ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

27

Ajustes de texto
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 27 Edward . Jasper se va y justo cuando estoy intentando dormir esta maldita resaca, Jake llama. —¿Amigo, estás despierto? Jesús, a veces dice las estupideces más grandes. —No —respondo con sarcasmo—, estoy hablando dormido. —Carajo, sí que eres un bastardo irritable cuando estás con resaca —replica—. En fin, escucha: Bella me llamó. Quiere que vayas a verla. —¿Qué? —pregunto, sentándome de inmediato en la cama, con la voz casi quebrada—. Pensé que no estaba en casa. —¿Ah? —dice, sonando confundido—. Está en casa. —¿Cómo lo sabes? —Porque me llamó, por eso. De inmediato me pongo en guardia. —¿Te llamó? —¿Es tan difícil de creer? —¿Por qué no me llamó a mí? —¿Y cómo demonios voy a saberlo? Tal vez porque ustedes dos no logran arreglar su mierda. —Jasper acaba de estar aquí. Me dijo que Bella estaba en casa de Alice. —¿Quién carajos es Alice? —Su... la novia de Jasper. —Está en su casa; créeme. —¿Y quiere que vaya a verla? —insisto, aún sin convencerme. —¡Sí, carajo! —¿Cómo consiguió tu número? Hace una pausa. —No lo sé, en realidad. Tal vez lo consiguió con Ness. —¿Hablas en serio, Jake? —pregunto, aún escéptico. —Amigo, no estoy jodiendo. Lo juro. Me llamó y me pidió que te dijera que fueras a verla. —¿A su casa? —¡Por el amor de Dios! —explota, perdiendo la paciencia—. Si estuviera en otro lado, ¿no crees que lo habría dicho? —¡Está bien, pero no grites! —le exijo, llevándome la mano dolorida a la cabeza. Su maldita voz es como un martillo neumático. —No soy un cabrón. No me metería contigo con algo así, así que saca la cabeza del culo y ve para allá —cuelga, y me quedo mirando al vacío con el teléfono aún pegado a la oreja, sin saber qué pensar. ¿Por qué carajos Bella llamaría a Jake? Solo hay una forma de averiguarlo, así que abro los mensajes y le envío uno: —Hola, Bella. Jake acaba de decirme que quieres que vaya a verte. ¿Es cierto? Responde segundos después—: ¿Crees que Jake mentiría con algo así? Maldita sea, ¿qué? De todos los momentos posibles, elige ser críptica ahora. —Claro que es cierto —añade—. ¿Vas a venir?Estaré allí en 5. Prácticamente salto de la cama y voy directo al baño a mirarme en el espejo. Luzco como una mierda y necesito afeitarme. Me embadurno rápido la cara con espuma, paso la afeitadora cortándome todo en el proceso, luego me echo loción para después del afeitado. Después, me enjuago la boca con medio litro de enjuague bucal, hago gárgaras, y me echo desodorante bajo la camiseta. Naturalmente, no encuentro mis putas llaves, y después de desordenar todo el cuarto sin éxito, voy al de Jake. Tampoco están allí, y lleno de impaciencia lo llamo de nuevo. —¡Oye, ¿dónde carajos están mis llaves?! —grito por el teléfono. Silencio. Luego finalmente responde: —Ah, mierda... espera, déjame pensar... —¡Jesucristo, Jake! —Mierda, las tengo yo —admite a regañadientes, y me hierve la sangre. —¿Por qué...? —¡Tranquilo! Ya voy para allá. —¡Pues muévete de una puta vez! —le grito y le cuelgo. Vuelvo a los mensajes y le escribo otro a Bella—: Perdón, Bella, voy a llegar tarde. Jake tiene las llaves de mi auto.¿Quieres que vaya por ti? —responde. —No, está bien. Él ya viene. Llegaré pronto. Espero a Jake en la entrada, y cuando llega, baja la ventanilla y me lanza las llaves. Las atrapo con la mano izquierda y al mismo tiempo presiono el sensor para abrir el garaje. —Perdón, amigo —dice mientras se aleja por la calle. Levanto la mano en señal de reconocimiento, abro el carro y me subo al asiento del conductor. Probablemente todavía tengo alcohol en la sangre, me doy cuenta, pero no importa. Salgo de la entrada en reversa y me estaciono frente a la casa de Bella unos minutos después. En cuanto abre la puerta, y para mi completa sorpresa, se lanza sobre mí y rompe a llorar de inmediato. Lleva puesto un buzo gris de lana y un pantalón de pijama de franela a cuadros azules, y está hecha un desastre. —Lo siento mucho, Edward —solloza, rodeándome con más fuerza y enterrando el rostro en mi hombro. —Oye... —digo suavemente, atrayéndola más contra mi pecho—. No tienes por qué disculparte, nena —le aseguro. Sacude la cabeza y empieza a balbucear, pero llora tan descontroladamente, con el pecho estremeciéndose una y otra vez, que apenas puedo entender una sola palabra. —Volvamos adentro —intento convencerla. Está aferrada a mí, negándose a soltarme, y empieza a llover. Como no se mueve, la alzo en brazos y la llevo a su habitación. Se está desmoronando ante mí, y no lo soporto. He visto llorar a Bella antes, y también la he visto en medio de un ataque de pánico, pero nunca la había visto así. Está derrumbándose por completo. La recuesto en su cama y prácticamente me arrastra con ella, enterrando la cabeza contra mi pecho. Tiembla sin control, con las manos aferrándose a mi camisa, jalándome más cerca, y verla así me está destrozando el corazón. La abrazo con fuerza, pero no importa lo que diga, solo sigue desmoronándose entre mis brazos. —Bella… por favor. Dime cómo puedo ayudarte —le ruego, incorporándonos ambos para poder verla bien. Solo sigue aferrándose a mí antes de apartarse lentamente para mirarme. Las lágrimas le nublan la vista, y se seca torpemente la cara aunque las gotas siguen deslizándose por sus mejillas. —S-siento que estoy c-cayendo —balbucea, con el pecho sacudiéndosele una y otra vez. —No estás cayendo —insisto, rodeando su rostro con mis manos para que me mire; sigue esquivando mi mirada—. No voy a dejar que eso pase. Intenta negar con la cabeza, alzando las manos para soltarme. Cierra los ojos mientras las lágrimas siguen cayendo sin cesar bajo sus pestañas. —Hey, mírame —le pido con voz suave—. Bella… No lo hace; en lugar de eso, se cubre la cara con las manos. —Yo… no sé qué estoy haciendo. —No tienes que hacer nada —respondo, apartando los mechones sueltos de su rostro e intentando bajarle las manos, pero no se deja. —Es solo que… no puedo detenerlo —dice finalmente, tan ahogada en emoción que sus hombros tiemblan. —Entonces no lo hagas, nena. Puedes llorar toda la noche, pero está bien soltarlo —le prometo. Vuelve a negar con la cabeza. —N-no puedo, Ed-Edward. Solo… por favor, no me d-dejes otra vez. Deslizo mi mano hacia la nuca y la acerco a mí, besándola en la frente. Tiembla incontrolablemente, y empiezo a sentirme inútil. —No voy a ir a ningún lado, pero Bella, guardártelo no te está haciendo bien. Déjalo salir. Te prometo que estarás bien. Ella vuelve a negar con la cabeza, sus sollozos aumentando, y el miedo en su tono es real. Luego deja caer las manos de su rostro y se desploma contra mí. —No hay nada que temer —repito, pasándole los dedos por el cabello—. Te lo prometo. —¿L-lo prometes? —pregunta, con la voz amortiguada contra mi pecho. —Por supuesto que sí. Vuelve a apartarse, sus ojos llenos de lágrimas encontrándose otra vez con los míos. Está completamente destrozada y respira con dificultad. —¿Dónde está tu inhalador? —pregunto, secándole las lágrimas con los pulgares, pero cuanto más le seco, más le caen. Su pecho se agita, y no estoy seguro de que me haya escuchado. —¿Ed-Edward? —¿Sí? —S-si dejo s-salir todo esto… ¿te quedarás c-conmigo? —pregunta, con una expresión tan perdida e indefensa que de repente parece condenadamente joven e inocente. —Claro que me quedaré —le aseguro, porque es la cosa más absurda que me ha preguntado jamás. Me mira de verdad por primera vez, y aunque tiene miedo, también me suplica con la mirada. —Q-quiero decir… ¿t-te quedarás h-hasta el final? —Bella, no me voy a ir a ningún lado —respondo con seriedad, llevando los nudillos a su mejilla—. Aunque me grites que me vaya otra vez. Casi se ríe, pero no estoy seguro de que sea capaz en este momento. —Está bien… —dice con voz quebrada, mientras su respiración se restringe aún más. Sus labios vuelven a ponerse azules. —Aquí —murmuro, sacando el inhalador de mi bolsillo y llevándoselo a los labios. Lo aparta. —No… t-todavía no. N-no me siento muy b-bien. —¿Estás bien? ¿Quieres recostarte de nuevo? —pregunto, inclinando la cabeza para verle el rostro. —No lo s-sé… —de repente hipa y se desliza hasta el borde de la cama—. Necesito estar cerca del baño —explica, con la voz apenas audible. Preso de pánico, sin querer que vuelva a vomitar sobre mí, la alzo en brazos rápidamente y la llevo al baño. La bajo frente al inodoro, recogiéndole el cabello para apartárselo del rostro. Se arrodilla y apoya la cabeza en la tapa, gimiendo levemente. Gracias a Dios no vomita, porque con cómo me siento probablemente me le uniría. En cambio, cierra los ojos mientras su pecho sigue temblando y su respiración se deteriora por completo. —Nena, de verdad necesitas el inhalador. —Ya me está empezando a preocupar seriamente, y se ve fatal. Solo gime suavemente en respuesta, con los ojos aún cerrados. Miro a mi alrededor, notando que no hay ningún inhalador en el tocador, donde suele guardar uno de repuesto. Me pongo de pie rápidamente y voy a su habitación a buscar el que traje conmigo. Logro que lo use, pero no puede inhalar lo suficiente para que sea efectivo. Lo intento varias veces, pero al final, casi rindiéndome, enciendo el agua caliente de la ducha. En cuestión de minutos, el cuarto se llena de vapor mientras me arrodillo detrás de ella y le froto la espalda una y otra vez. —¿Qué estás haciendo? —pregunta débilmente al rato. —No sé qué más hacer —confieso, inclinándome para esconder el rostro contra su cabello húmedo—. Vas a tener que ayudarme con esto. Hace un sonido sin aliento que creo que intenta ser una risa, y carraspea. —Cristo, Edward, no tengo fibrosis quística. Sonrío, suspirando más por alivio que otra cosa, porque aunque suena agotada, su silbido empieza a disminuir. —¿Te sientes mejor? —Mmm… —gime. Le beso el costado del cuello. Su piel está cálida. Tal vez demasiado. —¿Te parece si volvemos a tu habitación? Te haré un café. Vuelve a emitir un suave murmullo y asiente a medias. La ayudo a levantarse, paso mi brazo por su cintura y la guío de regreso. Se sube a la cama y se deja caer de lado, dándome la espalda. Oppa salta inmediatamente a su lado mientras yo voy a la cocina, apagando la ducha en el camino. —¿Me hiciste café negro? —me dice, lanzándome una mirada escéptica cuando regreso minutos después y le entrego la taza humeante. Me siento junto a ella y coloco mi taza en la mesa de noche. —Ness me dijo que ayuda con el asma —admito en voz baja. Esboza una sonrisa genuina por primera vez, a pesar de que se la ve hecha polvo. —Eres adorable —murmura con voz ronca. Le devuelvo la sonrisa, extendiendo la mano para acariciarle el rostro, pero me detengo. —Bella… Ella niega con la cabeza. —No tienes que decirlo —dice en voz baja. —¿Decir qué? —Jake vino a verme —revela, apartando los ojos de los míos. —¿Qué...? —pregunto, tensando el tono de inmediato. —Me dijo que no te lo contara, pero… creo que deberías saber lo buen amigo es —admite. Su voz es prácticamente impasible, pero, como contradiciéndose, sonríe otra vez. —¿Qué te dijo? —pregunto con un suspiro resignado. —Me explicó lo de tu terapeuta… lo de nuestro terapeuta —corrige. —Cristo, me amenazó con que vendría a hablar contigo —murmuro más para mí, pasándome los dedos por el cabello—. Lo siento, nena. Resopla, esta vez con verdadera molestia. —¿Por qué te disculpas? La que debería disculparse soy yo. —Vuelve a bajar la mirada hacia la taza que aún no ha probado. Niego con la cabeza para asegurarle que no tiene nada que lamentar, pero entonces agrega en voz baja—: ¿Por qué no me lo dijiste? Vacilo un instante. —Pensé que sonaría a excusa. —Pero… yo creí que era verdad —responde con la voz temblorosa, y vuelve a clavar en mí sus grandes ojos—. ¿Por qué no peleaste, Edward? ¿Por qué no te enojaste y me dijiste la verdad? —No lo sé —admito, soltando un suspiro—. Creí que lo mejor era calmar las cosas y darte tiempo para que te tranquilizaras. —Suena a una estupidez ahora, y tiene razón. Debí obligarla a escucharme. Debí luchar con más fuerza por ella. Me observa por un largo momento, mientras los ojos se le vuelven a llenar de lágrimas. —¿Me amas? —Por supuesto que sí —respondo sin dudarlo. —Entonces deja de andar con pies de plomo conmigo. —Sus lágrimas vuelven a desbordarse y me apresuro a secárselas. —Es solo que… —sacudo la cabeza—. Bella… a veces no sé qué hacer contigo —confieso a regañadientes, porque es cierto. Ella se seca la cara bruscamente, pero sigue siendo hermosa; incluso ahora, hecha un desastre. —Preferiría que me presionaras y pelearas conmigo antes que tratar de protegerme de todo —balbucea. Asiento, bajando la cabeza, sintiéndome como un maldito imbécil. —Lo siento. Se inclina sobre mí y deja su taza en la mesa de noche junto a la mía. Al momento siguiente, se sube a mi regazo. —¿Edward? —pregunta con voz suave. Las lágrimas le aumentan otra vez hasta que tiene que detenerse para aspirarlas—. ¿Te quedarás con mi dolor y lo aguantarás por mí? —Haría cualquier cosa por ti —le prometo, mientras sus manos me rodean el cuello y el rostro, y sus labios se posan sobre los míos. —Llévatelo. Por favor, llévatelo. Ya no… puedo más —me ruega, con la voz completamente rota. Abre la boca y me besa de nuevo, más profundo esta vez, hasta que puedo saborear la sal de sus lágrimas en sus labios y sentir la humedad de su rostro al presionarlo contra el mío. —Dime qué hacer —le pido, tomándole el rostro y apartándola un poco—. Lo que necesites, lo haré. Ella niega con la cabeza, las lágrimas inundándole los ojos oscuros, cayendo sin parar otra vez por su cara. —Solo… haz que se vaya. Pasándole las manos por debajo del suéter y alrededor de su cintura, la atraigo hacia mí. Prácticamente se queda inerte contra mi pecho, sus manos se curvan alrededor de mi cuello mientras me inclina la cara para besarme. Como suele pasar con Bella, el ritmo es tan rápido que a menudo me cuesta seguirle el paso. Me arranca la camisa por la cabeza mientras yo hago lo mismo torpemente con la suya. —Dime qué quieres que se vaya, nena —murmuro, plantando mis labios en su cuello hasta la clavícula, mis manos recorriendo sus pechos y su espalda. Su piel está cálida, muy cálida. —Todo... —responde con una voz débil y temblorosa mientras sus dedos recorren mi rostro y mi cabello. —Todo menos tú, Edwa... —Mi nombre se pierde en sus labios mientras los fusiona lenta y repetidamente con los míos. La sujeto por la cintura, la aparto de mí y la reclino boca arriba, apoyándome sobre ella sobre mis codos. Pero, a pesar de la delicadeza expuesta de su torso, sus mejillas sonrojadas y sus ojos brillantes, inundados de un profundo dolor, me cuesta concentrarme por completo en ella. Todavía tengo resaca, y ella aún respira con dificultad. No puedo concentrarme cuando oigo los ásperos sonidos que salen de sus pulmones y los siento vibrar en su pecho. —¿Seguro que estás bien? —pregunto, con la voz entrecortada por la excitación y la lucha por mantenerla por ella, además de mi creciente preocupación. —No —responde ella con voz quebrada, un tono casi seco y sin humor. Hundo la cara en su cuello, apretando los labios repetidamente contra su piel caliente y tersa, pero me contengo. Está temblando, y no es por frío. —Bella... —Intento apartarme, pero agarrándome los hombros me mantiene quieto. —Solo... ve despacio —murmura, deslizando su mano hacia mi nuca, donde me atrae hacia abajo para besarme. Despacio. No sé si esa palabra forma parte de nuestro vocabulario, pero por ella haría lo que fuera. Tras quitarle los pantalones de la pijama, vuelvo a ella, besando cada centímetro de su piel desde los muslos hacia arriba. Me concentro en ella y solo en ella, en sus labios, su cuello, sus pechos... pero a un ritmo tan lento, mi cuerpo sucumbe al suyo aún más rápido. Pensé que sería lo contrario, y casi inconscientemente me encuentro tirando apresuradamente del cinturón para quitarme los pantalones. —Despacio —me insta, su voz apenas audible contra mi oído después de que coloqué mi cuerpo sobre ella y presioné mi boca contra la suya nuevamente. —Despacio —repito, cerrando los ojos ante la energía que se multiplica en mi interior—. Lo siento... Su aliento sale disparado de su nariz y cuando sus labios se fusionan con los míos puedo sentir la sonrisa en ellos. La beso. Eso es todo lo que hago. Mis manos siguen el recorrido de mi boca hasta que su piel arde y se humedece; mientras tiemblo de excitación apenas contenida. Pero sigo concentrándome en ella, prestando atención a sus señales, dejándola llevar, hasta que, casi dolorosamente lento y sin palabras, siento ese cambio en su interior. Mi mayor miedo al empezar una relación física con Bella era no saber qué demonios hacía y perderme algo. Pero nunca ocurrió. Ahora me deslizo dentro de ella sin esfuerzo, igual que la primera vez; sin necesidad de moverme torpemente por su cuerpo. Nunca me lo había planteado, hasta ahora, porque me doy cuenta de que Bella siempre se ha adaptado a mí con naturalidad. Me encuentra a mitad de camino y no me deja perderme. Nunca fue tan unilateral como siempre temí. Ella se mueve, yo la sigo; yo actúo, ella reacciona. Siempre ha estado en armonía conmigo, por muy inexperto o torpe que haya sido con ella. En ese momento es cuando la revelación más estúpida y sangrienta viene a mi mente: ella fue salvada para mí. Por supuesto, estoy tan cachondo que se lo digo inmediatamente, y no es hasta que oigo mi propia voz decirlo en el espacio entre nosotros que me tenso de inmediato. —Lo... lo siento —dije bruscamente, intentando retractarme rápidamente cuando las palabras se me morían en los labios. Bella solo me miraba con una expresión indescifrable. Estaba visiblemente conmocionada, pero casi parecía estar en shock. —¿Por qué? —pregunta ella con voz suave y vacilante. —Porque... —empiezo cuando ella levanta la cabeza y toma mis labios entre los suyos, y luego otra vez antes de susurrar contra ellos. —Si fui salvada para ti, entonces me perteneces. —Y tú me perteneces —respondo, perdiéndome rápidamente en su boca y su pequeño cuerpo sonrojado debajo de mí. —Despacio —me recuerda de nuevo, hundiendo sus palmas en mi pecho entre nosotros, y es entonces cuando lo siento; la vibración de su respiración restringida. Hago una pausa de inmediato y, sin separarme de ella, extiendo la mano y agarro el inhalador de la mesita de noche. Ella me lo quita, inhalando varias veces mientras una sonrisa burlona se dibuja en sus labios. —Que se detenga en medio del sexo para darme mi inhalador, definitivamente he encontrado a mi media naranja —me dice mientras su rostro se sonroja a pesar de lo pálido y surcado por las lágrimas. Sonriendo, observo cómo su expresión refleja la mía, aunque sé que si se ríe, todo habrá terminado. Me atrae hacia ella y cierro los ojos, siguiéndola mientras me oriento nuevamente. Despacio... ella quiere que vaya despacio, y me doy cuenta de que cuanto más aguanto su dolor, más tiempo no tendrá que sentirlo. Y cuanto más tiempo pueda podré tenerla conmigo.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)