ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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El piano

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. Capítulo 8: El piano . —¿Por qué no entramos a la casa a tomar un refrigerio? —sugirió Bella. Cookie intervino: —Ha sido un placer conocerlos, señor y señora Cullen, pero estoy seguro de que ahora querrán reencontrarse con su familia sin vecinos entrometidos. Rosalie y yo volveremos a casa. Pasen cuando gusten y puedo mostrarles las mejoras que hemos hecho gracias a su inversión. Todos se despidieron y luego se dirigieron a la casa. Bella había indicado a Lauren que mostrara a los señores Phelps el piso de arriba para ubicar el equipaje de los Cullen en las habitaciones correspondientes. Ana María y Juan Carlos se habían escabullido para poner los sándwiches y los postres sobre la mesa del salón principal. Edward estaba dando instrucciones a los peones para que llevaran las carretas pesadas al nuevo granero, pero les indicó en voz baja que no las descargaran todavía. Eric se encargó de la organización de las carretas y los caballos, y luego envió a todos los carreteros y ayudantes a la cocina para que comieran algo. Tyler ayudó a subir las pertenencias de los Cullen a sus habitaciones. Solo refunfuñó un poco entre dientes. Los invitados de Bella la siguieron al interior de su hogar, y ella les pidió que se sentaran donde estuvieran más cómodos, en la gran sala frente a la chimenea. La señora Cullen aún sostenía a la pequeña Joy, ahora dormida, y se sentó en el gran sillón, sonriendo de oreja a oreja. —Vaya, creo que se parece a mí. —Si ese es el caso, querida, entonces seguro será una belleza —comentó el señor Cullen con cariño. Estaba de pie detrás del sillón, contemplando a su esposa y a su nueva nieta. Bella sonrió. —Si desean refrescarse, el baño y el excusado están justo por esa puerta trasera. Pensó que era mejor abordar desde ya las características rústicas de su hogar. Alice y Jasper se dirigieron enseguida hacia la parte trasera, aceptando la sugerencia de Bella. —¿Puedo traerle un poco de té y un plato, señora Cullen? Estoy segura de que debe tener sed después del viaje. —Sería muy agradable, Isabella, pero por favor dime mamá, ya hay tres señoras Cullen en esta casa. Bella sonrió y se puso a servir té para el señor y la señora Cullen, además de ofrecerles una selección de lo dispuesto sobre la mesa. Cuando Edward entró en la casa, se colocó frente a sus padres, con las manos detrás de la espalda y balanceándose ligeramente sobre los talones. —Les agradezco de verdad que hayan traído mi piano. Aparte de mi familia, creo que eso era lo que más extrañaba de Chicago. Estaba siendo diplomático. En realidad, extrañaba más el piano. —Bueno, Edward, era tu piano y ocupaba tanto espacio en mi salón. También empacamos las partituras que tenías en el baúl. ¿Has podido tocar algo en estos lares tan salvajes? —No, mamá. Hay unos pocos pianos por aquí, pero nunca los he usado. Tal vez por timidez, para no exhibir mi falta de habilidad. —¡¿Falta de habilidad?! Podrías haber tocado en un escenario ante multitudes entusiastas si hubieras seguido ese camino. —Ya veremos si estos diez años de abandono arruinaron para siempre mi capacidad —dijo Edward encogiéndose de hombros. Volviéndose hacia su esposa, preguntó—: Bella, ¿dónde crees que podríamos poner un piano de cola en esta sala? —Estaba pensando, Edward, que podríamos mover esos estantes y la alacena de porcelana del rincón y colocarlo allí —respondió, señalando el área a la izquierda de la puerta principal. —Pero ¿dónde pondrías tu vajilla? —En la cocina, posiblemente. La alacena encajaría bien allí, junto con los estantes. Al fin y al cabo, es donde más se necesita —dijo Bella con una sonrisa—. Me ocuparé de eso esta misma tarde. ¿Cuándo crees que el señor Volturi querrá comenzar su trabajo? —Por ahora está comiendo. Estoy seguro de que no le importará posponer la preparación del piano hasta mañana. Bella asintió, satisfecha de que pronto el piano estaría en su sitio. En secreto, se moría de ganas por escuchar a su esposo tocar. Estaba convencida de que su antigua habilidad volvería rápidamente. Alice regresó de afuera. —Bella, Edward, me encanta la nueva casa de baños. Se ve tan cómoda. Además, los parterres han prosperado muy bien. —Gracias, hermana —respondió Bella—. Espero que nos des ideas para nuestro próximo proyecto. Después de servirse un plato con bocadillos y una rebanada de pastel, Alice se sentó mientras Bella le servía una taza de té. —¿Qué alimentos estás conservando ahora? —preguntó Alice. —Todavía estoy envasando habichuelas y, por supuesto, haciendo jaleas y conservas. El año pasado intenté envasar calabaza, pero los resultados no fueron espectaculares. Podemos añadirla a guisos y salsas, pero no se mantiene bien en otros platos. —¿Qué quieres decir con envasar? —preguntó la señora Cullen. —Es una forma de conservar alimentos para poder almacenarlos durante el invierno. El verano pasado logré envasar suficientes vegetales como para mantenernos hasta esta temporada de cultivo. Tuve mucho éxito con los nuevos frascos Mason el año pasado. Están hechos de vidrio resistente, se les coloca una tapa con aro metálico y luego se introducen en un baño de agua caliente durante varios minutos. Ese proceso sella las tapas y mantiene la comida fresca mientras no se abra el frasco. Es mi ocupación principal en esta época del año. Estaré encantada de mostrarles el proceso, si así lo desean. —Me encantaría ayudarte, Bella —respondió Alice. Bella le sonrió con afecto. Esmé no dijo nada, simplemente asintió con la cabeza. —Ahora, mamá —dijo Edward—, ya no estás en Chicago, donde podías ir caminando hasta la tienda a comprar tus víveres. En la frontera, uno debe arreglárselas por su cuenta lo mejor que pueda. Bella compra algunos productos básicos, pero en general, Bear Valley Ranch es autosuficiente. Gracias al esfuerzo de Bella, el año pasado comimos mejor que nunca. Bella se sonrojó ante los elogios de su esposo y le sonrió con timidez. Esmé no estaba del todo convencida con ese asunto de «envasar», así que cambió de tema. —Isabella, de verdad tienes un encantador acento sureño. Me sorprende que no lo hayas perdido después de haber estado tanto tiempo lejos de Virginia. —¿Acento? Realmente no me había dado cuenta —dijo llevándose la mano a la boca, como si pudiera ocultarlo. Edward sonrió y dijo—: Tienes la entonación más suave y dulce, mi amor. Me encanta escucharte hablar. Esmé continuó. —Es encantador. Suenas como si pudieras estar bailando un vals en los jardines de Monticello o Mount Vernon. —Oh —dijo Bella en voz baja, pensando que jamás había pisado ninguna de esas propiedades tan distinguidas—. Nunca tuve ese gusto, mamá Esmé, pero le agradezco el cumplido. En ese momento, Joy empezó a quejarse y Bella se acercó a recogerla en brazos. —Es hora de la cena de Joy. Por favor, sírvanse más si gustan, y si están cansados, sus habitaciones están listas en el piso de arriba. —Ustedes, las chicas modernas, con esa insistencia de prescindir de nodrizas —comentó Esmé mientras le entregaba a Joy a su mamá. —Es un placer, mamá Esmé —respondió Bella, sonriendo dulcemente a su hija, quien le devolvía la sonrisa mirando su rostro. Rápidamente desapareció en su dormitorio para atender a la pequeña. —Es una chica encantadora, Edward —comentó Carlisle. —Lo es. Estoy completamente fascinado por ella. —Bueno, hijo, creo que subiré a refrescarme un poco y después quizás nos puedes mostrar el lugar —sugirió Carlisle. —Será un placer. Edward observó cómo su padre escoltaba a su mamá escaleras arriba. Luego, volviéndose hacia Jasper y Alice, dijo—: No estuvo tan mal, ¿verdad? —No, Edward. Creo que madre y padre están felices de verte al fin —respondió Jasper, quien estaba apoyado con un codo en la repisa de la chimenea, aún vestido con su traje del este. —Jasper, creo que estamos demasiado elegantes para la ocasión. Yo también. Con su permiso, iré a ponerme mi ropa de rancho. Edward se dirigió a su dormitorio mientras Alice y Jasper prácticamente corrían escaleras arriba, ansiosos por deshacerse de sus ropas citadinas. BVR Edward contuvo el aliento al entrar en su dormitorio y encontrar a Bella sentada en la mecedora, amamantando a su bebé. Su belleza etérea siempre hacía que su corazón se agitara en el pecho, pero verla así... no tenía palabras. Cuando le dijo a su padre que ella lo tenía fascinado, no estaba exagerando. —¿Ya subieron? —preguntó Bella. —Sí. Todos se están cambiando y luego los llevaré a dar un recorrido por los alrededores de la casa. Creo que su llegada salió muy bien. Bella suspiró. —Edward, dime la verdad, ¿sueno como una campesina cuando hablo? Él soltó una risa y respondió: —No, querida. Suenas muy distinguida. —¿Estás seguro, señor Cullen? —dijo, mientras acomodaba a Joy sobre su hombro y le daba suaves palmadas en la espalda, dejando su pecho completamente al descubierto ante la mirada cada vez más ávida de su esposo. —Seguro, señora Cullen, esposa mía. Al oír eructar a la bebé, se acercó y tomó a la niña adormilada en brazos, luego la depositó en su cuna, donde se quedó dormida de inmediato. Se volvió hacia su esposa, solo para descubrir que ya se había arreglado el corpiño y todo estaba en su lugar. ¡Rayos!, pensó. Se acercó a Bella y la atrajo hacia sí. —Estuviste maravillosa, y mi padre dijo que eras «una chica encantadora». —¿De verdad? —Claro que sí. No es a ti a quien ven con escepticismo, Bella, es a mí. —¿A ti? ¿Cómo puedes decir eso? —¿Acaso no viste esos carros llenos de equipos que trajo? Miles de dólares ahí mismo. Sin saber nada sobre este rancho ni sus necesidades, mi padre simplemente trajo todo ese equipo sin consultarme en ningún momento para saber si lo necesitábamos o siquiera si lo queríamos. —Estoy segura de que no tuvo mala intención, Edward. —No, no mala intención… pero sí una clara falta de confianza en mi capacidad para dirigir nuestro rancho. —¿De verdad lo crees, Edward? Tal vez solo está intentando enmendar las cosas de la única forma que sabe. Quizás solo quiere demostrarte que apoya lo que estás haciendo y desea que sigas teniendo éxito. Edward la abrazó con fuerza y le besó la frente, amando su corazón bondadoso, aunque sabía que su padre no era tan sencillo de leer. —O tal vez intenta volver a controlarme haciéndome depender de él. —¿De verdad piensas que eso es lo que pretende? —Es cincuenta y cincuenta. Podría estar intentando reconciliarse… o podría estar tendiéndome un anzuelo. Honestamente, creo que es un poco de ambas cosas. —¿Podrías usar el equipo, Edward? —No lo he revisado bien aún, pero estoy seguro de que hay cosas que podríamos aprovechar. —¿Y qué vas a hacer? —Primero, voy a hablar con Tyler y el equipo que se encarga del cultivo para ver qué opinan sobre la utilidad del equipo. Si encontramos algo que podamos usar, se lo compraré a mi padre. El resto se va de regreso a Chicago con él. —¿Y cómo lo vamos a pagar, Edward? —Bella sabía que en ese momento el dinero escaseaba. —Espero que mi padre me permita pagarlo a plazos anuales, con intereses, hasta saldar la deuda. Si no lo acepta, tendré que recurrir a los banqueros de Denver para un préstamo. —¡¿Un préstamo?! —Bella estaba escandalizada. Los préstamos eran, en su mente, un camino seguro hacia la ruina. —No son tan malos, Bella, siempre y cuando estudies bien los términos para asegurarte de que los pagos estén dentro de tus posibilidades. Así empezaron muchas fortunas en el oeste… y en el este también. —Ay, Edward. Tal vez deberías devolver todo ese equipo. —La sola idea de endeudarse le revolvía el estómago. —Bella, como hombre de negocios te digo: si en esos carros hay equipo que de todas formas voy a tener que comprar más adelante, adquirirlo ahora a buen precio con mi padre podría ser lo más conveniente. Sería la mejor negociación. —No lo sé, Edward. Recuerda lo que dice la Biblia: «ni prestes ni tomes prestado…» —Mi Bella, eso no lo dice la Biblia, lo dijo Shakespeare. Y él no es el mejor ejemplo de «haz lo que digo, no lo que hago». —Bueno, Edward, venga de la Biblia o de Shakespeare, sigo estando de acuerdo con el principio. —Suspiró y luego respiró hondo—. Pero he confiado en tus decisiones hasta ahora, supongo que puedo seguir confiando. Sé que siempre cuidarás de nosotras. No podría haber dicho algo que tocara más la conciencia de Edward. A veces olvidaba que tenía responsabilidades que le impedían tomar grandes riesgos. Pero… ¿realmente era un riesgo pedir un préstamo para adquirir equipo agrícola? Tendría que pedirle a su padre los números y estudiar su libro de cuentas para ver cuán rápido podría saldar una deuda así. La apretó un poco más entre sus brazos y dijo—: Te lo prometo, Bella, no tomaré ningún préstamo si no es práctico ni prudente. Ella le sonrió y se puso de puntillas para jalar su rostro hacia el suyo y besarlo. —Eres mi amor sabio. Confío plenamente en ti. Ahora… escucho pasos bajando las escaleras. Tenemos que atender a nuestros invitados. BVR Bella declinó participar del recorrido, pues necesitaba organizar algunas cosas en la casa. Tyler ya había terminado de descargar el equipaje de los Cullen, y ella logró interceptarlo para pedirle que buscara algunas cajas o cajones que pudiera usar para empacar la vajilla. Él recordó que habían guardado unas cajas cuando llegaron los libros para el estudio el año anterior, así que pronto consiguió cuatro recipientes de madera resistentes para que Bella los llenara con el contenido del aparador. No le tomó mucho tiempo vaciar el mueble y pedirle a Tyler y a Juan Carlos que lo trasladaran a la cocina. Había espacio de sobra allí. Luego llevaron las cajas con la vajilla, y ella fue colocando cada pieza en el nuevo lugar. —Oh, señora, esto se ve hermoso aquí. Le daremos mucho uso —dijo Ana María. —Y es mejor así, Ana María. Cuando estaba en la casa principal, nunca pensábamos en usarlo —asintió Bella. Bella encontró al afinador de pianos justo cuando terminaba de cenar en el gran comedor. —Señor Volturi, soy la señora de Edward Cullen. Bienvenido a Bear Valley Ranch. —Es un gran placer, signora. El instrumento que traigo es el más fino que he visto en este país. Será un placer trabajar con él. —Me gustaría mostrarle dónde planeamos colocarlo —dijo Bella, indicándole que la siguiera a la casa principal—. ¿Este nicho será lo suficientemente grande? —Sí. Es bastante amplio, pero no me gusta que esté tan cerca de la puerta principal. En invierno, las ráfagas de aire frío afectarán su afinación. Es mejor mantenerlo en un lugar donde la temperatura sea uniforme y moderada. —Casi no usamos la puerta principal en invierno, señor Volturi, y como la chimenea está al otro lado del cuarto, creo que esta zona tendrá la temperatura más estable. —Sí, probablemente tenga razón, signora. ¿Quiere que consiga algunos hombres para ayudarme a moverlo? —Sí. Me encantaría que pudiéramos instalar el piano lo antes posible. Poco después, reclutaron a seis hombres para ayudar a Aro a descargar y posicionar el piano. Primero deslizaron con mucho cuidado una enorme caja desde la parte trasera del carro de Aro. Bella notó que era muy pesada, pues los siete hombres luchaban por subirla por las escaleras del porche hasta la entrada. Bella mantuvo abierta la puerta mientras ellos giraban con cuidado la caja de lado y la llevaban hasta la gran sala, donde la depositaron suavemente en el suelo. Allí, Aro empezó a desmontar la caja con cuidado, apilando las tablas a un lado. Envuelto en gruesas mantas de embalaje estaba el cuerpo del piano. Aro comenzó a cortar las cuerdas que sujetaban las mantas y las fue quitando una por una. El piano estaba al revés. Llamando a uno de los hombres para que lo acompañara, Aro salió rápidamente por la puerta y pronto regresaron con otra caja, mucho más pequeña. —Aquí están las patas y los pedales. Enseguida abrió la caja y sacó tres patas robustas, los soportes de los pedales y el mecanismo. Las patas fueron colocadas y aseguradas junto con el soporte de los pedales. Aro insertó con destreza las ruedas en las patas. Retrocediendo un paso, Aro les dijo a los hombres: —Aquí viene la parte más delicada. Debemos levantar el piano y girarlo con mucho cuidado para no dañarlo. Aro asignó posiciones a cada uno, y con sumo cuidado lograron voltear el piano hasta dejarlo sobre sus patas. Aro lo había desempacado con tanta habilidad que solo fue necesario empujarlo unos pasos para ubicarlo en el nicho. Luego bloqueó las ruedas para que no se moviera. Agradeció a los hombres y los despidió. Bella estaba impresionada. Ese piano era un instrumento glorioso. Su carcasa negra brillante y sus líneas elegantes la dejaron sin palabras. Trazó con los dedos la insignia sobre las teclas: Henry E. Steinway, New York. Aro cortó más cuerdas y retiró más mantas; levantó la tapa del tablero armónico y reveló aún más materiales de embalaje. —Todo esto, signora, es mi secreto para transportar instrumentos finos. He desarrollado este método para evitar cualquier daño. Rápidamente retiró más mantas y materiales similares que protegían las partes internas del instrumento. Pronto, el piano quedó revelado en todo su esplendor. Bella lo ayudó doblando las mantas y se sorprendió al ver cuán alto era el montón resultante. Aro se metió debajo del piano para conectar el mecanismo a los pedales y, finalmente, salió arrastrándose. —Listo, signora. Ya está completamente armado. Ahora debe descansar en su nuevo hogar durante un día antes de que comience a afinarlo. Por favor, dígale a su esposo que no lo toque aún, ya que está muy desafinado por el proceso de transporte. Pero a esta misma hora mañana, su verdadera voz volverá a cantar. Sonrió con orgullo mientras recogía sus materiales de embalaje y regresaba a su carro. Bella fue a buscar una escoba para barrer cualquier residuo que hubiera entrado con el piano. Cuando regresó, Aro ya había traído el banco y un gabinete de partituras lleno de música. Se despidió de Bella con un cordial «ciao» y la dejó para acomodarse en el barracón esa noche. Bella no tenía dudas de que los peones sabrían cómo entretenerlo. Bella se acercó al gabinete de partituras, sacó algunas hojas y las examinó. Para Elisa, de Beethoven. Las notas y pentagramas se le mezclaban a la vista: parecía muy complicado. Siempre había querido aprender a tocar el piano, pero sus padres nunca habían tenido los medios para permitirlo. Una idea empezaba a tomar forma en su mente. ¿Tal vez Edward estaría dispuesto a enseñarle? Su corazón se aceleró. ¿Lo haría? Nota de la autora: Monticello fue el hogar que Thomas Jefferson, tercer presidente de los Estados Unidos, construyó en las afueras de Charlottesville, Virginia, a unos ciento sesenta kilómetros del antiguo hogar de Bella. Mount Vernon fue la hacienda de George Washington (el primer presidente) y quedaba mucho más cerca de Occoquan, pero Bella nunca pudo visitarla, a pesar de que estaba abierta al público desde 1853. Visitar sitios históricos era considerado un pasatiempo de la clase alta, y definitivamente los Swan no pertenecían a esa categoría. Ambos lugares históricos son realmente maravillosos para visitar, y se los recomendaría a cualquiera que tenga la oportunidad. Heinrich E. Steinweg inició su negocio de fabricación de pianos en la ciudad de New York en 1853. Estaba decidido a producir el mejor fortepiano que pudiera encontrarse, y muchos afirman que su empresa aún lo logra. Cada piano es hecho a mano y el enfoque está en la calidad, no en abaratar costos. Como resultado, los pianos Steinway son instrumentos fabulosos, pero también muy, muy costosos. Más adelante, Heinrich cambió su nombre a Henry E. Steinway. Puedes leer más en su sitio web: www . Steinway . com (Como siempre, borra los espacios al escribirlas en tu navegador).
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