ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
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43

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Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Capítulo 43 Bella . Mi madre solía decir siempre: «lo que temes, lo creas», y carajo… okay, no es que estuviera temiendo exactamente otro ataque de asma por pánico, pero frente a Tyler… Frente a su padre ya había sido suficientemente terrible la primera vez, pero Tyler… No podía soportarlo. Al principio intentó ser valiente. Me rodeó con el brazo y me dijo que todo iba a estar bien, pero cuanto más se cerraban mis vías respiratorias, más crecía su miedo, hasta que terminó llorando y suplicándome que respirara, diciéndome que quería que yo fuera su mamá. Lo peor fue que no pude decir nada. No tenía suficiente aire en los pulmones para hablar y tranquilizarlo. Lo único positivo que puedo decir es que esta vez no vomité. Ningún niño debería ver eso en su madre, y carajo, yo vi vomitar a la mía más veces de las que quiero recordar; considerando que siempre estaba borracha. Traté de mantenerme lo más calmada posible, pero no es precisamente fácil cuando todo tu cuerpo clama por oxígeno. Estoy segura de que la primera vez que pasó esto, la ambulancia llegó en un par de minutos, pero esta vez pareció una eternidad, y no sabía cuánto más podría aguantar. Empecé a desvanecerme mientras mi visión se nublaba en los bordes. Con la energía completamente agotada, cerré los ojos, y lo último que recuerdo es la voz temblorosa y aguda de Tyler gritando mi nombre. Cuando volví en mí, estaba en la ambulancia, y luego en urgencias, donde por fin pude tomar una bocanada de aire completa. Pero estaba exhausta, completamente consumida, y cada respiración dificultosa hacía más difícil luchar contra la inconsciencia que se aproximaba. Dios, odio sentirme así. *V* Me van a hospitalizar para observación. A pesar de mis mejores protestas -aunque sin aliento-, fueron condenadamente insistentes. Mi función pulmonar ha disminuido y no hay forma de evitarlo. Después de que me administran corticosteroides por vía intravenosa, y cuando el especialista en pulmones está satisfecho con la disminución de la inflamación, me trasladan al área estable de emergencias. Es entonces cuando dejan entrar a mis chicos a verme, y una pensaría que a estas alturas ya estaría acostumbrada a ver ese miedo intenso que suele inundar el rostro de Edward… pero no. Ni remotamente estoy preparada para ver el de Tyler. Edward entra primero; está al borde del llanto. Pone sus manos a cada lado de mi rostro y besa cada centímetro -mi frente, mis mejillas, mis labios- apresuradamente y con una carga emocional demasiado intensa. —Jesús, nena… —murmura; suena roto, y es cuando me doy cuenta de que apenas se está sosteniendo. —Estoy bien, guapo —insisto en voz baja, aunque no puedo fingir mucho. Aún me siento débil y sin aire. Suspira. En realidad, más que suspirar, libera hasta la última molécula de aire de sus pulmones y prácticamente se derrumba sobre mí. —Ay, amor… —digo con ternura, mientras él niega con la cabeza, aunque no sé qué quiere decir con eso. —Tyler —murmura, apartándose de mí y pasándose los dedos con rigidez por el cabello ya despeinado. Mi mirada va hacia Tyler, que está detrás de Edward, viéndose tan perdido y vulnerable como la primera vez que lo vi. —Hola, cariño. —Hola, Bella —responde, con la voz temblorosa mientras unas lágrimas grandes y gordas le ruedan por las mejillas. Mi corazón se rompe al instante y hago un esfuerzo enorme por no venirme abajo. —Ven y dame un abrazo —le susurro, extendiéndole el brazo. Al principio duda, pero luego se acerca, se sube a la cama junto a mí y rodea mi cuello con ambos brazos. —Lo siento mucho, Bella. —Llora, y escucharlo sollozar es demasiado para mí. —¿Por qué lo sientes? —le pregunto con la voz quebrada inevitablemente. —Porque no pude ayudarte —responde, alejándose un poco para secarse los ojos con el dorso de la mano. —Pero sí me ayudaste —le aseguro—. Te quedaste conmigo, mantuviste la calma y llamaste a tu papá. ¿Sabes lo orgullosa que estoy de ti? —¿D-de verdad? —hipa, y carajo, me está destrozando el corazón. —De verdad. —¿Estás mejor ahora? —Sigue secándose las lágrimas aunque no paran de caer, y ya tiene toda la manga del uniforme empapada. Con su camisa blanca y la corbata a rayas azul y amarilla, parece una cápsula del tiempo. Cada día se parece más a Edward. —Mucho mejor. —¿Cuándo vuelves a casa? —Mañana. —¿Lo prometes? —Sus ojos llenos de lágrimas se agrandan con esperanza. —Claro que lo prometo. Pero oye, tú y tu papá pueden tener una noche de chicos cuando lleguen a casa. Pueden quedarse despiertos toda la noche, pedir comida chatarra y ver películas de miedo. —Pero… n-no será lo mismo sin ti —dice, con el pecho tembloroso. —Eres adorable. Se sonroja y toma otra bocanada de aire temblorosa. —¿Sabes que papá y yo pensamos en un nombre para ti? —¿Sí? Asiente. —Señorita Hermosa. Me río y de inmediato empiezo a toser, pero sin duda es mejor eso que derrumbarme frente a él. —Me van a matar, chicos —digo con ternura, mordiéndome el labio inferior para evitar que las lágrimas me desborden; algo que Edward nota de inmediato. —Amigo —le dice, poniéndole la mano en el hombro—, ve a la máquina y compra unas latas de refrescos, ¿sí? —Y metiendo la mano en el bolsillo, saca varias monedas de dos dólares y se las deja caer en la palma. —Okay —acepta Tyler, bajándose de la cama—. ¿Quieres algo, Bella? —pregunta antes de irse. —Lo que sea, cariño. Edward espera a que Tyler desaparezca, y con otro suspiro pesado y largo, toma asiento junto a mí. Luego se inclina hacia adelante y se cubre el rostro con las manos. —Lo siento, guapo —susurro, pasándole los dedos por el cabello. Una risa quebrada se le escapa. —No tienes nada por qué disculparte, nena. —Y cuando levanta la cabeza, veo que está llorando. —Edward… —mi voz se traba. Él niega con la cabeza de nuevo y aspira con fuerza, conteniendo las emociones. —Nena —toma mi mano entre las suyas y la lleva a sus labios—, voy a matricularlo en Sydney Grammar. —¿Qué? —Estoy horrorizada, y niego con la cabeza de inmediato, cuando él se explica: —Está justo cruzando el parque. Puede ir caminando, y ya no tendrás que llevarlo. —¡Edward, no! —insisto, aunque apenas tengo fuerzas para hablar. —¡No voy a dejar que esto te pase otra vez! —Su voz se eleva y sus ojos se agrandan. En ellos veo ese dolor constante que siempre carga. Sé que lo dice en serio, pero no puedo concebirlo. —No vamos a enviarlo a esa escuela. ¡No podemos! —digo con fuerza, aunque tengo que parar a tomar aire. Él niega con la cabeza y vuelve a besar mi mano. —¿Sabes lo que me dijo tu… especialista en respiración cuando tuviste neumonía? —pregunta, bajando la voz a un susurro, y me doy cuenta de que está luchando mucho con esto. Solo niego con la cabeza. —Dijo que, con tu asma, cualquier ataque puede ser fatal. No voy a seguir poniéndote en riesgo —dice, soltando mi mano y limpiándose las lágrimas con torpeza—. ¡No voy a perderte! —No me vas a perder —insisto, con la voz más suave, pero antes de darme cuenta, ya estoy llorando también. —No puedo, nena. Simplemente… no puedo… —Edward —comienzo, respirando con esfuerzo para contener el llanto—, detente y piensa en lo que estás diciendo. Sabes que en esa escuela todo gira en torno a lo que hace el padre. En cuanto sepan a qué te dedicas, ¡lo van a torturar! —¡Va a heredar tres veces más que esos pequeños imbéciles jamás soñarán! —intenta argumentar, con la mirada suplicante. Sigo negando con la cabeza, pero las lágrimas ya caen libres y no puedo detenerlas. —Pero él no va a entender eso. —No va a entender si algo te pasa a ti —responde, poniéndose de pie otra vez y tomando mi rostro entre las manos—. Bella, él te ama… tanto como yo te amo —dice con una pasión intensa que brilla en sus ojos, y de pronto me aterra no poder hacerlo cambiar de opinión—. Y no puedo hacer esto sin ti —agrega, con la voz quebrada otra vez, luchando visiblemente por no venirse abajo. Me siento completamente impotente, y girando el rostro hacia el techo, cubro mis ojos con las manos y rompo en llanto. Es lo único que puedo hacer ahora. —Ey… —dice Edward, de pronto ansioso, al apartarme las manos del rostro—. Lo siento, nena. Solo que… no puedo arriesgarte. Por favor, entiéndelo. —¿Y qué pasa cuando nos mudemos a Surry Hills? —pregunto, mientras él me seca las lágrimas con los dedos. —Nos… quedaremos en el apartamento hasta que termine la escuela. —¡Edward! —intento protestar, pero él niega con la cabeza, terco. —Te dije que no puedo dejar que vuelva a pasar. Pero yo no cedo. —No puedo aceptar esto. ¡No lo haré! —Bella, por favor… —Búscale un tutor privado hasta que encontremos una casa y nos mudemos —sugiero desesperada—. De todas formas, necesita ponerse al día. Él se queda en silencio un momento, considerando la idea, y yo suspiro por dentro con alivio, esperando con todo que no sea demasiado pronto para hacerlo. —Okay… —cede finalmente, soltando otro suspiro cargado—. Hablaré con Alec esta noche. —Y, al inclinarse, presiona sus labios contra mi frente—. Lo siento, nena. Suelto una especie de risa entrecortada, mitad llanto, mitad alivio. Si no es por otra cosa, por pura descarga emocional. —Carajo, señor Disculpas… —Solo… por favor, recupérate. No soporto verte así. Asiento, inclinando la cabeza para besarle los labios, incluso con la maldita cánula nasal dándome un congelamiento cerebral constante. —Estaré bien por la mañana. Solo necesito dormir un poco. —Okay —murmura, apoyando su frente contra la mía por un momento—. Perdón por haberte alterado. —Lo que hiciste fue asustarme más que otra cosa —admito, porque no pienso decirle que la poca energía que me quedaba ya se agotó por completo—. ¿Por qué siquiera considerarías algo así? —pregunto, aún desconcertada. —Porque eres demasiado importante para mí… para los dos —responde, dejando que sus emociones se desborden otra vez. —Sería tan infeliz ahí que terminaría odiándonos —le señalo en un susurro. —Yo… Jesús… —murmura, abandonando el tema. —Estás pensando solo con el corazón en este momento —le digo, apoyando mi mano en su mejilla. Asiente a regañadientes, soltando el aire de nuevo con fuerza. —Sí… —Llévate a Tyler a casa y consiéntelo esta noche, ¿sí? De verdad lo asusté. —A mí también me asustaste mucho —susurra. —¿Tú crees que sobreviví al accidente que mató a toda mi familia solo para caer fulminada por asma? —pregunto con ligereza, intentando tranquilizarlo, pero él no lo recibe bien. —Bella, por amor de Dios… —Ay, señor Cabeza Estresada… —Enrosco mi brazo por detrás de su cuello y presiono el rostro contra su piel caliente—. Hueles rico. Él exhala por la nariz como si intentara reprimir la risa, pero suena demasiado agotado. —¿Quieres que me acueste contigo? —ofrece, y tristemente, se ha vuelto otra de nuestras costumbres. —Por supuesto que sí —respondo, y apenas se acomoda junto a mí en la cama y me rodea los hombros con el brazo, me acurruco contra su costado y cierro los ojos. Estoy dormida antes de que Tyler regrese. *V* Edward se toma el día siguiente libre para estar conmigo, y ya ha faltado al trabajo demasiadas veces por mi culpa. Llega a las nueve y media de la mañana, una hora antes de que abran las salas para visitas; sin Tyler. —Lo mandé al colegio —explica cuando pregunto por él—. Está mejor allá, y yo no… —parece perderse un segundo—. No quiero que te vea así. —Carajo, Edward. —Considero discutir con él, pero lo dejo pasar. Tengo que permitirle a Edward tomar el control; ser el padre de Tyler—. ¿Está bien? —Sí, está bien, pero ayer estaba bastante afectado —admite, bajando el tono, y de inmediato me siento culpable. Ese dulce niño ya ha pasado por suficiente sin que yo lo traumatice aún más. —Lo siento. Él sonríe; es una sonrisa tierna, pero todavía demasiado cargada de emoción. —¿Puedes dejar de disculparte? No tienes nada de qué sentirte mal. Le devuelvo la sonrisa, pero solo dura un instante. —¿Has pensado más en… lo que hablamos ayer? Asiente, exhalando con cansancio. —Lo hablaremos cuando lleguemos a casa. ¿Te dan de alta hoy? —Sí, en cuanto el neumólogo haga su ronda. Edward… —¿Sí? —¿No lo vas a mandar a Sydney Grammar? —No. Bella… —¿Scot's College? —No… —¿The King's School? Él respira hondo, y una leve sonrisa vuelve a asomarse. —Se queda en Crown Street. —¿Lo prometes? —Lo prometo. —Okay. —Satisfecha, le extiendo la mano—. Bésame otra vez. Cede y se inclina para besarme suavemente, aunque solo por un momento. —Te ves cansada —observa al incorporarse para examinarme otra vez. —No dormí mucho —explico. —¿Estás respirando mejor? —Estoy bien, señor Cabeza Estresada —le aseguro—. Solo me dejé llevar otra vez. Ojalá supiera cómo evitarlo, pero… —Cuatro años con el Dr. Jenks y aún sin resolverlo, pero hay cosas que ni un psiquiatra de quinientos dólares la hora puede curar. —No más conducción —concluye él. —Carajo, guapo… —Porque lo que propone es tratar el síntoma sin siquiera rozar la raíz, pero no es algo que quiera volver a discutir ahora. —Me importa una mierda —responde, serio y aún más firme—. Ya te he visto así demasiadas veces. La próxima… Se detiene de golpe, y no es difícil imaginar en qué está pensando. Tiene miedo de perderme, tanto como yo temo perderlo a él. A él… y ahora a Tyler. —La paternidad te sienta bien, señor Asertivo —le digo, estirando la mano y agarrando su camisa para acercarlo más a mí. Sonríe otra vez, pero esta vez más desde la exasperación. —Me estás volviendo loco. *V* Me dan de alta justo después del mediodía, y no podría haber sido en mejor momento. —Tengo una sorpresa para ti —me murmura Edward al oído mientras caminamos hacia el parqueadero. —¿Ah, sí? —digo, girándome para mirarlo con curiosidad. —Cierra los ojos —me indica, cubriéndolos con sus palmas antes de que pueda hacerlo yo misma. —¿Qué me compraste esta vez? —pregunto con resignación mientras me guía a ciegas varios metros más. —Es para los tres —responde, retirando las manos. Nos ha detenido frente a una SUV Audi Q7 roja; por el aspecto, completamente nueva. —¿Esto es… nuestra? —pregunto, alzando las cejas. —Es nuestra —responde con una sonrisa amplia—. La recogí anoche. Asiento despacio, evaluándola antes de volver a mirarlo. —Apuesto a que Tyler estaba eufórico. —Lo estaba —dice, sacando el celular del bolsillo trasero y mostrándome varias fotos de Tyler claramente en la concesionaria, parado frente al auto y sosteniendo una docena de globos rojos—. Me llamaron ayer para que fuera por ella. Iba a ser una sorpresa, pero… —Pero la arruiné teniendo un ataque de asma —termino su frase. —Claro que no, gansa —responde, sacando la llave del bolsillo para abrir el auto. —¿Fue entonces cuando llevaste a Tyler a cenar? —pregunto mientras me ayuda a sentarme en el asiento de cuero del copiloto como si fuera una anciana. —Sí… —Me pareció que te habías tardado —comento con una sonrisa mientras él se acomoda al volante—. ¿Fueron a dar una vuelta? —No. Tyler se quedó dormido cinco minutos después de salir rumbo a casa. —Vamos a dar un paseo este fin de semana —propongo. Acaba de insertar la llave en el encendido cuando se gira para mirarme. —No. —Estás caminando con cuidado alrededor mío otra vez —señalo. Saca la llave y suspira; los hombros se le caen con el gesto. —No vamos a dar paseos hasta que tú… —¿Así que vas a limitarnos por mi culpa? —¿Y si vuelve a pasar? —me dice, apelando a mí; sus ojos grandes y aún llenos de ese dolor constante al que solo le estoy sumando más—. ¿Y si la próxima vez dejas de respirar? Bella… —¿Y si el mundo se acaba mañana? —lo interrumpo—. Eso no es razón para dejar de vivir. —Eso no es probable. Pero que tú no puedas respirar, sí lo es. —Edward… —¡Bella, por el amor de Dios! —explota de pronto—. Tienes limitaciones. ¿No lo entiendes? —¡Todavía tengo mierdas que no he resuelto! ¡Es distinto! —¡Pues hasta que las resuelvas no vamos a salir malditamente a pasear! —insiste, con un tono que no deja lugar a discusión—. No pienso ceder en esto —agrega, con el rostro tenso mientras coloca ambas manos en el volante y mira al frente. —¿Vas a envolverme en algodón el resto de mi vida? —pregunto, alzando una ceja cuando se vuelve hacia mí. —Si tengo que hacerlo, por supuesto que sí. —¡Carajo! —¿Y si estuvieras en mi lugar? Si fuera yo el que pudiera dejar de respirar en cualquier momento, ¿qué harías? Me quedo en blanco, con la boca abierta y sin poder responder. No puedo. —Si no lo harías por mí… ¿lo harías por Tyler? —Su voz está al borde de quebrarse, y me doy cuenta de que mi duda lo ha herido. —Lo haría por ti, guapo —susurro, colocando la palma sobre su mejilla—. Claro que lo haría. Él toma mi mano entre las suyas y la lleva a sus labios. —Solo entiende, nena. Eres condenadamente terca a veces. Asiento, inhalando con un suspiro tembloroso para contener las lágrimas. —Okay, te concedo esta. Casi se ríe; en cambio, baja la cabeza y suelta un quejido ahogado. —Jesús… *V* —Bien, esto es lo que va a pasar —empieza Edward después de darme un café, sentándose a mi lado en el sofá y rodeándome los hombros con el brazo. Me giro hacia él con expectación, pero siento que dejo de respirar por un segundo. —No pude conseguirle un tutor de tiempo completo con tan poco aviso, pero Alec me consiguió un conductor. Él va a llevar y traer a Tyler del colegio hasta que nos mudemos más cerca. —Pero… —lo interrumpo de inmediato, sin estar del todo convencida. —¡Nada de peros! —me responde Edward, sonando condenadamente autoritario. —¡Le gusta que lo lleve yo! —digo como defensa débil. —Está de acuerdo conmigo. —¿Qué…? —Somos dos contra uno —dice con una ligera sonrisa—. Estás en desventaja. Me deja sin palabras, lo cual no es algo que ocurra seguido. —¡Está bien! —resoplo, pero no me hace ninguna gracia—. ¿Quién es ese conductor? —James. Solía ser el chofer de Abue. Confío en él. —¿Qué edad tiene? —Cincuenta y tantos. —Bueno… maldita sea. —¿Contenta? —me levanta el mentón, con una sonrisa encantadora asomándole en los labios. —Estoy satisfecha, y eso es lo más cerca que vas a llegar. Él suelta una sonrisa completa y, tomándome la mano, besa el dorso. —¿Y qué hicieron ustedes anoche sin mí? —decido cambiar de tema. —Vino Emmett —responde, de inmediato con un aire distraído. —¿Ah? —Le pidió matrimonio a Rose. —¿Qué? —digo, enderezándome y casi derramando el café sobre mí. Él suelta un bufido seco. —Sí, imagínate. —¿Está embarazada? —No, pero fue lo primero que pensé también. —Entonces… ¿por qué? —Porque de verdad estoy confundida. —Supongo que él ve algo en ella que nosotros no. Quería asegurarse de que yo lo apoyara y que no le echara mierda por eso. —Carajo… —Otra vez me deja sin palabras. —Me contó… cosas… —agrega en un murmullo, y es obvio que fue mucho más que «cosas». —¿Dios, ahora qué? —le digo detrás de un suspiro resignado. —Rose le dijo que Lauren se embarazó a propósito —revela tras una pausa, evitando mi mirada con intención. —¿Qué? —digo en un susurro cargado de impacto—. ¿Por qué haría algo así? —Aparentemente su reputación estaba tan arruinada que hasta sus amigas empezaban a darle la espalda. Quería cambiarse de escuela, pero su papá no la dejaba. Solo había una razón por la cual él la sacaría, y ella lo sabía. Ahí es donde entro yo. —¿Se embarazó a propósito solo para cambiarse de escuela? —le pregunto, completamente incrédula. —Aparentemente —murmura con amargura—. Así de jodidas están esas familias. Suelto una risa irónica. —Créeme, le estás predicando a la convertida. Por eso no quiero a Tyler cerca de ellos. —Sí… —Todavía no me mira. —Edward… —Me manipuló por completo, Bella. Ella sabía que yo no tenía idea… y con mi familia, además… —Inclina la cabeza y se frota la frente con los dedos. Deslizo la mano hasta el otro lado de su rostro y lo animo a que me mire. —Pero si no lo hubiera hecho, no existiría Tyler —le digo con suavidad. Él asiente y suelta un suspiro contenido desde el fondo del pecho. —Lo sé, y me alegra que esté en mi vida. De verdad. —Claro que sí. —Solo quisiera no haberme perdido tanto —agrega, presionando ahora su mano contra la frente—. Me molesta que Abue nunca me haya dicho nada. O sea, entiendo por qué no lo hizo, pero tenía derecho a saberlo. —Sé que lo tenías —murmuro, acercándolo a mí para besarlo. A veces todavía puede parecer perdido, pero ya es un padre increíble. No sabía cómo se desenvolvería, pero superó mis expectativas casi de inmediato—. Estoy orgullosa de ti por haber dado el paso —le digo, plantando mis labios en su cuello antes de volver a encontrarme con esos ojos de acero—. A la mayoría de los hombres les daría pánico. Él suelta una risa sin humor. —Créeme, estaba con el pánico a mil, no te preocupes. —Pero igual lo asumiste con aplomo. Él vuelve a bufar, con escepticismo, y me da la impresión de que cree que estoy siendo demasiado generosa. —Estaba cagado de miedo, nena. No tenía ni idea de qué carajo se suponía que debía hacer. Solo sabía que tenía que hacerme responsable de él. —Sabía que harías lo correcto —le aseguro, apoyando mi barbilla contra su hombro. Hace una pausa y luego esboza una pequeña sonrisa. —No esperaba sentir nada por él tan pronto, pero ese primer día que estuve a solas con él… no sé… Me miró con esos ojos llenos de miedo, pero también de esperanza. Era como si apostara todo lo que tenía en mí, y sentí que me estaba viendo en un espejo. Así era como yo veía a Abue. Supe que no podía fallarle. —Y no lo has hecho. Él te admira como si fueras un superhéroe. ¿Y sabes qué me preguntó el otro día? —¿Qué? —pregunta, girándose para mirarme directo. —Cuándo le va a salir pelo en el pecho como a ti. —Me río al recordarlo, mientras la sonrisa de Edward se ensancha—. Es tan adorable. —Él te cambió de una forma en la que yo nunca pude, nena —añade al cabo de un momento. —Me cambió como solo puede hacerlo un hijo —le digo—, pero si no fuera por ti, guapo, no estaría ni cerca de estar lista para ser su madre. —Mmm… —Mueve la cabeza y besa mi frente. —Probablemente lo habría usado como excusa para enterrarlo todo aún más —murmuro en voz alta. —Sí —responde Edward en voz baja—, eras buena en eso. Me quedo callada un rato, preguntándome cómo demonios no me di cuenta antes de que Edward siempre me entendió, incluso cuando yo ni siquiera me entendía a mí misma. —No se te escapa mucho, ¿verdad? Él exhala suavemente por la nariz, pero no responde. Inclino la cabeza y lo beso otra vez, antes de apartarme para contemplarlo más a fondo. —Mientras tú me sacabas del otro lado del infierno, yo te vi cambiar y crecer de formas que nunca imaginé posibles. Ya no eres ese tipo que me invitó a salir por primera vez. Aquel que saltaba del susto si yo apenas lo tocaba. Él suelta un bufido suave, en señal de acuerdo. —Lo sé. —Tú solo… —empiezo a decir, pero me detengo. No estoy segura de cómo expresarlo. —¿Yo solo…? —me anima a continuar. —Ya no puedes ponerme por encima de Tyler. Él va primero. Eso es lo que significa ser padre. —Sí —murmura. —¿Lo llevaste tú hoy o lo llevó el chofer? —pregunto, volviendo de inmediato a pensar en Tyler. —Lo llevé yo. —Voy contigo a recogerlo —declaro sin margen de discusión. —No, no vas —me contradice al instante. —Está a cinco kilómetros de aquí y he manejado hasta allá decenas de veces —protesto. —Ibas tensa cuando veníamos del hospital, Bella. Lo vi en tus ojos. Te vas a quedar aquí. —¿Y qué tan lejos crees que vas a llegar dándome órdenes? —Alzo una ceja. Sonríe con picardía, y de pronto me cuesta no sonreír también. —No estoy segura de que me guste este lado tan asertivo tuyo, guapo —cedo, tomándolo del mentón. —Ahora mismo eres una bomba de tiempo que no tiene idea de lo vulnerable que está —responde, y aunque me está tomando el pelo, una gran parte de él no lo hace en broma. —¿Y cómo crees que sobreviví antes de conocerte? —le digo, desafiándolo. —Solo te estabas sosteniendo —responde, con seriedad esta vez. Abro la boca para contestar, pero la cierro cuando se me escapa un sonido sorprendido. Me conoce demasiado bien. Sospecho que siempre ha sido así.
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