ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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Los visitantes

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. Capítulo 5: Los visitantes . Era mucho antes del amanecer y Bella acababa de acostar a su bebé en la cuna después de darle de comer. Bella volvió a su cama y se acurrucó junto a su marido, pero no podía volver a dormirse. Sus suegros iban a venir y el temor crecía en su corazón. Se alegró al saber que Alice, Jasper y el bebé Brandon también iban a venir, pero eso no importaba. Vio la expresión de Edward cuando le entregó el telegrama. Sabía que no presagiaba nada bueno. ¿Y si los padres de Edward la odiaban? ¿Y si descubrían que no pertenecía a la alta sociedad de Virginia y decidían que no era lo suficientemente buena para su hijo? ¿Y si no conseguía que se sintieran cómodos durante su estancia? Estaba segura de que en Chicago tenían sirvientes a su entera disposición. También sabía que tenía tantas obligaciones que nunca podría atenderlos ella misma y Lauren estaría ocupada con su bebé, por lo que tampoco podría hacerlo. Además, Bella no quería imponerle esa carga a Lauren. ¿Y si influenciaban a Edward para que dejara de tenerla en la estima en que la tenía ahora? ¿Qué haría entonces? Bella sintió que las lágrimas se acumulaban en sus ojos. No quería que Edward la viera bajo una luz desfavorable. Le destrozaría el alma si él llegara a la conclusión de que casarse con ella había sido un error. Las lágrimas comenzaron a correr y un sollozo se le escapó. Se dio la vuelta para que su angustia se ahogara en la almohada y no molestara a Edward, quien dormía profundamente a su lado. Se revolcó en su miseria y miedo. De pronto, sintió su brazo rodearla y él la giró para mirarla de frente. —Bella, mi amor, ¿qué pasa? —N... n... nada —murmuró entre sollozos. Edward frunció el ceño. Normalmente, Bella siempre le decía de inmediato cuando algo la molestaba. Esto debía ser grave. No dijo nada más porque sabía que ella no quería hablar tanto como necesitaba consuelo. La rodeó con los brazos y le besó suavemente las lágrimas. Su toque era exquisito, y ella lo miró a la cara y entreabrió los labios. Lo amaba tanto. Su corazón rebosaba de emociones cada vez que él la tocaba. Se acercó más a él, decidida a disfrutar de su cercanía mientras pudiera. Edward nunca podía resistirse a sus labios, y esta vez no fue la excepción. La abrazó con fuerza, entrelazando sus piernas con las de ella y besando con ternura la suavidad de sus labios. —Oh, Isabella, cuánto te amo. No llores más, porque nada puede ser menos que perfecto cuando estamos así, juntos. En lugar de calmar su llanto, sus dulces palabras la hicieron llorar aún más. —Edward, eres demasiado bueno para mí. Edward empezó a preguntarse si Bella estaría por recibir su periodo. Sus acciones y emociones eran simplemente irracionales. ¿Cómo podía dudar de su valor para él? Estuvo a punto de sonreír por su ocurrencia, pero se contuvo. Le levantó la barbilla para mirarla a los ojos llenos de lágrimas. —Bella, somos un matrimonio de iguales. No hay lugar para pensar que no eres suficiente. Jamás he conocido a una mujer que encajara conmigo tan perfectamente como tú, y jamás querría a una mujer a la que no pudiera ver como mi igual en mente, cuerpo y espíritu. No sé qué te hizo dudar de eso, pero es una verdad firme como una roca y nunca va a cambiar. Bella sorbió por la nariz y preguntó—: ¿Estás seguro? Él rio bajo. —¿Me creerías si te dijera que lo supe incluso antes de que nos viéramos cara a cara? Nuestra correspondencia me abrió tu mente y tu espíritu mucho antes del día en que nos conocimos, y yo procuré exponerte los míos también en mis cartas. Dime con sinceridad, ¿no lo sabías tú también antes de salir de Virginia? La claridad fue como un viento que disipó todas las dudas. —Sí. Lo supe meses antes de que me mandaras a llamar. —¿De verdad? ¿Entonces pude haberte tenido en mi cama antes de lo que lo hice? Ahora estoy decepcionado —bromeó. Bella rio y le dio un golpecito en el brazo. —Señor Cullen, es usted un libertino. La mano de Edward descendió por su pierna, atrapó el dobladillo de su camisón y comenzó a subírselo. —Solo por ti, mi hermosa esposa. Ella se inclinó para rozar sus labios. —Pero Edward, supe que era algo más que compatibilidad en el momento en que tomaste mi mano aquel día en Denver. Su tono juguetón desapareció cuando le rozó la nariz con la suya y le habló desde el corazón: —Yo también lo supe entonces, Isabella. Somos un matrimonio de verdaderas almas y mentes gemelas. Ambos lo sabemos, y nada podrá interponerse entre nosotros: ni forajidos, ni peones malhumorados, ni ganado indomable, ni suegros inminentes. Si alguna vez necesitas que te lo recuerde, estoy siempre a tu servicio. Ella lo miró maravillada. Siempre sabía cómo disipar sus preocupaciones. Siempre sabía qué decir. Abrazándolo más fuerte, se sintió inspirada a recitar: — Ante la unión de espíritus leales, no dejéis, que ponga impedimentos. No es el amor, que enseguida se altera, cuando descubre cambios o tiende a separarse de aquel que se separa. Edward tomó sus manos, las llevó a sus labios y continuó el soneto: —¡ El amor es igual que un faro inamovible, que ve las tempestades y no es zarandeado. Es la estrella que guía la nave a la deriva, de un valor ignorado, aún sabiendo su altura. El corazón de Bella palpitaba al continuar con la siguiente parte: —No es juguete del Tiempo, aun si rosados labios o mejillas alcanza, la guadaña del Tiempo. Ni se altera con horas o semanas fugaces, si no que aguanta y dura hasta el último abismo. Edward soltó sus manos, la rodeó con ambos brazos y terminó: —Si es error lo que digo y en mí puede probarse, decid, que nunca he escrito, ni amó jamás el hombre. —Bella, he conocido ese soneto desde hace media vida, y hasta este último año jamás entendí su verdadero significado. Estoy unido a ti eternamente en mente, corazón y cuerpo. ¿No lo crees? Bella suspiró y admitió: —Sí lo creo, pero hay momentos en que aún necesito que me lo recuerdes. ¿Será eso muy difícil? Él sonrió y deslizó su mano por su pierna y cadera desnudas. —No, mi amor. Pero dime, ¿cómo quieres que te lo recuerde? ¿Con mi mente? —Acercó sus frentes—. ¿Con mi corazón? —puso suavemente una mano sobre su pecho izquierdo—. ¿O con mi cuerpo? —empujó su cadera contra la de ella, mostrando que su cuerpo estaba más que dispuesto a demostrarle su devoción justo en ese instante. Ella rodeó su cuello con los brazos y lo besó. —Creo que un poco… o mucho… de los tres será necesario. —Entonces, creo que esta noche ya lo he demostrado con mi mente y mi corazón. Que sea ahora mi cuerpo quien lo pruebe. —Por favor —fue lo único que dijo ella. Y así, se deshicieron de sus ropas nocturnas y él se recostó para trazar su oreja con la nariz, aspirando su dulce aroma mientras yacían de lado, enfrentados. Pudo sentir cómo se le erizaba la piel del brazo, y eso le provocó un escalofrío de placer. Chupó suavemente su lóbulo y atrajo sus caderas, de modo que su erección trazara sus propios diseños sobre el muslo y el vientre de ella. Le levantó el muslo para colocarla sobre su cadera y dejó que su cuerpo se frotara contra el de ella en una caricia deliciosa que hizo que Bella contuviera el aliento. Continuó besándola y lamiéndole el cuello mientras la acariciaba más abajo. Ella gemía de deseo. Le susurró al oído que había estado acariciando: —Oh, mi Belleza, ¿puedo entrar en ti, por favor? Bella subió aún más la pierna, alineándolos por completo, atrajo sus caderas hacia las suyas y dijo: —Eres bienvenido. Edward colocó sus manos en las caderas de Bella para inclinarla y se hundió en ella tan profundo como pudo. Se estremeció por la intensidad de la sensación. —Bella, mírame —le pidió. Ella abrió los ojos mientras él se movía y vio cómo la profundidad de los ojos de Edward comenzaba a encenderse y arder. Bella deslizó un brazo por debajo de su cintura para poder sujetar sus glúteos con ambas manos mientras estos se tensaban rítmicamente. Sin apartar la mirada, rozó sus labios con los de él; ambos jadearon, consumidos por la necesidad y el deseo. Él sabía que no duraría mucho. Su juego previo de palabras lo había dejado al borde del éxtasis incluso antes de entrar en ella, pero quería que la experiencia fuera inolvidable también para Bella. No quería que jamás olvidara que eran para siempre. Llevó la mano entre ambos y buscó ese punto sensible, dibujando círculos suaves sobre él. Los jadeos de Bella se hicieron más rápidos, y Edward entrecerró los ojos, ardiendo cada vez más de deseo mientras la sentía acercarse al clímax. De pronto, ella llegó: sus manos se aferraron, su espalda se arqueó, su voz se alzó en un gemido. Una expresión de dicha absoluta le cruzó el rostro, y la tensión que había en sus ojos se desvaneció por completo. Su corazón latía con fuerza, enloquecido por el placer de su cuerpo. Edward supo entonces que Bella nunca olvidaría ese momento. La profundidad de su amor por él se le reveló en la mirada de ella, y fue consciente de que su propio cuerpo también buscaba el desenlace. La giró con suavidad hasta dejarla de espaldas, sin romper su mirada ni su unión, y se hundió aún más en ella, sintiendo al fin cómo era acogido por completo. Ya no tuvo control. Su cuerpo respondió con un fervor que jamás había experimentado, y el aire se le escapó de los pulmones al alcanzar el clímax. Se aseguró de mirarla a los ojos en ese instante, para que ella pudiera ver también lo que se le revelaba a él. Y ella lo vio… lo vio con profundidad, con verdad, con honestidad… y para siempre. Nunca más volvería a dudar de su lugar a su lado ni de su amor. Esa certeza sería necesaria en las semanas que estaban por venir. BVR Carlisle Cullen era un hombre satisfecho de sí mismo. Sabía que era talentoso y astuto. Aunque su padre le había dejado una fortuna respetable al fallecer, la habilidad, planificación y sabiduría de Carlisle habían logrado multiplicar ese capital inicial una docena de veces. Desde temprano en su carrera, reconoció la necesidad de establecer metas a largo plazo, y una vez trazadas, se dedicaba a cumplirlas. Por ejemplo, se casó con la debutante de la temporada hace treinta y dos años. Esmé Masen provenía de una buena familia de Chicago y poseía también una fortuna respetable. Además de eso, era la joven más hermosa y codiciada que se recordara en los círculos sociales de aquella época. Carlisle la conquistó -aunque muchos competían por su mano- mediante una planificación cuidadosa y acciones acertadas. No supo sino hasta mucho después que, la primera noche en que se conocieron, Esmé ya tenía sus propios planes a largo plazo. Fue con su padre y le indicó que permitiera a Carlisle pedir su mano. El señor Masen, quien había aprendido por experiencia que era inútil oponerse a Esmé cuando deseaba algo, accedió. Así que la pregunta seguía en el aire: ¿Carlisle eligió a Esmé o Esmé eligió a Carlisle? Aún debatían eso ocasionalmente, pero en realidad no importaba: ambos estaban satisfechos con el resultado. Carlisle también había planeado tener un «heredero y un repuesto» que llevaran su legado, y se sintió muy complacido cuando su esposa le dio un excelente hijo durante el primer año de matrimonio, y al «repuesto» dos años después. Edward y Jasper eran jóvenes fuertes y vigorosos, y parecían las personas perfectas para ocupar sus zapatos corporativos llegado el momento. Carlisle se sentía especialmente orgulloso de Edward. Físicamente, Edward era una mezcla de sus padres, pero en espíritu era igual a su padre. Inteligente, sabio y valiente. Carlisle estaba convencido de que sería el sucesor ideal. Pero, lamentablemente, Edward había heredado otro rasgo paterno: era testarudo. Fue un shock cuando Edward le dijo a Carlisle que no quería una vida corporativa, ni casarse con una joven adecuada de alguna familia de Chicago. Carlisle quedó desconcertado cuando Edward lo enfrentó con esa decisión. Aquello iba en contra de todos sus planes, y sin importar lo que dijera, Edward estaba decidido a seguir su propio camino. Así que Carlisle decidió desterrarlo de su vista hasta que recapacitara y cumpliera con lo que se esperaba de él. Carlisle predijo que Edward se rendiría más temprano que tarde. Lo siguiente que supo fue que Edward había empacado sus cosas y se había marchado a algún lugar perdido en «el oeste». Edward quería ser vaquero. Bueno, Carlisle sabía exactamente qué hacer al respecto: lo desheredó por completo, a ver cuánto aguantaba siendo pobre. Pero no pudo haberse sorprendido más al ver que Edward le dio la espalda al dinero familiar y no solo vivió en el oeste, sino que prosperó allí. Esmé insistía en enviarle buenos deseos a Edward por su cumpleaños y en Navidad, así que sabían que había encontrado trabajo en un rancho, donde literalmente aprendió «a usar las cuerdas». Cuando murió la madre de Esmé, todos quedaron impactados al saber que había dejado toda su fortuna a Edward. Carlisle, con reticencia, envió la orden bancaria a Denver, y tuvo el dudoso placer de enterarse de que Edward se había convertido en el orgulloso propietario de un rancho ganadero en Colorado. El fatídico día llegó en mayo de 1887, cuando recibieron una carta breve informándoles que su primogénito se había casado con una tal señorita Isabella Swan de Virginia. Esmé estaba extasiada, pues había temido que Edward eligiera a alguna mujer de cantina para engendrar a los herederos Cullen. Estaba agradecida de que su hijo tuviera la sensatez de buscar esposa en el este. Su única decepción era que Edward no hubiera acudido primero a su madre para pedirle ayuda con ese asunto. Carlisle, en cambio, no estaba tan entusiasmado. Llevaba años curioso por el éxito de los emprendimientos de Edward, pero sus escasas cartas nunca le ofrecían una imagen clara. Así que, sabiendo cuánto extrañaba Jasper a su adorado hermano mayor, le metió en la cabeza que Colorado sería un destino ideal para su viaje de luna de miel en junio. No le costó mucho convencerlo, y pronto su segundo hijo y su flamante esposa emprendieron su propio viaje hacia Colorado. Carlisle esperó hasta que no pudo más y luego inventó una excusa para hacer regresar a Jasper anticipadamente a Chicago. Cuando la joven pareja regresó, Carlisle quedó abrumado con las noticias sobre el éxito y la felicidad de Edward, y la perfección de Isabella. Quería saber más sobre los asuntos de su hijo, así que cuando Jasper le propuso invertir en propiedades del oeste, Carlisle no lo dudó. Así, bajo el pretexto de negocios, comenzó una correspondencia regular con su hijo mayor, que pronto trascendió de lo comercial y se tornó más personal. Que sus hijos fueran lo suficientemente fogosos como para hacerlo abuelo dos veces ya no lo sorprendía. Disfrutaba de mimar al pequeño Brandon, que Alice había traído al mundo la primavera pasada, y ahora sentía el deseo de conocer a su nieta en Colorado. Sabía, sin embargo, que Edward jamás llevaría a la pequeña Joy ni a la supuesta e incomparable Isabella a Chicago, así que tendría que ir él mismo a Bear Valley Ranch. Pero lo haría bajo sus propios términos. Primero, contrató un vagón privado de ferrocarril para que se enganchara al tren regular que viajaba de Chicago a Denver. Era lujoso y moderno. Tenía cuatro compartimentos para dormir, un salón, un comedor, un baño y una cocina. Incluso había un espacio para que se alojaran sus sirvientes. Los Cullen podrían viajar a Denver con todo el estilo. Así fue como, en un caluroso día de julio, él, Esmé, Jasper, Alice, el pequeño Brandon, y los señores Phelps -sus sirvientes personales- partieron de Chicago rumbo al salvaje oeste. Nota de la autora: Los versos que recitaron Bella y Edward son del Soneto No. 116 de Shakespeare. [N.T: La traducción del mismo la tomé de la página cervantesvirtual punto com]. Y sí, muchos hombres adinerados tenían su propio vagón de tren que podían acoplar a un tren comercial para viajar con lujo. George Pullman fue el fabricante de la mayoría de estos vagones y habría sido un contemporáneo de «nuestro» Carlisle en Chicago.
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