ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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28

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Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 28 Bella . El sexo, por desgracia, no me anestesia tanto como esperaba, ni de cerca, a pesar de lo increíble que fue. Cristo, Edward es un amante natural. Está convirtiéndose en todo un profesional muy rápido, pero, aun así, en cuanto mi cuerpo empieza a enfriarse y mi respiración se calma, empiezo a sentirlo: los tentáculos del pánico enroscándose alrededor de mi corazón. Vienen acompañados de una imagen sacada directamente de una película de terror: apéndices de humo negro invadiendo mi cuerpo por cada orificio: mi boca, mis oídos, mis ojos... ¿Cómo pudo una semana sin Edward hundirme en tanta oscuridad tan rápido? Pensé que una vez que hiciéramos las paces, estaría bien. Pensé que podría reprimir toda esta… emoción reprimida -o lo que sea que sea- obligarla a volver a su encierro y regresar a como estaban las cosas antes. Tal vez fui ingenua, porque ahora que escapó, ya no tengo control sobre ella. Ella tiene el control sobre mí. Me tiene contra las cuerdas, y no estoy lista para enfrentarla todavía. Al menos no estoy lista para enfrentarla con esta magnitud, toda de una vez. La sola idea ya me aterra. —¿Edward? —murmuro, sin poder evitar el escalofrío que me recorre todo el cuerpo. Estoy acostada contra su pecho, y está tan cálido que me presiono más contra él por instinto. —¿Mmm? —murmura, girando la cabeza para posar sus labios febriles en mi frente—. ¿Tienes frío? —Alargando el brazo, torpemente jala el edredón sobre nosotros. Estoy congelada, pero ignoro su pregunta. —Emborrachémonos. Él suelta una risita, y todavía tiene esa voz áspera de después del sexo que resuena desde lo más profundo de su garganta. La ironía es que, con toda su torpeza, inseguridad y dudas, el señor Ojos Intensos de verdad rezuma sensualidad con cada sílaba que sale de su boca. —No —responde finalmente, con el tono apenas un poco más bajo. Me doy vuelta por completo y me apoyo sobre su pecho. —O nos emborrachamos o me haces el amor cada hora hasta el amanecer —le propongo, y aunque intento sonar juguetona, lo digo totalmente en serio. Él gime para sí mismo, apenas por debajo del aliento, mientras una lenta sonrisa se dibuja perezosamente en sus labios. —Todavía tengo resaca. Si bebo otra vez, probablemente muera —dice con ligereza; aunque lo dice en serio. Lo veo en esos ojos suyos, ojos que se ven más intensos después del sexo, y en la forma en que frunce el ceño. No se preocupa él mismo; se preocupa por mí. —Está bien, yo me emborracho y tú te aseguras de que no me exceda —sugiero. Me observa fijamente por un momento, como si intentara medir la seriedad de mi propuesta. —Bella… Estoy agotada, y quiero gemir en voz alta. No tengo idea sobre lo que decía Jake esta mañana, pero contrario a lo que él cree, Edward sí se opone. —El alcohol me relaja, y rara vez me da un ataque de asma —le explico—. Además, me pone súper cachonda, y junto con tu cara bonita, no quiero nada más que a ti. —Le agarro la barbilla y trato de seducirlo, pero ya sé que es inútil. Edward necesita mucho más tiempo de recuperación que yo, y durante un buen par de horas después del sexo, es lo último en lo que piensa. —Bella… —repite mi nombre con un suspiro, y por el tono sé que está a punto de ponerse todo responsable conmigo—. No deberías usar el alcohol así. Molesta de inmediato, me aparto de él, agarro mi bata al pie de la cama y me la pongo encima del cuerpo desnudo. —¡Lo dice el señor Borrachito que llama a las dos de la mañana! —le recuerdo. Sé que solo está preocupado por mí, lo entiendo, ¡pero carajo! Él suelta otro suspiro pesado, bajando la mirada mientras se pasa los dedos por el cabello. —Mierda… o sea que sí te llamé… —murmura, más para sí mismo. —¿No revisaste tu historial de llamadas? —le digo con cinismo. Me lanza una mirada avergonzada, y tengo que apartar la vista porque un Edward desnudo, con cara de vergüenza y sonrojado hasta el cuello, es imposible de odiar. —Prefería no saber —admite. —¡Basta! —suelto, frustrada. —¿Basta qué? —Él está confundido. —¡Carajo! ¿No lo entiendes, Edward? —Niega con la cabeza, con expresión de dolor. Ahora rompe mis malditas reglas constantemente—. Yo solo… necesito que se vaya por un rato —mi voz tiembla. No puedo evitarlo, y aparto la vista, mordiéndome el labio para retener lo que está al borde de salir. En el siguiente instante, se acerca y me envuelve entre sus brazos; con sus calzoncillos marca Bonds apenas cubriendo al chico. —Puedes hablar conmigo, Bella —dice suavemente contra mi cabello, pero es lo último que quiero oír. —¡No quiero hablar de eso! —le grito, empujándolo. Baja la cabeza un momento, hundiendo los dedos en su frente tensa, y cuando vuelve a levantarla, parece resignado. —Entonces volvemos a esto. —Solo que… no puedo en este momento —es mi patética defensa. Respira profundamente y decide negociar. —Te propongo un trato. —¿Qué? —respondo con sospecha inmediata. —Te dejo emborracharte, pero tienes que hablar conmigo. —Me dejas emborracharme —repito, alzando una ceja escéptica—. ¿Estás bromeando? Resopla por la nariz, pasándose la mano por el cabello, claramente frustrado. —Me estás volviendo loco. —Da un paso hacia mí, me sujeta de los antebrazos y me obliga a quedarme quieta—. Me refería a que yo me encargo de que no te excedas —me cita. Esbozo una sonrisa, a regañadientes, solo porque sé que estoy actuando como una lunática y aún me siento fatal por cómo lo traté. —Está bien. Me vuelve a abrazar, suspirando de una forma que indica que no le gusta nada esto. —¿Qué te pasó esta semana, Bella? —su pregunta suena casi retórica, y no es la primera vez que me la hace hoy. —No lo sé —miento, hundiendo la cara en su pecho desnudo, porque sí lo sé exactamente. Edward, incluso mientras poco a poco derrumbaba mis defensas, las mantenía en pie… hasta que se fue de mi casa el jueves pasado. Fue como si, en el momento en que se marchó, sacara el tapón y todo se desbordara. —Está bien, tengo una segunda condición —parece concluir de pronto, sin soltarme. —Dios… ¿qué? —me quejo. —Tienes que volver a ver al doctor Jenks. —Sí… lo sé —concedo. Esa es fácil. —Tal vez pueda ir contigo —sugiere. Está siendo cuidadoso, pero yo me horrorizo al instante y me separo de un tirón. —¡Eso jamás va a pasar! —declaro con firmeza, y enseguida me doy cuenta de que fui demasiado tajante. Edward me observa, apretando las mejillas como suele hacer mientras una vena le sobresale en la frente. Sé que quiere insistir, pero claramente se está conteniendo. Abre la boca un par de veces, luego se arrepiente y la cierra otra vez. —¿A qué le tienes miedo? —se decide a preguntar, y en ese momento me doy cuenta de que mi reacción lo ha herido. Sus ojos de verdad son una ventana a su alma. Sacudo la cabeza, arrepentida al instante, pero carajo, ¿se da cuenta de lo que acaba de proponer? —Es solo que… no, Edward. Yo… no puedo… —¿Nunca? —pregunta, con la voz suave, pero aún dolida. —No digo nunca. Solo… no todavía. —Quiero dejar que me vea, de verdad me vea, con todos mis demonios y defectos, pero no estoy lista. De hecho, ahora mismo, la sola idea me da terror—. Lo siento —añado como consuelo. Esboza una sonrisa resignada y me acaricia el cuello con la palma. —¿Crees que si veo por lo que pasaste, voy a culparte de algo? —insiste, y ha perfeccionado el arte de presionarme. O tal vez es que ahora yo soy más receptiva. Suelto una risa seca. —Va mucho más allá de lo que me pasó —murmuro, bajando la vista a mis pies descalzos. Y a los suyos. —No hay nada que me puedas contar que cambie lo que siento por ti, Bella. —Me toma la mano, acariciando el dorso con el pulgar. —Lo sé —murmuro, aunque no lo sé. —Hey —su voz se suaviza, y en ella percibo una duda repentina. Levanto la mirada y me encuentro con sus ojos. —¿Sí? —¿Quieres que te cuente algo de mí primero? ¿Eso ayudaría? —Alza las cejas, y ese niño que siento la necesidad de proteger resurge de repente. —Solo si tú quieres —respondo tras dudar un poco, dejándolo en sus manos, pero el señor Ojos Intensos ya ha visto claro a través de mí. Creo que prefería cuando pensaba que podía engañarlo. Una sonrisa se dibuja de inmediato en sus labios, exhalando por la nariz. Me toma del mentón. —Eres demasiado lista para tu propio bien. Le sonrío de mala gana, pero aparto la mirada otra vez. Él baja la mano de mi rostro y escucho cómo exhala de nuevo. —Edward… —Suspiro. —Es tu decisión, Bella. ¿Sí o no? —insiste. —Sí —respondo con timidez, solo porque las palabras de Jake resuenan en mi cabeza, recordándome lo perra desalmada que he sido sin querer. Lo miro, más decidida esta vez—. Pero tienes que traerme un trago primero. —¿Qué tienes? —Sí, no está nada contento con eso. —Tequila. Por su expresión, es obvio que está maldiciendo por dentro; cierra los ojos y frunce el ceño con fuerza. —Carajo, Bella, te vas a enfermar. —Solo me enfermo cuando mezclo tragos —lo tranquilizo. Vuelve a suspirar, y empiezo a pensar que suspiros están reemplazando sus disculpas. —¿Dónde quieres estar? ¿Aquí? —En la sala. —Está bien —dice de mala gana, antes de agacharse y recoger su ropa del piso—. Tengo un condenado frío —explica. —Encenderé la chimenea —ofrezco. Él sonríe mientras se pone una pierna del pantalón. —Está bien. Lo siento... Y... hablé demasiado pronto. *V* —Encontré esto —anuncia Edward al entrar a la sala, levantando la botella de Chardonnay que Alice me compró la Navidad pasada. En la otra mano lleva una sola copa. Claramente no tiene intención de beber conmigo—. Esto se sentirá menos como petróleo crudo en tu estómago. —Está bien, señor Cabeza-de-estrés —cedo. Se deja caer a mi lado y coloca la copa en la mesa de centro. Inserta el sacacorchos y comienza a girarlo. Luego de llenar mi copa apenas en un tercio, me la entrega y se recuesta contra los cojines. Me deja unos minutos para que beba en silencio, pensando, hasta que apoya el codo en el respaldo del sofá y recorre con el dedo el costado de mi rostro. —Y nada de intentar evadirlo, ¿sí? —me dice con tono juguetón, justo cuando creía que iba a soltar algo meloso. Le lanzo una sonrisa irónica, y no estoy del todo contenta con el hecho de que me tenga tan calada. —Nada de retractarse —contrarresto. —¿Perdón? —dice, sin entender. —Tú primero, ¿recuerdas? —le recuerdo. Vuelve a sonreír, completamente para sí mismo mientras aparta la mirada de la mía, y carajo, es hermoso. Dios, tal vez solo lo extrañé demasiado. —Está bien —murmura, soltando el aire de nuevo. Se desliza hasta el borde del sofá y se levanta la camiseta de manga larga, revelando la cicatriz circular que tiene justo debajo de la axila izquierda—. Una vez, mi madre apagó su cigarrillo en mí —revela, evitando mirarme. —Dios mío… ¿por qué? —gaspé. Estoy horrorizada, y además hiervo de rabia. ¡Cómo se atrevió! —Porque me odiaba —responde con toda naturalidad. —Pero… ¿cómo pudo odiarte? —sacudo la cabeza, incapaz de comprenderlo. Incluso mi padre, con toda sus infidelidades y frialdad, nunca me odió a mí ni a mi madre. —Me parezco a mi abuelo. —Otra vez, su respuesta es demasiado simple, demasiado indiferente—. Ni siquiera le permitieron elegir nuestros nombres. El abuelo le dijo cómo nos llamaríamos, nombres familiares, por supuesto. Ella no tenía voz. Él controlaba su vida, así que ella la emprendió contra mí. Le tomo la mano e intento que me mire; lo hace solo por un segundo. —¿Qué le hizo él a ella? —pregunto en voz baja. —Nada —responde bruscamente, con un tono amargo—. No hasta que conoció a mi padre y él amenazó con desheredarla. Ella no es una víctima, Bella. Siempre supo cómo era mi abuelo. Decía que amaba a mi padre, pero lo dejó en cuanto se dio cuenta de que su estilo de vida estaba en juego. ¡Yo dejaría todo por ti! —declara de repente, y por fin sus ojos intensos se encuentran con los míos, abiertos y ardientes—. ¡La casa, el dinero, todo! Dios, me está haciendo llorar, y de pronto, ahogada por la emoción, asiento un poco demasiado rápido para contenerla. —Lo sé —le aseguro con suavidad, posando la palma de mi mano en su mejilla. Él toma mi mano, la lleva a sus labios y luego vuelve a soltar el aire con fuerza. —Carajo... —¿Cuándo fue la última vez que la viste? —pregunto con cautela. —Hace un par de años, en la ciudad —murmura, encogiéndose de hombros. —¿Ella te vio? —Sí. —Baja la vista a su regazo—. Me fulminó con la mirada, pero yo pasé directo y fingí que era una desconocida. Me acerco a él hasta quedar recostada contra su costado. —Solo para que lo sepas: si la veo y se atreve siquiera a mirarte, se va a armar. Se ríe de inmediato, y el sonido es puro juego previo para los oídos. —Bella... algunas de las cosas que dices, estoy seguro de que soy yo quien debería decirlas. —Carajo, señor Darcy, ¿en qué siglo crees que vivimos? —lo molesto, y exhalo con discreto alivio al notar que la tormenta en sus ojos empieza a calmarse. —¿Señor quién? —pregunta, con esa sonrisa torcida y perpleja que le ilumina el rostro. —Eres adorable, amor. Él apoya el pulgar en mis labios, negando con la cabeza. —No más «amor». —¿Por qué no? —Porque… ya no tienes que convencerme. Lo entiendo. —Levanta las cejas. —Solo estoy bromeando —insisto. —A veces no. Jesús… de verdad me conoce. —Está bien —cedo con un resoplido antes de dar un trago largo a mi vino. —¿Estás bien para hablar? —pregunta después de darme un minuto. —Estoy bien —respondo en voz baja. —Háblame de tu abuela —me anima, manteniendo un tono deliberadamente cauteloso. Mi abuela, el núcleo de todos mis demonios. —Mi abuela no —reitero con terquedad. —Está bien. —No se desanima—. Entonces dime por qué no fuiste a la universidad. —Carajo, Edward… —me quejo, apoyando el codo en su hombro y pasándome la mano por la frente. —Antes me preguntaste si me quedaría contigo hasta el final, y lo haré. Lo prometo —dice con suavidad, pero me deja confundida. —¿Dije qué? —¿No lo recuerdas? —No… —Bella… no estarás evadiendo, ¿verdad? —Me observa con escepticismo. —¡No estoy evadiendo! —insisto, sacudiendo la cabeza—. Está bien, ¿quieres saberlo? ¡Pues bien! —Estoy actuando a la defensiva, pero es solo una fachada para ocultar lo malditamente neurótica que me siento de pronto, y sospecho que el señor Insistente lo sabe perfectamente. —Está bien, tómate tu tiempo —murmura, sin el menor atisbo de disculpa, y me pregunto por qué fue a terapia si claramente lo suyo es interrogar. —Olvidé tres años —le recuerdo—. Recuerdo haber terminado séptimo grado, y ya. Tuve que repetir octavo, noveno y décimo, y para cuando obtuve el certificado de décimo año, tenía diecinueve y ya era demasiado mayor para seguir en la escuela. —¿Por qué no hiciste tu HSC en TAFE? —me pregunta con suavidad, y se nota que está caminando sobre cáscaras de huevo otra vez. —¡Porque ella no me dejó, ¿está bien?! —estallo, antes de vaciar el resto de mi copa y extendérsela para que la rellene. Lo hace, hasta el borde esta vez. Espera a que la beba. Lo hago en silencio, temblorosa, mientras él recorre mi rostro con los dedos casi distraídamente, pensando en lo que sea que esté pasando por esa hermosa cabeza suya. —¿Cómo te fue en el certificado escolar? —lanza la pregunta con cuidado, como si yo fuera un marsupial asustadizo que podría salir corriendo. Ya voy por la tercera copa. —Una mierda —murmuro en respuesta—. Reprobé. —¿En serio? —dice, sorprendido. —Sí, sí lo hice —suelto, mientras la ira y la frustración se apoderan de mí de repente—. Al principio, me convenció de que simplemente era estúpida, y le creí. Solo me di cuenta después, cuando recuperé mis recuerdos, de que me había manipulado malditamente para hacerme creer que no necesitaba lentes. Le decía constantemente que no veía bien y ella insistía en que estaba loca, que nunca los había usado y que solo ponía excusas. —Estoy desvariando, y las palabras fluyen de mí con demasiada facilidad. Y Edward me mira con la expresión más intensa de dolor e incredulidad que le he visto jamás. Es entonces cuando me doy cuenta de que el alcohol está teniendo el efecto contrario en mí. No me está adormeciendo; me está haciendo abrirme como un huevo crudo. Ahora tengo que seguir bebiendo hasta desmayarme. No puedo quedarme atrapada en esta especie de limbo donde no tengo control. Dos copas más tarde y ya me terminé toda la botella, pero no sirve de nada. Estoy brotando como un pozo, no puedo detenerlo, y no puedo eliminar el pánico que arrastra consigo. Y a pesar de que se me traban las palabras y hablo arrastrado, ¡sigo estando demasiado condenadamente lúcida! —Soy como ella, Edward. —¡No, no lo eres! —responde de inmediato, con una voz firme y apasionada. Niego con la cabeza, afectada por una sensación momentánea de vértigo. —¿Recuerdas en la secundaria? No tenía amigos. No era solo que fuera callada o tímida, ¡era intencional! —Bella, ¡basta! —me advierte, intentando detenerme, pero sigo negando con la cabeza, terca. —No quería tener amigos. No me gustaba nadie, y así es ella. Así era mi padre: ¡arrogantes y narcisistas! —le grito, frustrada de que sea tan denso y no vea la verdad. —Bella —me agarra la cara entre las manos y me obliga a mirarlo—. No es porque seas narcisista. Es porque incluso en ese entonces eras tan lista que lo veías todo con claridad. —No... —susurro, cerrando los ojos como una defensa débil, pero él no se detiene. —¿Recuerdas en la enfermería? ¿Recuerdas cómo te burlabas de ellos conmigo? Lo miro, sintiéndome de pronto agotada y derrotada. —¿Entonces por qué no vi la verdad sobre ti? —pregunto casi en un susurro. —Porque... —su voz es tan tierna, y pasa los pulgares por debajo de mis ojos, secando mis lágrimas—. Simplemente eres cínica. —¿Cómo puedes creer eso? —le pregunto, genuinamente curiosa, porque ¿cómo? —¿Cómo puedo…? —interrumpe su frase con una risa seca para sí mismo—. Nena, tú no eres como ellos —reitera. —¡Sí lo soy! —insisto, alzando de nuevo la voz, y ya empiezo a tambalearme—. Su sangre corre por mis venas. ¡Soy su legado! ¡De dos de las peores personas que han existido! —¡Bella, por el amor de Dios! —revienta él, y me doy cuenta de que está enojado—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Tú eres tu propia persona, no una extensión de ellos! Yo crecí con una narcisista. ¿Crees que, ni por un segundo, podría estar contigo si fueras igual? Vuelvo a negar con la cabeza, pero esta vez ni siquiera sé por qué. Solo que me está desgastando, y solo consigue confundirme aún más. —Edward… ya no sé qué es real. Ella se metió en mi cabeza. Él me acerca de nuevo, mi cara atrapada entre sus palmas que cada vez se sienten más cálidas y sofocantes. —Lo real soy yo. Y lo que siento por ti. Lo miro a los ojos por un momento. Esos ojos que son reflejo del fuego de su alma. —Incluso ahora… no sé si te amo o si solo estoy actuando una escena en mi propia vida. Algo en sus ojos, en su expresión, se tambalea. Lo he herido otra vez, y una vez más me veo obligada a presenciar las consecuencias desarrollarse ante mí. —¿Y no es eso lo que todos hacemos? —dice, el dolor reflejándose sutilmente en el tono de su voz. Esta vez soy yo la que está frustrada, y tomándolo de las muñecas, le aparto las manos de mi rostro. —¿No lo entiendes, Edward? —le espeto—. Había algo muy mal en ella. Había algo mal en mi padre. ¡Y hay algo mal en mí! —No hay nada mal en ti, excepto que estuviste rodeada por la misma clase de personas que yo. ¿Crees que yo soy como mi madre? ¿Lo crees? —Sus ojos se llenan de lágrimas, y esa vena en su frente se marca alarmantemente, pero detrás de todo está la misma alma torturada de siempre. Y yo solo lo estoy cargando más. —Seré una soga alrededor de tu cuello —admito en apenas un susurro. —Si estás intentando ahuyentarme, no va a funcionar —responde con terquedad, y tan rápido como apareció el dolor en sus ojos, es reemplazado por esa determinación férrea suya. Suelto una risa sin una pizca de humor. —Puedes creerlo o no, Edward, pero lo que ella me hizo, yo vi a mi padre hacérselo a Sam durante trece años. Es una suerte que no pueda tener hijos, porque nunca debería permitirse que yo continúe con su legado. ¡Jamás! Nota de la traductora: En Australia, el HSC (Higher School Certificate) es el equivalente al título de bachillerato o diploma de educación secundaria, específicamente en el estado de Nueva Gales del Sur. El TAFE (Technical and Further Education) es una institución pública que ofrece formación técnica y vocacional. Por tanto, "hacer el HSC en el TAFE" significa completar el bachillerato en un centro técnico, una alternativa común para quienes no finalizaron sus estudios secundarios en una escuela tradicional.
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