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22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita.
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Capítulo 32
Edward
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Bella está en problemas. En serios problemas.
Sabes que la situación es grave cuando una ambulancia cruza el Harbour Bridge a la hora pico con las sirenas encendidas. Y es aún peor cuando el paramédico que conduce baja la ventanilla para gritarles a los autos que se quiten del camino, mientras hace sonar el claxon una y otra vez.
Voy sujeto en el asiento trasero, frente a ella, escuchando cómo el segundo paramédico se comunica por radio con el Royal Prince Alfred. La cabeza me empieza a nublar, tanto por la adrenalina como por el peor virus que he tenido en mi vida. Realmente no puedo procesar nada más allá del pánico ciego que me domina. Tal vez sea una bendición, porque no entiendo los términos médicos que está usando. Aun así, el tono de su voz lo dice todo: es grave, muy grave. Para este punto, ya le han puesto un tubo para ayudarla a respirar y tiene parches de desfibrilador en el pecho. Están anticipando que su corazón se detenga, y no hay peor señal que esa.
Los doctores de urgencias la están esperando cuando llegamos, y mientras a Bella la llevan a toda prisa a Emergencias, me indican que espere en una sala. Me siento, entumecido y en shock, y tan jodidamente enfermo que siento que me voy a desmayar. Necesito una distracción, cualquier cosa, y sin pensarlo realmente, llamo a Jake.
Pasan apenas unos minutos de las cuatro de la tarde. Seguramente sigue en el trabajo, y me imagino que su secretaria contestará, pero no es así; él responde.
—Ey, amigo. ¿Qué pasa? ¿Ya estás en casa?
—Sí. Jake... Bella... Bella está en el hospital —le informo, sabiendo que sueno tan irracional como me siento; algo que él capta de inmediato.
—Carajo... ¿Está bien? ¿Qué pasó?
—No. Ella... intentó quitarse la vida. —La voz se me quiebra, y de golpe, me cae todo encima. Antes de poder evitarlo, antes siquiera de ser consciente, las lágrimas me llenan los ojos y se me deslizan por la cara. Me las seco con impaciencia.
—Jesús... —su voz baja de golpe, grave—. ¿Qué...?
—Fuiste a verla, ¿cierto? —lo interrumpo, mi voz reflejando la súbita desesperación—. Lo hiciste por mí, ¿verdad, Jake?
—Hermano, el viejo me mandó a Melbourne para una conferencia el martes. Acabo de volver hace unas horas, pero la llamé.
—¿La llamaste? ¿Cuándo?
—El martes por la noche. Sonaba bastante mal, pero se oía bien —explica—. ¿Dónde estás?
—En el Hospital Royal Prince Alfred.
—Perfecto. Voy para allá ahora.
Llega en diez minutos, caminando rápido hacia mí con el traje de tres piezas que sé que odia, y me envuelve en un abrazo de inmediato.
—¿Has sabido algo? —pregunta al soltarme.
—No —murmuro, volviendo a sentarme en la silla semiacojinada. Él se sienta a mi lado—. Llené el papeleo por ella y una enfermera me preguntó si tiene familia. —Suelto una risa seca y amarga—. Les di el nombre de su hermano, pero no tengo su número.
Me observa un momento, frunciendo el ceño.
—Hermano, suenas hecho mierda.
—Sí... —respondo, encogiéndome de hombros.
—Llamé a Ness. Vendrá pronto. No pude comunicarme con Emmett, eso sí.
—No hay problema. Gracias —murmuro, pero empiezo a sentirme entumecido.
Me aprieta el hombro con fuerza.
—Ey, ella va a estar bien —me asegura, sin sonar demasiado convencido.
—¿Sí? ¿Y si nada de lo que yo haga sirve de algo? ¿Y si siempre estuvo destinada a morir? —La voz se me vuelve a quebrar. No puedo evitarlo. No puedo contener nada.
—No digas eso —responde con el ceño fruncido, pasándome un brazo por los hombros.
Solo niego con la cabeza antes de bajarla para mirar el piso de vinilo bajo mis botas.
—Ed... —empieza, con un tono de cautela repentino—. Fui a verla el sábado en la mañana...
—Me lo dijo —respondo, con la mirada fija en mis botas de montaña todavía llenas de barro.
—¿Te lo dijo? —suena sorprendido.
—Sí. La conmovió bastante —levanto la mirada hacia él un segundo.
—Estaba muy afectada por lo que pasó. Pensé que estaría mejor si la empujaba a reconciliarse contigo —dice como explicación—. Hermano, yo...
Vuelvo a negar, sabiendo exactamente a dónde quiere llegar.
—No fue por nada que hiciste.
—¿Qué crees que pasó? —pregunta con tacto, tras una pausa.
—Estaba bastante borracha... —Mis pensamientos regresan al sábado por la noche y a lo mal que se vino abajo—. Me contó muchas cosas sobre lo que le pasó. No creo que lo haya planeado, simplemente se le empezó a salir todo.
—¿Crees que no soportó que tú supieras? —intuye.
—Sé que no pudo con eso.
—Mierda... —murmura para sí—. ¿Fue tan grave? ¿Tan malo como lo que tu madre te hizo a ti?
Suelto una risa amarga.
—Más o menos igual.
—Jesús —vuelve a decir en voz baja, antes de cambiar de tema—. ¿Cómo sobreviviste en las montañas con gripe?
—No lo sé. —Y es cierto. No lo sé—. Apenas recuerdo algo.
*V*
Las enfermeras van y vienen, y algunas se detienen a darme actualizaciones sobre Bella. Están estabilizándola antes de trasladarla a cuidados intensivos, pero eso es todo lo que me pueden decir.
—Un doctor se lo explicará mejor —me responde la misma enfermera con la misma frase genérica cuando me harté de que no me dijeran nada y me acerqué al puesto de triaje.
—¡Ha pasado casi dos horas! —le suelto, obvio.
—Lo sé. Trate de tener paciencia. Están haciendo todo lo posible —otra respuesta genérica—. ¿Quiere un café? —ofrece, como si eso fuera a cambiar algo.
—No —respondo, dándome la vuelta para regresar a la fila de sillas donde Jake sigue esperando.
Ness ha llegado, y al verme se pone de pie de inmediato y prácticamente se me lanza encima. Yo me aparto bruscamente. Mi reacción es más extrema de lo que había sido en mucho tiempo, y ella solo me mira con horror.
Supongo que, sin Bella para mantenerme en equilibrio, esto es lo que soy.
—Ay, Dios, Edward… ¡lo siento mucho! —declara de inmediato.
—Está bien —murmuro, avergonzado de mí mismo, incapaz de sostenerle la mirada mientras me dejo caer otra vez junto a Jake.
—Está bien, amor —lo oigo susurrarle—. No está en su centro ahora mismo.
¿No estoy en mi centro? ¿Cuándo lo he estado?
Pasa otra media hora y aún no me han dicho nada. Estoy a punto de perder por completo el control cuando el Dr. Jenks pasa caminando, al parecer en camino de salida. Al verme, se detiene de inmediato.
—Edward —se acerca a mí y extiende la mano. Se la estrecho—. Supongo que estás aquí por Bella.
Asiento y me pongo de pie junto a él.
—¿Sabes algo?
—Ven por aquí —me toma del codo y me lleva a un lado—. Me llamaron cuando sospecharon que había sufrido una sobredosis —me dice en confianza—, pero, Edward… no fue así.
—¿No fue así? —repito, en blanco. Pero eso tiene que ser una buena noticia, ¿no?
—Le hicieron un lavado gástrico por precaución, pero su estómago estaba vacío. También el informe toxicológico salió limpio.
—Entonces… ¿qué tiene? ¿Asma? —pregunto, y siento que las piernas se me doblan por el alivio. Al mismo tiempo, no me tranquiliza del todo, porque ¿qué pudo enfermarla tanto?
—Parece una neumonía —explica con voz pausada—, pero parece ser una cepa particularmente agresiva y resistente a múltiples medicamentos. Acinetobacter baumannii.
—Acin… —dejo la palabra a la mitad y niego con la cabeza, confundido—. Pero… ¿va a estar bien?
Él respira hondo, apartando la mirada por un momento.
—En este momento, no puedo asegurarlo.
—Pero… —apenas puedo procesarlo. ¿La gente todavía muere de neumonía? ¿Gente joven y hermosa como Bella?
Levanta la cabeza y me pone una mano en el hombro.
—Llegaste justo a tiempo, Edward. Me dijeron que la hiciste vomitar. Probablemente le salvaste la vida.
—Yo… yo pensé que se había tomado todas sus pastillas.
—Y por eso sigue viva.
Solo puedo quedarme mirándolo en blanco; casi sin poder procesar nada.
—Tú también suenas bastante enfermo. Voy a pedirle a un doctor que te recete algo —me da una palmada en la espalda, sacándome de mis pensamientos.
Asiento, aunque no lo escuché del todo.
—¿Cuándo sabré más?
—La trasladarán pronto a la UCI. Allí te darán más información.
Asiento de nuevo. No estoy seguro de poder hacer otra cosa ahora mismo.
—Prepárate. Es muy probable que esté conectada a un respirador durante varios días. —Su mirada es seria, y suspirando profundamente, se frota el entrecejo.
—¿Eso es… normal?
—En su caso, sí.
Se va, y aturdido, regreso donde está Jake, dejándome caer en el mismo asiento junto a él.
—¿Estás bien, hermano? —pregunta con expresión alarmada, extendiendo la mano para estabilizarme.
—No intentó quitarse la vida. Tiene neumonía —le digo en un murmullo.
Hay un momento de silencio, hasta que Ness pregunta:
—¿Qué tan grave es?
—Bastante. Tiene una bacteria que es resistente a los medicamentos —respondo, llevándome las manos a la cabeza. Mi mente está nublada y lenta, pero a la vez completamente saturada.
—Entonces… ¿va a estar bien? —pregunta Jake, con duda en la voz.
—No lo sé… —respondo, y me doy cuenta de que le estaba preguntando a Ness.
—Bueno, es joven, así que tiene buenas posibilidades, pero hay muchos factores involucrados. Tiene asma aguda, así que puede haber complicaciones —explica Ness, pero yo cierro los ojos y la desconecto. No puedo oír más.
Jake no dice nada, y eventualmente los tres caemos en silencio, cuando por alguna razón, decido romperlo. Estoy inquieto, y tal vez solo necesito seguir hablando.
—Me voy a mudar con Bella —le digo a Jake—. Puedes quedarte en la casa el tiempo que quieras. No me importa el dinero.
Él abre la boca, pero vacila.
—¿Estás seguro?
—¿De qué?
—De la casa.
Suelto una risa corta.
—Sabes que odio vivir ahí. Te la vendo, si quieres.
Él resopla.
—Jamás podría pagarla.
—Entonces dime cuánto sí puedes pagar.
—Edward… —dice frunciendo el ceño y evitando mi mirada—. Hermano, no estás pensando con claridad ahora.
—Bella y yo hablamos de eso el lunes por la noche. Está bien.
—Eso es genial, Edward, que tú y Bella se muden juntos —añade Ness.
Le devuelvo media sonrisa, pero Jake de pronto parece incómodo.
—No puedo aceptarlo —murmura, mirando al piso.
—No estás aceptando nada.
—En realidad… Ness y yo estábamos pensando en buscar un lugar juntos.
Asiento.
—Está bien. Entonces la vendo y la partimos mitad y mitad.
Ness contiene el aliento mientras Jake niega de inmediato con firmeza.
—Hermano, esa casa es tuya, no mía.
—Es la casa de Abue —le recuerdo—, y ¿tú crees que a él le habría importado que yo la pusiera a tu nombre? Sabía cómo es tu padre.
—¡No puedo dejar que hagas eso! —insiste, terco.
—¿Y cómo vas a pagar un lugar en la ciudad con lo que te está pagando ese cabrón?
Sus ojos se apartan otra vez de los míos y se cruzan con los de su novia.
—Íbamos a buscar algo por el oeste.
Niego con la cabeza, molesto solo de oírlo.
—No vas a hacer eso. A la mierda eso, y a la mierda él.
—Esa casa vale fácilmente veinte millones. Nunca podría pedirte algo así, hermano. ¡Jamás!
Suelto una risa seca, preguntándome si de verdad cree que no lo sé.
—¿Tú crees que la necesito? No significa nada. Bella está allá adentro, ¡muriéndose, mierda! —Le señalo la zona de urgencias mientras intento que no se me quiebre la voz—. Está muriéndose. El dinero no significa una mierda. No vale nada. No va a salvarla, así que vive como tú quieras. Haz lo que te haga feliz y no dejes que ese bastardo controle tu vida ni un segundo más.
Él asiente de inmediato, luego me pasa el brazo por el cuello y me atrae hacia él.
—Está bien. Hablamos después, ¿sí? Amor, ve a ver por qué carajos se están demorando tanto.
—Okay —dice ella con suavidad, y al ponerse de pie, su mano roza con delicadeza mi hombro.
Aun así, me tenso. No sé cómo reaccionar de otra forma.
—Escúchame —dice Jake con firmeza, atrayendo mi atención de nuevo—. Ella no se está muriendo, ¿de acuerdo? Bella no se está muriendo, carajo.
—Tal vez siempre lo estuvo…
—Tal vez tú solo eres un cobarde —me lanza, dándome un codazo en las costillas—. Deja de hablar así, ¿sí? O le voy a contar que estabas rindiéndote con ella.
No sé si fue por Ness, que es enfermera y quizá tuvo algo de influencia, pero veinte minutos después un doctor se me acerca. Me entrega una receta para antibióticos. Aturdido, le doy las gracias y la tomo, y justo cuando creo que se va a marchar, se acomoda la bata blanca hacia atrás y mete las manos en los bolsillos del pantalón.
—Isabella fue trasladada a cuidados intensivos. Te tiene registrado como su contacto más cercano, así que, si quieres acompañarme, puedo explicarte lo que está pasando con ella.
Me pongo de pie al instante.
—Está bien.
—Esperamos aquí por ti, hermano —alcanzo a oír decir a Jake, mientras el doctor me guía por un pasillo hasta una sala vacía con media docena de sillas alineadas contra la pared del fondo.
Este es el lugar donde te dan malas noticias. Por si haces un escándalo, pienso.
—Solo dígamelo de una vez —digo resignado.
—Está en estado crítico —me informa, con tono grave, y me mira como si ya estuviera muerta—. Por ahora no podemos decir más. Tenemos que esperar a ver cómo responde al tratamiento.
—¿Cómo responde al tratamiento? ¿Está diciendo que podría no funcionar? —La voz se me quiebra otra vez, y me aclaro la garganta con fuerza.
—Es posible —admite con un suspiro—. Tiene neumonía por Acinetobacter baumannii, y está mostrando resistencia a los medicamentos. Normalmente se trata con beta-lactámicos, un antibiótico de amplio espectro con compuesto de penicilina —agrega rápidamente, al notar que me está perdiendo—. De nuevo, solo queda esperar a ver cómo reacciona.
—¿Cuáles son sus probabilidades? —pregunto. No sé ni por qué.
Él niega con la cabeza; no quiere responder.
—Es demasiado pronto para calcularlo.
—¿Usted cree que va a morir? —le suelto. No estoy para más frases genéricas ni rodeos—. Solo sea honesto conmigo.
Me observa en silencio por unos segundos, serio, hasta que finalmente responde:
—Deberías quedarte con ella los próximos dos o tres días. Podría fallecer en cualquier momento.
*V*
Bella yace pálida e inmóvil. Lleva puesto un camisón hospitalario rosa claro, con cables y tubos que salen de debajo de él y la conectan a máquinas que emiten pitidos con sus signos vitales. El más grande está en su garganta, sujeto con cinta a su rostro, y ya no puedo ver si sus labios siguen azules. Lo único en lo que puedo pensar es que no es la primera vez que ha estado así. Abue me lo explicó después del accidente. Cómo funciona el soporte vital. Sobrevivió entonces contra todo pronóstico...
Solo que ahora está sedada y conectada a un respirador. No tiene lesiones cerebrales ni hemorragias internas, pero igual está críticamente enferma.
Tenemos pulseras a juego. Ella es la paciente y yo estoy clasificado como su familiar. No tenía idea de que me había puesto como su contacto más cercano; de que siente eso por mí. Solo hace que me sienta aún más como un maldito imbécil. El lunes inicié una pelea con ella porque no estaba seguro de lo que sentía por mí, cuando todo este tiempo lo había estado demostrando.
Ella me considera su familia.
Una de las enfermeras que la atiende me obliga a usar un tapabocas quirúrgico para no volver a contagiarla. También me trae cobijas adicionales porque la habitación de Bella está fría. Aunque tal vez solo soy yo, porque todavía estoy enfermo. Me da miedo acercarme a ella, tocarla, incluso respirar cerca de ella. La enfermera se da cuenta y me anima a hablarle. Insiste en que Bella puede oír lo que ocurre a su alrededor. Que me escuchará si le hablo; que incluso podría moverse.
No estoy seguro de creerle, aun mientras camino hasta su cama. Bella siempre me pareció perdida y vulnerable, y esto solo parece confirmarlo. No lo soporto, y alargo la mano para tomar la suya, pero me detengo de golpe. Me viene a la mente la imagen de Bella deshaciéndose en arena en cuanto la toque y yo teniendo que verla escurrirse entre mis dedos.
Me vuelvo hacia la enfermera otra vez. Su gafete dice Emily Young.
—¿Por casualidad tiene una copia de Orgullo y prejuicio?
—¿El libro?
—Sí.
—Puede que haya una copia en la biblioteca del hospital. Puedo buscar una. ¿Es su libro favorito?
—Sí —murmuro, a punto de sonreír—. Le pregunté quién era el señor Darcy y me llamó bárbaro.
Ella suelta una risa suave.
—Está bien, cariño, veré qué puedo hacer.
Sale de la habitación y regresa media hora más tarde con un ejemplar de bolsillo bastante usado.
—Tuviste suerte, era el último —dice al entregármelo.
—Gracias.
—De nada. ¿Quieres un café o algo? —¿Café? ¿Por qué todo el mundo me ofrece café?
—No, estoy bien —murmuro.
—En breve servirán la cena. Asegúrate de comer algo —añade antes de irse de nuevo.
¿Cena? Suena absurdo. ¿Esperan que tenga hambre? ¿Que me dé apetito?
Arrastrando una silla hasta el lado de la cama de Bella, me siento. Abro el libro en el capítulo uno. Luego me aclaro la garganta con esfuerzo y empiezo a leer en voz alta:
—«Es una verdad universalmente reconocida que un hombre soltero en posesión de una gran fortuna necesita una esposa». —Me detengo para reír—. Por supuesto que te gusta este libro, gansa —le digo, en tono de broma.
No se mueve.
Sigo leyendo durante toda la noche. No paro hasta terminarlo. No como. No duermo. Por más cansado que esté, no creo que pueda hacerlo. Cada pitido, cada sonido, me despertaría al instante.
—Este señor Darcy… soy yo —digo, casi con una sonrisa irónica—. Soy yo si no me hubiera jodido la vida mi madre. Y Elizabeth, ella eres tú. Cristo, eres tú. Así que… tal vez, si yo hubiera crecido diferente, aún habría esperanza para nosotros...
—¿Qué te pareció? —pregunta la misma enfermera, Emily, tomándome por sorpresa. Casi salto del susto.
—Un poco de libro para chicas —admito—, pero entiendo por qué le gusta. —Levanto la vista hacia las máquinas—. ¿Cómo está?
—Está estable —responde, sonriendo mientras anota los datos en la tabla de Bella—. Tenemos la serie en DVD. Si quieres verla, puedo traértela. ¿Sabes si Bella la ha visto?
—Eh... no estoy seguro. Es más de leer.
—Es buenísima —dice—. Apuesto a que le encantaría.
—Okay, está bien —cedo.
Su sonrisa se amplía.
—Será algo que puedan hacer juntos para pasar el tiempo.
Vuelve diez minutos después con el DVD. Después de abrirlo y sacar el primer disco, lo mete en el reproductor de la TV montada en la pared.
—Son seis episodios —explica, y tras encender el televisor me entrega la caja del DVD y los dos controles remotos.
Le doy las gracias, pero tengo que admitirlo: me da curiosidad ver cobrar vida a estos personajes que Bella tanto ama.
—Disfrútalo. Y si quieres dormir, hay almohadas y más cobijas en el armario.
Asiento, echando un vistazo al sofá bajo la ventana. Parece más o menos cómodo, supongo. Si tuviera intención de dormir. Que no la tengo.
—Deberías intentar dormir un poco, cariño. Se te nota que estás bastante enfermo —señala con gentileza. Y ahí está esa compasión que Bella tanto odia. De hecho, casi espero que reaccione, que se moleste… pero no lo hace.
Suelto una risa completamente descompuesta, y me veo obligado a explicarla porque la compasión de la enfermera se intensifica de golpe.
—No creo que pueda hacerlo.
—Está bien —responde con una sonrisa cálida esta vez—. Mi turno ya casi termina, así que te veo mañana por la tarde.
*V*
La actriz que interpreta a Elizabeth se parece un poco a Bella. Podrían ser los ojos, y me descubro riéndome en voz alta varias veces. Especialmente por la forma en que se ríe del Sr. Darcy cuando él la insulta, en lugar de ofenderse. Es exactamente cómo reaccionaría Bella. Aunque tal vez no tan educadamente, y probablemente con algún sarcástico «amor» metido por ahí.
De pronto, deseo oírselo decir. Más de lo que puedo entender. ¿Por qué carajo le pedí que dejara de hacerlo?
Veo esta maldita serie hasta que empieza a salir el sol, pero en algún momento después del tercer disco, me quedo dormido en la misma silla junto a Bella, con la cabeza apoyada contra el borde del colchón. Me despierto unas horas después con el sonido de la bandeja del desayuno siendo colocada sobre la mesa al pie de la cama.
Levanto la cabeza de golpe, miro a mi alrededor aturdido, tratando de ubicarme. Empiezo a toser con fuerza, y al girar la cabeza lejos de Bella —a pesar de que todavía tengo puesto el tapabocas del hospital— es entonces cuando lo noto.
La mano de Bella está entrelazada con mis dedos.