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22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita.
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Capítulo 38
Edward
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El doctor Jenks me asegura que Bella está un ochenta por ciento mejor y que el resto vendrá con el tiempo, de forma natural. Pero nunca va a estar completamente bien. Perdió a toda su familia; no es posible superar algo así por completo, pero como yo también estoy marcado para siempre, tenemos eso en común.
De verdad pensé que necesitaría más de una sesión para abrirse, pero no fue así. El doctor tenía razón. Con una sola bastó para romperla por completo. Pensé que la primera -la que trató su culpa de sobreviviente- había sido dura, pero la segunda fue peor. Se desmayó y apenas si la alcancé a tiempo para que no se golpeara la cabeza. Cuando volvió en sí unos segundos después, perdió completamente el control; fue peor que lo que pasó en el túnel del puerto.
Estaba histérica, no podía respirar, y el doctor Jenks me dijo que tal vez tendríamos que internarla unos días… en una clínica psiquiátrica. Estuve a punto de perder el control con él, porque no había ni una jodida posibilidad de que la dejara en uno de esos lugares.
Durante dos meses después, fue como un fantasma. Me miraba sin verme, lloraba todo el tiempo, y cuando no lloraba, dormía. Tuve que repetirme una y otra vez que era normal. Que estaba atravesando un proceso natural que no había vivido diez años atrás, porque me estaba destrozando. Tomé más tiempo libre del trabajo para quedarme con ella. Le expliqué a mi jefe lo que estaba pasando con Bella. Fue comprensivo, pero, ¿qué más podía hacer? Llevo siete años trabajando con ellos y hasta que Bella enfermó de neumonía, no había pedido ni un solo día por enfermedad. Habría renunciado si no me lo permitía, pero lo hizo.
El doctor Jenks pasó por la casa un par de veces para ver cómo seguía. Me dijo que iba bien, que estaba comportándose «normalmente», y que solo necesitaba tiempo. Considerando que ya habían pasado diez años y que Bella había atravesado muchas etapas del duelo por su cuenta, estaba seguro de que saldría adelante más rápido.
Y poco a poco, empezó a mejorar. Volvió la luz a sus ojos, después su sonrisa. Y luego su libido. Para Año Nuevo ya había regresado. Logré mantener la fe en que lo lograría. No tengo idea de cómo. Ya no me preocupa que pueda hacerse daño. No del todo, al menos. Y no creo que eso desaparezca nunca. Solo tengo que asegurarme de que ella nunca se entere.
Desde entonces no ha vuelto a tener pesadillas, pero aún tiene días malos. Aunque ya no huye de ellos, ni me excluye. Es honesta cuando le pregunto cómo está, incluso si le pregunto demasiado. A veces suspira como si la agotara, pero igual responde.
—Carajo, Edward, ¿vas a atormentar mi existencia para siempre con esa maldita preocupación tuya? —eso es lo que me dice a veces, pero si soy sincero con ella, se ablanda.
—Sí —suelo responder, y entonces sonríe y dice que soy adorable.
Me preocupaba que saliera de todo esto siendo alguien completamente distinta. Que ya no la reconociera, pero no fue así. La persona que me permitió ver siempre fue ella. Yo era la única excepción, pero ella también ha sido siempre la mía.
Ojalá pudiera decir que estaba ciento por ciento seguro de que aceptaría mi propuesta, pero no lo estaba. La conozco lo suficiente como para saber que, si pensaba que le pedía matrimonio por lástima, me mandaría al carajo sin pensarlo. Jake me convenció de juntar el coraje y pedírselo. Tenía el anillo desde nuestro aniversario. Iba a pedírselo esa noche, pero dudé y terminé regalándole unos aretes. Le encantan esos malditos diamantes, nunca se los quita, y me hace sonreír verla usarlos. Luego tocó fondo y ya no sabía si alguna vez tendría la oportunidad de pedírselo; no sabía si mi Bella saldría del otro lado. Verla pasar por todo eso fue peor que verla en el hospital conectada al respirador.
Jake me preguntó si aún la habría invitado a salir esa noche en su auto, sabiendo todo lo que vendría.
—¡Por supuesto que sí! —le respondí indignado y de inmediato molesto—. Sabía desde el principio que tendría muchos problemas. Eso nunca me importó.
Después de nuestra primera cita supe que era ella. Tal vez me invitó a entrar para ver si era un imbécil, o tal vez no. Pero no lo creo. Pudo haberme llevado a la cama y luego tener una excusa para cortar, Dios sabe que es lo suficientemente persuasiva para hacerlo, pero no lo hizo. Sí, es persuasiva, claro que lo es. En una hora logró convencer a Ness, pero esa noche enfocó toda su energía en mí y en mis mierdas, y no he vuelto a ser el mismo desde entonces. Ya no solo no me incomoda que me toque todo el tiempo, sino que lo anhelo, cada maldito minuto que estoy con ella.
—Al menos sé que nunca me vas a engañar, guapo —me dijo en tono burlón después de que hice un escándalo en New Zelanda.
Como si quisiera, por todos los cielos.
Sigue viendo al doctor Jenks. Solo una vez por semana ahora. Siempre va a correr el riesgo de recaer; esa es nuestra realidad. Me pidió que dejara de acompañarla, y me parece bien. Hay cosas en las que no tengo por qué estar, y su dolor es algo personal. Además, le incomoda compartir ciertas cosas conmigo. Lo entiendo. Ya no hablamos de su abuela. Sé lo que pasó y eso es suficiente. Tampoco hablamos de lo que salió a la luz con el doctor Jenks. Sé que odió que yo estuviera ahí, y que siempre va a cargar con cierta culpa. Me parece bien que él trabaje eso con ella. Sabe lo que hace, de eso no hay duda.
La compasión sigue estando fuera de la mesa. Aún me agarra la entrepierna si se me olvida. En público, o frente a Jake, o su hermano. O el mío. Los ojos de Emmett casi se le salieron de la cara la primera vez que lo vio. Luego soltó un comentario sarcástico sobre que debería haberle prestado más atención en la secundaria.
Rosalie sigue rondando. Emmett la está usando por los beneficios ahora mismo, pero ella se niega a rendirse. Es más amable con Bella, eso sí. No es tonta. Aunque el sarcasmo de Bella se le va por completo por encima de la cabeza, así que tal vez sí lo sea. Ese es el problema con Bella: es demasiado jodidamente lista. Está desperdiciando ese cerebro en su trabajo. Tengo que convencerla de que renuncie e ingrese a la universidad.
¿Será que ahora sí me dejará pagarle los estudios?
Con Bella nunca estoy seguro de nada, pero tengo que darle la opción.
Decido hacerlo en público porque en casa no dudaría en ponerse furiosa y gritona, y odio discutir con ella.
—Vamos a cenar —le propongo después de que entra por la puerta tras su jornada y me besa; viéndose condenadamente hermosa con esa falda ajustada y los tacones.
Es jueves. Ya no tiene terapia con el doctor Jenks los jueves y extraño cenar con ella después.
—Está bien, pero nada de Shangri-La otra vez —responde con su acento elitista de broma—. Algo normal, ¿sí? —Y poniéndose de puntitas me besa el cuello—. Carajo, guapo, debes volver locas a las profesoras con ese olor tuyo todos los días.
Pongo los ojos en blanco, pero igual sonrío.
—¿Quieres cambiarte?
—Estoy bien —insiste—, y hace demasiado calor para ponerme jeans. —Porque eso es todo lo que usa; faldas para trabajar y jeans cuando no. O nada en absoluto.
Compramos comida para llevar en Subway y comemos en Hyde Park. Es febrero y aún hay horario de verano, y a Bella le gusta este lugar. Por mí, nunca deja de recordármelo. Dios, me pregunto por qué alguna vez dudo de sus sentimientos por mí si nunca le ha dado miedo expresarlos.
Nos sentamos en una banca frente a la fuente, Bella con una pierna cruzada sobre la otra, mostrando demasiado muslo, mientras habla y habla mientras come. Carajo, cómo puede hablar.
—Bella… —aprovecho cuando hace una pausa para darle una mordida a su footlong.
—¿Mmm? —musita con la boca llena.
—Tengo algo para ti.
—¿Ah? —responde tras tragar, alzando las cejas.
—Sí… —Poniéndome de pie saco mi billetera del bolsillo trasero y saco la tarjeta Visa adicional—. Te agregué como titular secundaria en mi cuenta —le explico, sentándome de nuevo y tendiéndosela.
La toma con lentitud, casi con cautela.
—Carajo, guapo, sé que no gano seis cifras ni nada, pero tampoco estoy en salario mínimo —dice, y luego saca su billetera del bolso y desliza la tarjeta en un espacio vacío.
Al menos no me la arrojó a la cara.
—No es por eso… —respondo con un suspiro leve—. Tenemos que pagar lo de la boda, y pensé que deberíamos tener una cuenta conjunta. Puedes depositar ahí tu salario si quieres.
—Sí, seguro que eso hará toda la diferencia —dice con ironía.
Suspiro otra vez, más fuerte esta vez.
—Bella… ¡Jesús!
—Ay, estoy bromeando. —Me agarra del mentón—. Carajo, ¿podrías ser más guapo?
—Me estás volviendo loco —murmuro, casi entre dientes.
—Está bien, dímelo de una vez.
—¿Decirte qué?
—Cuánto vales —aclara—. Vamos, suéltalo.
—No estoy muy seguro.
—¿En serio? —pregunta, escéptica.
—Bella…
—¿Quinientos millones?
—Fluctúa con el precio de las acciones —murmuro, incómodo con el tema. Bella nunca se ha obsesionado con el dinero y quiero que siga así.
—¿Más o menos? —Alza una ceja—. Si vamos a casarnos, ¿no crees que debería saber algo así? —añade cuando no respondo.
—Ronda los… ochocientos cincuenta, creo —respondo a regañadientes.
—¿Ochocientos cincuenta… millones? —repite, algo aturdida.
—Tal vez novecientos.
—¡Santo cielo!
—Lo siento.
—¿Lo sientes? —suelta una carcajada incrédula—. ¿Por ser rico?
—Yo… no sé —murmuro, apartando la mirada—. No gané ni un centavo de eso. No sé…
—Ay, guapo… —Suspira, apoyando la cabeza en mi hombro—. Eres tan adorable a veces que me matas.
—¿Podrías dejar de llamarme así?
—¿Qué?
—Adorable.
—¿Guapo?
—Es condescendiente —declaro.
—¿Condescendiente? —replica, sonando de pronto irritada—. No puedo llamarte amor. No puedo llamarte guapo... —empieza a despotricar—. ¿Hay algo como sí pueda decirte?
—No me llames nada. Cristo, lo siento. —Me doy la vuelta y me inclino hacia adelante en la banca, apoyando los brazos en las rodillas.
Sabía que iba a arruinar esto.
—Okay, ¿por qué estás tan tenso? —pregunta de pronto, inmediatamente suspicaz—. ¿Qué está pasando?
—Nada.
—Claro que sí, señor Intenso —dice secamente, resoplando—. ¡Dímelo de una buena vez!
—¡Solo quería que la usaras! ¿Tan difícil es creerlo? —estallo, girándome hacia ella, mientras me observa con escepticismo.
—¿Qué quieres que compre...? —me lanza, y es condenadamente perceptiva.
—La boda —miento, pero me caza de inmediato.
—Ajá, claro...
Lleno de frustración, exhalo con fuerza, pero decido ser sincero de una vez.
—Yo... yo pensé... Cristo... —abandoné la frase y agaché la cabeza, soltando un gemido fuerte para mí mismo.
—¿¡Es esto un regalo por lástima!? —demanda de pronto, y por impulso me encorvo como si fuera a protegerme.
—¡No! —insisto—. ¿¡Acaso las parejas casadas no tienen cuentas conjuntas!? —mi voz sube sin querer, pero ella sigue sin convencerse.
—Edward... —ahora suena cansada—. Me diste la tarjeta por una razón, así que solo dímelo.
—¡Ve a la universidad! —lo suelto antes de que pueda retractarme.
Su expresión se suaviza de inmediato por la sorpresa, y creo que se ha conmovido, aunque es difícil saberlo con certeza.
—¿Quieres que vaya a la universidad? —su voz tiembla; definitivamente está conmovida, y yo suelto el aire aliviado.
—Sí —digo en voz baja—. Déjame pagarla, nena. ¿Sí?
Asiente rápidamente, claramente para evitar que las lágrimas caigan, porque de repente están acumulándose en sus ojos.
—¿Por qué lloras? —pregunto, sin saber si debo sentirme ansioso o no.
—Porque, guapo, justo cuando creo que no puedo amarte más, vas y haces algo como esto —responde de golpe, agachando la cabeza para secarse las lágrimas.
Sonriendo de inmediato, paso un brazo sobre sus hombros y la acerco a mí.
—A veces me haces subir la condenada presión —murmuro contra su cabeza.
Un sonido le escapa, mitad risa, mitad sollozo, antes de voltear la cabeza y besarme.
—¡No voy a dejar de llamarte guapo! —declara cuando me alejo un poco de ella.
Mi sonrisa se ensancha, y estiro las manos para secarle las lágrimas con los pulgares.
—Ahora dime, ¿qué quieres ser? —le pregunto con suavidad.
—Obstetra —admite, con la voz suavizada—. Pensé que sería bonito traer vida al mundo, después de tanta muerte que he visto.
—Perfecto —acepto, acariciándole la mejilla—. Quiero que lo hagas... mañana. Prométemelo.
Asiente e inhala de nuevo, conteniendo el llanto.
—Lo haré. —me toma la barbilla otra vez—. Eres adorable... y no, tampoco voy a dejar de decir eso.
Sonrío al instante, porque realmente tampoco quiero que lo haga.
—Y estás caminando en puntitas alrededor mío otra vez —alza esa ceja hacia mí.
—No lo estoy —le aseguro—. Es solo que... la última vez que lo mencioné, entraste en pánico.
—La última vez no tenía puesto el maldito Ayers Rock —levanta la mano para enfatizar su anillo de compromiso— en mi mano izquierda.
—¿Es por eso? —pregunto, sorprendido.
—Por supuesto —responde simplemente—. Vámonos a casa. Te debo un buen revolcón después de esto.
*V*
Todavía no sé si es porque nos vamos a casar, o porque ha salido del infierno tan sanada, pero ha dejado de pelearme casi todo. Mi tarjeta Visa fue solo el comienzo.
Fue a su trabajo el viernes para renunciar oficialmente, y cuando cruzó la puerta esa tarde, además de cargar una caja con todas sus cosas del escritorio, venía abrazando al menos tres docenas de rosas, varias tarjetas y peluches, y su jefe le compró un reloj Cartier como regalo de despedida.
Lo traía puesto.
—Mira, combinamos, guapo —dijo, levantando su muñeca junto a la mía. Lo lleva en la mano derecha y le queda un poco grande. Va a tener que ajustarle unos eslabones. Luego, girándose hacia mí y deslizando su mano por mi nuca, me besa.
—Por cierto, llamé a la Universidad de Sídney durante el almuerzo —murmura contra mis labios.
—¿Sí? —digo, alejándome un poco para mirarla a los ojos.
Yo también los había llamado. Bueno, al menos hice que mi abogado lo hiciera, para asegurarme de que la aceptaran. Se perdió el primer semestre por apenas unas semanas. Ya habrían llenado todos los cupos disponibles, y a menos que hiciera algo, tendría que esperar un año más.
Y no va a esperar otro año.
No estoy seguro de cuánto dinero tuve que donar -realmente no miro mi saldo-, pero seguro fue una buena suma. No es que me importe. No hay manera de que me gaste siquiera los intereses de las inversiones que me dejó el abuelo -a menos que viva como él-, mucho menos el resto.
Alec, mi abogado, me llamó justo después del almuerzo para decirme que, mientras Bella apruebe el examen de aptitud clínica, será aceptada. Lo que significa que prácticamente ya está dentro. Sacó un 96 en su ATAR aun estando en medio del infierno de perder a su familia. No tengo dudas de que lo va a lograr.
—Sí, mañana voy a presentar el examen UCAT. Luego me llamarán para la entrevista.
—¿No necesitas algo de tiempo para prepararte? —pregunto.
Hace un gesto con la mano, como restándole importancia. —Dios sabe que he tenido tiempo de sobra.
—¡Vamos a celebrarlo! —digo con una sonrisa.
—Claro —responde de inmediato, agarrando el frente de mi camisa con ambas manos y tirando de mí hacia el dormitorio.
—Be-lla. —Me veo obligado a apartarme de sus labios para explicarme mejor—. Me refería a salir a comer.
—Cristo, ¿qué es lo tuyo con la comida? —dice sin detenerse—. Además, no sé tú, pero yo sí voy a comer...
Una semana después, está oficialmente aceptada, y dos días más tarde comienza una carrera de dos años en Ciencias Biomédicas.
Sale a su primera clase con su viejo portátil Acer bajo el brazo y una mochila desgastada. Llega a casa y encuentra un escritorio nuevo, una silla y una MacBook. También le compré una estantería para organizar los numerosos libros que tiene tirados por ahí acumulando polvo.
La sorprendo apenas cruza la puerta, le quito el bolso del hombro y le cubro los ojos.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta con desconfianza.
—Por aquí, y nada de espiar —le digo, guiándola hasta su improvisado estudio sin quitarle las manos de los ojos—. ¿Lista?
—Lista —responde, con una pequeña sonrisa en los labios.
Le quito las manos de los ojos, revelándole su nueva habitación de estudio, y por un momento o dos no dice nada. Eso normalmente no es buena señal con Bella, pero luego se gira lentamente hacia mí—. ¿Tú hiciste todo esto? —pregunta, con la voz entrecortada y el ceño fruncido.
—Sí. ¿Te gusta?
—Claro que me gusta, carajo —responde, rodeando mi cuello con los brazos—. Me estás malcriando —dice junto a mi oído antes de besarme la mandíbula.
—Te lo advertí —le recuerdo, alejándola un poco y agarrando la caja que dejé sobre el escritorio—. Una cosa más. —La levanto y se la pongo entre los brazos.
Con una sonrisa irónica, toma aire y quita la tapa. Mira el contenido por un segundo antes de exclamar:
—¡Cristo, Edward! ¿Cuánto costó esto?
—Yo... no estoy seguro. Es un bolso tipo mensajero, para tu portátil y todos tus libros. ¿Qué...? —Tiene el ceño levantado, la boca entreabierta, y no logro descifrar su expresión.
—¡Es de Fendi! —aclara su reacción.
—¿Fendi? ¿Qué es Fendi...?
—Ay, santo cielo... —Se cubre la cara con la mano, pero está sonriendo—. Eres tan adorable.
—Entonces... ¿no estás enojada?
—Claro que no estoy enojada. Solo que no sé si me saqué un prometido o me gané la lotería.
—Bella...
—Solo estoy bromeando. —Me agarra la barbilla, como suele hacer—. ¿Dónde demonios conseguiste esto?
—David Jones —murmuro—. ¿Te gusta?
—No sería mujer si no me gustara. —Apoya la mano en mi mejilla y me da un beso rápido—. Pero no me malcríes tanto, ¿sí?
—Lo pensaré, pero, Bella... puedes comprar todo esto tú misma, ¿sabes? —le digo, apartándole un mechón de cabello oscuro del rostro.
—Lo sé —dice simplemente, aunque de pronto se ve incómoda—. Compré los víveres el otro día con la tarjeta —señala, como si eso marcara alguna diferencia.
Suelto un suspiro y meto las manos en los bolsillos del pantalón—. Está bien...
—Es que... no quiero terminar como mi madre —murmura, mirando el bolso de Fendi que todavía sostiene.
—¿Qué quieres decir? —le pregunto, quitándoselo y dejándolo de nuevo en la caja, antes de tomarle la mano.
—Ella era... muy materialista. No quiero ser así —dice, mirándome con esa expresión vulnerable que conozco tan bien.
—Puedes devolverlo si quieres —balbuceo.
Con una sonrisa cálida, niega con la cabeza—. Me lo compraste tú, amor. Sin saber siquiera que era de marca, porque así de adorable y completamente despistado eres. Me lo quedo.
—Erm... —Estoy casi seguro de que lo dijo como un cumplido, pero con ella nunca se sabe, porque siempre suelta lo que se le viene a la cabeza en cualquier momento.
—Pero, en serio, ¿ni siquiera miras los precios?
—No mucho... —admito, rascándome la nuca y apartando la vista por un segundo—. ¿Cómo estuvo tu primer día? —decido cambiar de tema.
—Interesante —dice, rodeando mi cintura con los brazos—. Ya estoy agotada, eso sí.
—Vas a estar bien —le aseguro, atrayéndola más hacia mí y apoyando mi mentón sobre su cabeza—, y te voy a ayudar con Álgebra.
Suelta una especie de risa, pero suena extraña.
—Esa fue la primera memoria que me volvió —murmura.
*V*
Durante el mes siguiente, Bella y yo nos adaptamos a nuestra nueva rutina. Algunos días son más ocupados para ella que otros, dependiendo de cuántas clases tenga, y por lo general llego a casa y la encuentro sumergida en libros o escribiendo sin parar en su computadora.
Tiene libre Semana Santa al igual que yo, y el Viernes Santo se despierta llorando. Supongo que tiene que ver con las fechas, así que me quedo en la cama con ella y la sostengo contra mí, dejándola llorar hasta desahogarse.
—Cumpliría veinticinco —balbucea, apoyándose en mi pecho y secándose las lágrimas. Sus ojos están inundados de dolor, ese que ya he visto demasiadas veces.
—¿Quién? ¿Sam? —pregunto con suavidad, ayudándola a secarse los ojos.
—Sí —hipa—. Es su c-cumpleaños.
—Mierda, nena... —Exhalo con fuerza—. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Acabo de hacerlo.
—Me refiero a advertirme.
Sacude la cabeza a medias antes de apoyar la mejilla otra vez contra mi pecho.
—Pensé que estaría bien —murmura.
—¿Quieres ir a su tumba? —le ofrezco.
—No. —Casi suena irritada—. Cristo, ¿por qué querría que me recordaran su muerte? Como si pudiera olvidarla... —murmura.
—Está bien... ¿Quieres hacer algo que a él le gustaba hacer? —sugiero, presionando mis labios contra el costado de su cabeza.
—Mmm... —musita con tono distraído—. Edward.
—¿Sí?
—Si alguna vez tenemos un bebé juntos, pongámosle Sam.
—Está bien —acepto, sonriendo para mí mismo. Nunca creí que quisiera tener hijos, pero la idea empieza a gustarme—. Pero... ¿y si es una niña?
Ella vuelve a emitir ese murmullo pensativo.
—Entonces... Sam.
—De acuerdo.
—Estuve pensando en lo que quiero hacer —dice, levantando la cabeza para mirarme a los ojos.
—¿Y qué es?
Casi sonríe de lado.
—Quiero que me distraigas.
Por supuesto que quiere eso. No sería Bella si no lo hiciera.
*V*
Los días de Bella pronto se vuelven bastante agitados. Está constantemente ocupada asistiendo a clases y entregando trabajos, además de planear la boda. Ness y Alice la están ayudando. Solo haremos algo pequeño. La ceremonia será en la iglesia anglicana de St Philip, en York Street, mientras que la recepción será en View by Sydney, en el muelle de The Rocks. Está programada para el 2 de noviembre.
Bella trabaja mejor bajo presión y cuando está abrumada. Eso se notó de inmediato. Apenas duerme, y realmente no tengo idea de cómo lo hace, pero está feliz. Y cuando ella está feliz, yo también lo estoy.
A finales de marzo, la casa se vende por poco menos de veintitrés millones. La compran unos inversionistas japoneses. Le doy la mitad a Jake, depositándola en su cuenta bancaria cuando intenta resistirse una vez más. Ness me llama llorando una semana después. Jake ha empezado un curso de aprendizaje como mecánico, y ella jura que me van a pagar de cualquier forma posible. Sigue divagando durante otro par de minutos hasta que le prometo que le diré a Bella que la llame, pero soy igual de inútil hablando con mujeres por teléfono que en persona.
—Hola —me saluda Bella cuando atiende mi llamada—. ¿Jake ha dicho algo? —Suena rara, críptica.
—No… ¿Te refieres a lo de la casa? —le pregunto.
—¡Sí! —responde con apuro—. ¿Qué pasa? ¿Vas a llegar a la misma hora hoy?
—A la misma de siempre… Bella… —Desisto. Últimamente ha dormido muy poco y a veces suena algo dispersa—. ¿Quieres que lleve algo de comida?
—Claro, pero compra de más. Estoy muerta de hambre —dice con un tono que no puedo ignorar.
—Está bien. ¿Segura que estás bien?
—Sí, solo hasta el cuello de trabajo —una risa extraña se le escapa—. No llegues tarde, ¿sí?
—Está bien… —respondo ya algo distraído—. Te amo.
—Eres adorable —responde, su manera de decirlo, y luego cuelga. Y se me olvida decirle que llame a Ness.
Llego a casa unos minutos antes de las cinco, y justo cuando salgo del carro con la bolsa de comida china en la mano, Bella abre la puerta y viene hacia mí. Es ahí cuando me doy cuenta de que algo pasa. No me mira de inmediato, pero cuando lo hace, es obvio que está ansiosa. Realmente ansiosa. Tiene un brazo cruzado sobre el pecho y el otro levantado, con la punta del pulgar entre los dientes.
Exhalo resignado.
—Está bien, ¿qué pasa?
Por un momento no dice nada; solo me observa, y su expresión me desconcierta. Se ve genuinamente preocupada.
—Necesito que me prometas algo —dice al fin, alzando una mano para tomar un puñado de mi camisa.
—Bella…
—Edward, no es broma. ¡Prométemelo! —suelta de golpe, y me doy cuenta de que lo dice en serio.
—¿Prometerte qué? —pregunto.
—Que vas a mantener la calma.
—Jesús, ¿qué carajos pasó ahora? —exclamo, llevándome la mano al cabello.
—Solo… mantén la calma, ¿sí? —Suelta mi camisa y me agarra la mano antes de que pueda volver a pasarla por el pelo—. Prométemelo —insiste.
—¿Y qué se supone que debo tomar con calma? —empiezo a frustrarme.
—Solo… —Niega con la cabeza y me suelta, dándose la vuelta para volver a la casa, tirando de mí para que la siga.
Ya dentro del vestíbulo, toma la bolsa de comida, la deja sobre la consola del pasillo y se gira para mirarme de frente.
—Calma, ¿recuerdas? —dice en voz baja.
—Estoy calmado —respondo también en voz baja, con un suspiro impaciente, pero cada vez más curioso. Está preocupada por mí, pero al mismo tiempo...
Me toma de la mano otra vez y me lleva hasta la sala. No doy más de dos pasos cuando me detengo de golpe.
Un niño está sentado en el sofá frente a la ventana, y en cuanto nuestras miradas se cruzan, se pone de pie con nerviosismo. Parece que no se ha bañado en un mes, lleva la ropa sucia y el cabello revuelto, como si necesitara un buen corte. Solo me observa por un momento, mientras yo lo miro también, frunciendo el ceño; preguntándome si Bella ha adoptado a un maldito niño o algo así… hasta que me detengo en seco.
Mientras sigue mirándome con esos ojos grandes y asustados, de pronto me doy cuenta… me resultan familiares. Es entonces cuando noto el tono de su cabello, los rasgos de su rostro. Este niño, que no parece tener más de diez años, se parece exactamente a mi abuelo.
Se parece exactamente a mí.
Nota de traducción: ¡Chan! En tus dedos está si esperas hasta el lunes para saber sobre el niño.
El ATAR (Australian Tertiary Admission Rank) es el puntaje que reciben los estudiantes al finalizar la secundaria en Australia. Este ranking nacional determina su elegibilidad para ingresar a universidades. El UCAT (University Clinical Aptitude Test) es un examen requerido para acceder a carreras de Medicina y otras relacionadas con la salud en universidades australianas. Evalúa habilidades como razonamiento lógico, toma de decisiones y empatía.Ayers Rock (también conocido como Uluru) es una enorme formación rocosa ubicada en Australia central. En este contexto, se usa como hipérbole para referirse al gran tamaño y notoriedad del anillo de compromiso.