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22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita.
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Capítulo 39
Bella
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Siempre consideré que cualquier calificación inferior a una A era un fracaso. No estoy segura si era mi padre hablando a través de mí, pero sin duda lo tenía grabado. Aún lo tengo. Por supuesto, con mi promedio de B en Matemáticas, me consideraba un fracaso abismal. Irónicamente, todo lo que realmente recuerdo con confianza sobre las matemáticas del colegio es lo que Edward me enseñó durante esas dos semanas en la biblioteca.
Era un buen tutor, y ridículamente bueno en Matemáticas. Me enseñó más en esas dos semanas de lo que mi profesor de Matemáticas -tan aburrido como el agua estancada- pudo en seis meses. No puedo creer que alguna vez pensara que Edward no era muy inteligente, pero es que esos ojos acerados suyos revelan una profundidad que todavía sigo descubriendo.
Una A en la secundaria equivale ahora a una Alta distinción en la universidad, y eso es justo lo que estoy decidida a obtener en mi primer informe sobre «Organismos Modelo».
Lo terminé unos días antes de la fecha de entrega, solo para caer en la ansiedad y decidir revisarlo. Me paso la noche en vela. No estoy segura de cuándo me rendí, todavía sentada en el escritorio con varios papeles pegados en la cara, pero al amanecer recuerdo vagamente que Edward me llevó a la cama.
—Vas a enfermarte otra vez —me advierte mientras me arropa con las cobijas, su voz firme y ligeramente exasperada, envuelta en ese dolor constante y preocupación que siempre carga consigo.
—Estoy bien, amor —murmuro en respuesta, estirando torpemente la mano para tocarle el rostro… y entonces me duermo.
*V*
Me quedo dormida, lo cual es irónicamente poético. Me despierto con solo veinte minutos antes de mi primera clase, cuando tengo que entregar mi trabajo, y de inmediato sé que el ferry no va a servirme. Tendré que conducir. Por el puente. En hora pico.
Estoy tan apurada que ni siquiera me detengo a pensarlo, y termino corriendo por el césped del campus hacia el salón con apenas treinta segundos de sobra. No me doy cuenta de lo que logré hasta que tengo una reacción tardía al inicio de mi segunda clase; especialmente, sabiendo que tendré que cruzar el puente otra vez para volver a casa, o tomar el túnel del puerto.
Por un momento considero pedir ayuda a Ness y Jake o a Alice y Jasper, pero decido aguantarme. Llamar a Edward está completamente descartado. No quiero que se siga preocupando por mí. Ya lo ha hecho suficiente en nuestro año y medio de relación, tanto que a veces siento que cuando me mira, todo el daño que le he causado se refleja en sus ojos.
Ese hombre...
Cruzo el puente a cuarenta por hora, haciendo enojar a todos los conductores mientras rompo en un sudor frío, pero llego a casa en una sola pieza y todavía soy capaz de respirar por mí misma.
Estoy condenadamente orgullosa de mí y agarro el teléfono para contarle a mi guapo justo cuando Jake llama.
—Bella —dice abruptamente antes de que alcance a pronunciar una sola palabra—. Deberías venir para acá. —Suena completamente alterado, y mi primer pensamiento es que tiene que ver con Ness o su familia; en cuyo caso habría llamado a Edward.
—¿Qué...? —pregunto, llena de incertidumbre—. ¿Pasa algo malo?
—No malo, pero no puedo explicarlo por teléfono. ¿Puedes venir ahora?
—Acabo de llegar a casa. Estaré allí en unos minutos. ¿Es Edward? —pregunto con aprensión, llevándome la mano a la frente fruncida. Jake no suele llamarme; de hecho, puedo contar las veces con una mano. La última fue para agradecerme por hacer entrar en razón a Ness. Normalmente se comunica con Edward, lo cual es completamente comprensible, así que estoy algo desconcertada.
—Sí —admite soltando un suspiro pesado, y me pongo inmediatamente en alerta.
—Jake...
—No es nada malo. Escucha, lo entenderás cuando llegues. ¿Puedes venir ya?
—Voy en camino.
Sigo algo afectada por el cruce del puente, pero estoy tan distraída que conduzco mucho más rápido de lo que normalmente lo haría. Jake debe haber estado pendiente, porque justo cuando estoy saliendo del auto en el camino de entrada, abre la puerta principal de golpe y se acerca a mí con paso firme.
—¿Qué demonios está pasando? —suelto apenas veo su expresión. Está agitado pero desbordado, y no tengo ni idea de qué puede ser.
—Entra —me indica, y tomándome del codo, me guía por la entrada hasta el antiguo cuarto de Edward. Su cama está completamente descubierta bajo la ventana, y frente a ella solo hay un tocador cubierto de polvo, pero aparte de eso, el cuarto está vacío.
—Bueno... —empieza Jake cerrando la puerta detrás de él—. Estaba empacando, Ness tiene turno por la tarde y acaba de irse al trabajo —hace una pausa evaluándome, y yo asiento con impaciencia para que continúe—. Tocaron la puerta, abrí... y era un... niño. Me preguntó si yo era su papá...
—¿Un niño? —repito sin entender.
—Un niño —confirma, agachando la cabeza y pasándose una mano por el cabello—. No soy su padre, Bella, pero cuando lo veas, es bastante obvio quién sí lo es.
—¿Estás diciendo que... Edward es...? —No puedo terminar la frase. No sé qué palabras usar, pero me parece completamente inconcebible.
Jake solo asiente de nuevo, esta vez lentamente.
—¿Dónde está? —pregunto. El corazón me late con fuerza, y apartando la mirada, revuelvo torpemente en mi bolso buscando mi inhalador.
—En la sala.
Casi en modo automático, salgo del cuarto de Edward y recorro el pasillo hasta la cocina y el área familiar. Jake va detrás de mí, y con la mano sobre mi hombro, me guía hacia la parte trasera, desde donde se ve la piscina. Allí está el niño, sentado en el borde del sofá, aferrado con ambas manos a una lata de Coca-Cola.
Me mira justo cuando entro, y me detengo en seco, con el aire atrapado en la garganta.
—Dios mío... —susurro apenas detrás de ambas manos, que se han levantado por reflejo a cubrir mi boca.
Es... Edward.
Todo en él, desde el inusual tono castaño claro de su cabello hasta sus impactantes ojos verdes y piel pálida, es Edward. El niño que a veces parece ser Edward está ahora de pie ante mí, en carne y hueso.
—¿Verdad...? —murmura Jake junto a mí, comprendiendo—. Amigo —le dice al niño, y esos ojos verdes tan afilados se apartan de los míos y se giran hacia Jake—, ¿recuerdas que te dije que tu papá se va a casar? —El niño asiente, mirando brevemente hacia mí de nuevo—. Ella es su prometida, Bella. Bella —dice volviéndose hacia mí—, te presento a Tyler. Tyler Hawkins.
—Hola, Tyler —digo suavemente, aunque apenas puedo respirar.
—Hola —responde en voz baja, y baja la vista hacia la lata que sigue apretando. Es tímido, y, carajo, se hunde las mejillas igual que Edward.
Abro la boca para decir algo, pero me quedo sin palabras. Siento como si hubiera entrado en un universo alterno. El hijo de Edward está justo frente a mí. ¿Cómo puede esto ser real?
—Jake... —me vuelvo hacia él, casi suplicando, aunque no sé qué estoy pidiendo exactamente.
—Ven afuera —murmura, echando una mirada hacia Tyler—. Bella y yo vamos a hablar un momento, amigo, ¿sí? ¿Quieres algo de comer?
—No —responde, sin apartar la vista de sus manos, y de pronto me duele el pecho por él. Está desaliñado, y su cabello color miel de Manuka le cae sobre los ojos.
—Él no lo sabía, ¿verdad? —pregunto a Jake demasiado desesperada, en cuanto cierra la puerta corrediza del balcón.
—Claro que no lo sabía. Había rumores, pero, Jesús, Lauren estuvo con medio curso. Si me hubiera enterado de que estaba embarazada, Edward habría sido el último en mi lista de sospechosos.
—Cristo... —digo sin poder creerlo, pasándome los dedos por el cabello.
—¿Estás bien? —pregunta Jake, y yo me río sin una pizca de humor.
—¿Ahora mismo?
—Sí —asiente, soltando otro suspiro—. Mierda...
—Supongo que es oficial: Lauren Mallory es un único y enorme gen recesivo —murmuro, mientras el shock comienza a entumecerme.
—¿Verdad? —responde Jake de inmediato—. Se supone que los niños reciben la mitad de los genes de la madre, ¿no?
—Cristo —solo atino a decir, aún sin salir del asombro, mientras contemplo el puerto—. ¿Por qué... por qué salió con ella? —pregunto sin sentido, porque ya ni siquiera importa.
—Yo lo arreglé —admite—. Ella era tan fácil, pensé que podría ayudarlo a relajarse. Le di un condón, pero probablemente estaba tan tenso que se le olvidó ponérselo.
—Cristo... —repito en un susurro. Es lo único que puedo decir. No suelo quedarme sin palabras, pero si alguna vez hubo una razón, la aparición del hijo perdido de mi prometido definitivamente lo es—. Debe tener... once —digo después de hacer las cuentas.
—Sí, yo también pensé eso.
—¿Te contó algo más? —pregunto alzando la vista.
—Me dijo que su madre murió al nacer —resoplo con amargura—, y que lo crio su abuela. Hace un par de años, ella murió y lo metieron en un hogar de acogida, pero su madre adoptiva lo maltrataba. Está lleno de moretones, Bella —Jake baja la voz—. Y mirarlo, me parte el alma. Está tan perdido...
Al levantar la vista, me descubre observándolo y casi sonríe. Es tan tímido y dulce que, sin darme cuenta, ya estoy sonriendo también. Se sonroja de inmediato, su rostro se pone rojo intenso, y estoy al borde de las lágrimas. Es adorable -más que adorable- y me hierve la sangre pensar que alguien lo lastimó.
—Entonces... ¿se escapó?
—Sí.
—¿Cómo supo...? —pregunto, distraída. No tengo idea de cómo va a reaccionar Edward con todo esto, pero bien, definitivamente no será.
Jake saca de su bolsillo trasero lo que parece una tarjeta de cumpleaños doblada. La abre; está rota y se deshace. Por dentro dice: «Mi querido Tyler, feliz cumpleaños. Con cariño, Nana», y debajo, está el nombre completo de Edward y su dirección. La dirección de su abuelo.
La tomo y me quedo mirando fijamente hasta que las palabras se difuminan en una maraña de letras. —¿Cómo llegó aquí?
—Pidió aventón —responde Jake, sonando extrañamente impresionado, mientras yo trago aire con horror.
—¿Qué? —exclamo. Jake solo se encoge de hombros—. ¡Cristo!
—¿Qué vas a hacer con él? —pregunta, volviendo a ponerse serio.
—Llevarlo a casa y esperar a Edward —respondo casi en automático.
—Está bien —asiente—, pero si Edward se descontrola después, llámame, ¿sí? Yo lo calmo.
Resoplo con ironía. —Eso está prácticamente garantizado. —Y, abriendo la puerta corrediza, regreso al interior.
—Hola, cariño —le digo suavemente al sentarme junto a él en el sofá—. ¿Te gustaría ir a mi casa y esperar allí a tu papá?
Él asiente, con los ojos bien abiertos fijos en los míos. —¿Crees que le voy a gustar?
—Claro que le vas a gustar —le aseguro—, pero amor, él nunca supo de ti, así que al principio va a estar bastante sorprendido, ¿sí?
Parece reflexionar un momento antes de asentir de nuevo. —Mi abuela decía que él no sabía nada de mí.
—¿Sabes cuánto te pareces a él? Eres igual de guapo —le digo, levantándole el mentón, y él sonríe con timidez antes de volver a sonrojarse. Estoy a punto de morir; este niño ya me tiene en sus manos.
—Mi abuela también decía que me parecía a él —murmura, ese feroz rubor alcanzándole las orejas.
—Eres adorable —respondo sin pensarlo, y paso un brazo por sus hombros. Se tensa un poco, pero no se aleja—. ¿Tienes hambre? —le pregunto, y asiente por tercera vez—. Muy bien, ¿paramos a almorzar?
—Está bien.
—¿Quieres tomarme la mano? —le ofrezco, extendiéndosela. Después de todo, se parece tanto a su padre, y no quiero sobrepasarme con él.
Asiente de nuevo y coloca su mano temblorosa en la mía.
Desvío la mirada de él y alzo la vista hacia Jake. Estoy bastante segura de que mi expresión no necesita explicación, porque Jake simplemente asiente con comprensión.
—Muy bien, vámos —digo, volviéndome hacia Tyler y tirando suavemente de él para levantarlo del sofá. Carajo, es solo un par de centímetros más bajo que yo. También va a ser alto. —Gracias, Jake —añado.
—No hay problema. Y dile a Edward que me llame después, ¿sí? Nos vemos, amigo —le dice a Tyler.
—¿Tienes mi tarjeta? —le pregunta Tyler.
—Oh —dice Jake, recordando de pronto, antes de sacarla del bolsillo trasero y entregársela.
Tyler la toma, y es evidente que significa mucho para él. La maneja con sumo cuidado.
—Bueno, vamos, cariño —lo guío por el pasillo hacia la entrada, con las piernas temblándome bajo el cuerpo, por más que intento disimularlo frente a él. Es curioso cómo un día puede comenzar de forma tan normal. Jamás habría esperado esto, ni en un millón de años, pero aquí estoy; el hijo de Edward siguiéndome y mirándome con una expresión tan familiar que apenas puedo procesarlo.
—Entonces, ¿qué te gustaría comer? —le pregunto después de abrocharle el cinturón en el asiento junto a mí.
Sus ojos se iluminan y abre la boca para responder, pero luego la cierra otra vez—. No me importa.
Lo observo un momento, maravillada de cómo, a pesar de haberlo conocido hace apenas unos minutos, ya siento un deseo abrumador de protegerlo.
—Bueno, si no me dices, voy a llevarnos a… McDonald's —digo, porque sospecho que eso era justo lo que iba a responder.
Él sonríe con timidez y alegría, y carajo, se parece tanto a Edward que resulta desconcertante.
—Iba a decir McDonald's.
Inhalo, fingiendo sorpresa mientras enciendo el motor. —Grandes mentes piensan igual, ¿eh?
*V*
—Cuéntame sobre tu abuela, Tyler —le pregunto después de un par de minutos de estar manejando—. ¿Eran cercanos?
—Sí —responde, con una tristeza palpable en su voz—, pero murió cuando yo tenía ocho.
—Lo siento mucho, cariño. Mis padres también murieron cuando yo era joven. Sé lo horrible que es —digo en voz baja, extendiendo la mano para acariciarle la mejilla. Su rostro está sucio, igual que su ropa, y es evidente que no se ha bañado en un buen tiempo.
Me mira por un momento hasta que una sonrisa vuelve a iluminarle el rostro. Se la devuelvo, y él se sonroja otra vez, bajando la vista hacia su regazo.
—En serio, me estás matando con lo adorable que eres —lo bromeo, hasta que me doy cuenta de que, en esencia, lo estoy torturando.
—¿Cuándo se van a casar tú y mi papá? —pregunta con cautela un momento después.
—En noviembre —respondo simplemente.
—¿Ese es tu anillo de bodas? —Mira hacia mi Ayers Rock.
—Sí. Bonito, ¿verdad?
Asiente, succionando el interior de sus mejillas otra vez.
—¿Mi papá es rico?
Abro la boca para responder, pero me detengo. No estoy segura de qué le dijo Jake, o incluso su abuela.
—Bueno... no es pobre.
—¿Trabaja en una empresa grande? Eso es lo que decía mi abuela.
—Su abuelo trabajaba en una empresa grande, pero tu papá es profesor.
—Ah —murmura.
—Le vas a gustar, Tyler. Te lo prometo. —Siento la necesidad de tranquilizarlo.
—¿De verdad?
—De verdad. Le gusta cualquiera que me guste a mí, y a mí me pareces adorable.
Se sonroja otra vez, y de pronto me doy cuenta de cuánto lo estoy torturando.
Lo llevo al McDonald's en St Leonards, a solo unos minutos de mi casa. Eso significaba recorrer unos cuantos kilómetros por la Pacific Highway, pero con Tyler a mi lado, estaba demasiado distraída como para que me afectara.
—¿Quieres pasar por el autoservicio o sentarte adentro? —le pregunto mientras entro al parqueadero.
—¿Qué quieres hacer tú? —me devuelve la pregunta. Es increíblemente inseguro, y no sé si eso es parte de su personalidad o una consecuencia del abuso que sufrió en hogares de acogida.
—La verdad, estoy feliz con lo que tú prefieras —le aseguro.
—¿Podemos sentarnos adentro? —pregunta, levantando las cejas con esperanza.
—Claro —respondo con alegría—. ¿Cómo llegaste a la casa de Jake, cariño? —Necesito una excusa para limpiarlo sin que se dé cuenta de que obviamente no se ha bañado en saber cuánto. Tampoco quiero que nadie piense que yo soy responsable del descuido de este niño tan dulce.
—Un camionero —responde tímidamente.
—Ah, me lo imaginé. Estás cubierto de olor a diésel —le bromeo con suavidad, sacando de mi bolso un pequeño paquete de toallitas húmedas que siempre llevo conmigo. Como soy tan torpe, a menudo termino limpiándome—. Vamos a quitarte eso.
Me permite limpiarle la cara, las manos y los brazos mientras yo finjo no notar los moretones que marcan su pequeño cuerpo ni el hecho de que está vestido con ropa sucia y de mala calidad. Solo puedo hervir por dentro mientras tomo nota mental de estar presente cuando Edward tenga que enfrentarse a los burócratas que permitieron esto. Voy a desatar el infierno.
—¿Qué se te antoja? —le pregunto, pasando el brazo por sus hombros mientras él mira el menú.
—Eh... ¿una cajita con hamburguesa con queso? —responde, y me da la impresión de que nunca ha comido en McDonald's.
—¿Una cajita con hamburguesa con queso? Claro. ¿Qué bebida quieres? ¿Refresco o malteada?
—Malteada —responde.
—¿Chocolate?
—Fresa.
—Sabía que había una razón por la que me caes bien —le guiño un ojo, y aparece de nuevo ese sonrojo adorable—. ¿Y de postre?
—¿De verdad? —Se gira para mirarme, con los ojos bien abiertos.
—De verdad.
—¿Tú qué vas a pedir? —me devuelve la pregunta otra vez, y es exactamente lo que hace Edward. Con este niño, no hay debate entre genética o crianza.
—Mmm... un sundae de caramelo. ¿Y tú?
—¿Puedo... pedir un McFlurry?
—Claro que sí. ¿De qué sabor?
—Eh... —vuelve a mirar el menú—. ¿Oreo? —me pregunta otra vez, y definitivamente es obvio que nunca ha comido en McDonald's. Tiene los ojos iluminados como si fuera la mañana de Navidad.
—Por supuesto. —Me giro hacia la cajera para hacer el pedido. Ella nota mi anillo de compromiso y la tarjeta platino de Edward. Luego posa una mirada disimulada sobre Tyler mientras alza una ceja con autosuficiencia. No estoy segura de cuáles son exactamente las suposiciones que está haciendo, pero siento un impulso repentino de agarrarla por el cuello de la camisa y darle una buena bofetada.
Le arrebato el recibo de la mano con una mirada fulminante, y eso basta para que se encoja al instante. Después, Tyler y yo nos apartamos para esperar nuestra comida. Él se da cuenta de cómo traté a la empleada, y por un momento solo me observa. Justo cuando me doy cuenta de que quizás lo asusté -y quiero darme patadas por eso-, él de pronto esboza una sonrisa divertida.
Después de recoger el almuerzo, busco una mesa alejada de la empleada entrometida y observo cómo Tyler se termina la hamburguesa en tres mordidas.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste, cariño? —le pregunto con delicadeza mientras empieza con las papas, metiéndose al menos diez de un jalón en la boca.
—Eh... —murmura, con las mejillas llenas de comida mientras se acomoda incómodo en la silla—. El camionero me dio un Milky Way esta mañana.
—Qué amable de su parte. ¿Comías bien cuando vivías con tus padres de acogida?
—Solo tenía una madre de acogida —dice en voz baja, con la mirada caída, y cuando vuelve a mirarme, lo hace con una súplica muda—. No me vas a hacer volver ahí, ¿verdad, Bella? Esos ojos verdes tan intensos se llenan poco a poco de lágrimas y, de inmediato, me siento al borde de perder el control.
—¡Por supuesto que no! —le aseguro con vehemencia—. Y tu papá tampoco. Te lo prometo, Tyler.
—¿Me vas a cuidar tú? —su voz baja a un susurro, y tengo que inhalar con fuerza para contener la emoción que se acumula rápidamente.
—Vamos a cuidarte los dos —respondo sin dudar, justo cuando el corazón me da un vuelco de advertencia. No debería darle falsas esperanzas sin hablar antes con Edward, pero no puedo imaginar que él le dé la espalda a su propio hijo. No después de su infancia. No el Edward que yo conozco.
Tyler sonríe visiblemente aliviado y se seca las lágrimas con rapidez.
—Jake dijo que tú serías buena conmigo.
—¿Por qué no lo sería con alguien tan dulce como tú? —lo bromeo suavemente, con las emociones tambaleándose otra vez antes de obligarme a controlarlas.
Se sonroja y desvía la mirada para seguir devorando sus papas, aunque la sonrisa sigue en sus labios.
—¿Quieres ver una foto de tu papá? —le ofrezco cuando va por la mitad de su McFlurry. Necesito que se calme un poco; me preocupa que se atragante.
Levanta la vista con una expresión curiosa y más que entusiasmada.
—Sí.
Saco mi celular del bolso y busco las fotos de Edward y yo en Nueva Zelanda. Luego, al encontrar la más clara, giro la pantalla y se la muestro.
—Esta es cuando nos comprometimos.
La observa durante un largo momento, con los ojos claramente absorbiendo cada detalle del rostro de su padre, antes de volver la mirada hacia mí.
—Guau... —dice en voz baja—. Sí se parece a mí.
—Tú te pareces a él —lo corrijo, tomándole la barbilla solo para volver a hacerlo sonrojar—. Oye, si te hago sentir incómodo, puedes decírmelo. Soy un poco tocadora.
—¿Tocadora? —repite con escepticismo, y me recuerda tanto a Edward en nuestra primera cita que suelto una carcajada.
—Eres adorable.
—No me siento incómodo. Mi abuela me besaba todo el tiempo —explica, girando el rostro sonrojado mientras se mete más helado de Oreo en la boca.
Después del almuerzo, en lugar de regresar a casa, voy al centro comercial Westfields en Chatswood. Eso significa estar más tiempo del que normalmente toleraría en la autopista A1, pero Tyler no tiene más que la ropa puesta, y esa no sirve más que para tirarla a la basura. No podría vivir conmigo misma si no le compro algo decente.
—¿Cuántos años tienes, cariño? —le pregunto al entrar al parqueadero subterráneo.
—Once —confirma lo que ya había calculado.
—¿Cuándo es tu cumpleaños?
—Catorce de marzo.
—Ah, así que acabas de cumplir once. ¿Qué te regalaron por tu cumpleaños? —sigo indagando hasta que me doy cuenta de lo que acabo de preguntar.
—Eh... una... una pelota de fútbol —balbucea, y no suena ni remotamente convincente.
—No te dieron nada, ¿cierto? —le digo con suavidad.
Baja la cabeza y niega.
—Lo siento...
Se me parte el alma, y alargando la mano, le tomo la suya y la aprieto con cariño.
—No es tu culpa, cariño.
Me devuelve una sonrisa tímida y se encoge un poco de hombros.
—¿Quieres que te compre algo? Un regalo de cumpleaños atrasado —le propongo, y sus ojos se abren como platos mientras su boca se entreabre.
—¿De verdad?
—De verdad —le digo con una sonrisa, tratando de que se relaje. Este niño se merece once regalos. Uno por cada año que su padre no estuvo presente.
Esa sonrisa se vuelve completamente genuina.
—O-okey.
—Vamos, entonces —digo, poniendo el freno de mano y abriendo la puerta.
Primero lo llevo a Target y le compro lo básico: medias y ropa interior, luego pijamas. Al descubrir que es talla doce, lo dejo elegir. Escoge con temática de Guardianes de la Galaxia y Star Wars, y ahí supe que este niño es genial.
Para la ropa, lo llevo a David Jones. Después de lo que ha estado usando -quién sabe por cuánto tiempo-, se merece algo decente. Juntos escogemos cinco jeans y la misma cantidad de camisetas y buzos. Luego me acerco a la caja mientras él me sigue con la mandíbula casi arrastrando por el piso.
—¿Puedes pagar todo esto, Bella? —susurra, incrédulo, mientras la dependienta empieza a registrar los artículos.
Le paso un brazo por el cuello y lo acerco a mí.
—Claro que puedo —le respondo en voz baja. No quiero que la vendedora escuche.
De todos modos lo hace, y le dedica a Tyler una cálida sonrisa.
—Zapatos —añado cuando salimos de la tienda con varias bolsas en las manos.
Lo llevo a la tienda deportiva más cercana y le compro tres pares: unos Converse rojos de una estrella, unos Adidas Superstars y unos Nike Jordan de caña alta. Se siente bien tener una razón para gastar el dinero de Edward, y no se me ocurre una mejor que esta.
—¿Puedo estrenarlos ya? —me pregunta, con los ojos brillando de emoción.
—Claro que sí —le respondo. Nos sentamos en una banca del centro comercial y lo ayudo a quitarse esos zapatos baratos y horribles, junto con los calcetines llenos de agujeros.
Carajo, hasta los pies los tiene como Edward.
Tomo un par de calcetines nuevos que acabamos de comprar mientras Tyler saca el papel arrugado del interior de sus Nikes... justo cuando suena mi celular.
Es Edward.
—Hola —lo saludo, sin poder ocultar del todo mis emociones alteradas—. ¿Jake ha dicho algo? —pregunto sin saber por qué carajos. No es precisamente el tipo de cosas que se dicen por teléfono.
—No… —responde, sonando algo confundido—. ¿Te refieres a lo de la casa?
—¡Sí! —digo de golpe, negando con la cabeza—. ¿Qué pasa? ¿Vas a llegar a la misma hora hoy?
—A la misma de siempre… Bella… —empieza, y es obvio que nota que algo anda mal. No creo que sea posible fingir del todo—. ¿Quieres que lleve algo de comida? —ofrece, y agradezco que, por la razón que sea, no decida presionarme.
— Claro, pero compra de más. Estoy muerta de hambre —respondo, mirando a Tyler y guiñándole un ojo. Él se ha detenido en medio de atarse los zapatos, claramente atento a mi conversación con Edward… el padre al que teme que lo rechace.
—Está bien. ¿Segura que estás bien? —Sí, ya no se le escapa nada al guapo últimamente.
—Sí, solo hasta el cuello de trabajo —miento, riendo con ironía—. No llegues tarde, ¿sí?
—Está bien… —murmura, y está claro que no me cree ni un poco. Necesito colgar ya el maldito teléfono—. Te amo.
—Eres adorable —le digo, con el corazón derritiéndose como siempre que me dice que me ama. Aún me cuesta creerlo. Entonces, atrapándome a mí misma, cuelgo casi demasiado rápido—. Ese era Edward… tu papá —le explico a Tyler.
Su rostro se vuelve casi vulnerable y asiente, chupándose las mejillas otra vez.
—Oye, ¿qué tal si vamos por ese regalo de cumpleaños ahora? —le recuerdo.
—Pero… ¿no eran mi regalo de cumpleaños la ropa nueva? —pregunta con incertidumbre.
—Eh, ¿qué clase de persona malvada crees que soy para darte ropa como regalo de cumpleaños? —bromeo, y su sonrisa reemplaza de inmediato la aprensión inicial.
—Vamos, guapo —le digo, tirando de él para levantarlo del banco—. Esos zapatos se ven geniales.
Está reacio a decirme qué quiere esta vez, y el tiempo corre; Edward llegará pronto. Lo llevo de nuevo a Target y se queda rondando cerca de los videojuegos casi sin darse cuenta, pero como no tiene televisor, sé que tendré que conseguirle lo más parecido.
—¿Qué tal… un iPad? —sugiero, y casi le da un infarto.
—¿Qué? ¿Un iPad? —Su voz casi se quiebra.
—¿No necesitas uno para la escuela? —pregunto, y me lanza una mirada extraña.
—Solo tenemos computadoras en la escuela. En la biblioteca.
—Bueno, entonces definitivamente necesitas uno. —Insisto, porque ¿qué escuela no tiene malditos iPads? ¿O todavía vivo bajo la ilusión de los suburbios del este?
—Pero ¿no son muy caros? —me responde con una inocencia exagerada.
—Tyler, tienes once años. Si tu papá te hubiese dado un regalo cada año en tu cumpleaños gastando unos cien dólares, eso sumaría mil cien —intento razonar con él—. Así que, visto desde esa perspectiva, no es tanto dinero, en absoluto.
Lo piensa un momento, pero no termina de convencerse.
—¿Se va a enojar?
—Se va a enojar, claro. Se va a enojar de que nadie le dijo que habías nacido. —Le paso el brazo por los hombros—. Así que nada de preocuparte, pequeño preocupado. ¿Quieres un iPad?
—Eh… sí —responde con entusiasmo, pero con mucha cautela a la vez, y es asombroso cuánto se parece a Edward.
Cinco minutos después, con un iPad Pro agregado a la lista de compras, volvemos al auto. Debo llegar a casa antes que Edward; necesito tiempo para prepararlo.
—¿Dónde voy a dormir? —me pregunta tímidamente al abrir la puerta de entrada y entrar. Se da cuenta de inmediato de que mi casa es pequeña.
—Puedes dormir en el sofá esta noche, pero ya encontraremos una solución a largo plazo. No te preocupes, ¿de acuerdo, cariño?
—De acuerdo —murmura, con una pequeña sonrisa en los labios, justo cuando Oppa entra corriendo por la puertecita del perro para saludarlo, y el auto de Edward se detiene en el estacionamiento.
—¿Bella…? —dice Tyler, con voz inquieta y poniéndose pálido como un fantasma.
—Oye, todo va a estar bien. Te lo prometí, ¿recuerdas? —le digo, rodeándole los hombros con el brazo y llevándolo al salón—. Quédate aquí un momento y te lo presento, ¿sí?
—Está bien —repite con voz bajita, sentándose en el sofá y luciendo aterrorizado.
Tengo que salir a interceptar a Edward antes de que entre, así que salgo corriendo por la puerta principal. Estoy nerviosa, tan nerviosa que me siento físicamente enferma, y casi sin darme cuenta, cruzo los brazos sobre el pecho para intentar silenciar los latidos de mi corazón.
Edward baja del auto, con una bolsa de plástico llena de comida en una mano y su portafolio en la otra. Me ve y me sonríe cálidamente, pero la sonrisa se desvanece al instante.
—Está bien… ¿qué pasa? —me pregunta, los hombros caídos tras un suspiro pesado.
Mis manos tiemblan, y sin darme cuenta, lo agarro del pecho con fuerza.
—Necesito que me prometas algo —le digo, y mi voz es seria. Demasiado seria, pero no puedo evitarlo.
—Bella… —suspira.
—Edward, no es broma. ¡Prométemelo! —le ruego, sabiendo que sueno tan alterada como me siento.
—¿Que te prometa qué? —pregunta. Está empezando a frustrarse, y sus ojos arden con la misma incertidumbre que los del pequeño que está adentro.
—Que vas a mantener la calma.
—¡Jesús! ¿Qué carajos pasó ahora? —exclama, pasándose una mano por el cabello, aún con la bolsa de comida en la otra mano.
—Solo… mantén la calma, ¿sí? —Le suelto la camisa y le tomo la mano—. Prométemelo.
—¿Y qué se supone que debo tomar con calma? —pregunta, cada vez más impaciente.
—Solo… —empiezo, pero sacudo la cabeza y me doy vuelta hacia la casa sin soltar su mano. No puedo simplemente decírselo; tiene que ver a Tyler con sus propios ojos.
—Calma, ¿recuerdas? —le susurro, sabiendo que Tyler puede oírme, después de cerrar la puerta. Tomo la bolsa de comida china y la dejo sobre la mesa del pasillo.
—Estoy calmado —responde con un resoplido, frunciendo el ceño, y tomándolo de la mano, lo llevo al salón.
Da no más de tres pasos cuando se detiene en seco, tal como lo hice yo solo unas horas antes. Su mirada se fija en Tyler, se le ensanchan los ojos claramente en estado de shock, mientras Tyler se pone de pie de un salto.
Se quedan mirándose. Tyler, con una expresión cruda, cargada de miedo e incertidumbre, mientras que la de Edward es incomprensible. Está en estado de incredulidad, pero al mismo tiempo, sé que está viendo exactamente lo que yo vi cuando conocí a Tyler.
Desde sus ojos, sé que su mente ya ha llegado a la aceptación, aunque no pueda decirlo en voz alta. Que este niño frente a él, con el mismo tono de cabello y la misma intensidad nadando en unos ojos verdes idénticos, es su hijo.
Entonces, como si algo se rompiera dentro de Edward, de pronto da media vuelta y sale de la habitación, y luego de la casa, azotando la puerta principal. Tyler solo lo observa, con los ojos desbordándose de lágrimas.
—Está en shock, cariño, solo es eso —intento calmarlo antes de salir corriendo tras Edward—. ¡Oye! —grito, alcanzándolo justo cuando se mete en su auto.
—Yo… yo no lo sabía, Bella. Me crees, ¿verdad? —me suplica, con la voz ya temblorosa y los ojos completamente desbordados.
—¡Claro que te creo! —afirmo, porque jamás dudé de él—. Pero, Edward, ¿a dónde vas?
—¡Tengo que averiguarlo! ¡Necesito saber si él lo sabía! —responde, empezando a sonar irracional.
—¿Quién? —pregunto suavemente.
—Mi abuelo —dice con rigidez, bajando la mirada por un momento, el ceño profundamente fruncido, antes de volver a alzar los ojos hacia mí—. Cuídalo. Ya vuelvo —es todo lo que dice antes de cerrar la puerta del auto. Luego, al encenderlo, sale de la entrada tan rápido que los neumáticos chirrían contra el concreto.
—Cristo —susurro, mordiéndome inconscientemente la uña del pulgar. Luego, con un profundo suspiro, vuelvo a entrar a ver a Tyler.
Sigue de pie, inmóvil junto al sofá, con la cabeza gacha. Me mira al entrar, y el corazón se me parte en mil pedazos; las lágrimas le caen silenciosamente por las mejillas.
—Tyler…
—Sabía que no le iba a gustar.
Nota de la autora: Sí, Tyler Hawkins, porque es mi personaje favorito interpretado por Robert Pattinson.Nota de traducción: La miel de manuka es un tipo de miel de color ámbar oscuro, originaria de Nueva Zelanda y Australia, conocida por sus propiedades medicinales. En este caso, "cabello color miel de manuka" describe un tono cálido y dorado, similar al de esa miel.