ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

29

Ajustes de texto
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Nota de la traductora: El siguiente capítulo puede resultar particularmente impactante o sensible para algunos lectores, ya que aborda temas de salud mental, ideación suicida y trauma psicológico con crudeza y sin filtros. El fragmento en cuestión está marcado por (*) al inicio y final por si decides saltártelo. . Capítulo 29 Edward . Bella no mezcló las bebidas, pero igual terminó vomitando. Probablemente tuvo más que ver con el hecho de que no había comido nada, aunque no creo que estuviera en el estado mental adecuado desde el principio. Me siento parcialmente responsable. Sabía que cuanto más bebiera, más se abriría. Ni siquiera creo que ella lo notara, pero esta vez fue demasiado. Para los dos. No esperaba que revelara tanto, ni que saliera de ella con tanta facilidad; y no estaba preparado para ello. Aun así, me niego a dejar que se revuelque en la creencia de que es como su abuela. Sé lo que ese tipo de pensamiento puede hacerte, y me tomó diez años de terapia salir de eso. Mi madre no ha sido completamente extraída de mi mente, probablemente nunca lo será, pero logré sacar suficiente de la voz de esa maldita como para no dejar que comprometa la forma en que vivo mi vida. Ahora es obvio, a pesar de lo bien que lo disimula, que además del trauma de perder a su familia, Bella ha estado cargando con esa mujer en su mente durante años, sin cuestionarla. Como me pasó a mí, siendo joven y vulnerable fue dejada al cuidado de esa mujer malvada, solo que ella no recibió la ayuda que yo sí tuve para superarlo. No puedo ni imaginarlo, y eso que debería poder, porque sé por experiencia que el hecho de que alguien sea familia no significa que tenga tus mejores intereses en mente. En el fondo, ella también lo cree. Se necesitó toda una botella de vino para que eso quedara claro. Cree que se está convirtiendo en su abuela, y nada de lo que yo dijera podía hacerle pensar lo contrario. Así de lejos llega la influencia de esa mujer tóxica. Está tan profundamente incrustada dentro de ella que es como si hubiera invadido su torrente sanguíneo. Va a costar mucho extraerla, pero no puedo permitir que Bella viva un minuto más creyendo eso. Especialmente ahora que sé lo que le está haciendo. No estoy seguro de que ella siquiera notara hasta qué punto estaba cayendo por la madriguera del conejo. O el grado en que el alcohol ralentiza su mente, porque después de contarme lo peor, de repente se detuvo. Lo más grave no era que no pudiera tener hijos, sino que su abuela la había hecho creer que había sufrido daño cerebral tras el accidente —usando sus malas calificaciones como prueba— y luego hizo que la declararan incapaz para quedarse con su custodia legal. Quizá fue mi expresión la que la hizo darse cuenta finalmente de cuánto estaba revelando, porque cuanto más se adentraba, más me impactaba, hasta que ya no pude ocultárselo. No sé por qué siempre subestimo por lo que pasó. Tal vez porque siempre ha sido más fuerte que yo. Al menos eso creía, pero en el fondo siempre he sabido que, detrás de esos ojos profundos, hay un océano de dolor, y la mayoría de los días apenas puede mantener la cabeza por encima. Entonces, sin aviso, se congeló a mitad de una sílaba y jadeó, mirándome con horror, sorpresa y dolor al mismo tiempo. Se tapó la boca con ambas manos, una sobre la otra, mientras sus ojos abiertos comenzaban a llenarse de lágrimas. —Está bien, nena —le aseguré con suavidad, pasando el brazo por sus hombros para atraerla hacia mí, pero me apartó. —¿Qué parte de todo esto crees que está bien? —me lanzó. Arrastraba un poco las palabras, pero ya no tenía el tono que normalmente usaría. Se le había acabado la fuerza. Me incliné hacia ella y le puse una mano en la mejilla. —No está bien… Jesús, Bella, nada de esto lo está… pero está bien que me lo hayas contado. —Cristo… —susurró, con la incredulidad todavía marcada en la voz. Se cubrió la cara con la mano, el ceño fruncido por la evidente frustración, y de repente se veía tan malditamente vulnerable. Y luego lloró, pero la forma en que lloraba me inquietó. Lloraba como una niña pequeña que estaba perdida y sola. Lloraba como yo solía hacerlo. La tomé entre mis brazos y no opuso resistencia; se dejó caer contra mí, su rostro presionado contra mi pecho, con ambas manos aferradas a mi camisa. Temblaba, su respiración era entrecortada y superficial, cuando de pronto se tensó. Luego, casi con demasiada calma, se apartó de mí, se puso de pie y salió de la habitación. Caminaba con dificultad, y pensé que quizá iba a acostarse. —¿Bella...? ¿Estás bien? —le pregunté, sin saber si debía preocuparme o no. No respondió, y en el siguiente instante escuché la puerta del baño cerrarse, seguida del sonido de ella vomitando. —Mierda… —murmuré para mí, antes de levantarme rápidamente y correr hacia el baño. Estaba inclinada sobre el inodoro, pálida como una sábana… y tenía vómito en el cabello… Me arrodillé para apartárselo del rostro, justo antes de que volviera a vomitar. Y otra vez. Por poco me uno a ella, hasta que me di cuenta de que estaba devolviendo solo el vino y nada más. Obviamente no había comido en… Dios sabe cuánto tiempo. Pasamos la siguiente media hora en esa posición. No dijo una sola palabra, y yo tampoco. Mantuve mi mano sujeta a su cabello y le froté la espalda hasta estar seguro de que ya había expulsado toda la maldita botella de Chardonnay. Para ese momento ya estaba casi inconsciente, y cargándola en brazos, la llevé a la cama. Me aseguré de que estuviera de lado, sin riesgo de darse la vuelta, la cubrí con el edredón y salí de la habitación, apagando la luz al salir. Tenía la intención de ir a la cocina a buscar un balde o algo por si volvía a vomitar, pero no llegué tan lejos. Sin darme cuenta, me dejé caer en una silla del comedor, apoyé la cabeza en la mano… y me quebré. No recuerdo la última vez que lloré. No desde que era niño, y esta vez no era por mí. Estaba preocupado por ella; tan preocupado que me estaba destrozando por dentro. No era solo que Bella había perdido a toda su familia y había quedado huérfana y sola, o que quizá fuera infértil, era que había sido puesta en manos del mismo maldito monstruo que casi me mata a mí. Sé por lo que pasó; por lo que sigue pasando, y uno pensaría que sabría cómo ayudarla, pero no lo sé. No tengo idea de qué carajos pasó esta última semana para que Bella se deteriorara tan rápido, pero se está desmoronando ante mis ojos y soy incapaz de detenerlo. Solo sé que no puedo dejarla. Tengo que quedarme con ella y sacarla de esto. *V* Bella duerme unas seis horas. Yo me quedo acostado a su lado en la oscuridad, completamente alerta, asegurándome de que se mantenga de lado y preparado para sujetarle el cabello si vuelve a vomitar, pero no sucede. Es poco antes de la medianoche cuando se incorpora con dificultad en la cama, estira el brazo para encender la lámpara de noche y toma su inhalador. Después de inhalar un par de veces, gira la cabeza para mirarme. Esboza una especie de sonrisa; aunque creo que es más una mueca. —¿Cómo te sientes? —le pregunto, cuidando que el tono de mi voz sea bajo. Suelta una especie de bufido sarcástico, pero sus ojos lucen infinitos y condenadamente atormentados. —Bastante mal —responde, y la voz se le quiebra. Carraspea antes de dejar caer la frente sobre la palma de su mano—. Cristo, me duele la cabeza… —murmura. —¿Quieres que te traiga un Panadol? ¿Un Berocca? —le ofrezco. —No —murmura, sacudiendo la cabeza apenas una vez; los ojos fijos en el inhalador entre sus manos—. Tal vez me dé un baño —dice al cabo de un momento. Se mueve para sentarse al borde de la cama y se gira a verme por encima del hombro—. ¿Vienes a hacerme compañía? Una sonrisa genuina casi aparece en su rostro, pero está tan atormentada que no estoy seguro de que siquiera le sea posible en este momento. Yo también sonrío y me pongo de pie, rodeando la cama. Ella espera a que llegue hasta ella para apoyarse contra mi pecho y envolverme la cintura con los brazos. —Gracias, Edward —susurra tras un momento—. No sé qué haría sin ti. Envolviéndole los hombros con mis brazos, bajo el rostro hasta la parte superior de su cabeza. —Siempre voy a estar aquí para ti, nena —le murmuro contra el cabello—. Puedes contarme lo que sea. ¿De acuerdo? Nada cambiará. —Sí… —es todo lo que dice, con un tono que parece perdido en sus pensamientos, antes de soltarse de mis brazos y dirigirse, con la cabeza entre las manos, al baño. Mientras llena la tina, se enjuaga el cabello en el lavamanos antes de recogérselo para lavarse la cara y cepillarse los dientes. Seguro que se recupera del alcohol más rápido que yo. Esta mañana, después de dormir lo mismo, me sentía como si me hubieran atropellado. Luego se desliza la bata de los hombros y entra en la bañera. Yo la ayudo; todavía se tambalea y se le ve algo pálida. Se lava el cabello. Yo me siento en el borde de la bañera en silencio, esperando que hable. Una vez que termina, se sumerge completamente en el agua para enjuagarse y luego se recuesta con los ojos cerrados. Suspira, y casi parece un sollozo. Me inclino para apartarle un mechón húmedo de la frente antes de reemplazarlo con mis labios. Abre los ojos, apenas, y me mira con una sonrisa vulnerable en los labios. —¿Vas a mencionarlo tú o lo hago yo? —murmura. —¿Mencionar qué…? Ella resopla con impaciencia, su expresión se ensombrece. —El maldito elefante en la habitación. —Ele… ¿te refieres a…? —empiezo, pero, molesta, me interrumpe. —¡Cristo, Edward, solo dilo de una vez! —No puedes tener hijos… —No puedo tener hijos —repite ella con un suspiro pesado antes de girar la cabeza y mirar al techo. —¿Qué pasó? —le pregunto con suavidad—. ¿Fue por el accidente? Asiente. —Estaba sangrando por todos lados. Me sacaron el útero y la mitad del bazo. —Cristo, nena… De pronto se incorpora y gira completamente hacia mí. —Te voy a dar una salida, Edward. Sin preguntas. No puedo pedirte que también cargues con esto. Lo dice en serio. Demasiado en serio, y hay algo de determinación en su tono. —¿Qué? —pregunto, incrédulo—. ¿Eso es lo que piensas? —¿Qué otra cosa puedo pensar? —Su voz se eleva antes de quebrarse en la garganta. —No voy a irme —le digo, firme—, y no quiero volver a oír esa mierda de que me das una salida. —No sabes lo que estás diciendo —susurra, negando con la cabeza apenas. —¡Sé exactamente lo que estoy diciendo! —Le pongo la mano en la mejilla, obligándola a mirarme—. Y te estoy diciendo ahora mismo que para mí no cambia nada. —Pero… —su voz se quiebra con suavidad—, podrías cambiar de opinión en unos años, ¿y entonces qué? Hago una pausa y respiro hondo, retirando mi mano para pasarla por mi cabello. —¿Tú quieres tener hijos, o crees que no deberías tenerlos? Sacude la cabeza. —No lo sé… —Bueno, si algún día decides que quieres un bebé, yo te consigo uno. Inmediatamente frunce el ceño, su expresión se vuelve cínica. —¿Y cómo harías eso? ¿Chasqueando los dedos? Resoplo. —Bella, ¿tienes idea de quién es mi abogado? Podría comprarte un bebé mañana si es lo que quieres. Ella solo me mira por un momento antes de soltar una risa sorprendida. —Cristo, de pronto recordé con quién estoy saliendo. Sonrío levemente. —Estás saliendo conmigo. Solo que tengo un montón de dinero. Su sonrisa esta vez casi parece genuina antes de recostarse de nuevo en el agua y cerrar los ojos. —Entonces… ¿estamos de acuerdo? —le digo, presionando con el pulgar su frente fruncida. Toma una bocanada de aire y responde con un murmullo. —A veces tengo destellos de ese hombre que podrías haber sido si hubieras crecido distinto. Da un poco de miedo, en realidad —dice con ligereza, con una sonrisa ladeada; yo le correspondo. —No estoy seguro de qué habría sido peor —murmuro, porque yo también me lo pregunto a veces. ¿Habría sido como Abue alguna vez fue? ¿Emmett y yo?—. Solo asegúrate de volver a ver al doctor Jenks, ¿sí? Asiente. —Lo llamaré el lunes. —Si no lo haces tú, lo haré yo —le prometo, porque lo haré. Sonríe de verdad esta vez. —Creo que debería empezar a cobrarte por hora, guapo. Casi me río, pero… carajo, ¿acaba de llamarse prostituta? —¿Qué significa eso? —Ya no te disculpas tanto como antes, y me gusta cuando sale el señor Seguro de Sí Mismo. ¿Sabes lo sexi que es? Esta vez sí me río. —Está bien, pero sigo sin entender. Niega con la cabeza, pero solo me está tomando el pelo. Casi puedo creer que empieza a salir del pozo, excepto por sus ojos hinchados y esa expresión que todavía parece impactada. —¿Cómo puede un tipo tan guapo como tú ser tan denso? —Deja de hablar en malditos acertijos todo el tiempo —le digo en broma. Suspira con fingida exasperación antes de decidirse a explicarme: —Presionarme parece ser terapia para ti. Te pones firme y ya no te disculpas por ello. —Lo siento —respondo con tono ligero, y río de nuevo cuando abre los ojos de golpe. —¿Estás bromeando? —Me lanza una mirada incrédula. —¿Quién es el denso ahora, preciosa? Esta vez solo te estaba tomando el pelo. Sonríe de oreja a oreja, casi riendo conmigo, cuando de pronto la sonrisa se borra de sus labios. —Edward… —dice suavemente después de un minuto. —¿Sí? —Tomo la toallita, exprimo el agua y la dejo caer sobre su hombro. —Sí, intenté matarme —admite en voz baja, mirándome de reojo, pero como si se encogiera ante mí. Solo asiento, pero siento como si tuviera que contener el aliento. Suspira y se frota la frente, como si estuviera dudando de sí misma. —Bella, no tienes que… Niega con la cabeza para interrumpirme. —Ya lo sabes, así que solo quiero sacarlo de en medio. —Está bien. (*) —Tenía veintitrés años. Fue un mes después de que recuperé mis recuerdos. Mi abuela estaba… en mi cabeza… —Sacude la cabeza de nuevo, esta vez con más fuerza—. En fin, averigüé cómo pasarme por encima del barandal en el puente Anzac. —Sus ojos se apartan de los míos y caen sobre sus dedos, que no dejan de moverse entre la espuma que se le adhiere—. Estaba lloviendo… había dado un paso fuera del borde y estaba empezando a caer hacia adelante cuando alguien me agarró y me jaló hacia atrás. Era un camionero corpulento, pero lo único que realmente recuerdo de él eran sus ojos y lo amables que eran. —Me lanza una mirada, demasiado vulnerable, y yo suelto el aire con alivio porque, gracias a Dios, ese hombre estaba ahí. (*) —En fin —continúa en un murmullo—, lo siguiente que supe fue que estaba en la parte trasera de una patrulla. Pensé que me iban a llevar a la cárcel. —Suelta una risa irónica por la nariz—. En cambio, me mandaron a un… centro de salud mental, y fue ahí donde conocí al doctor Jenks. Durante un buen rato no digo nada. No puedo. Solo la atraigo hacia mí, aunque sigo sentado al borde de la bañera, y le paso el brazo por los hombros. —Ya podrías meterte conmigo —rompe el silencio entre los dos, con un tono casi juguetón—. Te estás mojando igual. —Mmm… —le sonrío, pero mi mente va a mil por hora—. Bella… —¿Sí? —¿De verdad le crees? ¿Crees que tú tienes la culpa de lo que pasó? —le pregunto con suavidad. Respira con dificultad, se aparta de mí y se desliza un poco más dentro del agua. —Sé que no es racional, y el doctor Jenks me está ayudando a sacarla de mi cabeza, pero a veces… logra entrar —explica. —¿Alguna vez fue… física contigo? —No —responde, algo distraída, y niega con la cabeza—, pero muchas veces deseé que lo fuera. Lo que me hacía era peor, Edward. —Me mira a los ojos, suplicando que lo entienda. Pero lo entiendo. Más de lo que quisiera. —Lo sé… —digo con ternura. —Ella… me jodía psicológicamente todos los días que estuve con ella. Me decía que era inherentemente egoísta, que inconscientemente buscaba hacerle daño a la gente. Escarbaba en mi historia para encontrar información sobre mí y luego la usaba en mi contra. Me decía que, en el fondo, yo estaba feliz… de que ellos estuvieran muertos… —su voz se quiebra y aparta la mirada de golpe, intentando contener las lágrimas. —Jesucristo… —susurro, incrédulo. La atraigo hacia mí otra vez y bajo la cabeza para besarle la sien—. Sabes que todo eso es una completa mierda, ¿verdad? Asiente apenas. —Racionalmente, sí. Suelto un bufido frustrado. Me jode que pueda siquiera creer algo así, aunque sé perfectamente de dónde vienen esos pensamientos. —Sea racional o no, no lo creas. Asiente otra vez, mordiéndose el labio, y esta vez es evidente que está luchando por no romper en llanto. —Ey… —murmuro, con los labios rozándole la piel mojada mientras le rodeo los hombros con más fuerza. Ya tengo la camisa empapada—. ¿Por qué te daba tanto miedo contarme? Toma una respiración entrecortada, y luego otra, antes de empezar a hablar: —Porque a veces yo también lo creo… y tenía miedo de que tú también pudieras creerlo. —Su voz se quiebra y las lágrimas vuelven a deslizarse silenciosamente por su rostro. Cuando intento consolarla otra vez, prácticamente me caigo encima de ella, lo que la distrae de inmediato y suelta una risa ahogada. —Por Dios, Edward, ¿por qué no te metes de una vez? Y lo hago. Después de quitarme la ropa, me hundo en el agua detrás de ella. Se recuesta contra mi pecho, entre mis piernas dobladas, porque su bañera no es precisamente grande, pero carajo, el agua está muy caliente. Pasa varios minutos en silencio. Yo le paso los brazos alrededor y ella apoya la cabeza contra mi cuello y cierra los ojos. —Me dio tanta vergüenza después, Edward —susurra al final. —¿Vergüenza de qué, nena? —le pregunto en voz baja, sin entender a qué se refiere. —De intentar quitarme la vida —admite, casi sin voz—. Sentía que mi mamá, mis hermanos… estaban decepcionados de mí. —Ellos nunca podrían estar decepcionados de ti —le aseguro. No responde. —¿Ves mi nariz? —le digo tras otra pausa. Ella alza la cabeza para mirarme y yo libero un brazo para pasar el dedo índice por el puente hasta la punta—. ¿Ves que de perfil se ve recta, pero de frente está un poco chueca? —Muevo la cabeza de un lado a otro para que lo note. —Mmm… tal vez un poco —dice tras examinarme por unos segundos—, pero le queda bien a tu cara… ¿por qué? —Me la rompió mi mamá. —Carajo, Edward… ¿por qué? —Está desconcertada, y molesta. —Emmett… le gustaba Harry Potter. Leyó todos los libros. Ella se los compró en tapa dura, y un día cometí la osadía de tocar uno —le explico con sencillez. —¿Y por eso decidió romperte la nariz? —Está confundida, y creo que también en shock. —Me lo estampó en la cara. Está horrorizada, pero también tiene algo más ardiendo en los ojos. —Creo que voy a tener que matarla. Sonrío al instante y reprimo la risa. Mi madre es alta y Bella es una miniatura, pero habla en serio. —No siempre fue física, Bella, pero cuando llegaba a serlo, era después de meses de jugar con mi cabeza, cuando yo estaba tan al límite que era un manojo de nervios. Sabía que cuando me golpeara, al menos por un tiempo, todo pararía. Hasta lo deseaba. —Dios, qué deprimente somos los dos… —murmura. Apoyo la nariz y los labios en su cabello mojado y suelto el aire. —Pero el punto es que logré superarla. Eso es lo que tienes que hacer ahora, Bella. Sacarla de tu sistema. —¿Qué edad tenías? —me pregunta con voz suave, regresando al pasado. —Diez. Fue un par de meses antes de que nos fuéramos a vivir con el abuelo. Él me mandó a arreglar la nariz, pero antes de eso, los chicos de la escuela me decían Otis… como el de esa película. —¿Cómo es que en el hospital no notaban que siempre tenías heridas? —pregunta, casi girándose sobre el estómago. —Mi madre les pagaba bien para que cerraran la boca y repitieran las historias que ella inventaba. —Maldita perra —murmura. —Así que, sabiendo todo eso —continúo—, ¿no crees que puedo reconocer a alguien como ella a kilómetros? Suelta un murmullo, el tono casi sarcástico porque ya entendió a dónde quiero llegar. —Tú no eres tu abuela, Bella —le repito contra el cabello—. Y no me importa si tienes que gritarme o pelearte conmigo, pero tienes que dejar de darle poder sobre ti.
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)