —le reconozco, y me alegra por él. Que William Black acepte a una chica de familia trabajadora del suroeste es lo más parecido a un milagro que puede ocurrir en su familia—. Debe estar ablandándose. —Ojalá —refunfuña, pero no puede quitarse la sonrisa—. Creo que el viejo bastardo tiene debilidad por las enfermeras. Sonrío con ironía. —¿Se vieron para almorzar? —Sí. —Se vuelve hacia mí, y su expresión cambia por completo—. ¿Qué te pasa? —Nada. —Me doy la vuelta para irme, pero de inmediato me agarra del hombro. Supongo que se me nota. —Tienes la misma cara que pusiste cuando Bella vomitó sobre ti. ¿Qué pasa? —¡Nada! —repito, sintiendo cómo se acumula la frustración antes de empujarlo—. Y tampoco es algo de lo que pueda hablar. Levanta las manos. —Está bien, anda a deprimirte en paz. —Sí, como sea —respondo, dirigiéndome a mi habitación. —¿Eh? ¿Quieres pizza? —No —respondo sin girarme. —Chao, Edward —me dice Ness. —Chao. Me doy una ducha y espero a que Jake y Ness se vayan a su lado de la casa, antes de volver a la cocina para recalentar sobras para la cena. Jake dejó un puto desastre, como siempre, pero bueno, nunca ha tenido que recoger nada en su vida. Enojado, recojo la basura que dejó tirada por las encimeras y la meto al basurero mientras mi cena se calienta en el microondas. Que yo pague una señora de limpieza para que venga día por medio no significa que quiera que piense que vivimos como unos cerdos. Que, en esencia, es exactamente como vive Jake. Después de servir el espagueti a la boloñesa humeante en un tazón, voy a la sala del fondo y enciendo el televisor. Solo es para distraerme, porque mi cabeza sigue dando vueltas. Aguanto dos minutos antes de llamar a Bella. Estamos en el receso después del segundo trimestre, y hoy almorcé con ella, como lo hago casi todos los días cuando estoy de vacaciones. Estos últimos días ha estado bastante bien -como siempre-, pero la semana anterior no lo estuvo la mayor parte del tiempo. —Hola, querido —contesta enseguida, con un tono demasiado alegre, y ¿"queridor"? Jesús, debe estar ebria. —Hola. ¿Dónde estás? —pregunto. Donde sea que está, suena lleno de gente. —En O'Brien's —responde, refiriéndose al pub irlandés de King Street—. Mi jefe invitó a todos por unos tragos. Hoy nació su cuarta hija. —Se ríe—. Aunque creo que más bien está de luto con nosotros. —Ah... —digo justo cuando ella vuelve a hablar. —¿Dónde estabas? Intenté llamarte. También invitaron a las parejas. —Ah... mierda, lo siento, Bella. Dejé el celular en el auto —explico. Tenía la cabeza tan hecha mierda después de ver a mi terapeuta que ni revisé los mensajes cuando lo recogí. —Jasper está aquí, salúdalo —dice claramente dirigiéndose a su hermano, y un momento después su voz retumba en mi oído. —¡Heeeeeey, Edward! —Suena igual de borracho. —Sí, hola —respondo con sequedad—. ¿Bella? —¿Sí? —¿Quieres que vaya por ti? —Porque cuando pienso en ella con su imbécil de hermano, lo primero que me viene a la mente es que él va a molestarla. —No, mi auto está en Milson's Point —me recuerda, y claro que sí. Siempre lo está, pero mi cabeza no está funcionando ahora mismo. —¿Cuánto has bebido? —pregunto. Suena bastante coherente, pero también es cierto que solo se relaja de verdad cuando está borracha. —Dos. Bueno, tal vez tres —admite, y por el tono de su voz está jugándome una broma. —Bella... —Suspiré, pasándome la mano por el cabello con rigidez. —Estoy bien, señor Cabeza Estresada. Deberías ver las fotos. Es tan adorable que quiero aplastarla. —¿Quién?... Ah, cierto... ¿Se te despertó el instinto maternal? —la molesto. —¡Cristo, no! —suena horrorizada ante la idea—. ¿Yo y bebés? No le desearía ese infierno a ningún pobre niño. —¿Bella...? —Fue demasiado apasionada. No sonó del todo racional. —¿Sí, querido? —Jesús, basta con el «querido», por favor... —No tardé en darme cuenta de que sus «querido» eran otra de sus formas de cubrirse, pero a veces también solo me está tomando el pelo. En conjunto, es una jodida confusión intentar descifrar cuándo es cuál. —¿Qué pasa, señor Tensión? —pregunta, y su tono baja, volviéndose sospechoso. —Nada. ¿Cómo estás? —Me viste hoy, tonto. ¿Cómo me notaste? —Sí... —Me paso la palma por la cara. No sé ni qué carajo quiero decir en este momento. —Bueno, ¿qué te pasa? —pregunta, y esta vez lo dice en serio. —Nada. Solo... estoy cansado, supongo. —¿Cansado? —repite, sin creérselo—. Estás de vacaciones. —Lo sé. No dormí bien anoche —miento. —Bueno, duerme esta noche. Tengo buenas noticias. —¿Ah, sí? —El viernes tengo el día libre. ¿Qué quieres hacer? —¿Qué quieres hacer tú? —No sé. ¿Seguimos con la cena después de que vea a mi terapeuta mañana? —Sí. —Bueno, ya se nos ocurrirá algo entonces. —Está bien. —¿Estás seguro de que estás bien? Suenas pensativo. —Estoy bien. —Bueno. Creo que esto ya va a terminar. —Perfecto, avísame cuando llegues a casa. —Lo haré. —¿Bella? —¿Sí? —Te amo. —Cristo, eres muy tierno. Nos vemos mañana, guapo. No me lo dice de vuelta, pero lo dice cuando realmente importa, y eso es lo único que cuenta. —Chao, nena. —Ya estoy en casa, dulzón -ya que no puedo llamarte «amor» más —me escribe cuarenta minutos después, y de inmediato se me dibuja una sonrisa. ¿Qué carajo haría sin ella en mi vida? *V* No puedo dormir durante horas. Doy vueltas en la cama, inquieto, con la mente desordenada y saturada. No se calla, no me deja dormir, y no puedo sacar a Bella de mi cabeza. Ni tampoco la revelación involuntaria que me hizo su terapeuta hoy. Ahora todo es demasiado real -brutalmente jodido y real-, y también lo es el miedo de perderla. De que decida que yo no soy razón suficiente para quedarse. Para las tres de la mañana, ya me he rendido. No puedo librarme del pánico que empieza a instalarse mientras más tiempo paso sin dormir. Una hora después, voy manejando hacia su casa. —¿Edward? —exclama al abrirme la puerta. Todavía está claramente medio dormida, el cabello lo tiene hecho un desastre, y lleva puesto una pijama de franela azul a cuadros que le queda muy grande. Y que no debería resultarme tan atractivo como me resulta—. ¿Qué haces aquí? —Lo siento, Bella... —respondo. Mi cabeza sigue hecha un desastre y no tengo una explicación preparada—. Solo necesitaba verte. —¿Por qué? —pregunta, claramente confundida, mientras se hace a un lado para dejarme entrar. —Solo... porque... —No elaboro. No puedo. Y apenas cierra la puerta detrás de nosotros, la jalo hacia mis brazos. Por un momento no se mueve, antes de rodearme lentamente con sus brazos. —¿Qué pasa? —me pregunta en voz baja. La alejo un poco, y mirando hacia otro lado, me paso la mano rígidamente por el cabello. —Me preocupo por ti —termino admitiendo. Su ceño se frunce aún más. —¿Por...? —Tú... me dirías si te sintieras mal. Quiero decir, ¿me lo dirías antes de hacer algo? Bella... tú nunca has hecho nada... así. ¿O sí? Me mira fijamente por un momento con el ceño fruncido. —Casi lo hice... —murmura, antes de sacudir la cabeza—. ¿Qué te pasa de repente? —No lo sé. Se me metió en la cabeza. —Edward... Cristo. Ven al cuarto. Hace un frío terrible aquí afuera. —Me toma del suéter y me arrastra con ella. —Estaba en un lugar muy oscuro entonces —explica después de meternos los dos bajo su cobija—. Apenas había recuperado mis recuerdos, y aunque habían pasado siete años, sentía que todo había ocurrido hacía apenas unos días. Recuerdo que me ayudaste con Matemáticas en la biblioteca como si hubiera sido esa misma semana. Así de reciente se sentía, y así de reciente fue para mí perder a mi familia. Tuve que revivirlo todo otra vez. —Jesús, Bella... —Intento acercarla a mí, pero se resiste y se frota la cara con ambas palmas. —Apenas había escapado de mi abuela. Estaba sin hogar. —¿Tú... estabas sin hogar? —la interrumpo. —Sí, sin hogar —lo recalca aún más, y su voz empieza a quebrarse—, pero no importaba dónde estuviera, porque el peor maldito momento de mi vida estaba repitiéndose en bucle, y toqué fondo. La atraigo hacia mí, le guste o no, y entierro la cara en su maraña de cabellos despeinados. —Solo dime qué tengo que hacer para que tu vida sea feliz. Me mira y sonríe, como si pensara que estoy loco. —Ya la haces feliz con el simple hecho con estar en ella. Le devuelvo la sonrisa, pero pronto se desvanece. —¿Ya no tienes esos pensamientos? —¡Cristo, claro que no! —responde, molesta. Mi pregunta claramente la ofende—. ¿Cuál sería el sentido? —Lo siento. —¿Por qué de repente estás tan obsesionado con todo esto? ¡Te lo conté hace seis meses! —exige, de pronto cínica. Ese es el problema con Bella: es condenadamente perceptiva. —No sé —murmuro, bajando la cabeza y soltando un largo suspiro—. Siempre soy un bastardo miserable cuando no duermo. Respira hondo y lo suelta de golpe. —No es que me moleste que llegues a mi puerta en plena madrugada. —Me agarra la barbilla y la sacude con ternura—, pero Edward, toda esta preocupación no te hace bien. —Lo sé —concedo, con una sonrisa culpable. Me observa un momento, con una mirada aguda. —Me gusta cuando estás de vacaciones escolares. —¿Por qué? —Porque tienes esto —pellizca mi barba de cuatro días entre el pulgar y el índice. Esta vez sí sonrío de verdad; es imposible no hacerlo. —Perdón por despertarte —murmuro. —Me despertaste. —¿Quieres volver a dormir? —No —niega con la cabeza, me toma el rostro entre ambas manos y me besa. Lo siguiente que sé es que todo ha cambiado entre nosotros, y tengo las manos debajo de su pijama. Me quita el suéter en cuestión de segundos, se recuesta y me jala con ella mientras intento arrancarle los pantalones de franela. No sé si es porque ya son más de las cuatro de la mañana o porque aún no he dormido, pero no estoy seguro de poder terminar. Es entonces cuando Bella me da vuelta, me sienta y se acomoda conmigo. Toma el control, y se lo permito, porque tiene una energía impresionante y una habilidad insólita para exprimir cada gota de la mía. —Adivina qué —dice de pronto, recostada contra mí, mientras ambos tratamos de recuperar el aliento. Mi pulso está corriendo por todo el cuerpo tan rápido que casi estoy temblando. —¿Qué? —respondo con los ojos cerrados. —Jasper le propuso matrimonio a Alice. —¿Qué? —abro los ojos de golpe y la miro un segundo, sin saber si escuché bien—. ¿Cuánto llevan juntos? —Casi cuatro meses. —Jesús... —murmuro, dejando caer la cabeza hacia atrás y pasándome las manos por el cabello. —Lo sé —dice, completamente de acuerdo, apoyando la barbilla sobre mi pecho—. Pero son tan ridículamente diferentes que probablemente duren casados setenta años. Hay algo nostálgico en su tono, y entreabro los ojos para mirarla. —No está embarazada, ¿cierto? —Cristo, Edward, no estamos en 1955. Sonrío de lado y paso el pulgar por sus labios, que están algo hinchados. —No quieres casarte, ¿o sí? Sus ojos se agrandan de inmediato, su boca se abre, y... ¿está enojada conmigo? —¿Y cómo se supone que debo tomar eso? —Hey... lo siento, nena —me arrepiento enseguida, pero me cuesta leerla. Decido quitarle peso al asunto—. ¿Eso significa que tengo que ir a su boda? —Por supuesto que sí. Soy la dama de honor. Cristo, eso me hace sentir vieja. —¿Vieja? Apenas tienes veintisiete. —Si fuera Elizabeth Bennet, ya sería una solterona. —¿Qué? ¿Quién diablos es Elizabeth Bennet? —Eres un bárbaro, guapo —me dice con burla, y con un suspiro tembloroso, apoya el brazo sobre mi pecho desnudo y se relaja contra mí. —Bella... —Hmm... —Cuando dijiste que escapaste de tu abuela... Ella no te tenía prisionera ni nada por el estilo, ¿cierto? —Edward —se queja—. Pregúntame el próximo miércoles. —¿Vas a contarme? Ha estado esquivando mucho últimamente. La semana pasada quería saber cómo reaccionan las profesoras cuando me ven. —Avanzaste esta noche, así que tal vez la semana siguiente. Gimo en voz baja. —Me estás volviendo loco. —Tú no me cuentas tus historias tristes —me recuerda. Siempre me lo recuerda—. Creo que nuestra relación se está volviendo un poquito unilateral. —Hmm, pero yo no me despierto con terrores nocturnos a las tres de la mañana —digo, besándole la frente. —No, pero antes dabas un salto si te tocaba con un dedo. —Eso fue una vez, y tú me arreglaste. —No es cierto. Te he visto apartarte de Ness. Y de Alice. —Ness y Alice no son tú. —Cierro los ojos otra vez. Por fin se me ha calmado el corazón y el cansancio empieza a apoderarse de mí. —Eres adorable —murmura, pasándome los dedos por la frente y metiéndolos en mi cabello. Suelto el aire en un gemido somnoliento, sintiendo cómo empiezo a quedarme dormido. —Edward... —Hmm...? —Sí quiero casarme.
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