ID de la obra: 1331

Vértigo

Het
R
En progreso
0
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 500 páginas, 166.876 palabras, 47 capítulos
Descripción:
Notas:
Publicando en otros sitios web:
Consultar con el autor / traductor
Compartir:
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar

Epílogo 1

Ajustes de texto
Descargo de responsabilidad: Vertigo de Mr. G and Me, traducida con su permiso. Gracias a arrobale por su apoyo como prelectora. Aviso: la historia toca temas sensibles de salud mental — recuerda que siempre es importante buscar ayuda cuando se necesita. . Epílogo – Parte 1 Bella . Soy una persona matutina; siempre lo he sido. Normalmente soy la primera en levantarme y comenzar el día, arrastrando a dos chicos de más de un metro ochenta que aman dormir. Pero anoche fue difícil. Sam todavía se está recuperando de su resfriado, y cada vez que tosía o estornudaba durante la noche sonaba más fuerte que una bocina de aire. Me despertaba al instante. Yo lo traje a casa, como he traído cada maldito virus desde que comencé mi residencia en el RPA. He estado rotando por distintos departamentos, pero llevo seis semanas en urgencias. Odio estar en urgencias. Odio la enfermedad y, sobre todo, a las víctimas de accidentes automovilísticos; lo cual es irónico considerando mi elección de carrera, pero he visto suficiente en mi propia vida como para estar harta de por vida. Me quedan seis meses antes de comenzar la formación vocacional en el Real Colegio Australiano de Obstetras y Ginecólogos. Ya fui preaceptada y he estado contando los días hasta terminar oficialmente mi internado. Faltan cinco meses, lo que significa cinco meses más de exposición directa a gérmenes. Odio cuando los chicos están enfermos, y aunque Tyler ya casi no se enferma, el dulce y pequeño cuerpo de veinte meses de Sammy parece un imán para cada virus que existe. Vamos en la segunda semana de su resfriado y, aunque empieza a mejorar, ha estado durmiendo tan mal como yo. Anoche no fue la excepción. El guapo durmió como siempre. Duerme como una roca. Envidio eso de él. Siempre he sido una persona de sueño ligero. Hay cosas que nunca cambian, y esa es una de ellas. Pero si tengo una pesadilla, Edward se despierta al instante. Todavía se preocupa por mí. Se preocupa más por mí que por los chicos, y en más de una ocasión he amenazado con volver a imponer mis reglas. A las dos de la mañana, Sam se metió en la cama con nosotros, y eso marcó el fin de mi noche. Mientras Edward puede dormir plácidamente con un niño de casi dos años dándole patadas en la espalda, yo no. Para colmo, a las tres me tocó limpiar el desastre de un adolescente borracho y vomitado de dieciocho años. Tyler sale casi todos los viernes por la noche con Aiden, y aunque suele llegar a cualquier hora medio ebrio, anoche fue lo peor que lo he visto. Apenas podía caminar y tuve que atenderlo antes de que despertara a Sam… y antes de que Edward se enterara. Gracias a Dios es fin de semana. Tyler sigue siendo un buen chico y bastante responsable. Al menos lo era antes de que el alcohol se volviera legal para él, pero en las últimas semanas ha estado hosco y malhumorado, lo cual no es típico en él. Nos ha estado aplicando la ley del hielo, y cuando no está en la universidad -estudia Ingeniería Eléctrica-, está con Aiden o con su odiosa novia. Espero que ella también sea una novedad pasajera. Cuando la veo, solo puedo pensar en Leah Clearwater, pero Tyler ha estado ciego desde el principio. Poco después de las ocho finalmente me levanto y bajo tambaleándome. Encuentro a Edward en la cocina, con un pie apoyado en una silla mientras se ata los tenis. Todavía le gusta salir a trotar por las mañanas, y hasta hace dos fines de semana, Tyler iba con él. Se vuelve hacia mí al entrar, y me sonríe con calidez.—Hola, nena —dice mientras me acerco para besarlo—. Estaba por ir a buscarte. ¿No estarás enfermándote también, cierto? —me entrega mi inhalador, como siempre hace. Lleva uno en cada bolsillo. Así es él, el señor Preocupaciones. —Estoy bien —le aseguro, mirando a Sammy, que está en su silla alta devorando su desayuno. Panqueques y bananas con jarabe de maple; es lo único que acepta por las mañanas. Y por lo que veo, Edward hizo un buen trabajo porque ya no nos quedaban panqueques prehechos. Sam alza la vista y, al encontrar mi mirada, me dedica una enorme sonrisa babeante. Tiene mis ojos y el color de mi cabello; lo demás es todo Edward, y me derrite el corazón. Me ha tocado estar rodeada de chicos guapos, y no pienso quejarme. —¡Hola, bomboncito! —lo saludo, tomándole la carita con las dos manos para llenarlo de besos. —Mami, na-na —dice, ofreciéndome un pedazo de su banana toda aplastada. —Gracias, bebé —respondo, tomándola y metiéndomela en la boca. Es increíble lo que una se come cuando tiene un niño pequeño. Sammy y yo compartimos la comida. Edward y Tyler, no tanto. Levanto la mirada y me encuentro con la de Edward, que sonríe solo, y luego, con los cordones ya atados, se endereza. Es ridículo lo guapo que sigue siendo, y a sus treinta y seis ni siquiera parece estar en su mejor momento aún. —¿A qué hora llegó anoche? —pregunta bajando el tono, mientras sus ojos se dirigen inconscientemente al techo, hacia la habitación de Tyler. —A las tres —respondo sin agregar más. —No lo dejes dormir todo el día —dice con un suspiro cansado—. Y trata de hacerlo hablar, ¿sí? —Está preocupado, y todos sus intentos por que Tyler se abra con él han sido en vano. —Está bien —respondo, volviendo a Sam para limpiarle la nariz con el pañuelo que tengo en el bolsillo de la bata. —Regreso en una hora —añade, besándome la cabeza antes de volver a poner el inhalador en mi mano—. Bella, estás jadeando. —Estoy bien, amor —insisto, destapando el dispensador azul y disparándolo directo a mis pulmones de todos modos. Siempre me pasa por las mañanas; es mi realidad, pero no creo que alguna vez deje de preocuparle a Edward. Él sonríe con cierta resignación, pero no se mueve. Está dudando, eso es evidente. —Le di un poco de medicina —dice, mirando a Sam, y su sonrisa se ensancha un momento. —¿Y… Edward, qué…? —Nada —murmura, negando con la cabeza antes de irse. Lo observo desaparecer hacia el patio trasero y luego salir por la reja hacia la calle mientras suelto un largo suspiro. Es por Tyler. Solo puede ser por Tyler. Desde que Tyler llegó a nuestras vidas, él y Edward han sido muy unidos. Y lo que sea que esté pasando ahora, tiene a Edward muy intranquilo. Tengo que arreglarlo. —Bueno, señorito malhumorado —digo al entrar en la habitación oscura de Tyler y sentarme junto a él en la cama—, es hora de levantar ese trasero borracho. Él solo gime con voz ronca y rota, se gira boca arriba y se cubre la cara con el antebrazo. —Vamos. —Le doy un par de palmadas en las piernas a través de las cobijas y le pongo el vaso de Berocca en las manos—. Tómate esto. —No puedo… —gimotea, apartándolo torpemente hacia la mesa de noche. —¡Sammy, ven a jugar con Tyler! —grito en represalia, al escuchar los pasitos suaves acercarse por el piso de madera. —¡No! —protesta Tyler, casi logrando incorporarse antes de volver a dejarse caer y cubrirse la cara con ambas manos—. Bella, en serio no puedo… —¡Tyler! —lo saluda Sam con alegría al aparecer en la puerta, justo cuando Tyler se encoge visiblemente, y un segundo después corre hacia él. Lo levanto en brazos para evitar que lo torture más saltando sobre la cama de Tyler. —Esto es lo que va a pasar —digo tras entregarle mi teléfono a Sam para distraerlo—. O hablamos o te dejo a cargo de Sam las próximas tres horas mientras yo intento dormir algo. Tú decides… ¿o prefieres que le diga a tu padre cómo llegaste anoche? ¿Ah? —¿Podemos hacerlo después? —intenta alzar la voz, pero se le quiebra al instante—. Estoy hecho mierda Le doy una palmada en el hombro, sin piedad. —¡Lenguaje! En los últimos meses, Sam se ha vuelto un lorito, y Edward y yo estamos constantemente recordándole a Tyler que tenga cuidado con lo que dice frente a su hermanito. —¿Quieres que vomite? —replica como si fuera una amenaza. —Si lo haces, tú limpias —le advierto—. No me importa limpiar a un niño de dos años, pero adolescentes borrachos es donde trazo la línea. Vuelve a gemir y se pasa las palmas por la cara en un intento por espabilarse. —Bella, por favor… —me ruega, pero no cedo. —¿Qué pasa? ¿O estás teniendo una fase tardía de adolescencia rebelde? —No pasa nada —murmura. —¿En serio? ¿Y esperas que me lo crea? —¡Bella! —intenta discutir, pero fracasa al instante—. ¿Podemos hablar más tarde? —No. —Tomo el vaso de la mesa y se lo vuelvo a poner en las manos—. Bebe. —Voy a vomitar. —Te traigo un balde. —No… —¿Es por Aiden? —pregunto, ya que están pegados como siameses. Se conocieron el primer día de secundaria y han sido los mejores amigos por siempre desde entonces. A veces discuten como una pareja de ancianos. —No —su voz se suaviza, y sé que estoy cerca. —¿Tanya? —hago todo lo posible por no tensar la voz. Gime en voz baja, pero de pronto suena resignado. —Terminamos. —Oh. —No suenes tan feliz —responde con amargura, soltando un suspiro rendido—, pero tenías razón sobre ella… —Lo siento, amor. —No es cierto. Estoy malditamente encantada—. Entonces, ¿por eso has estado tan insoportable? —¡No! —replica, con un tono acusador—. He estado insoportable porque ustedes me han estado mintiendo. —¿Qué? —pregunto confundida—. ¿Cómo que te hemos…? —empiezo a decir, cuando él me corta de inmediato. —¿De verdad no lo sabes? Sam suelta mi teléfono de golpe, lo que capta nuestra atención. Cae al piso con un fuerte crujido, y yo me llevo la cabeza a la palma mientras suelto un gran suspiro. —Uh-oh —dice Sam. —Sammy… —me quejo. —Pídele a papá que te compre otro —añade Tyler con sarcasmo, como el típico adolescente malhumorado que se está volviendo. —Tyler… —me vuelvo hacia él. —Lo siento, mami —dice Sam, sacando el labio inferior y alzando mi celular; su pantalla ahora está completamente destrozada. —Eres adorable, pequeñín. Mami no está enojada —lo tranquilizo. Realmente no tengo remedio cuando se trata de estos chicos míos. —Mira, ya lo sé, Bella, ¿de acuerdo? —interviene Tyler con impaciencia—. Así que ya puedes dejar el acto. Mi mirada se dirige de inmediato hacia él, entrecerrando los ojos. —A ver, jovencito, puede que tengas dieciocho años y creas que lo sabes todo, pero si sigues hablándome así, vas a tener serios problemas. —Perdón... —murmura, y cuando sus ojos verdes y nublados se apartan de los míos, exhala con cansancio. —Está bien —lo dejo pasar porque es evidente que está arrepentido—. Empieza desde el principio… pero primero tómate esto. —Hago un gesto hacia el vaso que todavía sostiene, y al mismo tiempo lo agarro de la otra mano para incorporarlo. —Dios mío... —gime con lástima, dejándose caer contra el cabecero de la cama—. Bella... creo que vas a tener que traer el balde. —Está pálido como un papel, y por instinto salto de la cama. —Carajo, Tyler, ¿alcanzas a llegar al baño? Niega con la cabeza, aunque se arrastra hacia el borde de la cama y se pone de pie tambaleándose. Lo logra, apenas, y después de escucharlo vomitar varias veces, lo ayudo a volver a su habitación. —No vuelvo a beber en mi vida —dice miserablemente, dejándose caer otra vez en la cama. —Eso espero, considerando que hueles a destilería —comento con ironía, colocándole el vaso nuevamente entre las manos por tercera vez—. Intenta dar unos sorbos. Lo hace, haciendo una mueca casi al instante, antes de meterse otra vez bajo las cobijas. —Lo siento —gime. —¿Por qué lo sientes? —pregunto en voz baja, apartándole el cabello de la frente sudorosa—. Necesitas afeitarte. —Es increíble cuánto se parece a su padre, y a veces me sorprendo mirándolo como si tuviera un déjà vu. Solo cierra los ojos y responde con un murmullo somnoliento. —Muy bien, voy a prepararte una ducha y luego me haré un café. Tienes treinta minutos para bajar ese flacuchento trasero vuelto mierda. —Lenguaje —me imita burlón, con una sonrisa casi dibujándose en sus labios, aunque los ojos sigan cerrados. —Sabelotodo —me inclino y le susurro mientras exhala por la nariz. —Sí, mamá... —me provoca, y en momentos como este no se parece en nada a Edward. A veces es simplemente Tyler. Le toma bastante más de treinta minutos reaparecer, y justo cuando estoy a punto de subir para arrastrarlo de nuevo abajo, aparece en la puerta de la cocina. —Hola —dice con timidez. Tiene el cabello mojado y casi bien peinado, y huele muchísimo mejor, pero todavía luce pálido y enfermo—. Me tomé esto. —Levanta el vaso vacío como prueba. —Bien. Ven, siéntate —le ofrezco con suavidad, sacando una silla para él en la mesa de la cocina. Sam está en la sala viendo Disney Channel, así que con un poco de suerte tendremos veinte minutos de charla sin interrupciones. Tyler se deja caer en la silla y apoya la cabeza entre las manos. —¿Me puedes dar una aspirina? —pide con debilidad. —¿Quieres un café? —Jugo. —Necesitas algo grasoso. —Dios, todavía no... —Vuelve a gemir. Abro la nevera, le sirvo un vaso de jugo de naranja y saco tabletas de paracetamol del empaque. Luego coloco ambas cosas frente a él y me siento del otro lado de la mesa, esperando pacientemente a que esté listo para hablar. Lo hace, solo después de beber cada gota del jugo. —A-Aiden la escuchó decirle a una amiga... —empieza tartamudeando—, que quería quedar embarazada. —¿Qué? —exclamo, incrédula—. No lo está... ¿verdad? ¡Carajo! ¡No puedo ser abuela a los treinta y cuatro! Sacude la cabeza, aunque frunce el ceño como si aún tuviera dudas. —No. O sea... Dios, eso espero. —¿Por qué demonios querría quedar embarazada? —Por... el dinero de papá —admite, y sus ojos enrojecidos se clavan firmemente en los míos. Abro la boca para responder, pero no me sale nada. En lugar de eso, suspiro profundamente... lo que parece confirmar sus sospechas. —¿Por qué nunca me lo dijeron? —pregunta, y por su tono, está herido. —Tyler... —Siempre pensé que ese anillo tuyo era falso —dice, mirando mi anillo de compromiso de cuatro quilates mientras suelta una risa irónica—, pero no lo es. Siempre hubo señales. —Tyler... —intento de nuevo, pero él niega con la cabeza. —Recuerdo ese apartamento donde vivíamos cuando llegué con ustedes. El del puerto. Y cómo papá nunca mira las etiquetas de precio cuando te compra algo. —Tyler... —trato por tercera vez, pero sus ojos se llenan de lágrimas mientras desvía la mirada. —¡Ustedes fueron a ese colegio de ricos y a mí me mandaron a una escuela pública! —reclama como si creyera que le fallamos, y yo suelto una risa sin humor. —Te mandamos a la escuela pública precisamente porque nosotros fuimos a ese colegio de ricos. Ninguno de los dos quería eso para ti. —¿Por qué? —¡Porque no es normal, Tyler! —respondo, alzando la voz—. La mitad de esos chicos son unas mierdas mimados egoístas, y la otra mitad está psicológicamente destruida por sus padres. ¿Adivina en cuál mitad estábamos tu papá y yo? —¿Y en cuál estaba mi madre? —pregunta con voz rota. —Tyler... —susurro, negando con la cabeza; es todo lo que puedo hacer. Nunca ha superado del todo enterarse de que su madre lo rechazó, aunque les diga a todos que yo soy su madre; su madre biológica. Edward entendía íntimamente cómo se sentía y supo cómo ayudarlo a superarlo, pero sigue siendo una herida que lo va a perseguir siempre. Y eso me rompe el maldito corazón. Un mes después de que Edward y yo nos casamos, abrí la puerta de nuestra casa y ahí estaba Lauren Mallory. No es que no lo esperara. Con un apellido como Cullen, y con Edward como la viva imagen de su abuelo, era solo cuestión de tiempo antes de que atrajéramos atención. Nuestra boda salió en las páginas sociales; algún imbécil filtró una foto. Abrí el periódico un domingo por la mañana y ahí estaba: una foto de Edward, Tyler y yo. «Edward Cullen, nieto del magnate de los seguros Carlisle Cullen, se casó con su amor de la secundaria, Isabella Swan, junto a su hijo de once años, Tyler. Isabella es hija del abogado Charles Swan, quien murió junto a su esposa y dos hijos en 2008», decía el pie de foto mientras el aire se me escapaba de los pulmones del puro pánico. Sabía muy bien cuáles serían las consecuencias, y una en particular llegó a nuestra puerta no más de siete días después. Era martes. Edward estaba en el trabajo y Tyler en la escuela, gracias a Dios, porque no sabía cómo habrían reaccionado. Y seguro todo habría salido mal. —¿Qué demonios haces aquí? —le solté después de quedarme diez segundos paralizada de la sorpresa total. —Hola, Isabella... ¿cómo estás? —preguntó ella, fingiendo amabilidad con una dulzura que me revolvió el estómago. —¡Ya sabes mi nombre, así que contesta mi pregunta! —respondí con frialdad, haciéndola sobresaltarse. —Solo me preguntaba… —musitó antes de aclararse la garganta con nerviosismo. Estaba arreglada de pies a cabeza, vestida con un conjunto de Burberry y cargando un bolso Chanel; su maquillaje perfectamente aplicado, y de pronto comencé a reconocer a mi madre en ella. Y a la madre de Edward—. ¿Cuánto tiempo… ha estado c-contigo? —¡Eso no es de tu maldito interés! —solté de inmediato, y me giré para cerrarle la puerta en la cara, pero ella estiró la mano apresuradamente para detenerla. —No vine a verlo ni nada. No quiero interrumpir su vida. Solo quería saber… quién sabe que yo soy su… —no pudo decirlo, y por el nivel de incomodidad que la invadió de pronto, era obvio que no quería hacerlo. —¿Quién sabe? —repetí, cada vez más incrédula. Por un segundo, de verdad pensé que había venido a preguntar por el bienestar de Tyler, y de pronto me sentí estúpida—. Todos lo saben. Vi cómo se ponía cinco tonos más pálida y comenzaba a retorcerse en el lugar. —¿Quiénes exactamente? —insistió. —¿Eso es todo lo que te importa? —la acusé—. ¿Si tu sucio secretito va a salir a la luz? —Me… voy a casar pronto… —comenzó a decir como si fuera algún tipo de justificación, pero la interrumpí de inmediato. —Y déjame adivinar, ¿él no tiene idea de lo egoísta y repugnante que eres en realidad? —No es así… para nada —intentó convencerme, de forma bastante patética, mientras yo negaba con la cabeza, desechándola por completo. —Tyler lo sabe, y también Emmett, Jacob y Rosalie, pero puedes estar tranquila: ninguno de ellos va a decir nada. Edward y yo en realidad estamos velando por el bienestar de Tyler. Para el resto del mundo, él es nuestro hijo. Nuestro. Así que ahora date la vuelta y lárgate, porque si vuelvo a verte cerca de nosotros otra vez, voy a filtrar cierta historia a los periódicos antes de que puedas parpadear —la amenacé, y estaba tan enojada que temblaba literalmente, sujetándome de la puerta para intentar mantener el control. —Gracias —murmuró, como si de verdad le estuviera haciendo un favor, y eso me hizo hervir de furia. —¿Gracias? —repetí con asco, mi voz aguda y chillona ante su maldita audacia—. Cristo, das pena… pero en realidad te compadezco. No tienes ni idea de lo increíble que es, pero claro, ¡ni siquiera preguntaste! —Y dicho eso, le azoté la puerta con tanta fuerza que el vidrio de colores incrustado en ella se agrietó. —¡Todos lo sabían, Bella! Lo del dinero de papá. ¡Todos menos yo! —exclamó Tyler, sacándome de mis pensamientos—. Y después descubrí que mi supuesta novia solo quería estar conmigo por eso. —Lo siento mucho, cariño —susurré, con las emociones aún revueltas por el recuerdo que seguía rondando en mi mente. —¿Por qué no me lo dijeron? —exigió, golpeando la mesa con el puño, aunque no era por enojo. Estaba dolido. —No tienes idea de lo privilegiado que eres, Tyler… muchísimo más que esos chicos de Sydney Grammar —empecé, tratando de hacerlo entender. Él solo se encogió de hombros con terquedad, pero no me dejé intimidar—. Tu padre te está dejando decidir cómo quieres vivir tu vida sin obsesionarte con el dinero. Siempre va a cuidarte, pero con la misma condición que su abuelo le dio a él: que vivas una vida que valga la pena. El día que empieces a obsesionarte con el dinero será el día en que te conviertas en todo lo que tu padre y yo detestamos. —Pero ¡nunca me lo dijeron! —Porque no iba a cambiar nada —recalqué—. ¿Sabes qué pasó con Jake y Ness? —No… —La vida de Jake nunca fue suya. Era de su padre. Tenía que vivirla como su padre dictaba, incluso en cuanto a con quién se casaba, o lo iban a desheredar por completo. —Espera… ¿Jake y Ness también eran ricos? —preguntó, de repente confundido, y esa era exactamente la razón por la que siempre se lo habíamos ocultado. —Solo Jake lo era, y se enamoró de Ness. La eligió por encima de sus padres y de toda la fortuna familiar. Guardó silencio un momento, mientras su cerebro todavía afectado por la resaca parecía comenzar a procesarlo todo. —¿Papá tuvo que elegirte a ti…? Sonreí levemente y negué con la cabeza. —No. Mi padre ya era rico por su cuenta. Yo ya pertenecía a ese mundo con él. Tu bisabuelo le dio la libertad de elegir cómo quería vivir, siempre que fuera honesto y no girara todo en torno al dinero. Eso es lo que tu padre quiere para ti. Para ti y para Sammy. —Entonces… tú y papá son multimillonarios que viven como personas comunes. —Rio con sequedad—. Jesús… —No somos multimillonarios. —Están cerca —arqueó una ceja con escepticismo. Me detuve de inmediato, evaluándolo un momento. —¿Cómo sabes eso? —Revisé la computadora de papá… —confesó, evitando mi mirada mientras se rascaba la nuca con incomodidad. —¡Cristo, tu padre te va a matar! —exclamé. —¡Tenía que saberlo! —¿Y no podías simplemente preguntar? —No… no sé… —Se mostró frustrado—. Me sentí como un idiota, porque cuando Aiden me lo dijo, me reí y le dije que no había forma de que mi viejo fuera tan rico. Aiden lo sabía, todos los chicos del colegio lo sabían. Todos… menos yo. ¡¿Tienes idea de cómo me hizo sentir eso, Bella?! —Está bien. Ahora lo sabes, pero ¿sabes qué? No cambia nada. Ni por un segundo pienses que tu padre va a salir corriendo a comprarte un Ferrari —él bufó de inmediato, pero yo no me convencí—. ¡Esa no es nuestra forma de vivir! —¡Por supuesto que lo sé! —exclamó, con la voz tensa, y seguía tan dolido—. No pediría algo así. Estoy… estoy realmente agradecido por todo lo que ustedes hacen por mí… —hizo una pausa y bajó la mirada hacia sus manos, mientras toda su expresión se deformaba con dolor—. Es solo que… Bella… —¿Sí? —mi voz se suavizó, y de pronto me sentí una completa idiota por haber pensado tan mal de él. Nunca había sido un chico malcriado, ni mucho menos un niño con aires de superioridad. —¿Cómo voy a saberlo? —¿Saber qué, cariño? —¿Si una chica me quiere por ?
0 Me gusta 0 Comentarios 0 Para la colección Descargar
Comentarios (0)