30
22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita.
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Capítulo 30
Bella
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Tengo que aceptarlo: Edward me conoce. Más importante aún, me entiende. Pensé que no me gustaría, que me haría sentir vulnerable e indefensa a su lado, pero en realidad es todo lo contrario. Me siento segura. Protegida.
Carajo, no vuelvo a beber. No tengo idea de cómo terminé contándole la única historia que nunca quise que supiera -al menos por el momento-, pero lo hice, y con demasiada facilidad. Aún no sé bien cómo me siento al respecto. Definitivamente me siento más liviana por haberlo hecho, pero a veces también siento que me ahogo en el pánico.
Ya salió a la luz, y en ese sentido es un alivio. Ocultárselo a Edward solo lo hacía más pesado de cargar. Aun así…
Él no lo cree -eso de que soy como mi abuela-, pero claro que no lo cree. Supongo que una pequeña parte de mí siempre lo va a creer. Como Edward con sus disculpas, hay cicatrices que nunca sanan del todo. Lo del bebé… Carajo, no tengo idea de cómo va a resultar eso, pero por ahora me alegra poder sacarlo de mi mente un rato.
Se queda conmigo todo el fin de semana y luego se niega a volver al trabajo el lunes. No me hace gracia. No necesito un maldito niñero y me hace sentir como si no confiara del todo en mí. Pero no hay forma de hacerlo cambiar de opinión.
—¿Siempre has sido tan jodidamente terco? —le digo, sin impresionarme, incluso mientras intenta convencerme con esa sonrisa suya.
—A veces —responde simplemente—. Igual es un día de desarrollo para el personal. Los estudiantes no regresan hasta el martes —intenta justificarse.
—¡Ese no es el punto! —insisto, mientras él sonríe de lado y se encoge de hombros.
—Igual no voy a ir.
—¡Eres un fastidio! —espeté.
Su sonrisa se convierte en una mueca infantil.
—Deja de quejarte… ¿Qué quieres desayunar?
—¡Un novio que no sienta la necesidad de cuidarme como si fuera una niña!
—Si no respondes, te voy a hacer tostadas con vegemite. —Me ignora deliberadamente.
—¡Te van a despedir! —digo, sentándome en la cama y cruzando los brazos sobre el pecho.
—Oh, no. ¿Cómo voy a sobrevivir? —me imita con una sonrisa burlona, porque sabe que con esa sonrisa puede manipularme como quiere.
—¡Ya basta! —le exijo, antes de volver a esconderme bajo las cobijas—. Haz lo que se te dé la gana, entonces —murmuro contra la almohada.
Siento su peso mientras se inclina sobre mí en la cama.
—Recuerda que tengo campamento el martes, ¿sí? No voy a verte hasta el jueves por la tarde —me recuerda—. Ni siquiera voy a poder contactarte, así que solo hazme el favor, ¿sí?
Carajo, es cierto. Lo había olvidado por completo. Me lo dijo hace unas semanas, alguna clase de supervivencia en un mundo postapocalíptico.
—De nuevo, ¿a dónde es que vas? —pregunto, sacando la cara de entre las cobijas.
—Katoomba.
Suelto un suspiro profundo y cedo.
—Está bien… —musito.
Apoya su rostro contra el mío un momento, antes de apartarse para darme un beso tierno pero breve en los labios.
—¿Desayuno? —me recuerda.
—No tengo mucha hambre —admito.
—¿Aunque sea un café?
—Mmm.
Gime y se estira sobre mí para alcanzar mi inhalador.
—Tienes una cara de mierda, Bella —me dice mientras me lo pasa, escudriñando mi rostro con el ceño fruncido.
—Estoy bien —le aseguro, tomando el inhalador y tomando varios puffs.
No estoy exactamente bien. Me siento un poco mal. ¿Tal vez me estoy resfriando o algo así? O quizás todo este peso que he estado cargando se está manifestando físicamente -como el doctor Jenks siempre me advierte.
—Tal vez deberías ir al médico —sugiere, casi como hablando consigo mismo.
—Tal vez deberías dejar de ser tan paranoico —le contesto con sorna, tomándole la barbilla.
Él esboza una media sonrisa y se rinde antes de levantarse de la cama.
—¿Segura que no quieres tostadas? ¿Cereal?
—Café —respondo, cerrando los ojos con un suspiro cansado.
Tararea para sí mismo y luego sale del dormitorio. Un momento después lo escucho revolviendo cosas en la cocina.
Carajo, no es precisamente el hombre más doméstico del país, y después de varios minutos oyéndolo hacer escándalo empiezo a temer por mis electrodomésticos. Me levanto de la cama, me pongo las pantuflas y voy tras él.
—¿Vienes a supervisarme? —dice con una sonrisa cuando me ve sentarme en una silla del comedor.
Apoyo el codo en la mesa y dejo caer la cabeza sobre él, devolviéndole la sonrisa como respuesta.
—¿Segura que no quieres huevos? —ofrece, levantando la espátula.
—¿Se te olvidó que odio los huevos?
Esta vez saca a relucir toda su sonrisa.
—Te estaba poniendo a prueba. —Me guiña un ojo mientras yo resoplo, divertida.
—De verdad que sabes usar ese poder que tienes sobre mí, ¿no?
—¿Qué poder sería ese? —pregunta, colocándome una taza de café enfrente y sentándose con un plato repleto de huevos revueltos y tocino.
—El poder que solo alguien con una cara tan bonita puede tener —lo molesto, llevándome el café a los labios e inhalando su aroma. Sabe exactamente cómo me gusta.
—No tengo una cara bonita —objeta, tras tragar un bocado.
Alzo una ceja, incrédula. Seguramente es consciente de lo malditamente guapo que es.
—¿En serio?
—En serio.
—¿Quieres que te lo recuerde?
—¿Cómo? —Las comisuras de sus labios tiemblan tratando de contener la sonrisa.
—Hoooooola, señor Cullen —imito a la colegiala que vimos en nuestra primera cita, pestañeando exageradamente.
Inmediatamente se sonroja y baja la mirada a su plato.
—Son solamente niñas… llenas de hormonas —murmura.
—¿De verdad no ves cómo te miran las mujeres?
—¿Cómo… me miran? —Debe estar haciéndose el tonto, porque en serio, nadie puede ser tan despistado.
—Dios mío… —murmuro, sin poder creerlo—. Carajo, Edward, ¡eres puro sexo con piernas!
Su rostro se pone rojo y se ríe para sí. Es evidente que lo he avergonzado.
—¿Cómo diablos logras decir todo lo que piensas tan fácilmente?
—¿La verdad, dices? —inclino la cabeza, pensativa. Al principio creí que se debía a que él era tímido e inseguro, pero es evidente que ni siquiera es consciente de su apariencia. Solo puede significar una cosa: todavía cree en lo que su madre decía de él.
—Eres mi novia, se supone que tienes que decirme esas cosas —murmura, llevándose otro tenedor de comida a la boca, sin levantar la vista.
Apoyo el mentón en la palma de la mano y lo observo un momento.
—Si fueras feo, Edward, créeme que te lo diría.
Casi se atraganta, y le toma varios segundos recomponerse después de toser con el puño cerrado.
—Carajo, qué directa eres.
—Mmm… —reflexiono—. Pero ¿ves qué difícil es?
—¿Qué cosa es difícil? —pregunta, con expresión confusa.
—Tu madre se metió tanto en tu cabeza que no ves lo que todos los demás vemos con absoluta claridad —respondo, suavizando la voz, con cuidado de no herirlo.
Carraspea, incómodo.
—Bella…
Niego con la cabeza.
—Me pasa igual. Aunque todo esté distorsionado, tengo que luchar todos los días para… para ponerlo en silencio.
—Ahora llevo esa carga por ti, ¿recuerdas? —me dice con dulzura.
Asiento, sintiendo que se me cierra la garganta.
—Lo sé… Y yo estoy cargando la tuya por ti.
Me sonríe, una sonrisa que es probablemente demasiado vulnerable.
—Escúchame bien. Eres demasiado honesta para que alguien te considere narcisista.
Sonrío y suelto un largo suspiro.
—Maldita sea… no puedo creer que te lo conté.
—Me alegra que lo hayas hecho, porque ahora sé contra qué estás luchando —responde, tomándome la mano y apretándola.
—Cristo, no quiero volver a hablar de eso jamás.
Hace una pausa, y cuando levanto la mirada, está sonriendo para sí.
—Fuiste tú quien lo mencionó, ganza.
Casi me echo a reír.
—Lo sé. Solo ignórame.
—No podría aunque quisiera. —Vuelve a sonreír.
Ahora soy yo quien se sonroja, y para romper la intensidad de su mirada, vuelvo a tomar el café y doy un sorbo.
—¿Estás bien? —me pregunta después de un rato en silencio.
Resoplo con sarcasmo, aunque no con mala intención.
—¿Define «bien»?
—¿Estás tan jodida como yo? —bromea, y esta vez mi risa es genuina.
—Estoy bien.
—Lo estarás, nena —su voz baja a un susurro, y este hombre… Es tan adorable que podría llorar.
—¡Para ya! —Trato de disimular el sollozo, pero no lo logro. Su sonrisa se vuelve tierna, y al borde de las lágrimas, me pongo de pie de golpe—. Tengo… que darle de comer a Oppa.
—Ya lo hice —me informa, tomándome de la mano y haciéndome sentar de nuevo.
—Claro que sí —murmuro, obedeciendo de todas formas—. Es una locura —digo al cabo de un rato.
—¿Qué cosa? —pregunta, alzando las cejas.
—Tú… a veces pienso que saliste de una película de Disney.
Le parece divertido, aunque lo oculta bajo la respiración.
—Aunque soy pasivo y lleno de inseguridades —me cita a propósito.
—Dios, soy una bruja —admito.
—Solo bromeaba, y no eres una bruja. —Devora otro bocado, luego bebe un trago enorme de café—. ¿Qué quieres hacer hoy?
Me encojo de hombros.
—Quedémonos aquí. No quiero salir con esta lluvia.
Me observa un segundo más de lo normal, y sé que lo nota; esa mezcla de pánico y tristeza volviendo a caer sobre mí. Una cosa que noté muy pronto sobre Edward es que, al haber sido criado por una narcisista, tiene una intuición inusualmente desarrollada. Muchas veces se da cuenta antes que yo de que estoy por caer en depresión, y ahora lo sabe. He estado luchando por mantenerla a raya desde mi confesión borracha, y aunque en general lo he logrado, muchas veces no.
Como todo lo relacionado con eso, llega sigilosamente, como una pesadilla en medio de un sueño tranquilo. Me toma por sorpresa y suele atraparme por la garganta antes de que me dé cuenta. Ya ni siquiera trato de resistirme; no tiene sentido. Luchar solo lo prolonga, lo empeora. Descubrí que, si lo dejo pasar sin resistirme, suele irse sin dejar demasiadas heridas.
Volvemos a la cama, porque Edward sabe que cuando caigo en ese estado mental lo único que quiero es dormir. Cuando despierto de nuevo es mediodía, pero una tormenta ruge afuera, oscureciendo la habitación.
Con un gruñido, me giro y me acurruco contra él, rodeándole la cintura con los brazos, y como suele hacer, me pasa el inhalador. Es tan sobreprotector que no sé si se debe a su naturaleza cautelosa o a otra faceta del tormento de su madre.
—¿Hey? —dice en voz baja tras varios minutos de silencio.
—¿Mmm?
—¿Alguna vez has pensado en volver a hacer el HSC?
—Ya lo hice… hace un par de años —admito en un murmullo.
—¿Sí? —Se aparta para verme la cara, sorprendido.
—Sí —respondo simplemente.
—¿Y cómo te fue?
—Noventa y seis.
Sus ojos se agrandan antes de que su expresión se suavice con calidez.
—Bueno, eso no me sorprende.
Suelto el aire en un murmullo perezoso.
—¿Y pensaste en ir a la universidad? —pregunta.
—No puedo costearlo.
—Pero… podrías hacerlo a distancia.
Niego con la cabeza.
—No, no con lo que pensaba estudiar…
—¿Qué pensabas estudiar?
—No importa.
—Bella… —empieza, pero lo interrumpo.
—Edward, ya basta —me quejo.
Suspira, empezando a sonar molesto.
—Y después dices que el terco soy yo…
—No tiene sentido ilusionarse con algo que no va a pasar —trato de justificar.
—Si necesitas dinero para la matrícula… —Sí, su intuición es aguda, porque se detiene justo antes de que pueda reaccionar.
—Carajo —murmuro.
Se incorpora y se queda mirando al frente, con los brazos apoyados sobre sus rodillas levantadas. Está frunciendo el ceño para sí mismo.
—¡¿Y ahora qué?! —pregunto con un bufido.
Gira la cabeza para mirarme, con los ojos afilados.
—¿Qué soy para ti? —me suelta—. Dímelo, Bella.
Me incorporo a su lado y dejo escapar un suspiro pesado.
—No es así —digo en voz baja.
—Entonces ¿cómo es? —exige, elevando la voz, y carajo, Jake no lo conoce en absoluto.
—¡No me grites!
Niega con la cabeza, bufando con amargura.
—Si no vas en serio conmigo, solo dímelo de una puta vez. Prefiero irme ahora que perder diez años.
—¡¿Qué?! —exclamo, completamente incrédula—. ¿De dónde viene todo esto?
—Vamos, Bella... —resopla otra vez y se da la vuelta, pasándose los dedos por el cabello.
—Eh... perdón si me equivoco, pero ¿no fuiste tú quien dijo hace poco, y cito: «No quieres casarte, ¿o sí?», como si yo fuera la que te estaba presionando o algo así? —Tal vez exageré un poco el tono con el que lo dijo, pero esa frase me ha estado pesando en el estómago desde entonces. No tengo idea de por qué.
Bueno... tal vez sí la tengo.
Su expresión se vacía y la boca se le abre.
—Yo... no lo dije con esa intención —responde, malditamente flojo.
—¿Con qué intención entonces? Te estaba contando sobre Alice y mi hermano, y tú lo soltaste como si quisieras anticiparte. Así que no vengas ahora con esa mierda de que yo no voy en serio —le grito, y cuando me voy a bajar de la cama, él me agarra la mano.
—¿Tú... tú quieres casarte? —pregunta, y no tengo ni idea de lo que pasa por su cabeza, solo que me está volviendo completamente loca.
—¡Dios mío! —suelto—. No puedo con esto. —Le suelto la mano de un tirón y salgo hecha una furia de la habitación.
¿En serio espera hasta que empiezo a derrumbarme para ponerse intenso? Estoy tan alterada que ni siquiera sé si estoy reaccionando de forma racional.
Entro de golpe al baño y, mientras me quito el pijama, abro la ducha y me meto bajo el agua. Edward me sigue, se apoya en el lavamanos y mete las manos en los bolsillos delanteros.
—Lo siento —murmura después de varios minutos.
Suelto un suspiro que termina convirtiéndose en un gruñido audible. Abro la puerta de la ducha para echarle un vistazo.
—Necesitamos una nueva palabra.
Su sonrisa se curva de forma desigual, llena de inseguridad, y me siento como una perra otra vez, a pesar de lo frustrada que estoy con él.
—¿Qué...? —frunce el ceño.
—La mitad del tiempo no sé si te disculpas porque es algo que llevas en la sangre o porque de verdad te arrepientes —le explico.
—Me arrepiento de verdad —responde con voz suave, bajando la mirada—. Solo... quiero saber si esto que tenemos va a algún lado —habla mirando al piso.
Bufando, vuelvo a meterme bajo el chorro de agua y cierro la mampara con un golpe.
—¿Alguna vez te he dado la impresión de que solo quiero ser amigos con derechos? —pregunto finalmente, con la frustración volviendo a subir.
—No —admite—. ¿Y yo?
—¿Aparte de insinuar que no quieres casarte? No.
—Te ofrecí comprarte un bebé la otra noche, ¿no? —me recuerda, y no tengo idea de qué emoción quiere hacerme sentir. Cristo, este hombre.
—Ay, por Dios.
—Bella...
—No me sentiría cómoda aceptando miles de dólares de ti.
—¿Por qué no? —pregunta, de verdad curioso. Y herido.
—Porque, ganzo —abro la mampara y le lanzo la toallita de la cara—, en este momento todavía estamos en la zona de novio y novia, y si eso lo tomas como una señal de que quiero algo más, ¡te mato!
Él sonríe con picardía.
—¿Quieres algo más?
—Yo... ¿qué? ¿Te estás burlando de mí?
—Jesucristo —murmura para sí mismo, bajando la cabeza un momento antes de alzar la vista para mirarme—. ¡Bella, no te habría ofrecido pagar tu jodida matrícula si no estuviera en serio contigo! ¡Por el amor de Dios! El hecho de que me rechazaste me hace pensar que, si te pidiera que te casaras conmigo, probablemente dirías que no.
Está molesto otra vez, y de verdad no entiendo por qué. Solo sé que a veces hablar con él me hace sentir bipolar.
—¿De verdad crees que pedirme que sea tu esposa es lo mismo que ofrecerme dinero? ¿De verdad? —le suelto con rabia.
Me mira durante un buen rato, con los ojos clavados en los míos, el ceño profundamente fruncido, hasta que explota.
—¡Ya no sé ni qué carajos estoy diciendo! —revienta, antes de salir de la habitación de golpe.
Un momento después, escucho la puerta principal cerrarse de un portazo, seguida del rugido del motor en el garaje.
Está bien, Jake tenía razón: sí se aleja... pero no sin darme un sermón primero.
Vuelve aproximadamente media hora después, cargando una bolsa plástica que levanta como si fuera significativa.
—Traje algo de almuerzo —murmura, avergonzado.
Yo había estado considerando llamarlo, con el estómago hecho un nudo, y al verlo, me inunda el alivio. Le extiendo la mano. Él la toma y se sienta a mi lado.
Deja la bolsa -que parece contener pescado con papas fritas- sobre la mesa de centro, se vuelve hacia mí y me envuelve entre sus brazos.
—Lo siento —murmuro al soltar el aire y rendirme contra él—. A veces estoy completamente mal de la cabeza.
Gira la cabeza y me besa la sien.
—No eres tú, nena —dice suavemente contra mi cabello—. Eres honesta y directa. Yo solo... yo solo soy un desastre en todo esto.
—No lo eres —le aseguro—. Solo que eres demasiado malditamente bueno para mí.
Se ríe entre dientes.
—Okay, a veces sí estás mal de la cabeza —me molesta.
Suelto una risa a medias, y al esconder la cara contra su pecho, inhalo el aroma ridículamente seductor de su loción para después de afeitar.
—No estoy jugando contigo, Edward —admito en un susurro—. Si lo estuviera, habría terminado esto hace mucho.
Él respira hondo y lo suelta con fuerza.
—Bella...
—¿Mmm? —digo, alzando la vista mientras paso mi dedo índice por el puente de su nariz. En serio, no parece que se la hayan roto nunca.
—Voy en serio contigo... muy en serio. Solo que... —Deja la frase colgando mientras se lleva una mano a la frente.
—¿Solo que...? —lo animo a continuar.
—Es solo que... siento que estoy entrando en esto contigo a ciegas. La mitad del tiempo no sé qué se supone que debo hacer, y no quiero arruinarlo.
Cristo... este hombre criminalmente guapo y torturado. ¿Qué se supone que haga con él?
—No te sigo —confieso—. Solo dilo, lo que sea que te esté preocupando.
Él respira hondo otra vez antes de permitirse mirarme de nuevo.
—Siento que estamos estancados, y quiero avanzar, pero... ¿no sé dónde están los límites?
Niego lentamente con la cabeza; ahora sí me está perdiendo.
—Pero sí estamos avanzando... ¿o no?
—No, me refiero a si debo pedirte que te cases conmigo, si debería mudarme contigo... Cristo, ya te lo dije, soy un desastre en esto.
Esbozo una pequeña sonrisa y me inclino hacia él, apoyando la frente contra su hombro.
—Eres tan adorable.
—Hablo en serio —empieza a sonar frustrado otra vez, pero no puedo evitarlo y me obligo a reprimir mi reacción. Él murmura—: No estás ayudando.
Levanto la cabeza.
—¡Tonto! Solo sé honesto conmigo. Dime cómo te sientes y hacia dónde quieres que vayamos.
Él exhala de nuevo, pero esta vez sus hombros se relajan un poco con ese suspiro.
—¿Tú hacia dónde quieres ir?
Alzo una ceja con sospecha.
—¿Me lo estás devolviendo?
—No... —responde, aunque suena totalmente inseguro—. Jesús, Bella.
Gimo, pero solo para molestarlo, porque en serio necesita relajarse un poco. Y, aun así, es increíble cómo enfocarme en él... en nosotros... puede disipar la nube de depresión tan fácilmente.
—¿A qué le tienes miedo? Solo dímelo.
—Bésame primero —murmura, apartando la mirada de la mía otra vez.
—¿Eh? —balbuceo, sin entender.
—En nuestra primera cita, lo estaba arruinando, así que tú te ofreciste a besarme primero... —trata de explicarse, y enseguida capto a lo que se refiere.
—Aaah... okay. ¿Quieres mudarte conmigo? —le pregunto usando el mismo enfoque con el que él lo planteó al inicio.
—Quiero —responde sin dudar, antes de esbozar una sonrisa algo tímida—. ¿Tú quieres que me mude?
—¿A mi casa? ¿Y no a la tuya? —pregunto, con escepticismo.
—A tu casa —insiste.
—Puede que se sienta un poco apretado —señalo.
Él gime apenas.
—Sí o no.
—Sí.
Su sonrisa se ensancha y esta vez se relaja por completo.
—¿Cuándo debería mudarme?
—¿Cuándo quieres? Digo, la mitad de tus cosas ya están aquí, de todos modos.
—Mmm... después de que regrese del campamento. ¿Está bien? —me pregunta, y carajo, en serio parece un niño.
—Está bien.
—¿Segura?
—Ay, por Dios.
Él suelta una risa suave.
—Lo siento.
—Palabra nueva...
—¿Hmm? —pasa su dedo índice por mi frente, apartando el cabello de ella.
Niego con la cabeza y lo dejo pasar, porque no sería Edward si no se disculpara constantemente.
—Olvídalo.
Me suelta, se inclina hacia adelante y toma la bolsa plástica, sacando el envoltorio de papel con la comida de adentro.
—¿Tienes hambre?
—Sí —aunque no es cierto; empiezo a sentir que me estoy resfriando—. ¿Qué me compraste?
—Una battered sav. —La saca y me la entrega.
La tomo y le doy una mordida. A pesar de no tener apetito, me encantan estas cosas, y el guapo lo sabe.
—Entonces, si te vas a mudar aquí, ¿qué vas a hacer con tu casa? —pregunto al cabo de un momento.
—Mmm —mastica su hamburguesa, pensativo, y luego traga—. Estoy pensando en venderla y darle la mitad a Jake.
—¿En serio? —digo, sorprendida, porque siempre había sido firme con conservarla por su abuelo.
—Sí. —Se encoge de hombros—. Su padre está siendo un imbécil y creo que está a punto de estallar.
—¿Qué pasa?
—Lo está castigando por Ness... —empieza a decir cuando lo interrumpo.
—¿No se supone que ella les gustaba? —me indigno por ella, porque ¿quién no querría a Ness? Es dulzura pura.
Él resopla con amargura.
—Nunca les gustó. Todo fue una farsa, una puta actuación, y luego su padre le bajó el sueldo como represalia. Ahora gana menos que yo.
—¿Menos que tu salario de maestro? —pregunto, y asiente—. ¿Por qué...?
—Todo es por control con esos pendejos. Abue era igual, y Jake... lo único que quiere es establecerse con Ness y tener hijos —dice, sonriendo.
—¿En serio? —Me río, porque si no lo hubiera visto con mis propios ojos, no lo habría creído nunca. Aunque también me equivoqué totalmente con Edward al principio.
—Lo sé —coincide, negando apenas con la cabeza antes de darle otra mordida a su hamburguesa. Cuando vuelve a mirarme, me doy cuenta de que frunce el ceño—. Te estás enfermando, ¿verdad?
Suspiro, porque ya ni siquiera puedo convencerme a mí misma, mucho menos a Edward. Me duele la cabeza y empiezo a sentirme congestionada.
—Sí. Qué mierda...
—¿Vas a estar bien? —me pone el dorso de los dedos en la frente—. Estás caliente...
—Es invierno, todos se están resfriando. Sobreviviré.
—¿Tu asma empeora cuando estás enferma? —pregunta, con esos ojos afilados analizándome de cerca.
—No, no mucho —respondo, inclinándome para dejar la battered sav a medio comer sobre el papel grasoso en el que venía—. Edward, tienes que dejar de tratarme como si fuera a romperme. No me gusta.
—Solo me preocupo por ti —admite en voz baja.
—No tienes que hacerlo —le aseguro, porque es verdad.
Estoy bien.
Nota de traducción: Una "battered sav" es una comida típica de Australia y Nueva Zelanda que consiste en una salchicha (llamada "saveloy") cubierta con una masa similar a la de los fish and chips y luego frita. Suele servirse caliente, acompañada con salsa de tomate.