ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

36

Ajustes de texto
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 36 Edward . Bella… me está rompiendo el corazón. Pensé que podía soportar su dolor, pero no puedo. Me está destrozando y apenas estamos comenzando. A pesar del desastre que pareció ser nuestra primera cita conjunta, el Dr. Jenks me aseguró que ella logró un gran avance. A mí no me lo pareció. La llevé a casa y lloró toda la noche en mis brazos. Lloró tanto que su asma se descompensó y empecé a entrar en pánico pensando que se iba a enfermar otra vez. No dejaba de disculparse, una y otra vez, y supe que no era conmigo con quien se disculpaba. Tuve la impresión de que era con su hermanito, y me afectó tanto que acabé llorando con ella. Aunque hice todo lo posible por ocultarlo. Tengo que ser fuerte por ella ahora más que nunca. Y tengo que confiar en ella. Confiar en que va a salir de esto. El fin de semana fue un completo desperdicio. Estuvo entumecida todo el tiempo, casi parecía en estado de shock, pero el domingo por la noche empezó a sonreír de nuevo, a llamarme «guapo». Y a decirme que soy adorable. Pero no tuvimos sexo ni una sola vez. Y eso no es típico de ella. Cuando está estresada, el sexo es todo lo que quiere. Tengo que tomarlo como una buena señal, porque sé que usa el sexo como terapia, y lo retorcido del asunto es que la mayoría de las veces yo no tengo problema con eso. Nuestra siguiente sesión juntos es el miércoles, pero el lunes por la mañana el Dr. Jenks me llama para que lo vea en la tarde. —Toma asiento —me ofrece, después de llamarme a su oficina y sentarse en la silla frente a mí. —¿Qué pasa? —pregunto, sin saber si debería estar preocupado o no. —Bella me dio permiso para hablar contigo sobre ella. Creo que siente más confianza de que podré explicarte mejor sin alarmarte demasiado. —Ah… —digo, soltando el aire con alivio—. Está bien. —¿Cómo va? —pregunta, tomando su bolígrafo y su libreta. El archivo de Bella está sobre la mesa entre nosotros y es condenadamente grueso. —Está… mejorando, supongo. El viernes por la noche fue una mierda, pero el domingo empezó a estar un poco mejor. Asiente, y una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. —Eso es bueno. ¿Ya se había derrumbado así frente a ti? —Un par de veces, sí —respondo, y sus ojos se abren de sorpresa al instante. —¿En serio? —Sí. ¿Por qué…? —Nunca se ha derrumbado así conmigo. Se le llenan los ojos, pero siempre se contiene. El viernes fue la primera vez que la vi expresar una emoción real. Me quedo en silencio, reflexionando. Si Bella puede llorar frente a mí, eso tiene que significar algo. Tiene que significar que se siente cómoda conmigo. Segura. —Vi lo ansioso que estabas el viernes, Edward. Entiendo el porqué te afectó tanto, pero tienes que dejar que lo saque. Ha reprimido sus emociones durante tanto tiempo que, por más duro que sea presenciarlo, llorar es lo mejor que puede hacer. —¿Cuánto va a tardar esto? —le pregunto, porque no sé cuánto más puedo aguantar. —Un tiempo —es todo lo que responde. —¿Alguna vez dejará de culparse? Es todo lo que quiero ahora mismo. —Eventualmente lo hará. La culpa del sobreviviente puede ser muy difícil de superar, pero ella lo entiende racionalmente. Por desgracia, no recibió la ayuda que necesitaba en su momento, así que puede tardar un poco más. Pero creo que el viernes hizo un verdadero avance. —Sé lo de su abuela —le informo. —Me lo contó. Cree que eso fue lo que te hizo perder la fe en ella. Resoplo con frustración. —No he perdido la fe en ella —insisto. —Lo sé, pero la mente de Bella funciona de forma muy distinta. —Dímelo a mí… —murmuro con sorna, porque si alguien lo sabe, soy yo. Hace una pausa, parece evaluarme antes de continuar: —Te llamé hoy, Edward, porque quiero prepararte. —¿Para qué…? —pregunto de inmediato, en alerta. Carajo, ¿y ahora qué? —Bella nunca lloró la muerte de su familia. Vivió el trauma de perderlos, pero nunca se permitió hacer el duelo. Voy a trabajar eso con ella el miércoles. —Jesús… —murmuro, pasándome los dedos por el cabello—. ¿Cómo diablos no pudo llorarlos? —Era muy joven y fue una realidad enorme y aterradora para afrontar sola, así que se cerró. Estando con su abuela, su instinto de supervivencia se impuso por encima de todo, y eso la ayudó a salir adelante. Cuando recuperó sus recuerdos, se vio forzada a enfrentar de nuevo la idea del duelo. Desafortunadamente, sin nadie que la ayudara, se fue a un lugar muy oscuro, y… bueno… tú sabes lo que pasó. —Sí… —digo en voz baja. Sí que lo sé—. Espera… ¿y por qué nunca…? —no termino la frase, pero mi mente ya va a toda velocidad, y creo que empiezo a entender. —Era demasiado frágil —responde, como si hubiera entendido mi pensamiento inacabado, y es bueno saber que está en sintonía—. No podía arriesgarme a llevarla a un lugar tan doloroso estando sola. Hasta que te conoció, se había cerrado a todos. Si la enfrentaba a eso, no podía asegurarme de que no intentara quitarse la vida otra vez. —¿Se cerró incluso con Alice…? —pregunto. Bella habla mucho de Alice, y siempre creí que eran muy unidas. —Sí —asiente con gravedad—, con todos. —Entonces… ¿qué tiene que ver conmigo…? —me pregunto en voz alta, y él apenas sonríe. —Le hice exactamente la misma pregunta sobre ti —explica. —¿En serio? —siento que una sonrisa se asoma en mis labios—. ¿Y qué dijo? —Que eres «condenadamente guapo» —la cita con una ligera sonrisa. —Sí… —murmuro, incómodo, sintiendo que la cara me arde—. Me lo dice todo el tiempo. —Le resulta más fácil decir cosas como esa que confesar lo que realmente siente, pero créeme, luchará con todo para que sigas en su vida. Y carga con mucha culpa por haberte involucrado en su trauma. Me río con ironía. —Créeme, lo sé. Pasa de un extremo al otro: o me lo cuenta todo, o se cierra por completo. Nunca hay un punto medio. Y eso es lo único que quiero. Asiente una vez. —Es comprensible. Respiro hondo porque ya me siento abrumado, y supongo que sí necesito prepararme. —Entonces, tengo que dejarla llorar. ¿Qué más? —Obsérvala muy de cerca —agrega, y de repente se pone muy serio—. Asegúrate de saber dónde está en todo momento, y si notas que está retrocediendo, o se desconecta, o, lo más importante, si de repente parece feliz y despreocupada, contáctame de inmediato. —Santo Dios… ¿entonces podría…? ¿Cómo se supone que tenga fe en ella ahora? —Confío en que podrá manejarlo, pero será duro para ella, y no puedo asegurarte que no vaya a reaccionar mal. —No creo que esté lista —digo, con el cuerpo ya tenso y un torrente de incertidumbre—. El viernes fue mucho para ella. —Dijiste que va bien —me recuerda. —Sí… pero… —sacudo la cabeza, porque vamos, si yo no estoy listo, ¿cómo va a estarlo Bella?—. ¿Está bien lanzarle todo esto de una? —Llevo casi cuatro años preparándola para esto. Si no creyera que está lista, lo pospondría. —Sí, pero entonces me tocará recoger los pedazos… ¡tendré que volver a armarla! —Estoy furioso, y no soporto la idea de verla sufrir así otra vez tan pronto. —Esto es inevitable, Edward —dice con firmeza, evaluándome de cerca—. No puede seguir posponiéndolo, y mientras lo reprima, le hace mucho más daño. —Lo entiendo, pero… ¡carajo! —exclamo, pasándome otra vez la mano por el cabello—. El viernes fue un maldito desastre. —Y se recuperó bastante rápido —me devuelve mis propias palabras—. Edward, ¿ya olvidaste que ella te abrió su corazón? Lleva un tiempo derramándose poco a poco, y ya no queda mucho que la contenga. Si no está lista, me lo va a pelear y se cerrará. Pero si lo está, va a quebrarse con muy poco empuje. No será fácil para ninguno de los dos, pero nunca va a sanar mientras siga cargando con eso. Suspiro, y luego otra vez, frustrado. Pero me siento tan enfermo como enojado solo de pensarlo. —¿Debo advertirle? —Por favor, no —responde con alarma—. Hará todo lo posible por evitarlo. Eso deberías saberlo ya. —¿La estás preparando a ella o solo a mí? —lo acuso, mientras él suspira y baja la cabeza para masajearse la frente, con el bolígrafo entre los dedos. —No hay forma de prepararla que ella acepte. No se olvidó accidentalmente de hacer el duelo, Edward. Fue algo deliberado, y ha trabajado diez años para mantenerlo así. —Entonces… ¿crueldad por compasión? ¿Eso es? —Básicamente —asiente. —Carajo, está bien —murmuro, poniéndome de pie—. Debería irme. Ya tuve suficiente. No quiero oír nada más, y no tengo idea de cómo voy a lograr que Bella venga el miércoles. —Concéntrate en el objetivo de que ella esté bien, Edward. Eso es lo único que importa —concluye, levantándose detrás de mí y posando una mano en mi hombro mientras me dirijo hacia la puerta. Durante dos días me veo obligado a ocultarle lo que sé, pero es tan condenadamente perceptiva que lo nota de inmediato. —Carajo, ¿qué demonios pasó? —revienta finalmente el martes por la noche, después de que mis intentos por fingir se fueron completamente al carajo. —Él repasó conmigo lo que pasó el viernes, para ayudarme a entenderlo mejor desde tu perspectiva —miento, esperando que no vea a través de mí de inmediato—. Es solo que… odio verte tan mal. Hace una pausa, apartando la mirada mientras suelta un largo suspiro. —Sí, fue una mierda, pero ¿qué se puede hacer…? —¿Estás segura de que vas a estar bien? —pregunto, rodeándola con el brazo y atrayéndola hacia mí. —Voy a estar bien —murmura contra mi pecho, empezando a sonar distraída. —Te amo —digo contra su cabello, justo cuando exhala por la nariz. —Eres adorable, guapo. —Puedes llamarme «amor» si quieres —respondo. —Tú dijiste que no me estaba permitido —señala, echándose hacia atrás para mirarme con sospecha. Se me escapa media risa. —¿Desde cuándo me haces caso? Suelta una especie de resoplido, su sonrisa se transforma en una sonrisa ladeada mientras tira de mi camisa. —¿Quieres irte a la cama temprano? —Alza una ceja con intención y rápidamente agrega—. Cristo sabe que mañana probablemente estaré hecha un desastre, y estamos rompiendo nuestro promedio. —Está bien —murmuro, mientras una sonrisa se dibuja lentamente en mis labios. Han pasado cinco días y ya la extrañaba. *V* —Hablemos de tu madre, Bella —sugiere el doctor apenas nos sentamos frente a él. Le tomo la mano, entrelazo mis dedos con los suyos y aprieto con fuerza. Ella se vuelve hacia mí y me lanza una mirada inquisitiva, pero lo único que puedo darle a cambio es una sonrisa tensa. —¿Qué pasa con ella? —responde, volviendo la vista hacia él. —¿Cómo era? —Era una borracha neurótica —responde de inmediato, frunciendo el ceño. —¿Qué es lo que más extrañas de ella? —inclina la cabeza, sin apartar la vista de Bella. Bella se queda en silencio un momento, con el ceño fruncido aún más. —No lo sé… Era mi madre. —¿Algún arrepentimiento? Suelta el aire con un resoplido irónico. —Un maldito millón… ¿qué crees? Él asiente en respuesta. —Cuéntame uno. El que más se te queda clavado en la cabeza. —¡Que pensaba que era patética y débil! —responde con demasiada dureza, y ni siquiera está peleando con él como lo haría conmigo. —Continúa —la anima. Ella niega con la cabeza, de pronto con gesto molesto. —¿Quieres que hable mierda de mi madre muerta? —Quiero profundizar en lo que sientes respecto a ella. —No lo sé —responde con impaciencia—. Era miserable. Nos afectó a todos. —¿Y cómo te afectó a ti? —sigue presionándola, y ya me pongo tenso. Bella empieza a verse realmente irritada. —Ya te lo dije. —Pensabas que era patética y débil —recapitula él—. Eso debe molestarte ahora. —Por supuesto que me molesta, carajo. ¿Crees que habría pensado eso de ella si hubiera sabido que iba a morir? —El arrepentimiento es uno de los mayores obstáculos al enfrentar una pérdida, Bella. Necesitas hablar de ello —añade con una maldita calma. Sabe que la está alterando y no se inmuta. —Hablar de ello… —repite con sarcasmo—. Me arrepiento de todo, ¿de acuerdo? —Tiene que haber un incidente en particular —se inclina hacia delante en su silla. Ella retira su mano de la mía y se frota la frente con fuerza. —¿Uno? ¿Hablas en serio? Es mi familia de la que estamos hablando. ¡Hubo más de uno, carajo! —Por supuesto que sí, pero ¿cuál fue el más importante? —¡No lo sé! —espeta. —Sí lo sabes, Bella, y llevas diez años huyendo de eso. —¡Te digo que no! —insiste. —Sabes que sé que estás mintiendo. Quieres que Edward confíe en ti, tienes que ser honesta contigo misma. —¡Eso fue un golpe bajo, carajo! —estallo, casi levantándome de la silla. —Edward —me advierte, levantando la mano, con ese maldito bolígrafo todavía entre los dedos—. Bella —vuelve su atención hacia ella—, no era solo que pensaras que era patética y débil, ¿cierto? Ella solo niega con la cabeza, mirando rápidamente alrededor del consultorio como si estuviera contemplando salir corriendo. Me tenso, listo para sacarla de ahí si me da la señal. —¿Cierto, Bella? —repite, con un tono más firme, y Bella da un pequeño salto en su asiento. —N-No —balbucea. Su rostro empieza a palidecer, y sus ojos se abren con un miedo genuino. —Dímelo. —Y-Yo la odiaba —susurra—. La culpaba. —¿La culpabas por tu asma? —pregunta, suavizando de nuevo la voz. Ella asiente, distraída, mientras sigue lanzando miradas alrededor de la sala como lo hace cuando se despierta por una pesadilla. —Cuéntamelo. Cuéntamelo para que Edward y yo podamos ayudarte a superarlo —la anima, y de pronto quiero advertirle que la está llevando directo a una trampa. De hecho, tengo que hacer un esfuerzo físico para no levantarme de la silla. —Cada vez que me enfermaba… ellos-ellos peleaban por eso. Por mí —titubea, justo antes de levantarse de golpe. No sé si para huir o simplemente por inquietud, pero estoy a su lado de inmediato. —Edward. Déjala terminar —me advierte. —Bella… —¡Se culpaban entre ellos! Me usaban para tener ventaja uno sobre el otro, y no les importaba que yo los oyera, que los… los chicos los oyeran. —Da un paso atrás, y es evidente que sus instintos de huida ya están en marcha. Le tomo la mano. Está empezando a temblar. —Bella… —digo en voz baja, pero no tengo más palabras. Ella solo sacude la cabeza. —Siempre estuve enferma, siempre en e-en el hospital. —La resentías, ¿verdad? —su tono vuelve a suavizarse con empatía. —¡No tenía amigos! —exclama de repente—. Siempre estaba en la enfermería, no podía ir a los campamentos, ni jugar d-deporte. Todos me evitaban como si tuviera la peste, como si fuera malditamente contagiosa. —Es natural sentir rabia por eso, Bella. Pero tus padres usaban eso el uno contra el otro, ¿no? —Se gritaban, mi madre siempre estaba borracha y decía… decía las peores cosas… ¡decía que me iba a morir! Asustaba a los chicos. Me asustaba a mí. —Y llegaste a pensar cosas bastante oscuras sobre ellos —la incita a continuar, y sabe exactamente lo que está haciendo, porque Bella empieza a quebrarse. Asiente, con el pecho sacudido mientras las lágrimas comienzan a correr por su rostro. —¡Estaba t-tan enojada con ellos… con ella! —¿Qué deseaste para ella, Bella? —¡Deseé que estuviera muerta! ¡Que los dos estuvieran muertos! —su voz se eleva y luego se quiebra, y da otro paso torpe hacia atrás. —Y ahora no puedes deshacerlo —prosigue él, mientras yo me vuelvo a mirarlo con furia. Tengo en la punta de la lengua decirle que se calle de una maldita vez, pero sé que lo que está haciendo es justo lo que ella necesita. Ella niega con la cabeza una vez más, luego suelta mi mano otra vez y deja caer la frente entre las palmas. —No… No puedo. —Bella, todos los adolescentes tienen ese tipo de pensamientos sobre sus padres en algún momento; todos. La única diferencia es que la mayoría no pasa por lo que tú pasaste. —Se levanta de su silla, y yo me tenso al instante. Quiero interponerme entre ellos, pero no lo hago. Estoy intentando mantener la maldita fe. Fe en que él sabe lo que está haciendo, y fe en que Bella puede con todo esto. Ella se derrumba en sollozos, sus pequeños hombros se estremecen con cada uno, y eso me está destrozando el maldito corazón. —¡R-Rezaba para que se murieran para no tener que sentir más que mi sola existencia era la causa de sus problemas! ¡Y no puedo deshacerlo! ¡No puedo pedir perdón! ¡No puedo verla otra vez y decirle que no lo decía en serio! —Te está impidiendo extrañarla, ¿verdad? —añade él, y en respuesta Bella asiente con un movimiento brusco de cabeza. —P-pero sí la e-echo de menos —balbucea, mientras las lágrimas se intensifican y su pecho sigue convulsionando con cada sollozo—. D-de verdad que sí. Extiendo los brazos para atraerla hacia mí, pero con una sola mirada severa, el Dr. Jenks me detiene. Me lanza esa advertencia silenciosa de que, si doy un paso, podría arruinarlo todo. —Tienes derecho a extrañarla, Bella —le dice—. Es solo tuyo ese derecho, el de extrañarlos sin remordimientos. Durante los siguientes minutos, el único sonido en la sala son los llantos de Bella. Está completamente rota, encorvada, con la cabeza enterrada en las manos. Yo solo estoy a su lado, jodidamente impotente, con los brazos rígidos a los costados. Varias veces el doctor levanta el dedo, advirtiéndome en silencio otra vez, mientras yo contengo la respiración temiendo lo que está por venir. Y entonces sucede. —Y-yo ni siquiera p-pude decir a-adiós —suelta de golpe, levantando la cabeza mientras su rostro entero se deshace en dolor. Se vuelve hacia mí entonces, con los ojos llenos de tormento y suplicantes. —Ed-Edward… —susurra, y eso es demasiado para mí. La atraigo con fuerza contra mí y la encierro en mis brazos. La sostengo durante varios minutos. No digo nada, porque no hay nada que pueda decir. No puedo decirle que todo está bien, porque no lo está. Pero ella tiene que estar bien. Más le vale estarlo, o juro que voy a matar a este cabrón frente a mí. Él está a unos dos metros de distancia, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón, observándola con paciencia. Y entonces lo siento. Ese momento en el que se quiebra contra mí. Se sacude, un jadeo se le escapa del pecho, su cuerpo entero tiembla, y de repente empieza a tener dificultades para respirar. En pánico inmediato, saco el inhalador del bolsillo y se lo meto en la boca. Pero no responde. Está desplomada contra mí, con la expresión en shock y los ojos abiertos, perdidos. Luego empieza a sacudir la cabeza, lentamente al principio, hasta que va cobrando impulso. —N-No… Y-y-yo no q-quiero hacer esto —declara, apartándose bruscamente de mis brazos y llevándose ambas manos al cabello—. ¡Sé lo q-que están haciendo! —No está lista —le digo al doctor, suplicando, y, Dios… sus labios están empezando a ponerse azules otra vez. —Está más que lista —replica él, completamente impasible, con los ojos fijos en ella—. Ellos murieron, Bella. No van a volver, y tienes que despedirte. Tienes que terminar con esto. —¡YA LO SÉ! —grita—. ¡¿Crees que no lo sé?! ¡No me tra-trates como a una niña! —Es hora de decir adiós… —repite con calma. Ella vuelve a sacudir la cabeza, como si intentara entender lo que está ocurriendo. —Y-yo no sé cómo —susurra. —Deja de reprimirlo —le indica—. Suéltalo. Deja salir el dolor. No va a matarte, y no estás sola. —¡Siempre voy a estar sola! —insiste, con la voz cada vez más rota. —No estás sola, nena… ¡me tienes a mí! —le prometo. —¿Por cuánto t-tiempo? —me lanza. Las lágrimas la han invadido por completo, y ya ni siquiera intenta secarlas. —Por siempre. Me mira por un momento, con una expresión de derrota repentina. —Eso no existe. —Entonces hasta mi último aliento. Hasta que seamos viejos y canosos. Cásate conmigo, Bella, ¡y nunca te dejaré! Suelta una especie de risa, como nacida de la ironía, mientras su pecho vuelve a sacudirse. —Eso fue una p-propuesta por lástima. —¿Lástima…? —repito, incrédulo—. No se supone que deba romper tus reglas, ¿recuerdas? —Pero siempre las r-rompes. —Porque soy un desastre —digo con una sonrisa—. Necesito que me pongas en cintura. —No dejes que desvíe la atención, Edward —interviene el Dr. Jenks, haciéndome volver la vista hacia él. —Ya fue suficiente —respondo. —Está a punto de lograrlo —insiste, mientras su mirada se dirige de nuevo a ella—. Bella, terminemos con esto, así podrás casarte con Edward. Podrás empezar a vivir. —¿Terminar qué? —revira ella de inmediato. —¿Estás dispuesta a perderlo solo por aferrarte a eso? —le lanza, y sus ojos se clavan en los míos con una advertencia silenciosa. Bella se vuelve hacia mí, los ojos entrecerrados, y en un instante pasa del dolor a la furia. Y me doy cuenta de que centrarla en mí en lugar de en el Dr. Jenks puede haberla hecho retroceder. —Dime que está jugando conmigo, Edward… ¡dímelo! —me exige, secándose las lágrimas, con una mirada que podría matarme. Pero yo sé… sé lo que tengo que hacer. Hago una pausa, la observo, tan rota como está incluso mientras intenta mantenerse en pie. Luego, con un profundo suspiro interior, sacudo la cabeza con pesar. —Tienes que arreglarte, Bella, o no vamos a funcionar —admito en voz baja, apartando la mirada y clavándola en el suelo. Escucho el jadeo que se le escapa, la veo alejarse tambaleante por el rabillo del ojo, y mi pecho se aprieta con fuerza. —¡Pues que te jodan! —escupe con una furia brutal; luego da media vuelta y se dirige a la puerta. Voy tras ella de inmediato, pero de repente se detiene. Se queda paralizada, con ambas manos cubriéndose la boca. —¿Bella…? —la llamo con cautela, extendiendo la mano hacia ella. La culpa me está destrozando. —C-creo que voy a vomitar —dice con voz débil, ahogada detrás de las palmas, y me muevo de inmediato. Hay un gabinete con fregadero al lado derecho del consultorio; la guío hasta ahí, y llegamos justo a tiempo. Vomita una y otra vez, respirando con dificultad, ahogada en nuevas lágrimas, mientras sus piernas apenas la sostienen. Tengo que sujetarla para que no se derrumbe. —¡Te dije que no estaba lista! —me vuelvo hacia el doctor, acusándolo, pero él sigue demasiado tranquilo, y eso me está sacando de quicio. —Esta es una purga que necesita —responde. Y maldita sea si no lo es. Pero ella sigue luchando, aferrada al borde del mesón, negando con la cabeza una y otra vez. —¡Ya me despedí! —grita una y otra vez, mientras el Dr. Jenks sigue presionándola. La presiona tanto que tengo que hacer un esfuerzo titánico por no intervenir. —Estás mintiendo, Bella —le responde, manteniendo el tono deliberadamente sereno—. Los tres en esta sala lo sabemos. —¡No estoy mintiendo! —le grita de vuelta. —Entonces, ¿por qué estás aquí? —Bella, por favor… —le ruego. —No por ellos… no así —insiste, soltando el mesón y aferrándose a mis brazos, que aún la rodean—. Edward… —Me estás peleando porque sabes que tengo razón. —Edward… —vuelve a suplicarme. —Carajo, nena. Tienes que… —¡No quiero! —me interrumpe con fuerza. —Díselo, Edward —me ordena el Dr. Jenks. —Tiene razón —digo, cerrando los ojos con fuerza y maldiciéndolo por dentro. Ella niega con la cabeza, más fuerte esta vez, con más firmeza. —¡Ya lo hice, Edward! ¡Por favor, créeme! —se derrumba contra mí, y yo la sostengo con fuerza para mantenerla de pie. —Tienes que escucharlo —le imploro; mi voz está a punto de quebrarse, y me obligo a controlarme. —Bella —dice el Dr. Jenks, respirando hondo—. Te estás encogiendo porque tienes miedo, pero no hay nada que temer. —No es cierto… —gime. —No vas a caer, nena —le prometo, porque sé que eso es lo que más teme. Ella misma me lo dijo—. Estoy aquí. Te tengo. —Es hora de soltarlo, Bella —repite el doctor, y no entiendo cómo puede mantenerse tan impasible. Está completamente inalterado ante su resistencia, ante su dolor. —Edward, por favor… —solloza, rompiéndose de nuevo por completo, pero yo me mantengo firme. Está empezando a ceder. Lo siento; siento cómo la abruma. Con cada respiración se debilita más mientras se sostiene en mí. Y entonces… la consume por completo. Nota de la autora: Carajo, eso fue intenso. Bella va a mejorar mucho después de esto. Lo prometo. Luego ocurrirá algo interesante…
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)