El álamo
22 de octubre de 2025, 10:39
.Capítulo 6: El álamo
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Lauren despertó una hermosa mañana soleada y descubrió que la desgana que la había estado acosando durante el último mes había desaparecido. Torpemente se deslizó fuera de la cama y se estiró. Se sentía tan bien volver a sentirse como ella misma. Bueno, tal vez no exactamente como ella misma. Colocó la mano sobre su vientre y sonrió. Pronto nacería este pequeñito. Esperaba que esta vez fuera una niña, pero se sentiría feliz simplemente con que todo terminara ya.
Una brisa movía suavemente la cortina de la ventana y la invitaba a salir a disfrutar del día. Se vistió tan rápido como pudo y arregló la cama. Tyler la había estado dejando dormir en las mañanas. Sabía que él estaba preocupado por ella, y esa era la mitad de la razón por la que no podía esperar a que naciera el bebé. Tyler, que nunca había sido un hombre sociable, se volvía aún más callado al final de sus embarazos, reduciendo su habla a monosílabos y gruñidos. Sabía que su preocupación lo consumía. Tuvo que reírse para sus adentros. Él y el patrón eran tal para cual.
Bajó las escaleras con cuidado, por fin satisfecha con su nuevo hogar. Le había tomado un tiempo acostumbrarse a no vivir en la casa grande, pero ahora le alegraba tener un lugar propio. No había señales de Abraham, Tyler ni la señora Dowling en su cabaña. Debían haber ido al comedor a desayunar.
Lauren se quedó de pie en el porche y miró el valle, admirando cómo el sol brillaba sobre el río que serpenteaba por el fondo del valle. Los cultivos también relucían bajo la luz del sol, y el aire cálido era delicioso. La invitaba a dar un paseo hasta el río antes del desayuno. No tenía hambre en ese momento, pero sentía la necesidad de salir y hacer algo.
Recogió un palo mientras caminaba y lo pasó por la hierba alta que crecía al borde del sendero que seguía. Desde el otro lado del río, podía oír débilmente los mugidos del ganado que pastaba allí, y si entrecerraba los ojos, alcanzaba a ver a algunos vaqueros montados supervisando sus actividades.
Suspiró de felicidad. Tenía una vida tan buena, y contaba sus bendiciones: su esposo adorador, su pequeño inteligente, su hogar ordenado, trabajo honesto que hacer con sus manos, y la amistad que tenía con la señora. Nunca la trataba como sirvienta ni como si fuera tonta. Lauren sabía que no era tan rápida de mente como otras, pero la señora siempre era paciente y amable, y a veces incluso le pedía su opinión y consejo sobre cosas.
Al llegar al pie de la colina, Lauren se apoyó en un álamo que crecía junto a Bear Creek y miró hacia el agua. Se preguntaba si alguno de los renacuajos que Abraham había soltado allí el verano pasado se habría convertido en rana. No podía ver ninguno en ese momento.
Se recostó contra el árbol y se frotó la espalda. Estaba empezando a dolerle; probablemente por haber caminado tanto estando tan grande. Tal vez era hora de regresar colina arriba.
Se dio la vuelta y, de repente, se dobló de dolor agudo. Antes de que el dolor disminuyera, ya estaba jadeando con las manos sobre las rodillas, sabiendo exactamente lo que estaba pasando. El bebé venía. Sería mejor que regresara rápido a la casa.
Se enderezó y de pronto sintió un torrente cálido bajándole por las piernas, seguido de otro calambre intenso. Ese dolor la hizo ponerse en cuclillas mientras lo soportaba, apoyada en el árbol. Las cosas parecían avanzar rápido y comenzaba a temer que no lograría volver a subir la colina antes de que naciera el bebé. Gritó:
—¡Ayuda! ¡Yujú! ¡Hey!
Pero no había nadie que pudiera oírla. Los vaqueros al otro lado del río estaban demasiado lejos.
Otro dolor la sacudió y, aún en cuclillas, se preparó. De repente, sintió un impulso abrumador de ir al baño. Más le valía encargarse de eso antes de que naciera el bebé. Se recostó contra el tronco del árbol y se subió el vestido. Se quitó el delantal y se apartó los calzones. Su cuerpo tomó el control en ese punto, y de pronto se encontró pujando, respondiendo a la presión del impulso natural. Pero no se sentía exactamente como eso. La presión disminuyó un poco y pensó que era mejor revisar. No podía ver más allá de su vientre, pero al poner una mano allí abajo, ¡pudo sentir que la cabeza de su bebé ya había salido!
Su corazón empezó a latir con fuerza. ¡El bebé ya estaba allí! ¿Podría hacerlo sola? Parecía que no tendría otra opción.
—Por favor, Dios mío, ayúdame —suplicó.
Otro dolor la invadió, y el impulso insistente de empujar la dominó nuevamente.
BVR
Bella estaba cavando en los parterres frente a la casa, decidida a tener algunas flores hermosas cuando llegaran sus suegros. Se sentía muy satisfecha con lo bien que habían resultado sus intentos de jardinería, y pensaba que para cuando Esme y Carlisle llegaran, tendría unas lindas cinias y dalias en una masa de colores brillantes. Se puso de pie y se sacudió la tierra húmeda de las manos, con una sonrisa satisfecha que ahuyentaba la preocupación de su rostro. Estaba orgullosa de lo que había creado durante el último año.
Se sentó en el escalón del porche para acomodarse la blusa y amamantar a la pequeña señorita Joy, que había empezado a inquietarse. Ana María le había hecho un cargador para que pudiera usarlo con su propia bebé, y no tardó mucho en preguntarse cómo lograba hacer algo antes de tenerlo.
—Bueno, Joy, ¿crees que las flores son lo suficientemente bonitas para tus abuelos?
Ella y Joy tenían largas conversaciones a lo largo del día. La bebé la miraba intensamente durante esas charlas, como si absorbiera cada palabra. Bella sonrió, completamente encantada con su maravillosa hija.
Empezaba a pensar que Joy tendría ojos claros, como los de Edward. Hasta ahora, su cabello seguía siendo del mismo castaño oscuro con el que había nacido. Su piel había cambiado del tono rosado de recién nacida a una complexión de alabastro y rosa que combinaba casi exactamente con la de Bella. En opinión de su madre, tenía todo para ser una belleza.
—¡Señora! ¿Ha visto a Lauren? —Tyler corría hacia ella, visiblemente angustiado, con la señora Dowling pisándole los talones.
—No, no la he visto hoy —respondió Bella—. ¿Qué pasa?
—No la encuentro por ningún lado, señora. No está en ninguna parte —la voz normalmente áspera de Tyler sonaba aguda por la preocupación.
—Tyler, no pudo haber ido muy lejos. Organicemos una búsqueda —dijo Bella mientras se ponía de pie, agradecida de que el cargador protegiera su modestia, y caminó a paso ligero hacia el comedor. Entró y le explicó a Juan Carlos y Ana María cuál era el problema.
Cuando todos salieron para comenzar la búsqueda, Abraham gritó—: ¡Ahí está mamá!
Y en efecto, allí venía Lauren, caminando lentamente colina arriba hacia su cabaña, cargando un bulto en los brazos y, notablemente, ya sin estar embarazada. Tyler salió disparado como si tuviera alas en los pies para llegar a su lado. El resto del clan de Bear Valley lo siguió detrás.
Tyler no dijo una palabra, simplemente alzó a su esposa en brazos y se apresuró a llevarla a ella y al bebé dentro de su cabaña. Los demás pudieron oír sus botas retumbar en la escalera. La señora Dowling llegó con las mejillas enrojecidas por el esfuerzo y cacareando como una gallina:
—Bueno, bueno. Ya veremos qué ha pasado.
Subió las escaleras y se giró hacia el pequeño grupo que tenía detrás.
—Tú —señaló a Juan Carlos—, ve a hervir agua.
Él inmediatamente comenzó a refunfuñar en voz baja mientras se daba la vuelta para regresar al comedor:
—¡Hervir agua! Eso es todo lo que hago. ¡Ay, chihuahua!
—Señora Cullen y señora Hernández, por favor vengan conmigo. Abraham, ve a jugar ahora. Te llamaremos cuando te necesitemos.
Las mujeres entraron en la cabaña, dejando a Abraham parado frente a la puerta. Él esperaría allí mismo hasta que lo llamaran. Por lo que había alcanzado a ver, el bebé ya había llegado. ¡Era un hermano mayor! Estaba emocionadísimo.
La señora Dowling subió al dormitorio principal y encontró a Lauren y Tyler mirando hacia el bulto que ella sostenía en brazos.
—Lauren, dime qué pasó —exigió la señora Dowling mientras tomaba al bebé de los brazos de Lauren. Puso el bulto sobre la cama y comenzó a separar las mantas mientras hablaba. Tyler guio a Lauren hacia una silla cercana para que se sentara.
Lauren habló lentamente:
—El bebé nació.
La señora Dowling le lanzó una mirada exasperada a Lauren y luego siguió indagando mientras revisaba al bebé.
—Pero ¿dónde nació el bebé, Lauren? —preguntó la señora Dowling mientras limpiaba el cuerpo del bebé con un paño suave y agua tibia. Bella y Ana María fueron a buscar la ropa para el bebé que ya se había preparado para este día.
—Bajo el álamo, allá junto al río, señora —respondió Lauren con tranquilidad. Tyler simplemente se quedó parado mirando a su esposa, como si lo que le había sucedido estuviera escrito en su rostro.
Respirando hondo, la señora Dowling continuó:
—¿Y por qué estabas en el río, Lauren?
—Caminé hasta allá.
—¿Por qué razón?
—Estaba bonito el día.
—¿Y por qué no volviste a casa cuando empezaron los dolores?
—Vinieron tan rápido que, antes de darme cuenta, el bebé ya estaba aquí.
La señora Dowling terminó de envolver al bebé y le hizo una seña a Tyler.
—Ven aquí, jovencito, y toma a tu hijo. Parece estar tan sano como una manzana. Ahora, necesito revisar a tu esposa.
Tyler alzó la cabeza y miró asombrado a la partera, que le tendía al bebé. Se acercó y tomó con cuidado al pequeño en sus brazos.
—¿Otro niño? —preguntó.
—Así es. Parece que será un muchachito fuerte. Ahora, ¿por qué no lo sacas de aquí un momento mientras ponemos cómoda a tu esposa? —le dijo mientras lo empujaba suavemente hacia la puerta.
Tan pronto como él salió, se volvió hacia Bella y Ana María:
—Bueno, señoras, vamos a quitarle esa ropa sucia a Lauren y ver cómo quedó después de tener al bebé ella sola.
En poco tiempo, Lauren ya estaba fuera de su vestido y ropa interior, y vestida con un camisón limpio. La señora Dowling la condujo hasta la cama y la ayudó a recostarse para asegurarse de que todo estuviera en orden.
—Lauren, por favor cuéntame los detalles del parto. Necesito asegurarme de que estés bien.
—Sentí el dolor y me agaché junto al árbol y me subí la falda. Sentía que tuviera que hacer del cuerpo, pero en vez de eso salió un bebé. Lo limpié lo mejor que pude y lo envolví en mi delantal.
—Lo hiciste muy bien, Lauren. ¿Salió la placenta?
—Oh, sí. Después de envolver al bebé, sentí otra presión y, en efecto, eso salió sin problema. La dejé allá, junto al árbol.
La señora Dowling terminó su revisión y los cuidados a Lauren, y luego la arropó de nuevo.
—Apuesto a que vas a necesitar un desayuno tardío o un almuerzo temprano, querida. Todo está bien contigo y con tu bebé. Pan comido —dijo la señora Dowling sonriendo.
Ana María salió para ir a buscar comida para Lauren y Bella fue a buscar a Tyler. Él estaba en cuclillas junto a Abraham, presentándole al hermanito. A Bella la conmovió la escena tan tierna de hermano conociendo a hermano por primera vez. La expresión orgullosa y amorosa en el rostro de Tyler era sorprendente, pues rara vez Bella lo había visto con algo que no fuera una expresión seria y severa.
—Tyler, ahora tienes dos buenos hijos.
Tyler levantó la vista y le sonrió a Bella.
—Así es, señora.
—¿Y tú y Lauren ya pensaron en un nombre para él?
—Sí, señora. Se llama Lee Davis Grant Lincoln Crowley.
Bella soltó una risita mientras le hacía carantoñas al nuevo bebé.
—Tiene un nombre tan distinguido como su hermano. ¿Y cómo lo habrían llamado si hubiera sido niña?
—Daisy Crowley.
—¿Solo Daisy?
—Sí. A Lauren le gustan las margaritas.
Bella le sonrió a Tyler, llena de amor por esta pequeña y peculiar familia.
—La señora Dowling dice que ya pueden subir.
Tyler no dudó. Extendiendo la mano hacia Abraham y apretando a Lee contra su pecho, volvió apresuradamente a su casa.
Bella miró a su pequeña Joy, que dormía.
—¿Y tú qué opinas de toda esa emoción, mi amor? Ya no eres la más chiquita por aquí.
Regresó a los parterres de flores con una sonrisa en el rostro, agradecida de que Lauren y el pequeño Lee hubieran salido bien de todo.
Bella miró a su alrededor en su casa, buscando cualquier cosa que necesitara arreglo, limpieza, sacudida, fregado, reorganización o embellecimiento. Todo parecía perfecto. Ni una mota fuera de lugar. Pero aun así, no estaba segura de que fuera suficiente para sus suegros.
Tenían una gran escasez de muebles y Bella sabía que no podían permitirse comprar más, pero afortunadamente Rosalie y Emmett ofrecieron prestar algunos durante la visita. Pronto, Emmett, sonriendo, subía la colina con una carreta llena de los tan necesitados muebles hacia la casa grande. Los McCarty habían prestado a Edward y Bella un juego de dormitorio completo, una cuna antigua que tenían guardada, dos armarios y algunas sillas adicionales. Bella estaba tan agradecida, pero Rose le aseguró que eso le ahorraría el trabajo de sacudir muebles que no usaban.
Bella pensaba en todo eso, con las manos en la cintura, cuando su esposo pasó por la sala principal donde ella se encontraba.
—Edward —lo llamó—, ¿ves algo fuera de lugar?
Él se detuvo junto a ella y miró alrededor. Pensó que todo se veía maravilloso, así que le dijo:
—Está hermoso. Realmente has convertido esta vieja casa del rancho en un hogar.
—No podría haberlo hecho sin la ayuda de Ana María. Es fenomenal. Cuando trabajaba en San Antonio, se encargaba de mantener en orden la casa del alcalde y vio pasar muchas recepciones mientras estuvo allí. Y Juan Carlos ha cocinado para príncipes, según él. No estaría tan tranquila si no los tuviera aquí.
Edward sonrió y dijo—: No tienes nada de qué preocuparte, Bella. Recuerda que Alice y Jasper también estarán aquí, y se van a llevar una sorpresa. Un año de trabajo en el rancho ha traído muchos cambios maravillosos.
Sonriendo, ella respondió—: Me alegra que estés satisfecho, Edward. A veces temo que interfiero con tus costumbres.
Él le tomó la mano y se inclinó para besarle la mejilla.
—Isabella Cullen, puedes interferir en mis costumbres siempre que te dé la gana.
Le alzó las cejas con picardía para que entendiera su doble sentido.
—Ay, Edward, ya basta —rio—. Me distraes muy fácilmente con tu hábil lengua y tu apuesta figura.
Él se pavoneó un poco, encantado de que ella lo encontrara tan atractivo.
—Siento cada palabra que te digo, Belleza, y me encanta, me encanta, me encanta distraerte.
La atrajo hacia sus brazos, con cuidado del bebé que ella cargaba.
Bella le sonrió.
—Y a mí me encanta dejarme distraer, pero tengo unas preguntas, Edward, que se me van a olvidar si no te las hago ahora mismo.
—¿Y si nos vamos a sentar en el porche y conversamos más a gusto?
La condujo hasta el columpio del porche y la acomodó con cuidado. Acomodó la almohada para que su espalda estuviera bien apoyada y luego se sentó él también.
—Y entonces, ¿cuáles son tus preguntas?
—Le estoy dando a Alice y Jasper su antigua habitación. Puse la cuna ahí y un armario extra para que tengan dónde poner todas sus cosas.
—Eso está bien.
—Le asigné a tus padres el cuarto que antes era de los Crowley. Es el más grande de arriba y les dará espacio para tener una salita si lo desean. Todos los muebles que prestaron los McCarty están en ese cuarto. La verdad, quedó bastante bonito.
—Les va a gustar.
—Solo puedo poner a los Phelps juntos en el tercer dormitorio. Está justo al lado del cuarto de tus padres. ¿Eso estará bien?
—Bueno, no podemos meterlos en la barraca con los vaqueros —bromeó Edward.
—¿Los Phelps son buena gente?
—No traté mucho con ninguno de los dos, Bella. Mis padres han disfrutado de sus servicios, así que espero que sean fáciles de tratar.
—Dejé preparada la última habitación, la más pequeña, para tu padre, por si decide dormir separado de tu madre.
—Tienen habitaciones separadas en Chicago.
—Entonces lo que me estás diciendo es que tu madre ocupará la habitación grande y tu padre, la más pequeña.
—Está bien. Están una al lado de la otra, por si deciden visitarse durante la noche.
Bella se detuvo y parpadeó, interpretando la implicación no dicha en sus palabras. Luego se puso roja como un tomate.
Edward se rio de ella.
—No te preocupes, Bella. Has cubierto todas las posibilidades. Simplemente sé tú misma y haz lo que haces siempre. Madre y Padre necesitan vernos tal como somos y ver cómo nuestra vida nos hace felices tal cual es.
Ella se acurrucó a su lado.
—Me alegra tanto que hayamos hablado. Me siento mucho mejor. ¿Cuándo crees exactamente que llegarán?
—Mañana en la tarde, más o menos.
—Creo que estoy lista entonces.
—Bien. Ahora, señora Cullen, ¿le gustaría distraerse un rato?
Entre risas, se acomodó a su lado y dejó de lado sus ansiedades. Había hecho todo lo que estaba en sus manos. Ahora era momento de soltar sus preocupaciones y disfrutar.
Y eso hizo.
*Daisy es Margarita en inglés.
Nota de la autora: Los Crowley son, en efecto, bastante peculiares. Si leíste "The Mail Order Bride", sabrás que el nombre completo de Abraham es Abraham Ulysses Jefferson Robert Crowley, nombrado en honor a los líderes de ambos bandos de la Guerra Civil para mantener la paz entre su familia, que estuvo dividida durante el conflicto. El pequeño Lee rinde homenaje a los mismos hombres, solo que usando los apellidos en lugar de los nombres, y en orden inverso al del peque Abe.