45
22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita.
.
Capítulo 45
Bella
.
—Entonces, Bella —dice Charlie mientras se deja caer en uno de los sillones de cuero de la biblioteca a mi lado y me da un golpe en el hombro con el dorso de la mano—, ¿sabes lo que escuché?
—¿Qué escuchaste? —pregunto sin apartar la vista del libro abierto sobre mi regazo. Guía del autoestopista galáctico; es tan absurdo y completamente disparatado que he tenido que contener la risa en varias ocasiones.
—Edward va a invitarte a salir.
Eso capta de inmediato mi atención, y alzando la mirada de las páginas, lo observo con escepticismo y confusión.
—¿Edward...?
—Cullen —me recuerda como si hubiera olvidado mi propio nombre.
Por supuesto, Edward Cullen. Es el único Edward que importa en nuestra escuela, aunque haya al menos otros cuatro chicos con el mismo nombre.
Fuera del este interior, Edward no es un nombre muy común, pero en esta escuela...
En respuesta, suelto una risita, totalmente incrédula.
—Lo dudo mucho.
—En serio —insiste—. Lo escuché en los vestuarios esta mañana hablando con Jacob Black. Dijo que eras la chica más bonita de la escuela y que eras muy inteligente. —El imbécil de mi hermano se burla como si le pareciera ridículo.
—Fascinante —murmuro, dejando pasar su tontería antes de volver a concentrarme en mi libro.
—¡En serio! —repite, subiendo el tono en su esfuerzo por convencerme—. Si quieres quedar bien con papá, tráelo a cenar.
Levanto la vista de nuevo, soltando un largo suspiro de fastidio.
—Paso. ¿Sabes quién es su papá? —Alzo las cejas.
—No…
—Exacto. No tiene.
—Sí, pero Bella, Edward y su hermano son los chicos más ricos de la escuela —responde Charlie de inmediato, bajando la voz como si no fuera precisamente un secreto a voces. Me pregunto si de verdad cree que no lo sé ya, sabiendo perfectamente que ese comentario es el mismo que haría nuestro padre.
No importa que los nietos del célebre Carlisle Cullen sean ilegítimos y producto de que su hija «se revolcara» en los suburbios del oeste. El dinero siempre borra cualquier defecto de cuna… cuando alcanza los miles de millones.
—Charlie… —me quejo, deseando que me deje en paz de una vez. Mi hermano juega rugby con Edward y su hermano, y ya es suficientemente molesto que los idolatre—, no va a pasar. No tengo el más mínimo interés en Edward Cullen.
¿La ironía? Lo más probable es que sea la única.
—Escuché que dejó embarazada a Lauren Mallory —añade tras una pausa, soltando una risita y metiendo las manos en los bolsillos del pantalón.
—Mmm… —musito, sonriendo para mí misma. Yo también lo escuché, y me estremece pensar en lo que hará fuera del horario escolar. Y seamos honestos, también dentro.
—¿De verdad no te gusta? —insiste, usando ese tono como si creyera que estoy loca.
—Bueno, no todos somos cabezas huecas que se derriten ante una cara bonita. Algunos de nosotros tenemos estándares, ¿sabes?
Chasquea la lengua medio en broma antes de arrancarme los lentes de la cara y ponérselos él.
—¡Dios, estás ciega!
*V*
Cristo… qué guapo es. Es lo único en lo que puedo pensar cada vez que nuestros ojos se encuentran, y tengo que obligarme constantemente a no quedarme mirándolo como una idiota. Sus ojos están azules hoy. La mayoría de las veces son verdes, pero hoy están azules. Un azul entre turquesa y petróleo, y empiezo a preguntarme si cambian con su estado de ánimo. Aunque al parecer solo tiene dos: tenso y distante.
Más allá del color, sus ojos siempre tienen una intensidad característica. Una especie de filo que da la impresión de que podrían borrarte del universo con una sola mirada.
—Y = 2x + 4 —continúa explicando la maldita ecuación lineal sin saber que estoy en medio de una lucha interna entre su evidente atractivo y mi juramento de no-conformismo—. ¿Bella…? —Nota mi distracción, levanta la mirada y me lanza otra vez esa mirada fulminante—. ¿Lo… lo entiendes?
—Sí… —respondo deprisa. No lo entiendo, pero si no aparta los ojos de los míos voy a perder la poca cordura que me queda.
Sigue mirándome fijo, así que me veo obligada a desviar la mirada. Observo el patio central, donde medio colegio está tirándose bombas de agua contra los de último año.
—¿No deberías estar allá afuera? —le digo, inclinando la cabeza hacia el alboroto para enfatizar.
Sonríe, se encoge de hombros apenas… y se sonroja. Se sonroja. No tengo idea por qué, pero solo lo hace más atractivo.
—Sí… pero prefiero no estar.
—Eres el capitán del colegio. ¿No es tu deber cívico, o algo así? —arqueo una ceja, y ahí está de nuevo ese rubor.
Bien. Esto ya es ridículo.
—No recuerdo haberlo visto en el contrato —murmura, bajando la mirada de nuevo hacia el bloc de notas entre nosotros y su ecuación sin resolver.
—¿No quieres mojarte el cabello? —suena horrible, lo sé. No era mi intención sonar así, pero este tipo está sacando mi cinismo de formas que no me hacen sentir cómoda.
—Eh… —hace un sonido que creo que intenta ser una risa nerviosa— bueno, nado mucho, así que normalmente no me molesta.
—Sabes que el cloro puede volver verde el cabello —respondo como una completa idiota, y como era de esperarse, sus cejas se fruncen confundidas.
—¿Perdón…?
—Olvídalo —murmuro, mirando el revoltijo de letras y números sobre el papel rayado, que sigo sin tener idea cómo resolver. Cuando terminas sintiéndote una imbécil frente a alguien como Edward Cullen, rey absoluto del colegio y criminalmente guapo deportista ejemplar, es realmente el fin.
Aunque, es bueno en matemáticas. Muy bueno.
Decido que debe ser una de esas cosas de hombres. Bastante arrogante de mi parte, lo sé.
Él carraspea y justo levanto la mirada a tiempo para ver cómo se le tensa la mandíbula.
—Entonces, Bella…
—¿Mmm…? —respondo, tratando de no acobardarme bajo el peso de su mirada.
—¿Quieres ir al cine o algo el sábado? —pregunta, pero lo dice con el mismo tono con el que uno anunciaría que atropellaron a mi gato. Así que, naturalmente, me quedo mirándolo un momento en completa y absoluta confusión.
—Ah… —es lo único que me sale mientras mi cerebro corre tratando de encontrar una excusa lo bastante creíble para rechazarlo. Por más guapo que esté, es Edward Cullen. Otro Charles Swan en potencia. Sin mencionar que es casi seguro que debe estar plagado de ETS.
Por alguna razón extraña, me sorprendo mirando su cabello. Es un color tan inusual como increíble. Un ámbar oscuro con reflejos de canela y miel. El mío es solo marrón. Marrón oscuro. Ni siquiera marrón chocolate o marrón café. Solo marrón. Como el de mi padre. Y el de Sam.
Estoy demorando tanto que el señor Precioso-color-de-cabello empieza a verse incómodo, con las cejas casi pegadas entre sí.
Abre la boca, seguramente para retractarse, cuando de pronto suelto, sin pensar:
—Eh, el sábado por la noche son las finales de natación de mi hermano menor.
Es cierto. No es que tenga intención de ir, claro. El cloro puede volver verde el cabello, pero el olor constante también me da dolor de cabeza y me afecta el asma.
Él parece aliviado, lo cual es raro, hasta que me doy cuenta del motivo. Además de practicar todos los deportes conocidos por el hombre, también está en el equipo de natación. Y ostenta el récord de 400 metros estilo libre en Sydney Grammar.
Sabe que no le estoy mintiendo, pero tampoco se da por vencido.
—Bueno… ¿y la semana siguiente?
Mi mente queda en blanco. Mientras más la esfuerzo para encontrar una salida, más en blanco se queda. Me veo obligada a rendirme.
—Está bien… s-sí —tartamudeo, deseando poder darme una patada a mí misma.
¿Qué demonios estoy pensando? Los semidioses del colegio no se enamoran de la chica que prefiere los libros a la compañía humana. Ese tipo de cosas no pasan fuera de las comedias románticas idiotas y las novelas juveniles.
Obviamente tiene algún motivo siniestro detrás. Uno en el que seguramente espera meterse en mis bragas. No me cabe duda de que fue idea de su hermano o de su amigo putañero, Jacob Black. Entonces, ¿por qué carajo se me está acelerando el corazón como si estuviera en quinta marcha? ¿Y por qué demonios me sonríe como si sus acciones en la bolsa acabaran de alcanzar su máximo histórico?
—Cristo… realmente me amaba —suelto de golpe cuando mi mente vuelve al presente. Me asombra darme cuenta de que me sorprende, cuando no debería. Los sentimientos de Edward por mí siempre fueron profundos, porque Edward siempre ha tenido esa profundidad en él.
Por supuesto, con esos recuerdos, el remordimiento y el dolor vuelven a morderme el corazón, pero los empujo hacia el fondo sin pensarlo más. Siempre desearé haber salido con Edward esa noche y haber salvado la vida de mi familia. Incluso la de mi padre. Pero ya no permito que eso me consuma. Mantengo al guapo al frente de mi mente como recordatorio constante de por qué necesito vivir en el presente. El guapo y ahora Tyler. Tyler, dulce como la miel, que me rompe el corazón cada vez que lo miro.
Si hubiera salido con Edward, puede que hubiera perdido a mis padres y hermanos… o tal vez no. Pero si pudiera cambiar por completo la historia, no podría decir con honestidad que mi vida no habría tenido sus propias pruebas. En el momento en que mi padre se diera cuenta de que Edward estaba dando la espalda a su apellido y a su dinero, habría retirado de inmediato su consentimiento a nuestra relación.
¿Un maestro de escuela en la familia? Mi padre habría preferido a un delincuente, y soy del tipo de persona que habría peleado con él hasta el último centímetro. Lo más probable es que me hubiera alejado de mi madre, Sam y Charlie, obligándome a elegir.
—¿Quién, Bells? ¿Edward? —Alice interrumpe mis pensamientos divagantes, chasqueando los dedos a un centímetro de mi cara. Ella, como Jazz, ahora me llama Bells. Como si fuera un maldito villancico navideño.
—Sí —respondo, sacudiendo todos esos imposibles y distraídos «qué habría pasado si» de mi cabeza.
—Bueno, claro que te ama —dice, rompiendo en una sonrisa cálida.
Es el gran día. Faltan tres horas para que Edward y yo digamos nuestros «sí, acepto». Alice, Ness, Rose y yo estamos en el apartamento arreglándonos el cabello y el maquillaje. Sí, Rose también. Se metió en la fiesta nupcial por defecto. Edward nombró a Tyler su padrino de boda, dejándome inmediatamente con una dama de honor menos. Luego Emmett me preguntó si me importaría considerar a Rose. Delante de ella. ¿Qué se suponía que debía decir? «¿Prefiero a la madre de Edward?»
Mientras Alice y Ness me pintan las uñas de las manos y los pies, Rose se entretiene tomándose selfies; asegurándose de captar los mejores ángulos del puente y la Ópera de fondo.
—No puedo creer que vayas a dejar todo esto por Surry Hills, Bella —expresa con obvia repulsión, como si nos fuéramos a vivir a un barrio marginal, mientras se pasea por la sala, recortando y filtrando sus fotos al mismo tiempo.
—Justamente por eso nos mudamos a Surry Hills —respondo sin dudarlo, mientras Alice suelta una risita por lo bajo.
Naturalmente, el comentario le pasa por encima a Rose, quien solo continúa mirándome como si tuviera un tornillo flojo. Y estoy bastante segura de que, si Ness vuelve a rodar los ojos una vez más, corre el riesgo de dañarse un nervio óptico.
—Cabeza hacia atrás, cariño —me indica la estilista, Svetlana, con un acento ruso muy marcado.
Inclino el rostro hacia el techo y cierro los ojos, dejando que mis pensamientos se desvíen de nuevo.
—¡Muéstranos las tetas, rubia!
—¡En tus sueños, Cullen!
Levanto la mirada, confundida, y me topo de lleno con los ojos azul claro de Rosalie Hale.
—¿Qué estás leyendo? —pregunta, arrebatándome el libro de las manos antes de que pueda abrir la boca.
Estamos entre clases. Voy camino a Literatura y, aparentemente, a La Dimensión Desconocida.
—¿Cómo puedes leer esto? —espeta tras tres segundos de mirarlo como si fuera el virus del Ébola.
—Para Literatura… —digo lo obvio, preguntándome si está perdida. O drogada.
—Ajá —responde, y sigue caminando a mi lado mientras yo solo la observo—. ¿Quieres tomar un latte después de clases hoy? —pregunta, y tengo que mirar por encima del hombro para asegurarme de que me está hablando a mí.
—Eh… no. Gracias, lo siento. —Debe estar drogada.
—Tengo curiosidad… —Se detiene y se gira por completo hacia mí.
—¿Sobre qué…?
—Sobre qué es lo que tienes tú que llamó la atención de un Cullen.
—¿Yo? ¿La anomalía social, yo? —No me molesto en ocultar mi ofensa, porque «¿tú?» A ver, perra, mi padre podría mandar al tuyo a prisión federal por el resto de su vida, y no me encanta que me mire por encima del hombro.
—No lo dije en ese tono —responde con toda indiferencia y ni una pizca de vergüenza—. Es solo que no eres su tipo habitual.
—¿De quién carajos estás hablando? —espeté, aunque sabía perfectamente de quién. Solo que su actitud me estaba hartando y empezaba a hacerme sentir patética.
—Edward Cullen —responde lentamente y en tono monocorde, como para enfatizar, y debo estar en un maldito universo alterno si estoy siendo condescendida por Rosalie Hale.
Me encojo de hombros, fastidiada, y sigo caminando.
—Me está ayudando con Álgebra —no menciono que también me invitó a salir mientras ando por ahí en una especie de nube metafórica.
Cristo, ni yo me soporto.
—¿No te invitó a salir? —Sus cejas se alzan, desafiándome a contradecirla, y por supuesto que ya lo sabe. Se encarga personalmente de conocer cada chisme de la escuela, por insignificante que sea.
—¡No! —exclamo sin pensarlo, sabiendo que probablemente eso llegue a oídos de Edward en cinco minutos—. No es como tú crees —decido recular.
—Mmm… —Sonríe con malicia—. Él tampoco es tu tipo, ¿verdad? —Okay, es perspicaz. Eso hay que concedérselo.
—No realmente —respondo, imitando su tono.
—Pero ¿vas a salir con él?
—¿Y a ti qué carajos te importa? —espeto, demasiado a la defensiva, y ella vuelve a sonreír, ahora con toda la picardía del mundo.
—Nos vemos en Starbucks a las tres y media. —Me ignora por completo.
—Lo siento. Tengo planes.
—¿Sí? ¿Qué vas a hacer?
—No estoy segura aún, pero seguro puedo inventarme algo para las tres y media. Adiós, querida. —Acelero el paso, pero en menos de diez segundos ya está caminando a mi lado otra vez.
—Ves, sabía que había más en ti que solo la chica con la nariz siempre metida en un libro. Creo que ya entiendo por qué le gustas a Edward.
—Okay, ¿qué quieres? —Me detengo otra vez, meto el libro en la mochila y cruzo los brazos con impaciencia.
—Solo estoy siendo sociable. ¿Siempre eres tan paranoica?
—Cuando la «oh por dios, Rosalie Hale» empieza a hablarme de la nada, sí.
Casi se ríe.
—Realmente no te importa una mierda, ¿verdad?
—¿Debería?
—Lástima que no me di cuenta de este lado tuyo antes.
—¿Verdad que sí?
—No te caigo bien, ¿no? —Claramente se divierte con el hecho de que no me cae.
—¿Qué te lo hizo notar?
—Ni siquiera me conoces —intenta defenderse.
—No necesito hacerlo.
—Estás enojada por algo —concluye—. ¿Por tu papá? ¿Mmm? —Alza otra vez las cejas, y sí, ha dado en el clavo.
Suspiro y me cubro la frente con la mano por un momento.
—¿Te gusta Edward? ¿Es eso? Si es así, por favor, quédatelo. Por favor.
Suelta una risa ahogada y me pasa un brazo por los hombros. La gente se queda mirando ante semejante anomalía.
—Nos vemos después de la sexta clase. No se te ocurra esconderte. Sé dónde queda la biblioteca.
—Okay, también puedes dejar eso ahí dentro —Rosalie me intercepta en el casillero, me arrebata la mochila y la mete a empujones con mis libros.
—Mi cartera está adentro —reclamo, molesta. Intenté escaparme después de la campana final, sin éxito, obviamente.
—Pues sácala —dice como si le hablara a una niña de cinco años.
Bufé, abro la cremallera con rapidez y saco mi cartera.
—¿Qué es esto? ¿Velcro? —Me la quita para inspeccionarla—. Esto es una billetera, no una cartera. ¿Qué carajo te pasa?
—Además de no ser el tipo habitual de Edward —respondo, y la sonrisa vuelve a curvarse en sus labios.
—Métela en tu bolsillo —me ordena—. En serio, eres la única chica del planeta que carga una mochila Nike y una billetera con velcro —Pone los ojos en blanco y su sonrisa se convierte brevemente en una mueca de disgusto.
Le hago caso, la meto en el bolsillo del uniforme y cierro el cierre con agresividad, justo cuando Rosalie me agarra de la muñeca y me arrastra con ella.
—Sé cruzar la calle sola, ¡Cristo! —exclamo cuando insiste en darme la mano para cruzar dos semáforos.
Solo me suelta al entrar al Starbucks en Elizabeth Street, como si temiera que me diera a la fuga. Lo cual, siendo honestas, estaba considerando. Adentro, está repleto de chicos de la escuela, y Rosalie se cuela en la fila empujando a varios más jóvenes.
—¿Qué quieres? —pregunta por encima del hombro.
—Chai latte —respondo de mala gana, metiendo la mano en el bolsillo para sacar la cartera, pero me agarra la mano de inmediato.
—No saques eso frente a mí —me advierte entre dientes apretados, y yo ruedo los ojos ante semejante ridiculez. No puedo imaginarme ser tan ridículamente insegura que la simple presencia de una billetera sin marca cause semejante ansiedad.
—Bueno, ¿y cómo quieres que pague? ¿Mostrando las tetas?
—Yo pago —me responde condescendientemente otra vez, y mi paciencia empieza a agotarse.
—¿Cuántos años tienes? —pregunta cuando nos sentamos en un rincón con los vasos en mano.
—Dieciséis —respondo, tomando un sorbo.
Vuelve a sonreír, casi con sorna.
—Tienes una lengua bastante afilada para tener un año menos que yo y para ser «oh por dios, Rosalie Hale» —me imita, claramente divertida.
—Pasé seis años en SCEGGS y seis meses en el Pymble Ladies College. Siempre fui flacucha y enfermiza, así que, como imaginarás, fui blanco fácil desde el primer día de kínder —explico, un poco a la defensiva—. Me han pegado tantas veces que ya me da igual. —Aunque en la secundaria, la tortura tiende a ser más psicológica. Por eso me retiré del orden social y me refugié en el único lugar donde me sentía cómoda: la biblioteca.
—Creo que te equivocaste por completo… —alude, llevando el vaso a los labios.
—¿Qué? —pregunto sin entender, y esa sonrisa suya ya me está fastidiando.
—No te molestaban por flacucha y enfermiza. Era porque claramente eras más bonita que ellas. Eras una amenaza. Y lo sigues siendo, considerando quién te invitó a salir.
—¿Eh…? —Me deja sin palabras, lo que me cabrea aún más.
—Toma a Jessica Stanley, por ejemplo —continúa—. Lleva cinco años detrás de Edward. Él la mira como si fuera un insecto, como a casi todas, y sin embargo te persiguió a ti.
—¿Estás diciendo que nunca… con ella? —alzo una ceja cínica. ¿La reina del grupo de chicas fáciles? Vamos…
Se encoge de hombros.
—Probablemente sí, pero quién sabe.
—¿Cómo que quién sabe?
—La versión de ella y la de Lauren son completamente opuestas.
—¿Cómo?
—Lauren dijo que fue torpe y bastante decepcionante. Jessica afirmó que la hizo llegar al orgasmo siete veces. —Pone los ojos en blanco y suelta una carcajada sonora dentro del vaso.
—¿Lauren está realmente embarazada? —bajo la voz a un susurro. No sé por qué, si todo el colegio ya lo sabe.
—Eso dicen los rumores —responde con indiferencia.
—¿Y qué va a hacer al respecto?
—¿Quién? ¿Edward? —Alza una ceja y yo asiento—. Si es que siquiera es suyo… pero nada. Se encargará del asunto.
—Como el sucio secretito que es —digo con amargura.
Asiente a medias y toma otro sorbo.
—¿Cómo es realmente? —pregunto sin tapujos, y Cristo, ya entré de lleno en territorio adolescente.
—Mmm… es complicado.
—¿Cómo?
—Al principio pensé que era arrogante y estirado, pero ahora no estoy tan segura. Sea lo que sea, lo oculta bien.
—¿Qué significa eso? ¿Se ha acostado con todas esas chicas?
—Sin duda —dice sin más.
—¿Y qué oculta entonces?
—Debe ser que no le gusta repetir, porque como te dije, las mira como si fueran ratas.
—Pero Lauren dijo que fue torpe —le recuerdo.
—No le gustaba. Debió sentirse como si estuviera metiendo el pene en un inodoro.
—¿No le gustaba? ¿Cómo lo sabes? —pregunto, y debo admitir que me impresiona.
—Se lo dijo a Emmett. Emmett se lo contó a todo el mundo. Lauren se enteró… —Claramente le encanta haberlo dicho.
—Sabes mucho sobre él. ¿Segura de que no te interesa?
Suelta una risita.
—Me gusta saber todo de todos. Pero tranquila, no me interesa. No me van los flacos altos.
—¿Y qué te gusta?
—Musculosos.
Es increíble lo que una recuerda cuando intenta desconectarse para no vomitar. Estoy nerviosa como el demonio, y no es por la idea de casarme con Edward. He estado contando las semanas desde que me propuso matrimonio. Simplemente nunca dominé el arte de ser el centro de atención.
Sigo mirando al techo mientras la cliché estilista rusa tipo Gestapo me obliga a hacerme un recogido. Es tan brusca que empiezo a preocuparme de que no me quede ni un solo cabello al final, pero venía muy recomendada.
Mientras me zarandea la cabeza, mis ojos se encuentran con los de Rose. Ella sonríe con suficiencia, dándome una inquietante sensación de déjà vu.
—Era porque te gustaba Emmett, ¿verdad? —digo, recordando la conversación que tuve con Edward hace más de un año, mientras una pequeña sonrisa se asoma en mis labios—. Cuando me invitaste por un café. Ese día es difícil para mí. Fue el día antes de la muerte de mi familia, así que no es algo en lo que piense a propósito muy seguido. Pero hoy, los recuerdos fluyen como un río.
—Por supuesto que sí, querida —responde, burlándose esta vez, y no estoy segura de cómo me hace sentir eso—. Doce años de inversión, pero valió la pena. —Levanta la mano izquierda, mostrando su anillo de compromiso a juego del Ayers Rock. El de ella es más grande que el mío, y es un milagro que esa condenada cosa no le haya causado inflamación del túnel carpiano.
—Felicidades. No creo habértelo dicho nunca —comento con una dosis decente de humildad. Es más vanidosa que un pavo real y una completa esnob, pero debajo de todo eso hay una sorprendente cantidad de sustancia en ella.
—No lo hiciste, pero nunca te caí bien, así que está bien —dice con esa sonrisa otra vez, y empiezo a pensar que su piel es más gruesa que la de un cocodrilo. Nada parece ofenderla, salvo las carteras sin marca, pero tampoco le tiembla el pulso para ponerse a la ofensiva.
Eso lo tenemos en común. Aunque mientras yo soy bastante directa al respecto, ella es más astuta que un zorro. Probablemente por eso logró embaucar a mi futuro cuñado para conseguir ese anillo.
—Me equivoqué con Edward —añade luego de que compartimos un extraño momento de afecto silencioso.
—Como todos —respondo con ironía, y me pregunto cómo habría sido todo si ella hubiera sabido cómo era realmente Edward y me lo hubiera dicho aquel día en Starbucks. ¿Habría cambiado algo?
La verdad es que probablemente no le habría creído, a pesar de todas las señales que tenía justo frente a los ojos. Con toda mi supuesta percepción, él fue la única persona a la que pasé completamente por alto. Pero claro, nunca me tomé el tiempo de mirar más allá de mis propios prejuicios para verlo. Para verlo de verdad, como él me veía a mí. Nunca fue arrogante o altanero como creía Rose, ni un mujeriego como pensaba yo. Solo era dolorosamente torpe, hasta el punto de la fobia, y cargaba con una montaña de dolor sobre los hombros.
Cristo, no ha cambiado nada. Siempre ha sido ese tipo tenso, profundamente serio, con un apego bastante cuestionable hacia mí. Y siempre pudo verme con total claridad. Siempre. Aunque ya no es ni de cerca el pusilánime que alguna vez fue, y no me estoy quejando ni un poquito por eso.
*V*
Edward y yo mantuvimos la tradición y pasamos la noche anterior separados. Mientras las chicas y yo estamos en el apartamento casi vacío, él, Tyler, Jake y Emmett están en la casa nueva. Ayer recogió las llaves y le pidió a Alec que enviara nuevamente a los de la mudanza para que pudiéramos pasar nuestra primera noche como esposos allí. El cuarto de Tyler ya está listo. Lo dejó escoger todo: desde el color de la pintura, hasta las cortinas, los muebles y la ropa de cama. Todo había estado guardado durante los últimos meses, y estaba tan emocionado que prácticamente rebotaba por las paredes.
Compramos muebles nuevos para la sala, el comedor y la sala de estar. Me dejé llevar por la emoción mucho más de lo que creí posible, y Edward, por primera vez desde que lo conozco, estaba completamente relajado al gastar el dinero de su abuelo. Para nuestro cuarto, en cambio, conservé la mayoría de los muebles de mi dormitorio. Solo compré un colchón y ropa de cama nuevos. A Edward le encantaba mi casa en Crows Nest. Se mudó de su propiedad frente al agua de casi setecientos metros cuadrados a mi pequeña y «acogedora» cabaña de quince metros cuadrados para estar conmigo. Yo quería llevar una parte de ese lugar a nuestro nuevo hogar.
—Aquí tienes, preciosa. Mírate —dice Svetlana al final, sosteniendo un espejo de mano frente a mí.
Lo tomo e inspecciono mi cabello desde todos los ángulos. Es un moño suelto con trenzas parciales, varios mechones sueltos alrededor del rostro y decorado con flores de azahar. Parece que el viento podría deshacerlo en tres segundos, pero en realidad está bastante firme.
Con dos horas por delante, Rose se encarga de maquillarnos; a las cuatro. Pero nadie en la ciudad lo hace mejor, y ella insistió. Conoce su oficio. Estoy tan bien maquillada que parezco retocada con uno de sus tantos filtros de Snapchat.
Después, Alice sirve el champán, porque ya es evidente que estoy empezando a desmoronarme y necesito relajarme. Ness saca galletas con queso, y las tres intentan distraerme.
Ness me cuenta cómo se comportó Edward después de que me internaron en el hospital con neumonía. Al parecer estaba tan tenso que cuando ella lo abrazó, saltó como si lo hubieran electrocutado. Ojalá no me lo hubiera contado, porque me afecta de inmediato y me dan ganas de llorar, y si arruino mi maquillaje, espero que Rose me asesine sin piedad. Aunque también me sirve como otro recordatorio de por qué debo mantenerme enfocada en él y no en el pasado. Los demonios de Edward nunca desaparecerán del todo, al igual que los míos, y él necesita que yo lo mantenga con los pies en la tierra tanto como yo lo necesito a él.
Y tenemos que mantenernos sanos por Tyler, porque aunque Edward y yo lo necesitamos, él nos necesita aún más.
Durante la última hora, me pongo la monstruosidad blanca que tendrá que ser prácticamente cosida a mi cuerpo. Las chicas me ayudan a ponérmela mientras Alice ajusta la parte trasera. Tiene un corsé en el torso y mangas cortas caídas sobre los hombros. Está hecha completamente de encaje y tul y es lo más femenino posible. La elegí directamente del estante y la mandé a hacer a medida. No es una Vera Wang ni un Oscar de la Renta, aunque estoy segura de que Edward no habría tenido ninguna objeción. Es clásica pero hermosa. Como mi anillo de compromiso. Como el hombre con el que me voy a casar.
Jasper llega después, luciendo engañosamente aristocrático con su esmoquin negro, y luego llega mi niña de las flores con su madre. Es la penúltima hija de Marcus, tiene solo cuatro años y es ridículamente adorable.
—¿Estás bien, Bells? —me pregunta Alice, su expresión se torna preocupada—. Te ves un poco pálida…
—Estoy bien —respondo mientras Ness me pasa mi inhalador. Me tiemblan las manos, pero en este punto dejo de procesar lo que está pasando o cuánto tiempo queda. Mi estómago se comporta mejor cuando simplemente sigo la corriente en lugar de sobrepensar todo.
La última en llegar es la fotógrafa.
Se toman varias fotos en el balcón. Eso hasta que me da un caso agudo de vértigo y mi niña de las flores intenta treparse por la baranda, dándole un infarto a su madre. El resto se toman dentro, con la vista a través del ventanal como fondo.
Apenas recuerdo nada de eso. Apenas recuerdo haber llegado a la iglesia. Sí recuerdo una multitud de curiosos reunida cuando salimos del vestíbulo para subir a los autos nupciales. Sin duda esperaban ver a la élite de Sídney, y probablemente reconocieron a Rosalie. Y si no lo hicieron, seguro ella se encargó de recordarles quién era; no me sorprendería.
Jazz y yo viajamos juntos.
—¿No te estarás echando para atrás, verdad, Bells? —pregunta Jasper cuando me da un escalofrío que me recorre todo el cuerpo en cuanto el auto se detiene frente a la iglesia St Philips. Está solo a dos cuadras del apartamento, y ahí mismo será la recepción. Irónicamente, me hubiera gustado que el trayecto fuera más largo, y ni siquiera se me había ocurrido que estoy sentada en el asiento trasero.
—Estoy bien —insisto, mirando a través de la ventanilla la estructura construida por convictos, en un débil intento por distraerme. Es la iglesia anglicana más antigua del país y donde nos bautizaron a mis hermanos y a mí. No fue donde se casaron mis padres. No hay manera de que quiera arrastrar esa maldición a mi matrimonio con Edward.
Mi hermano me ayuda a bajar del auto con la torpe asistencia de mis tres damas de honor. Soy un manojo de nervios y sigo mirando la torre del reloj de cinco pisos, así como las nubes de lluvia que se van acumulando.
—A pesar de lo que diga la gente, Bella, que llueva el día de tu boda en realidad es buena suerte —me tranquiliza Ness, leyendo claramente mis pensamientos turbios—. Es como una limpieza.
—Es cierto —decide validar Rosalie, y yo solo asiento y le ofrezco una sonrisa forzada.
Justo cuando salíamos del apartamento rumbo al ascensor, Rose me pidió que fuera una de sus damas de honor. Como no supe qué responder, me reí. Ella lo tomó como un sí, pero sinceramente, no se me ocurre nada que me apetezca menos.
—Él sí está aquí, ¿verdad? —pregunto, sin dirigirme a nadie en particular, vaya uno a saber por qué, mientras nos acercamos a la entrada.
—¿Edward? —dice Rose como si la pregunta fuera ridícula.
—No, mi otro prometido —respondo, poniendo los ojos en blanco—. Por supuesto que Edward.
—¿De verdad crees que te dejaría plantada en el altar? —Levanta las cejas con cinismo, y tiene razón; estoy hecha un lío—. Emmett llamó justo antes de que saliéramos para decir que ya habían llegado —me recuerda—. ¿No te acuerdas?
¿Acordarme? Bastante tengo con recordar cómo me llamo en este momento.
Nos reunimos en el vestíbulo. Alice, creo que es Alice, acomoda mi vestido mientras Jasper se coloca a mi lado y me ofrece su brazo. Lo sujeto con fuerza.
—Gracias, Jazz. Por hacer esto —murmuro, recostándome levemente en él. Es un cavernícola completo, pero es casi imposible no quererlo. Inevitablemente, también me siento agradecida de que sea él quien me entregue y no mi padre.
—Eres mi hermana —me recuerda, dándome un beso rápido en la sien—. No tienes que agradecerme.
—Te amo, tonto. ¿Lo sabías? —digo, mientras él se ríe en voz baja.
—Gracias por presentarme a Alice.
Abro la boca para responder cuando las puertas dobles de caoba se abren de golpe y la música empieza a sonar desde algún órgano de tubos adentro.
—Carajo… —susurro sin aliento al ver una fila de tres personas mientras mi niña de las flores avanza por el pasillo, soltando su canasta de pétalos de rosa en la entrada antes de seguir saltando el resto del camino.
Rose la sigue, luego Ness. Y después Alice.
Contengo la respiración cuando comienza la marcha nupcial. Por un momento espantoso estoy segura de que voy a vomitar. No lo hago, gracias al cielo. En su lugar, dejo que mi hermano me guíe por el pasillo de parquet entre los bancos de madera.
El interior tiene un color dorado y cálido. Todo es piedra arenisca y madera, con pilares góticos en forma de arco apuntado que corren paralelos al pasillo. El pasillo es largo, al menos veinticinco metros, y al final está Edward. Está sonriendo ampliamente. Es la misma sonrisa que tenía cuando acepté su propuesta para ir a ver una película, hace años, en la biblioteca de Sydney Grammar. Estoy pensando exactamente lo mismo que pensé en ese entonces: lo guapo que es. Tan guapo que me cuesta entender qué ve en mí.
No me doy cuenta hasta que estamos a la mitad del camino que está al borde de las lágrimas. Intenta contenerlas, pero le resulta imposible, y eso me golpea de inmediato. Una emoción conocida empieza a subir por mi garganta hasta que me veo obligada a apartar la mirada. Mis ojos se posan en Tyler, que está de pie junto a él y me sonríe con esa luz suya tan propia. Está vestido con el mismo traje azul medianoche que Edward, con el mismo moño rojo rubí; solo que lleva chaleco en lugar de saco.
Le devuelvo la sonrisa, sintiéndome aún más vulnerable. El hijo de Edward, a quien no podría amar más ni aunque lo hubiera parido yo misma.
La gente asume naturalmente que soy su madre, y no los corrijo. A Tyler le gusta que así lo crean. A menudo me observan con detenimiento para tratar de adivinar mi edad.
—Sí, tenía dieciséis cuando nació —he respondido ya en más de una ocasión—. ¿Tienes algún problema con eso?
Es cierto, por supuesto. Yo tenía dieciséis y Edward dieciocho; el resto no le incumbe a nadie.
Es un juego que los tres compartimos para darle a Tyler un lugar seguro donde aterrizar frente a un mundo lleno de realidades duras.
—¿Recuerdas cuando me dejaste embarazada a los quince, guapo? Mira todo lo que hemos logrado —suelo bromear con Edward mientras Tyler se ríe.
—Bella… —se queja Tyler, sin pizca de seriedad, mientras Edward solo sonríe para sí.
—No sabes cuánto desearía que hubieras sido tú —me ha dicho Edward más de una vez cuando estamos solos. Contra mi piel, con su cuerpo caliente y pesado sobre el mío.
Es uno de esos «qué habría pasado si» en un mar de incertidumbre que nos trajo hasta este punto, y algo que no cambiaría por nada en el mundo.
Cuando llego hasta Edward, ambos estamos llorando. Toma mi mano de la de Jasper y me atrae hacia él. Yo le seco las lágrimas, él me seca las mías, y nos reímos a medias de lo ridículamente felices y emocionales que estamos.
—Eres adorable —me susurra, anticipándose, porque mi guapo ha sabido leerme todo el tiempo. Algo que supo ocultar muy bien de mí, pero yo siempre fui bastante ciega—. Y hermosa… realmente jodidamente hermosa.
—Tú eres realmente jodidamente guapo —lo imito, sujetándole la barbilla mientras intento recomponerme, justo antes de que el pastor se aclare la garganta.
La ceremonia es un borrón, y la vivo a pura adrenalina. Se me cae el anillo de Edward; eso sí lo recuerdo, pero Tyler lo recoge enseguida y me lo entrega.
—¿Qué haría sin ti, cariño? —le digo, apoyando la mano en su mejilla.
Él se sonroja en respuesta, luciendo igualito a su padre, antes de que yo deslice el anillo en el tercer dedo de Edward y repita los votos que el pastor nos indica.
Al final, ya no soy Isabella Swan, ni Isabella Dwyer, sino Bella Cullen; esposa de Edward y madre de Tyler. Los tres compartimos ahora el mismo apellido.
Después de recibir felicitaciones sin parar y de que nos lluevan confetis, tomamos fotos en los jardines de la iglesia antes de dirigirnos al Real Jardín Botánico para más.
A estas alturas empieza a llover, y durante los primeros quince minutos es un aguacero. Tenemos que esperar dentro de los autos, algo que no me molesta en absoluto. Me recuesto contra Edward mientras bebo champán y escuchamos el golpeteo de la lluvia contra los cristales.
—Lo siento, nena —Edward gira la cabeza y murmura contra mi cabello.
Sonrío para mis adentros, y por un momento, eso es todo lo que puedo hacer.
—¿Te estás disculpando por la lluvia? —le pregunto al fin, alzando una ceja.
Abre la boca, pero titubea antes de sonreír con resignación.
—Sí…
El señor Disculpas, sin duda. Se disculparía por la mismísima Madre Naturaleza, pero ya no me importa. Es algo que me dijo justo antes de que saliera del hospital la última vez, después del desastre.
—Si alguien merece una disculpa, Bella, eres tú.
Rompió todas mis reglas con esa sola frase, pero fue ese día que dejé de aferrarme a ellas.
—Eres adorable, guapo, pero está bien —le aseguro en voz baja, inclinándome para besarle la mandíbula, y, carajo, huele tan bien—. Siempre me ha encantado la lluvia.
Es cierto. No hay nada más reconfortante que el sonido de la lluvia mientras lees. Incluso si estás en medio de una tormenta viendo a tu colegio jugar la final de rugby contra Scots College. La asistencia era obligatoria, así que, naturalmente, llevé un libro para leer bajo el paraguas; solo para cerrarlo con curiosidad cuando vi a Edward, empapado y cubierto de barro, en el campo de juego. Aunque llevaba el protector de cabeza torcido y un protector bucal azul sobresaliendo de su boca, me dejó sin aliento. Nunca lo habría admitido, pero lo estaba.
A pesar de todos los prejuicios que tenía sobre él, y contra todas mis defensas, dejé que Edward entrara en mi mundo de ficción; un lugar donde permaneció incluso después de que perdí la memoria. Solía soñar con él constantemente; solo para despertar confundida por la familiaridad que sentía, intentando entender por qué era tan importante.
Quizá, en el fondo, siempre supe que había algo afín entre nosotros. Una anomalía como yo, en nuestro mundo lleno de tantas apariencias como privilegios. A pesar de todos los rumores -solo uno cierto-, Edward fue arrojado al mismo caos que yo, y estaba desesperado por encontrar a alguien a quien aferrarse. Alguien que lo entendiera.
Esa persona era yo, y ahora me doy cuenta de que nunca tuve una oportunidad contra él.
Seguro Ness tiene razón. Que llueva el día de tu boda es señal de buena suerte, pero más allá de eso, se siente simbólico. Como si todo el dolor y la miseria del pasado se estuvieran lavando, despejando el camino hacia nuestro futuro.
Un futuro que casi nos arrebatan, como a Edward y a Tyler, pero que ahora nos ha sido devuelto.
Fin
Nota de autora: Aún no estoy bien con esto, pero espero que les haya sacado una sonrisa. No estoy lista para despedirme, así que los espero me acompañen en el epílogo.
Nota de la traductora: Anímate a pasar por la historia original y dejarle un comentario a la autora. Tus palabras pueden ser ese impulso que la motive a seguir escribiendo y compartiendo más historias. El enlace está en mi perfil y en mi grupo de Facebook.