ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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La sequía

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. Capítulo 3: La sequía . Edward miraba fijamente el calendario de escritorio que su padre, Carlisle, le había regalado en Navidad. Era bastante elegante. La base estaba hecha del más fino nogal, y unos soportes de latón pulido sostenían las hojas en su lugar. Cada día tenía su propia página, y cuando ese día pasaba, simplemente se daba vuelta a la siguiente. Las hojas estaban divididas por líneas que marcaban horas y minutos, para que un hombre pudiera agendar citas con meses de antelación. Era bastante moderno y práctico, y sin embargo, nada ilustraba tan bien la diferencia entre la vida de Edward y la de su padre como ese pequeño objeto. La verdad era que Edward no necesitaba un calendario como ese. Él medía sus días por el sol, la luna y las estaciones, no por hojas de papel sujetas a un pedazo de madera. Su padre podía organizar sus días por horas: una cita con su abogado a las tres de la tarde un miércoles, una reunión con el banquero a las nueve de la mañana el lunes, y una cena el sábado con su socio comercial. Los planes de Edward eran más orgánicos, y dependían no tanto de los días en un calendario o la hora en un reloj, sino de cuánta lluvia recibían sus cultivos, de cuán largo era el invierno y de qué tan bien engordaban sus reses. Edward se levantaba con el sol, y solía acostarse con él también… al menos antes de que naciera su orgullo y alegría. Su pequeña hija parecía tener su propio horario, y ahora veía la medianoche más seguido de lo que estaba acostumbrado. Y, en realidad, le encantaba levantarse para ir por su hijita y llevársela a su esposa adormilada. No podía describir la sensación que lo embargaba al ver a su hermosa Bella, con el cabello largo cayéndole sobre los hombros de porcelana, dar el pecho a su hija. Era amor, era adoración, era instinto de protección; y debía admitir que también era un poco de deseo. Los pechos de Bella siempre le habían resultado provocativos, y adoraba besarlos, acariciarlos y succionarlos antes de que la paternidad los bendijera. Sabía que a Bella le gustaban esas atenciones, pero eso había sido hacía ya varios meses. No había tenido intimidad con ella desde mucho antes del nacimiento de Joy, y ahora sentía cierta incertidumbre respecto al futuro. Su figura había florecido con la maternidad, y ahora le resultaba aún más irresistible. Ver su busto expuesto mientras alimentaba a su bebé enviaba oleadas de necesidad y deseo directo a su entrepierna. Y eso lo llenaba de disgusto consigo mismo. ¿Cómo podía pensar en sus propios impulsos egoístas cuando tenía frente a él una escena tan hermosa y tierna? Debía de ser un monstruo. Pero el hecho seguía ahí: deseaba a Bella. Con desesperación. Se había propuesto esperar hasta la sexta semana después del nacimiento de Joy, y tenía la esperanza de que Bella volviera a aceptar sus caricias. Había oído que, tras tener un bebé, muchas mujeres no deseaban ser molestadas, y él era particularmente cuidadoso de no imponer nada a su esposa. Jamás se atrevería a forzarla, pero rogaba en silencio poder volver a compartir con ella ese gozo mutuo en su vida íntima. Le rompería el alma si ella ya no lo disfrutaba. Parecía tan volcada al bebé y a los múltiples proyectos que tenía en el rancho, que daba la impresión de no extrañar el lado físico del matrimonio. Edward se conformaba con besarla una vez en la mañana y otra por la noche… y luego pasaba media hora tratando de contener su deseo. Esperaba que esta sequía hubiera llegado a su fin. La partera había decretado un período de abstinencia postparto de seis semanas, y por fin Edward había encontrado una utilidad para el calendario de escritorio. Había contado los días, y ese que miraba ahora celebraba las seis semanas de Joy. Incluso lo había marcado con anticipación: «Joy Elizabeth Cullen, seis semanas hoy». Para él, eso significaba algo aún más prometedor. BVR Bella organizó sus tareas ese día de modo que, después de amamantar a Joy y acostarla para su siesta de la tarde, pudiera tomar un buen baño. En lugar de usar la casa de baños -habían arreglado el sistema para que la bomba funcionara tanto allí como en una llave exterior-, le pidió a Tyler que la ayudara a instalarla en su dormitorio. Así, cuando Joy despertara, ella estaría justo allí para atenderla. Antes, Lauren solía ayudarle con esto, pero ahora estaba demasiado cerca de su fecha como para levantar cosas pesadas. La señora Dowling quería que Lauren descansara más de lo que usualmente recomendaba a las mujeres embarazadas. La última vez, Lauren entró en labor de parto demasiado pronto y dio a luz a su pequeña demasiado temprano. La pobre criatura era demasiado débil y no vivió más de dos días. Se pensaba que esto podía evitarse si Lauren descansaba durante los últimos meses antes del nacimiento del nuevo bebé. Tyler refunfuñaba por lo que consideraba un trabajo innecesario, pero Bella lo echó en cuanto el baño estuvo listo. Pasó una hora muy agradable disfrutando del agua tibia, y luego se puso de pie frente a la chimenea, peinando su cabello mojado hasta que estuvo medio seco. Edward le había comprado un espejo de cuerpo entero, y al pasar frente a él, no pudo evitar ver su reflejo. Dio unos pasos hacia él, abrió el camisón desabotonado que llevaba puesto, y estudió su imagen. Su figura había cambiado con el embarazo. Su busto era más abundante, y donde antes tenía un vientre plano, ahora tenía una pequeña protuberancia. Pasó la mano por encima y se preguntó si a su esposo le disgustaría ese cambio. También había unas pequeñas líneas rojizas apagadas -estrías, las llamaba la señora Dowling- que salían desde su ombligo. Estaban comenzando a desvanecerse, pero a Bella le parecían feas. ¿Cómo podría volver a resultar atractiva para Edward? Cerró su camisón, aunque no se tomó el tiempo de abotonarlo. Quería vaciar parte del agua de la tina para que fuera más fácil moverla. Puso las tres latas de agua de baño fuera de la puerta del dormitorio con la tenue esperanza de que Tyler las viera y se encargara de desecharlas. Sabía que eso era poco probable. Sin embargo, quien las vio fue Edward. En cuanto vio las latas de agua fuera de la puerta de su dormitorio, supo de inmediato que Bella acababa de darse un baño. Y el hecho de que la puerta estuviera cerrada le indicó que Bella seguía adentro, probablemente en algún estado de desnudez. Edward tragó saliva y no dudó. Sus seis semanas se habían cumplido. BVR Alice miró por la ventana y suspiró con descontento al ver el tráfico pasar frente a su casa en Chicago. Tenía un baile esa noche y, simplemente, no tenía ganas de asistir. De hecho, desde que regresó de Colorado el año anterior, sus intereses habían cambiado. La sociedad la aburría y apenas toleraba a sus frívolos contemporáneos. Por suerte, casi inmediatamente quedó embarazada al volver de su viaje de luna de miel, lo que le permitió excusarse de muchas de las actividades tediosas que antes solía disfrutar. Al organizar su hogar, localizó y contrató al viejo chef que trabajaba en la casa de su infancia. Quería aprender más sobre cocina. Sabía que su antiguo cocinero estaría feliz de enseñarle y no le molestaría su presencia en la cocina. A cambio, ella le introdujo la cocina con una dutch oven en un carro de cocina, y él se mostró encantado con las posibilidades de ese método. Pasó muchas tardes agradables en su cocina, cubierta de harina hasta los codos, riendo con el hombre. Jasper decía que estaría celoso si las actividades de su esposa no resultaran en comidas tan deliciosas. El hecho de que el cocinero fuera un hombre corpulento y treinta años mayor que su esposa también lo tranquilizaba al respecto. Su período de reposo antes y después del nacimiento del pequeño Brandon le permitió entregarse de lleno a sus habilidades culinarias. Jasper se sentía orgulloso de sus logros. Alice se había convertido, de verdad, en una cocinera consumada. Se volvió para observar a la nodriza que alimentaba a Brandon, y sintió una punzada en el pecho. El bebé tenía una expresión de desconcierto mientras miraba a la mujer de semblante maternal durante la toma. —Es un buen niño, señora Cullen, y con muy buen apetito —dijo la mujer, mientras su generoso pecho parecía empequeñecer al niño. —Gracias, señora Cameron, siempre ha tenido buen apetito, como su padre —respondió Alice con nostalgia. Ver a su bebé alimentarse hizo que sus propios senos reaccionaran y le dolieran. Solo había pasado un día desde que terminó su cuarentena y la nodriza había comenzado sus labores. Miró su blusa y vio cómo aparecían las primeras manchas reveladoras. Suspirando con frustración, fue al cajón del bebé a buscar algo con qué detener el flujo. —Ay, señora. No debería mirarlo mientras se alimenta. Le pasará siempre, y así nunca se le secará la leche. Alice asintió con lágrimas en los ojos. Ella no quería eso. Quería cuidar a su bebé, no delegarlo en otra persona. Suspiró y salió de la habitación, sin querer que la nodriza la viera llorar. Jasper la encontró unos minutos después, tendida boca abajo sobre la cama, sollozando. —Alice, cariño, ¿qué pasa? —preguntó con preocupación mientras se acercaba rápidamente a ella. —Oh, Jasper, estoy tan triste —sollozó. —¿Por qué, amor? —Quiero amamantar a nuestro bebé. Yo fui quien lo trajo al mundo. ¿Por qué ese placer ha de ser de otra persona? —¿Es que… no es eso lo que se acostumbra? —respondió él, con incertidumbre. —Pero ¿por qué? ¿Qué más tengo que hacer sino amarlos a ti y a él? Puedo hacer ambas cosas: amarlo y alimentarlo. —Es difícil retomar la vida social si estás atada a un bebé, Alice. —No quiero retomar la vida social. Quiero ser madre —se lamentó, y cayó en los brazos de Jasper. —Cariño, puedes hacer lo que quieras. Mi madre está más que feliz de ser la reina social de los Cullen. —Jasper, no quiero decepcionarte. Él la abrazó con fuerza. —Alice, no me decepcionas. Yo estoy en paz si tú lo estás. Si tú no lo estás, yo tampoco. ¿Quieres decirle a la nodriza que ya no necesitaremos sus servicios? —Oh, Jasper, ¿de verdad podríamos? —Por supuesto —dijo él, mientras le besaba las lágrimas. Pronto, sus besos de consuelo se tornaron más apasionados, y terminaron en actividades que hicieron que Jasper llegara muy tarde a la velada. Alice fue quien despidió a la nodriza personalmente, con el equivalente a seis meses de sueldo y una buena recomendación. Feliz, se instaló en la cama con varios almohadones para volver a alimentar a su inquieto hijo. Jasper la encontró más tarde, con una sonrisa de pura dicha en los labios, mientras sostenía al pequeño Brandon, dormido y satisfecho. —Bueno, Alice, ya presenté nuestras disculpas con todos aquellos a quienes debíamos asistir. Mamá estaba preocupada, creyó que estabas enferma, pero cuando le expliqué cómo te sentías, se alegró por nosotros. Alice sonrió. La opinión de Esme era, en realidad, la única que le importaba. Suspiró con felicidad. Jasper se sentó al borde de la cama y pasó un brazo alrededor de su esposa. —Mamá también sugirió algo que creo que te gustará. —¿Ah? —Alice ajustó su bata y acomodó al bebé contra su hombro para que los gases no molestaran su pancita. —Mamá y papá quieren invitarnos a ir con ellos a visitar a Edward y Bella durante un par de meses. Les gustaría conocer a su hija y a su nueva nieta. ¿Qué opinas? El chillido de alegría de Alice despertó al bebé, pero entre los dos padres lo calmaron rápidamente y lo volvieron a dormir con dulzura. BVR Edward abrió con cuidado la puerta de su dormitorio y encontró a su esposa de espaldas, con el camisón abierto mientras se observaba en el espejo. Había un ceño en su rostro. Eso preocupó a Edward, pero no pudo evitar que su corazón se acelerara; para él, era una visión. Su cabello le caía hasta la cintura y su piel, de un tono cremoso, tenía ese brillo especial que había adquirido durante el embarazo. Cerró la puerta con suavidad, pero Bella escuchó el clic del pestillo y, con rapidez, cerró su bata y se volvió para verlo allí, de pie, mirándola con una mezcla de amor y deseo dibujada en el rostro. —Oh, Edward, quería sorprenderte —dijo ella. —¿Sorprenderme? —Sí. Quería vestirme con mis mejores galas y arreglarme el cabello para una cena especial que te preparé. No esperaba que salieras de tu estudio tan pronto. Él se acercó, incapaz de resistirse a tomarla entre sus brazos. —¿Por qué tanto esfuerzo, mi amor? Ella se sonrojó, sin saber muy bien cómo decirlo ni cómo explicar sus motivos. —Desde antes de que naciera la bebé, nuestras vidas han estado tan llenas… y hemos estado tan ocupados con preocupaciones… que me di cuenta de cuánto extraño... a nosotros. Él la atrajo aún más hacia sí. —Hemos estado juntos todo este tiempo. —Sí, pero siempre había algo más en qué pensar mientras estábamos juntos. Extrañaba tener tiempo solo para nosotros dos. —Podríamos tener ese tiempo ahora. Ella bajó la voz, ruborizándose aún más. —Pero no estoy vestida. Sus ojos se oscurecieron un tono mientras la miraba, y el fuego que había reprimido con fuerza de voluntad se desató. Tenía la boca seca como piedra de hogar, y le sorprendió escuchar la necesidad áspera en su propia voz cuando dijo: —Pero, mi amor, así es como más te prefiero. Se inclinó para besarla, y su pasión lo desbordó, buscando despertar la de ella. No necesitó mucha persuasión: de pronto, ambos estallaron. Edward la alzó con un brazo bajo las rodillas y el otro rodeándole los hombros, y la depositó en su cama sin romper el beso. Su bata se abrió en el proceso, y mientras él se apresuraba a quitarse la ropa, la miró tendida ante él, su belleza intensificada por la pasión, y murmuró con voz grave: —Bella, eres tan irresistible para mí. Ella estaba perdida en sus emociones hasta que se dio cuenta de que su bata se había abierto y que él podía ver sus imperfecciones recién adquiridas. Sus mejillas se encendieron y, con rapidez, cerró la prenda con ambas manos, la vergüenza desplazando su deseo. Edward ya estaba desnudo, pero notó que su esposa estaba turbada. Se inclinó sobre la cama y puso suavemente la mano sobre las suyas, que aún sujetaban el camisón cerrado. —Bella, ¿qué ocurre? Ella desvió el rostro, temerosa, insegura y avergonzada. —Yo... yo... ya no soy la misma. Temo que... Se quedó en silencio de golpe. Él se tumbó junto a ella y se apoyó en un codo para ver su rostro. Cuando ella no continuó, le tomó el mentón con delicadeza y la hizo mirarlo. —¿Temes qué, Bella? —Que te hayas... disgustado conmigo. Edward no pudo evitar soltar una pequeña risa incrédula. —Oh, no, no, no, Bella. Lo que provocas en mí es justo lo opuesto al disgusto. Ha sido tan difícil contenerme estos meses... tan difícil. Pensó que había sido difícil en más de un sentido durante la mayor parte del tiempo, pero no creyó necesario decírselo en ese momento. —¿Contenerte? —Bella, ¿tienes idea de cuán difícil ha sido no poder disfrutarte plenamente? Corazón, mente y cuerpo. Cada día… cada noche… te deseaba con desesperación. Hice todo lo posible por disimularlo porque sabía que necesitabas recuperarte y... bueno, no estaba seguro de que aún me desearas así, ahora que nuestra hija está aquí. Ella lo miró boquiabierta, asombrada. —Edward, no tenía idea. Pensé que tu ardor por mí se había apagado. —¿Qué te hizo pensar eso? —Por debilidad mía... te supliqué que te quedaras conmigo cuando nació Joy. Viste cosas que quizás te disgustaron. Y ahora mi cuerpo ha cambiado. Ya no soy la que era... Él negaba con la cabeza, incrédulo. —Bella, me diste uno de los regalos más preciosos que una esposa puede darle a su esposo. No solo me diste una hija hermosa, me diste el privilegio bendito de verla llegar al mundo. He estado caminando sobre nubes desde entonces y nunca olvidaré el milagro que presencié. Bella, te estaré eternamente agradecido por esa decisión. Espero que siempre me permitas estar contigo cuando nuestros hijos vengan al mundo. Ella tenía los ojos llenos de lágrimas por la evidente sinceridad en su voz. —La señora Dowling dijo que te desilusionarías de mí. Él soltó una suave risita mientras rozaba su cuello con la nariz. —La señora Dowling tiene razón en muchas cosas, pero en esta se equivoca. Nada en este mundo podría hacer que me desilusionara de ti. Te amo. Te necesito. Te deseo… por el resto de nuestras vidas. Le acarició la mejilla con ternura. —Me casé contigo para toda la vida, Bella. Y con la vida vienen muchas cosas. Sabía que habría cambios en los dos con el tiempo, pero, Bella, antes de Joy eras un capullo aún cerrado, hermoso y delicado. Ahora has florecido en una flor rara y exquisita. Tu figura es incluso mejor que antes, cuando ya eras perfecta. Supongo que ahora eres… pluscuamperfecta. Ella negó con la cabeza, triste. —No, no lo soy. Mírame —dijo dejando caer la bata y apartando las manos. Él la miró, y pensó que nunca en su vida había sentido tanto deseo. Notó los cambios que a ella le molestaban, pero para él eran casi sagrados. —Oh, Bella, mi amor hermoso, déjame mostrarte cuán hermosa eres en realidad. Se inclinó sobre ella y besó su cuello. —Tu cuello es tan elegante como el de un cisne, ¿lo sabías? La primera vez que te vi, pensé que tu apellido era muy apropiado. Grácil, pura y hermosa. Me encanta besarte justo aquí… —y le dio un beso en la garganta, bajo la mandíbula. Su pasión renovada despertó la de ella, y Bella entrelazó los dedos en su cabello, con el corazón acelerado, al ritmo del de él. Los labios de Edward descendieron hasta su busto y colocó besos suaves sobre sus formas más llenas, pero justo antes de enfocarse en sus cumbres, algo inesperado ocurrió. Bella sintió una bajada de leche intensa y abrió los ojos con un jadeo. —Oh, cielos. Edward se apartó y presenció lo que él consideró otro milagro de la naturaleza. Al parecer, los pechos de Bella no sabían distinguir entre un bebé hambriento y un hombre deseoso, así que hicieron lo que fueron diseñados para hacer: producir alimento. Como si estuviera en sincronía, Joy comenzó a llorar, y los pechos de Bella respondieron con aún más entusiasmo. —Edward, creo que esta es una de las desventajas de tener hijos. No podemos terminar lo que empezamos. Edward suspiró con frustración mientras Bella se levantaba de la cama para atender a su hija, que pataleaba y se quejaba en la cuna. Le cambió el pañal, la envolvió en un chal y la llevó a la cama. Edward, en ese tiempo, se había metido bajo las cobijas y había acomodado las almohadas para que Bella pudiera sentarse con comodidad junto a la bebé. Ella regresó, se metió en la cama a su lado y puso a Joy al pecho. Edward se sentó con el brazo alrededor de ambas, sonriendo ante la hermosa imagen que formaban. Sin embargo, no pudo evitar tener un pensamiento irónico: que tal vez sí era posible morir de las legendarias bolas azules. Bueno, pensó, esto es solo otra parte de la paternidad. —Bella —dijo con cautela al cabo de un rato, cuando parecía que su cuerpo no pensaba volver a la normalidad—, ¿crees que podríamos continuar lo que dejamos pendiente, una vez que Joy haya terminado? Ella le sonrió con complicidad. —Sí, pero creo que vamos a tener que dejar mi busto fuera de la ecuación esta vez. No sabe distinguir entre Joy y tú. Él negó con la cabeza y soltó una risa, contento de observar a su esposa alimentando a su hija. Pero cuando Joy terminó y sacó el aire, no estaba lista para volver a dormir. Edward lo notó y estaba por levantarse cuando Bella dijo: —No, espera aquí un momento. Se abotonó el camisón, tomó a Joy en brazos y salió hacia la parte principal de la casa. Se alegró al ver a Lauren sentada en el columpio del porche, observando a Abraham jugar en el jardín. —Lauren, ¿podrías cuidar a la bebé un rato? Lauren le sonrió ampliamente a Bella, algo sorprendida de verla tan informalmente vestida, pero no era de su naturaleza hacer preguntas o suposiciones. —Claro que sí, señora Bella, con gusto. —Gracias. Acabo de alimentarla, así que debería estar tranquila un buen rato. Estoy segura de que le encantará sentarse contigo a ver jugar a Abraham. —Ver a Abraham parecía ser la actividad favorita de Joy. Lauren tomó con gusto a la bebé en brazos, ansiosa por el día cercano en que tendría a su propia criaturita. Bella regresó apresurada a la habitación y encontró a Edward exactamente donde lo había dejado. —¿Dónde está Joy? —preguntó él. —Lauren la tiene. Ella se deslizó fuera de su bata, volvió a meterse en la cama, y reanudaron «casi» desde donde habían quedado. Edward hizo tan buen trabajo en su empeño que Bella quedó finalmente convencida de que su esposo la deseaba tanto como antes, si no más. Y Edward se sintió feliz, muy feliz, de que esa larga y árida sequía hubiera llegado a su fin.
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