La interrupción
22 de octubre de 2025, 10:39
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Capítulo 9: La interrupción
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Había sido un día largo y Bella estaba agotada. Se estiró en la cama, tan feliz de sentir cómo las sábanas suaves y el colchón cómodo la envolvían. Suspirando, repasó mentalmente los eventos del día y se sintió bastante satisfecha con el resultado. Sus suegros habían llegado y parecían complacidos con todo lo que habían visto, al menos hasta donde ella podía percibir. Edward tenía algunas dudas sobre sus motivaciones, pero ella no veía razón para cuestionar su sinceridad.
Era maravilloso tener de vuelta a Alice para conversar y reírse juntas. Nadie imaginaría que eran mujeres casadas desde hacía años y madres, además, cuando estaban juntas. Bella no había dejado de reír desde que se encontraron en la cocina para ayudar con la preparación de la cena. Nunca había tenido una amiga como Alice. Recordaba una conversación tan graciosa que la había hecho desternillarse de la risa.
—…y entonces salió la banda de música y tocó The Battle Hymn of the Republic. Cualquiera habría pensado que éramos el presidente Cleveland o alguien así.
Bella rio y se secó las lágrimas de los ojos.
—¿Por qué diablos los recibieron así en Denver?
—¿Oh, no hacen eso con todo el mundo? —replicó Alice con una sonrisa sarcástica.
Bella negó con la cabeza y soltó una risita.
—¿Estaba el alcalde? ¡Cuesta creerlo!
—Sí, y su esposa, y casi toda persona que pudieron sacar de la calle, estoy segura. Jasper dijo que se corrió la voz de que algún gran financiero de Chicago venía en camino. Supongo que rentar todo el segundo piso del mejor hotel de la ciudad y hacer arreglos con los comerciantes para que nos visitaran les dio la pista de que alguien con dinero estaba por llegar, y querían asegurarse de que Carlisle gastara algo de ese dinero en la ciudad. Se salieron con la suya.
—Bueno, creo que eso habla bien de los comerciantes de Denver. No dejan pasar una oportunidad cuando la ven.
—Bella, estoy tan feliz de estar aquí. Te he extrañado, y también al rancho. Tu jardín está precioso. Tenemos mucho que hacer esta semana, eso lo puedo ver.
—Sí. Estoy atrasada por las preparaciones para su visita, pero tal vez puedas ayudarme a ponerme al día. ¿Crees que mamá Esmé querrá echar una mano? Si no, no sé cómo voy a hacer para mantenerla entretenida.
—No te preocupes por nuestra suegra. Rara vez se levanta antes del mediodía y luego pasa al menos dos horas arreglándose. Dudo que eso cambie. Phelps se encargará de lo que necesite. No tienes que preocuparte.
Bella iba a intentar seguir el consejo de Alice. No creía que Esmé comprendiera del todo que sus días estaban llenos de trabajo y que, si ella no lo hacía, nadie más lo haría y todos sufrirían las consecuencias. Edward le había sugerido simplemente seguir con su rutina normal e invitar a su madre a acompañarla, pero que no se sorprendiera si ella decidía no hacerlo.
Suspirando, Bella se giró hacia su esposo dormido. Él había llegado a la cama antes que ella esa noche, ya que tendría que empezar muy temprano al día siguiente. Estaban preparando el hato para la arriada que se llevaría a cabo en una semana. Ella sabía que él estaba satisfecho con lo que iba a llevar al mercado ese año.
Apenas podía distinguir sus rasgos con la luz tenue de la lámpara que siempre dejaba encendida para poder ver cuando se levantaba en la noche a atender a su hija. Metió las manos bajo la mejilla mientras lo contemplaba. Su cabello alborotado como siempre, y le daban ganas de enredar los dedos en él, pero sabía que él necesitaba dormir, así que era mejor no intentarlo. Admiró su frente ancha, la curva de sus pestañas contra las mejillas, esos labios carnosos que recordaba podían provocarla y llevarla a un frenesí glorioso; amaba todo en él.
Entonces, Edward abrió la boca y empezó a roncar. Tuvo que contener una carcajada.
Recordó lo feliz que estaba Edward cuando volvió a la casa, después de mostrarle el rancho a su familia, y encontró su piano instalado y esperando a ser afinado. Pasó un buen rato revisando el gabinete de partituras, eligiendo sus favoritas y recordando junto a su madre las ocasiones en que había tocado una pieza u otra.
Después de la cena, todos se dirigieron hacia la fogata para escuchar la música que esa noche ofrecían varios vaqueros cantores. Bella había hecho arreglos para que llevaran algunas sillas desde la casa, por comodidad de los padres de Edward. Los peones molestaron a Bella y Edward hasta que accedieron a cantar un dueto, algo que Bella amaba en secreto, aunque Edward siempre parecía reacio. Sin embargo, esa noche cedió y cantaron Alice, Where Art Thou? La voz de barítono de Edward le provocó escalofríos y le resultaba muy difícil concentrarse. Pero al final, todos parecieron complacidos con su presentación. La misma Alice hizo reír a todos cuando, al terminar la canción, respondió
—: Pues estoy justo aquí.
Incluso Carlisle y la señora Esmé los deleitaron con Whispering Hope, un himno popular en las iglesias. Ambos tenían voces verdaderamente hermosas: la voz de tenor de Carlisle parecía abrazar y resaltar la delicada voz de soprano de Esmé, y juntos lograban una armonía maravillosa. Una sensación de paz descendió sobre la gente del Rancho Bear Valley, que permaneció sentada por un rato, admirando las estrellas que se extendían sin fin en el cielo nocturno.
Finalmente, las brasas comenzaron a apagarse y todos se fueron a dormir, excepto Bella, quien tuvo que hacer un viaje rápido a la cocina para asegurarse de que el jamón estuviera remojándose para la cena del día siguiente. Había guardado uno de los jamones de su hermano para una ocasión como esta. Cuando terminó con eso y alimentó a la pequeña Joy, el rancho ya dormía, y todo parecía muy tranquilo y hermoso.
Al mirar de nuevo a su esposo dormido, Bella recordó todo lo que amaba de su vida. Era verdaderamente una mujer afortunada. Cerró los ojos y finalmente se dejó llevar por el sueño, mientras los ronquidos de Edward le servían de arrullo personal.
Bella sintió un cosquilleo en la pierna y lo espantó con una palmada, medio dormida, esperando que no fuera un insecto. Era terrible tener bichos en la cama. Pero el cosquilleo persistía y subía por su muslo. Bajó la mano para apartarlo, solo para encontrar una de las manos de Edward explorando debajo de su camisón.
—Estaba dormida —murmuró con fastidio.
—Pronto es hora de levantarse, mi amor. Pensé que podía despertarte un poco antes… para que aprovechemos.
Se giró para mirarlo justo cuando su mano empezó a trazar caminos por su muslo hasta llegar a su cadera.
—¿Aprovechar qué? —preguntó.
—Un momento tranquilo. No creo que vayamos a tener muchos de esos en las próximas semanas.
—¿Y cómo te gustaría aprovechar este momento tranquilo?
Su mano alcanzó su cintura y la atrajo hacia él. Bella podía sentir muy bien lo que pasaba por su mente en ese momento, y sonrió cuando él dijo:
—Pensaba, señora, que podríamos compartir un poco de dicha conyugal.
—Creo que podrías convencerme.
—No creo que necesite palabras. —Su mano se deslizó para acariciarla justo donde sabía que debía, y eso encendió chispas.
—Mmm, Edward, no se necesitan palabras. —Ella bajó la suya para acariciarlo también. Él se inclinó para besarla y ella le mordisqueó el labio inferior y lo recorrió con la lengua.
—Unnnfff… —gimió Edward. Continuó acariciándola con la mano y Bella se abrió a él, cada centímetro de su cuerpo en llamas de deseo.
—Cuánto te deseo, Edward —jadeó. Él continuó sus atenciones mientras la besaba con profundidad. Se acomodó entre sus piernas y se deslizó dentro de ella con tal perfección que ambos jadearon. Estaban disfrutando ese primer instante de deleite íntimo cuando…
—¡Buááá! —lloró Joy.
Eso siempre sacaba a Bella de cualquier estado en el que estuviera.
Edward gimió. Sabía que ella pondría fin a lo que hacían para ir con la bebé. Ninguno de los dos podía concentrarse mientras su hija lloraba. Rodó a un lado.
—¡Rayos! —exclamó Bella mientras se destapaba de golpe. Besó a su esposo en los labios, salió de la cama y subió la lámpara para ir corriendo hacia la bebé que lloraba. En cuanto Joy vio a su madre, dejó de sollozar y sonrió.
—Tienes el peor sentido del momento, Joy Elizabeth —dijo Bella alzando a la pequeña. Su voz tierna desmentía sus palabras, y Joy soltó una carcajada. Bella la llevó al tocador y rápidamente la cambió de pañal.
—Mamá y papá estaban «aprovechando el momento» y tú interrumpiste, jovencita. —Bella se sentó en la mecedora y puso a Joy en su pecho. Negó con la cabeza mientras sonreía hacia su bebé, que mamaba con avidez.
Alzó la vista hacia su esposo, que estaba mirando el techo.
—¿Edward, estás bien?
Él volvió la cabeza hacia donde ella estaba sentada y puso una mueca.
—No es como si nunca antes hubiera tenido un caso de congestión testicular.
—Oh, lo siento, pero…
—¿Pero?
—Sé cómo te sientes —dijo en voz baja.
Edward salió de la cama, caminó hacia ella mientras sostenía a Joy y le puso una mano en el hombro.
—Te recomiendo agua fría en el lavamanos. Ayuda. —Luego se dio la vuelta, fue hacia donde tenía su ropa de trabajo, la recogió y salió de la habitación.
BVR
Tal como Alice había predicho, la señora Esmé no hizo acto de presencia hasta bien después de que el almuerzo había sido recogido. Para ese momento, Bella ya había hecho prácticamente una jornada entera de trabajo, pues tenía que hacer conservas esa tarde o su cosecha se echaría a perder. Había ordeñado sus vacas a primera hora de la mañana y decidió que tenía suficiente crema acumulada y reposada para hacer mantequilla. Sabía que, una vez que le diera instrucciones a Alice sobre cómo procesar los vegetales, podría pasar un rato en el porche batiendo la crema. El resto de sus tareas matutinas incluía cosechar lo que estuviera listo en el jardín, recoger huevos del gallinero y lavar pañales -últimamente una labor diaria y sin fin en el Rancho Bear Valley-. Las madres acordaron juntar sus pañales y turnarse para lavarlos. Ese día le tocaba a Bella. Pronto, tenía un tendedero lleno de pañales blancos ondeando al viento. Así se secarían rápido. Había algo en ver una fila de ropa limpia que la hacía sentir que realmente había logrado algo.
Alice estaba muy interesada en el portabebés que Ana María había introducido en el rancho y no tardó en tener uno hecho especialmente para ella. Bella no podía esperar a ver la expresión de la señora Esmé cuando las viera a todas —Lauren, Ana María, Bella y Alice— llevando a sus bebés en esos pañolones. Probablemente haría algún comentario sobre «las chicas modernas» o algo por el estilo.
Así que, dejando a Alice en la cocina con Juan Carlos, a Ana María limpiando en la casa grande y a Lauren cuidando de los niños pequeños en el patio trasero, Bella sacó su batidora de madera y el balde de crema reposada del sótano frío. La señora Esmé se había unido a ellas en la cocina, luciendo bastante fuera de lugar.
—Esmé, voy a batir mantequilla en el porche delantero. ¿Quieres acompañarme? Se está precioso a la sombra y tenemos una vista encantadora.
Esmé sonrió en señal de acuerdo y sacó su bolso de bordado para poder trabajar también. Bella extendió una colcha sobre el suelo del porche y la dobló hasta formar una especie de colchoncito, luego dejó a Joy recostada ahí para que pataleara y arrullara a gusto mientras su madre trabajaba. Era un día hermoso. El cielo tenía un azul de huevo de petirrojo, las montañas eran gigantes grises y los árboles que las rodeaban, de un verde intenso. Desde allí podía ver el río brillando al sol y oír a las reses mugir mientras los hombres las reunían en el valle para la próxima arriada.
—Es bonito aquí —comentó Esmé.
—En los días buenos, es mi lugar favorito para hacer labores a mano.
Bella desmontó la vieja batidora que tenía. Una cosa que a Bella le gustaría tener algún día era una batidora moderna que solo requería girar una manivela para mover el émbolo. Era mucho más fácil y producía mantequilla mucho más rápido que su modelo antiguo.
Su batidora requería que la persona subiera y bajara el émbolo durante un largo período hasta que el suero se separara de la crema y los sólidos se transformaran en mantequilla dulce. Bella tenía vacas Guernsey, que en su opinión daban la leche más rica, y por eso creía tener la mejor mantequilla. Aunque batir era un fastidio, su mantequilla era una de las cosas que más orgullosa la hacían sentir. Sonrió con satisfacción al verter la crema en el recipiente y colocar el émbolo a través del agujero de la tapa. Ese lote era para cocinar, así que no le agregó sal. No duraría tanto de ese modo, pero estaba segura de que Juan Carlos la usaría más rápido de lo que ella podía batir.
Se sentó en su banquito de tres patas y comenzó a batir -arriba, abajo, arriba, abajo, arriba, abajo- sin hacer mucho más hasta que terminara.
—¿Cuánto tiempo tienes que hacer eso, Bella?
—Oh, depende, en realidad; normalmente como media hora. Pero parece una eternidad. Dejo que mi mente divague para entretenerme. Me alegra que estés aquí para conversar, si quieres.
—Por supuesto que quiero. Tengo que conocer a la mujer que tiene tan fascinado a mi hijo mayor. —Sonrió.
—¿Edward está fascinado conmigo?
—Eso nos dijo anoche.
—Es bueno oírlo. —Aunque esta mañana no parecía muy fascinado cuando se interrumpió su encuentro amoroso, pensó.
Arriba, abajo, arriba, abajo. Desde que Edward le enseñó a darle placer con sus manos, su mente tendía a divagar hacia sus momentos íntimos mientras batía. Si se lo proponía, podía llegar a alterarse bastante solo con pensarlo, pero nunca se lo había dicho a Edward, por temor a que creyera que era una mujer lasciva. Y ahora, mientras hablaba con su suegra, ciertamente no era el momento de pensar en eso.
—¿Y cómo se conocieron ustedes dos? —preguntó Esmé.
Seguramente Esmé ya sabía cómo había ocurrido. Bella supuso que quería oírlo de su propia boca.
—Nos conocimos por correspondencia.
—¿Y cómo intercambiaron direcciones para poder escribirse?
—Leí un poco de poesía que Edward había escrito y eso me inspiró a escribirle para agradecerle. —Eso era bastante cierto. No necesitaba mencionar que encontró la poesía en un anuncio que Edward había puesto en el Matrimonial News.
—¿Poesía? ¿Edward escribe poesía?
Bella soltó una risita.
—Él nunca lo admitiría, pero a mí me pareció poética y despertó mi interés. Empezamos a intercambiar cartas y pronto ese interés se convirtió en aprecio, y el aprecio en admiración. El día que me escribió para pedirme que lo acompañara a Colorado fue uno de los más felices de mi vida.
—Suena muy romántico.
—Lo fue. Cuando conocí al hombre en persona y descubrí que era incluso mejor que las humildes palabras con las que se describía, supe que la mano de Dios había intervenido en nuestro encuentro. Hemos sido muy felices juntos, mamá Esmé. —Bella esperaba que al invocar la providencia divina, su suegra se sintiera un poco más tranquila respecto a su poco convencional cortejo. ¿Quién podía negar la mano de Dios?
—Pero se casaron muy pronto.
—Edward estaba preocupado por manchar mi reputación. Una vez que nos conocimos, nos dimos cuenta de que no había motivo para esperar, así que nos casamos al día siguiente de mi llegada.
—Edward siempre ha sido impulsivo.
Bella sonrió, pensando en esos días y en lo impulsivamente que Edward le enseñó a amarlo como debía. Arriba, abajo, arriba, abajo. Bella suspiró. El agua fría en el lavamanos ayudó, pero muy poco esa mañana. Ya se sentía tan tensionada como cuando los interrumpieron.
Suspirando, notó que la mantequilla empezaba a endurecer. Arriba, abajo, arriba, abajo. Oh, cómo le recordaba eso a aquella noche…
—¿Y cómo conociste tú a papá Carlisle? —Bella necesitaba cambiar de tema.
—Yo sabía de Carlisle años antes de mi debut. Era el soltero más codiciado de Chicago y yo estaba medio enamorada de él desde los catorce años. Lo ves ahora y sigue siendo atractivo. —suspiró Esmé—. Pero en aquellos días, era como un dios griego: tan apuesto. Sin embargo, no se fijó en mí hasta la noche de mi debut. Supongo que ya me veía como una mujer y llevaba un vestido muy a la moda. Me pidió dos bailes, ¡uno de ellos un vals! —Esmé casi soltó una risita, pero se contuvo—. Sabía que debía tratarlo con amabilidad, pero sin mostrarle más atención que a cualquier otro hombre. Mi madre era experta en estas cosas y yo seguí sus consejos al pie de la letra. A la mañana siguiente me envió el ramillete más hermoso de adelfas y rosas rosadas. ¡Mamá y yo buscamos su significado y me emocioné tanto! La adelfa significa belleza y gracia, y las rosas rosadas significan amor y sinceridad. Apenas podía creerlo.
Esmé suspiró con la felicidad del recuerdo.
—Fui con papá y le pedí que aceptara cualquier cosa que el señor Cullen le propusiera, dentro de lo razonable, por supuesto. Solo era cuestión de tiempo hasta que Carlisle pidiera mi mano.
Bella sonrió solo de imaginar la escena.
—Parece que ambos quedaron complacidos.
—Así fue, Isabella. Y así hemos estado siempre.
Bella recordó la primera vez que vio a Edward. Para ella también parecía un dios griego, y despertó sentimientos intensos y desconocidos. Ahora sabía exactamente qué eran: deseo carnal. Arriba, abajo. Arriba, abajo. Dentro, fuera. Dentro, fuera.
Los ojos de Bella se abrieron al darse cuenta de lo que estaba repitiendo en su cabeza. Necesitaba controlarse… o necesitaba con urgencia un momento privado sin interrupciones con su esposo. Nunca pensó que pudiera ser una mujer tan lujuriosa. Le daría vergüenza… si no estuviera tan desesperada.
Dentro, fuera. Dentro, fuera. Dentro, fuera.
BVR
Edward subió la colina en dirección a la casa. Ya había hablado con los trabajadores del rancho y con Eric, y le habían sugerido que, de todo el equipo que Carlisle había traído, la cosechadora sería el más útil. Del resto ya tenían duplicados o no les veían utilidad a algunas de las piezas más esotéricas.
Ahora, Edward tenía que hablar con franqueza con su padre. Era el momento de la verdad y estaba haciendo todo lo posible por no dejarse abrumar por esa vieja pero familiar sensación de estar siendo llamado a presencia de su padre por mala conducta. Era curioso que, aunque llevaba una docena de años saliendo adelante por su cuenta, sus padres todavía podían hacerlo sentir como un niño desobediente.
Su padre se había levantado temprano esa mañana y desayunó con los hombres y con él en la cocina del rancho. Jasper estaba ansioso por comenzar, ya que el año anterior se había perdido la arriada. Este año estaba decidido a participar, y se le notaba la emoción hasta en la forma en que se sentaba. Pasaron la mañana inspeccionando el ganado y decidiendo qué reses enviarían al mercado y con cuáles construiría el hato del próximo año. Carlisle parecía impresionado con la operación. Luego recorrieron los campos de cultivo y observaron cómo los peones comenzaban la cosecha.
—¿Por qué no estás usando el equipo que te traje, Edward?
—Quisiera hablar contigo sobre eso, padre. ¿Qué te parece si nos reunimos en la tarde en mi estudio para discutirlo?
El rostro de Carlisle era inescrutable cuando respondió:
—Por supuesto, Edward. ¿Te parece a las tres?
Edward aceptó y ahora iba en camino, como si estuviera por presentarse ante el director de su antigua escuela para recibir un castigo. Le frustraba sentirse así, y eso solo se sumaba a la frustración que venía arrastrando desde la mañana, empezando por el encuentro amoroso interrumpido con su Bella. Se sentía tenso como un resorte… en más de un sentido.
Al coronar la última loma antes de llegar a la casa, vio a Bella sentada en el porche junto a su madre. Bella estaba frente a su batidora y lo miraba directamente, con los ojos convertidos en pozos profundos de… de necesidad. Sus brazos se movían rítmicamente, subiendo y bajando el émbolo dentro de la batidora que tenía entre las piernas. Reconoció de inmediato el anhelo en su mirada y de pronto sintió que todo su cuerpo se tensaba aún más… y su miembro… maldición. Su miembro actuaba por su cuenta, y su madre estaba justo ahí, observando.
Le lanzó a Bella una mirada que esperaba fuera una promesa, y luego se volvió para saludar a su madre.
—¿Qué haces de regreso tan temprano, Edward?
—Padre y yo vamos a hablar de negocios en el estudio un rato. —Sonrió hacia Joy, ahora dormida, la gran interrumpidora suprema, y luego posó una mano suave en el hombro de Bella—. ¿Te veré más tarde, mi amor? —Esperaba que ella entendiera su intención.
Bella le sonrió con picardía desde debajo de sus pestañas, en un ángulo que Esmé no podía ver.
—Por supuesto.
Ella sabía exactamente a qué se refería. Edward le apretó el hombro y exhaló. Esa mujer podía acabar con él con una sola mirada. Su mujer.
Controlándose, Edward atravesó la casa y encontró a su padre, que se había cambiado de ropa y estaba revisando los volúmenes que llenaban las estanterías del estudio.
—Tu abuelo tenía una colección maravillosa, Edward.
—Así es. Bella y yo la hemos disfrutado mucho este año.
—¿Isabella es lectora?
—Sí, una muy entusiasta. Creo que ya ha leído más libros de estos que yo.
—Parece una mujer muy talentosa y hermosa, Edward.
—Eso mismo he descubierto yo, para mi deleite.
—Aunque no proviene precisamente de la crema y nata, ¿cierto?
Edward sintió cómo se le erizaba la piel.
—Para mí sí lo es. Es exactamente perfecta para mí. ¿Qué utilidad tendría para mí una de tus flores de invernadero de Chicago? Me aburriría en un minuto con una de esas. Bella tiene una mente aguda, buen ojo y jamás ha dudado en ensuciarse las manos. Fui verdaderamente bendecido cuando Isabella Swan entró en mi vida.
—Bueno, hijo, no estoy menospreciando tu elección. Te creo cuando dices que es perfecta para ti… aquí.
—No, padre, es perfecta para mí en cualquier lugar —declaró Edward con firmeza.
Carlisle carraspeó.
—Claro, claro. Pero Isabella no es el motivo de esta conversación, ¿cierto? Entiendo que tienes algún problema con mi regalo.
Edward suspiró.
—Sentémonos para hablar de esto. —Sin pensarlo mucho, Carlisle tomó de inmediato la silla detrás del escritorio de Edward, dejando para él la que estaba enfrente. Edward estuvo a punto de pedirle que tomara la otra, pero decidió elegir mejor sus batallas y se sentó en la silla inferior.
—Padre, Bella y yo realmente agradecemos tu generosidad, pero es demasiado.
—¿Demasiado, Edward? Son regalos, regalos que elijo darle a mi hijo… que, debo decir, parece bastante desagradecido.
—Estoy agradecido de que te importe lo suficiente como para intentar ayudarme, pero ¿realmente necesitaba estas máquinas?
—¡Las necesitas para tu rancho!
—Llevo un año trabajando esta tierra, padre. Ya tengo parte de ese equipo; en realidad, no necesito todo.
—Entonces, ¿qué necesitas?
—Quisiera comprarte la cosechadora, padre.
—¿Comprármela? Te la estoy regalando.
—Pero ¿a qué precio, padre?
—Los regalos, por naturaleza, son gratuitos, Edward —la voz de Carlisle empezó a elevarse.
—Padre, admito que no te he visto en muchos años, pero no creo que hayas cambiado tanto. Perdóname por decirlo, pero nunca te he visto dar un regalo sin esperar algo a cambio, especialmente en los negocios.
Carlisle se mostró sorprendido.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Porque en tus tratos conmigo siempre ha sido así. Si querías que obedeciera, siempre me ponías algo como cebo para asegurar mi cumplimiento. ¿Recuerdas aquel alazán gris que me diste cuando tenía quince?
—¡Eso fue un regalo! —exclamó Carlisle.
—Cuando me atraparon saltando el muro del colegio fuera de horario, lo primero que hiciste fue quitármelo. Dijiste que me lo devolverías cuando demostrara que podía ser de fiar.
—Eso fue justo. ¿Cómo lograría tu obediencia si no tenías nada que desear a cambio?
—Ganarías mi obediencia, padre, simplemente respetándome. Respetando mi independencia y mi carácter. Yo elegiría hacer lo correcto porque ese es el hombre que aspiro a ser, y el muchacho que era entonces. Solo tenías que pedírmelo. No necesitaba que me sobornaras para hacerlo.
—Eres muy ingenuo, Edward, incluso estando en tus treinta. Siempre tiene que haber algo que motive las acciones de una persona.
—Lo que me motiva a mí, padre, es ser el hombre que quiero ser, un hombre íntegro. Eso no se puede comprar. Pero acabas de probar mi punto inicial.
—¿Ah, sí?
—Sí. Me diste equipo agrícola porque quieres cierto comportamiento de mi parte. Adelante. Dime qué es lo que quieres.
Carlisle titubeó un poco, luego masculló:
—Estoy expandiendo Cullen Enterprises hacia el oeste. Ya tenemos participación en el rancho Lazy B. Quiero incluir también a Bear Valley Ranch. Tu rancho tendría lo mejor de todo: el mejor equipo, el mejor ganado. Tal vez incluso podamos cambiarle el nombre para reflejar su excelencia. ¿Qué te parece «Rancho Cullen»? Suena bien, ¿no crees?
El rostro de Edward se endureció y se levantó de su asiento.
—Rechazo respetuosamente tu oferta de fusionar mis intereses comerciales con Cullen Enterprises. Yo construí este rancho con el sudor de mi frente y la fuerza de mis brazos. Lo hice sin ayuda ni estorbo por tu parte. Ya viste mi rancho. Es uno de los mejores del estado y seguirá siéndolo. No habrá otros propietarios de Bear Valley Ranch más que Edward e Isabella Cullen. Puedes llevarte tu equipo de regreso a Chicago. Tu precio es demasiado alto.
Y con eso, salió del estudio como una tormenta, azotó la puerta trasera y pronto estaba subiendo la montaña detrás de la casa, con la frustración completamente desbordada.
Nota de la autora: "Alice, Where Art Thou?" era una canción muy popular entre 1860 y 1890. "Whispering Hope" también era un dueto popular en esos días.
El lenguaje de las flores: al parecer, se podía tener toda una conversación usando solo flores.