ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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La letrina

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. Capítulo 11 – La letrina . —No, no llevo orinales —exclamó Ana María. —Pero ¿quién se supone que debe vaciarlos? —exigió saber la señora Phelps. —En Bear Valley, la persona que los ensucia es quien los vacía, obviamente. —¡Madame nunca ha hecho tal cosa en su vida! —Entonces tendrá que aprender o aguantarse —replicó Ana María con desdén, y luego giró sobre sus talones y se marchó. La mujer de aspecto altivo resopló y murmuró—: Esta gente es tan primitiva... Gertrude Phelps jamás en su vida se había topado con un lugar tan atrasado y con gente tan retrógrada. Ni siquiera empleaban una lavandera. La señora Phelps jamás había lavado algo. Siempre había sido doncella personal o estaba en formación para serlo, y se sentía muy orgullosa de su posición entre el personal doméstico. Este lugar ni siquiera tenía un «entre pisos» para el servicio. Contaba los días para poder dejar atrás este sitio y también Colorado. Regresó al dormitorio de su señora y se acercó al recipiente con tapa que descansaba sobre el suelo, bajo la cama. Estaba especialmente frustrada porque, por alguna razón desconocida -excepto por la noche anterior-, el señor Cullen había estado quedándose todas las noches con su esposa, y eso solo añadía más carga a su tarea. Con cuidado, levantó el recipiente y lo llevó escaleras abajo y luego afuera, hasta la letrina. Tenía que admitir que, en cuanto a letrinas, esta estaba bastante bien equipada, pero eso no hacía su labor menos desagradable. Vació el orinal y luego lo llevó afuera para bombear agua y limpiarlo a fondo. —Señora Phelps, ¿qué está haciendo? Con el rostro lleno de repulsión, Gertrude se volvió para mirar a su señora. —Estoy limpiando el orinal, madame. —Pero seguramente… —comenzó Esmé, y luego se detuvo a pensar. Había una especie de ama de llaves en el rancho, esa pequeña latina de carácter fuerte, pero nunca había visto a alguien en un puesto de ayudante de cocina. De hecho, su nuera parecía encargarse tanto de esas tareas como el ama de llaves. —No, señora Cullen. Aquí no hay nadie que los vacíe. Cuando pregunté, me dijeron que quien los ensucia es quien los debe vaciar. ¿Ha oído alguna vez semejante cosa? Esmé no lo había oído nunca, y le dio vergüenza no haberlo pensado antes. —Me aseguraré de que no tenga que volver a encargarse de ese tipo de cosas, Gertrude. —Oh, madame… no me diga que usted va a hacer lo mismo que ellos. —La señora Phelps estaba horrorizada. —«A donde fueres, haz lo que vieres, Gertrude…» —citó Esmé con resignación. La señora Phelps negó con la cabeza, horrorizada por su empleadora, pero al ver ese gesto tan familiar en el rostro de Esmé, se encogió de hombros con resignación y volvió a colocar el orinal en su sitio. Esmé estaba decidida a adaptarse al Bear Valley Ranch. Había lamentado durante demasiados años la ausencia de su hijo mayor en su vida, y haría todo lo que estuviera en su poder para asegurarse de no volver a alejarse de él. Si eso significaba usar una letrina, haría mucho más que eso para mantener a Edward cerca. Todavía no estaba segura respecto a la esposa de Edward. Isabella le parecía una chica dulce. Bonita de una forma sencilla, parecía ser una madre atenta para la bebé, y era evidente que se desenvolvía bien como ama de casa. Lo que más la sorprendía a Esmé era cuánto estaba Edward prendado de la chica. No era algo obvio, pero conocía lo suficiente a su hijo como para notarlo. Edward no se mostraba embobado ni actuaba como un tonto enamorado. Era simplemente la profundidad de su expresión al mirar a su esposa, como si ella fuera el centro de su mundo. Esmé conocía esa mirada. La había visto en los ojos de su propio esposo. Ahora la veía en los ojos de Jasper cuando observaba a Alice. Debía ser un rasgo familiar de los hombres Cullen: amar profundamente a sus esposas. Y ella sabía muy bien que no debía interponerse entre ellos. Suspirando, se dirigió hacia la letrina. Más valía comenzar de una vez a ser una buena suegra. BVR Bella llevaba a Joy amarrada contra su pecho mientras estaba en el gallinero recogiendo huevos. Estaba muy satisfecha con lo bien que estaban produciendo sus gallinas, y el gallo que «reinaba en el corral» era mucho menos malhumorado que el que había tenido en Virginia. Podía entrar y salir del gallinero en apenas un cuarto de hora sin preocuparse de ser emboscada por un demonio plumífero con pico afilado y garras más afiladas aún. Se preguntó cómo le estaría yendo a la esposa de su hermano, Jessie, con aquel viejo terror. No le sorprendería si Jessie ya le había torcido el pescuezo y ahora era el ingrediente principal de su siguiente estofado. Sonriendo ante sus pensamientos, tarareó una melodía. En general, este año la granja principal había producido el doble que el año pasado. Incluso tenían más de lo que podían consumir en el rancho. ¿Qué iba a hacer con el excedente? Tenía una idea que creía beneficiaría al rancho, pero no estaba segura de cómo lo tomaría Edward. —¿Qué opinas, Joycita? —le preguntó a su hija mientras la bebé la miraba hacia arriba. Bella la observó. Tres meses, y esa carita toda se iluminó con una enorme y feliz sonrisa. Verdaderamente era una bebé muy dulce. —¿Crees que a tu papá le gustará mi idea? Joy gorgojeó en respuesta. —Sí. Probablemente le gustaría más si tú se la propusieras. Lástima que aún no hablas, al menos no de una forma que se entienda. Bella llenó el bebedero de las gallinas con agua fresca y luego cerró la puerta del corral. Observó a sus gallinas escarbar la tierra con una sonrisa afectuosa. Había visto cuánto se vendían los huevos en la tienda del pueblo. Caminó hacia el cobertizo del jardín para guardar la regadera mientras meditaba su idea. Quizá ahora no era el mejor momento para planteársela a su esposo. Edward estaba concentrado en los asuntos del rancho. Sabía que sus finanzas no estaban tan bien como él esperaba, pero habían tenido muchos gastos imprevistos y la presión añadida de la visita de sus padres lo tenía trastornado. Bella se acercó a las matas de frambuesa que estaban dando fruto. Las había plantado el año anterior y se sorprendió de lo rápido que habían crecido. Estaban en un rincón resguardado del patio, recibían pleno sol y prosperaban allí. Empezó a recoger las bayas maduras y su mente volvió a su esposo. Después de su encuentro amoroso en el claro el día anterior, él parecía haber mejorado un poco, pero después de la cena, cuando se encerró en su estudio para revisar sus libros de contabilidad, volvió a mostrar esa expresión sombría que tenía la última vez que entró allí antes de hablar con su padre. Estaba preocupado. Tenía mucho que preparar para llevar el ganado al mercado al final de la semana. Juan Carlos ya había reunido los víveres para el carro de cocina y el ganado estaba prácticamente listo para la arriada. Lo único que faltaba era comenzar, pero Edward aún no estaba del todo preparado. Debía decidir si trataría o no con los prestamistas. El resto de la familia se había ido a la fogata para disfrutar del entretenimiento de los vaqueros, pero Edward se quedó encerrado en su estudio. Bella decidió quedarse también en la casa. Quería estar cerca, en caso de que Edward la necesitara. Arropó a la pequeña Joy para dormir y logró mecerla hasta que se quedó dormida bastante rápido. Después, deambuló por la sala sin saber qué hacer. No quería entrar al estudio y molestar a Edward, y el libro que estaba leyendo no le llamaba la atención en ese momento. No valía la pena gastar el aceite de la lámpara para ponerse a remendar. Bella suspiró y miró con anhelo hacia la puerta del estudio, medio convencida de que debería aventurarse a entrar, cuando vio el piano recién afinado. ¡Cómo podía haberse olvidado de eso! Con todo el alboroto por la llegada del padre de Edward y las preocupaciones económicas, lo había sacado por completo de su mente. Bella se acercó lentamente al brillante instrumento, se sentó en el banquillo y levantó con cuidado la tapa del teclado. Las teclas de marfil brillaban bajo la luz de la lámpara, tentándola a tocarlas. Levantó lentamente un dedo y presionó suavemente una de las teclas blancas. Un tono suave y armonioso resonó por la sala. Luego levantó la otra mano y presionó una de las teclas negras. Ese tono no armonizaba del todo con el anterior, pero seguía siendo bonito. Sonrió encantada. Recordó que cuando era niña su madre la llevaba a visitar a la esposa del pastor, quien tenía un viejo piano vertical en su salón. Una vez, cuando la señora estaba de buen humor, le enseñó a Bella una pequeña melodía que podía tocar por sí sola, una tonada tonta llamada Miss Lidy, que usaba solo dos dedos y las teclas negras. Bella colocó con cuidado su dedo índice izquierdo sobre Do sostenido -aunque no sabía el nombre de la nota- y su índice derecho sobre el Si bemol por encima. Luego, con voz suave, comenzó a cantar la cancioncilla mientras alternaba su mano izquierda, que se mantenía en la misma nota, y la derecha, que iba bajando por las teclas negras. —Miss Liddy en su camisón, Miss Liddy en su batón. Miss Liddy en sus calzones, marchaba por el poblón… Bella tuvo que reír. Era una canción bastante atrevida para que la enseñara la esposa de un pastor a una niña, pero Bella nunca la olvidó. Volvió a tocar y cantar—: Miss Liddy en su camisón… Cuando, de repente, dos brazos la rodearon y comenzaron a tocar una contraparte de su melodía infantil. Ella se sobresaltó. —Oh, Edward. No quería molestarte. Él la rodeó con sus piernas mientras ella estaba sentada al borde del banco y hundió la nariz en su cabello. Miró por encima de su hombro hacia el teclado. —No sabía que sabías tocar. —Temo que acabas de oír toda mi experiencia. En verdad, no sé tocar. —Puedo enseñarte. —¡¿De verdad?! —Bella se emocionó. —Claro que sí. Podemos empezar ahora mismo —dijo, atrayéndola contra su cuerpo y continuó—: Esta nota es el do central, y todo lo que está por debajo de él pertenece a la clave de fa. Su aliento le cosquilleaba la nuca mientras bajaba ambas manos por el teclado, de forma que Bella quedó envuelta entre sus brazos, justo como Edward lo planeaba. —Ahora, todo lo que está por encima del do central está en la clave de sol —sus dedos se deslizaron con gracia hacia arriba por el teclado, envolviéndola otra vez, pero en dirección contraria. Bella rio. —Edward, estoy segura de que podrías tocar mejor si me quitara de este asiento. —No. Creo que me inspiras más justo donde estás. Sería una forma interesante de tocar a dúo —dijo mientras la apretaba contra él y empezaba a tocar una serie de acordes, pasando de mayor a menor y de nuevo a mayor, mientras dejaba un rastro de besos en su cuello. Bella suspiró y se recostó contra él. —Oh, Edward. Me encantaría oírte tocar algo. —Hace mucho que no lo hago, Bella. —Tus dedos parecían encontrar las teclas con bastante facilidad hace un momento. —Ah, pero solo tocaba acordes simples. Ejercicios de práctica. Nada exigente. —¿No puedes tocarme una canción? ¿Solo una, por favor? —Lo haré si te sientas junto a mí. Bella se deslizó sobre su pierna para acomodarse a su lado en el banco. —¿Qué te gustaría escuchar? —¿Algo como una canción de cuna? Joy está durmiendo en la otra habitación. —Ah —Edward empezó a tocar una melodía sencilla pero hermosa. Bella no la reconoció. —Es muy dulce, Edward. Mientras seguía tocando, él preguntó: —¿Conoces la letra? —No, dudo haberla oído antes. Entonces, Edward comenzó a cantar… —Te amo de veras, con todo mi querer,la vida y sus penas, la vida y su hielse vuelven sueños si te siento cerca,porque te amo de veras, con todo mi querer. Se inclinó y la besó al terminar la canción, y Bella sonrió. —Eres un dulce romántico. —Pero es completamente cierto. Estaba sumido en hechos y cifras aburridas en el estudio y entonces te escuché aquí. De inmediato, apareció una sonrisa en mi rostro y mis cargas se aligeraron. Gracias. La besó de nuevo justo cuando la puerta principal se abría y su familia regresaba de la fogata. Alice llevaba al pequeño Brandon dormido en brazos y saludó con una sonrisa a Bella y Edward, mientras Jasper hacía lo mismo al conducirla escaleras arriba. Carlisle y Esmé venían justo detrás, pero el cuerpo de Esmé estaba rígido y caminaba con rapidez, como si intentara evitar algo o a alguien. Sonrió a su hijo y a su nuera, pero siguió su camino escaleras arriba. Desde donde estaba sentada, Bella pudo ver a Esmé entrar en su dormitorio y, sorprendentemente, cerrarle la puerta en la cara a Carlisle. Él se quedó allí de pie un momento, luego se dio la vuelta lentamente y entró en la habitación de al lado. Unos segundos después, Bella oyó que la puerta del dormitorio pequeño se cerraba. —Mmmm —dijo Bella. Parecía que Esmé iba a tomar al toro por los cuernos para animar a Carlisle a retirar su propuesta a Edward y formular otra más acorde con su independencia e integridad. Bella pensó que la estrategia de Esmé podría funcionar mejor que cualquier argumento que Edward le hubiera planteado directamente al hombre. Decidió que lo mejor era mantenerse al margen. Edward alzó una ceja hacia ella. —¿Estás lista para ir a la cama, amor mío? —Aún no tengo sueño, Edward. —No te pregunté si tenías sueño —le guiñó un ojo. —Pero preguntaste si estaba… —Entonces Bella comprendió la insinuación de su esposo y soltó una carcajada—. Eres insaciable. —Cuando se trata de ti, es verdad —y la alzó en brazos y la llevó hacia su dormitorio, deteniéndose en cada lámpara para bajar la luz. —Y no puedo saciarme de ti porque, como decía la canción, te amo… de veras. La besó otra vez y la llevó a su habitación, cerrando la puerta suavemente tras ellos. Luego la amó con dulzura y ternura, en un contraste total con la pasión ardiente que habían compartido esa tarde. BVR Bella suspiró con el recuerdo feliz mientras recogía la última frambuesa madura y llevaba su canasta a la cocina. —Juan Carlos, ¿qué crees que deberíamos hacer con estas frambuesas? —Oh, señora, podríamos hacer un cobbler de postre para la cena de hoy. —Suena encantador. ¿Lo preparo yo o tú? —Tengo tiempo de sobra para prepararlo, señora. —Entonces gracias. Yo me pondré a limpiar. Como Joy estaba dormida, Bella decidió acostarla en su cuna. Las ventanas de la casa estaban abiertas, así que podría oír si la bebé despertaba. Luego, reuniendo los suministros necesarios, Bella fue a limpiar la letrina y verificar si se necesitaban más cuadrados de periódico. Después de dejar todo restregado y ordenado, se asomó al fondo del hoyo para ver si hacía falta más cal en polvo para ayudar a descomponer los desechos. Se sorprendió al ver un fino pañuelo de lino con bordes de encaje tirado allí. ¿Cómo demonios había ocurrido eso? Solo podía ser algo que Alice o Esmé trajeron con ellas, porque nadie más en el rancho tenía nada tan fino como lo que ahora reconocía como un pañuelo de dama. ¡Y alguien lo usó para limpiarse con él! ¡Qué desperdicio de algo tan hermoso! Bella solo pudo pensar que quizás la señora Phelps desechó algo por accidente mientras cuidaba a su señora. Con expresión confundida, Bella salió de la letrina. Entró en la casa principal, donde Alice y Esmé estaban cosiendo un chaleco para que Carlisle lo usara en la próxima arriada. Alice notó el gesto en su rostro. —Bella, ¿pasa algo? —No estoy segura. Estaba en la letrina y vi que alguien arrojó un pañuelo fino de lino al hoyo. No me explico cómo pudo ocurrir. Alice se mostró sorprendida, pero Esmé pareció culpable. Esmé habló con vacilación, en una voz apenas audible: —Encuentro que el periódico es… bastante áspero para mis partes íntimas. Nota de la traductora: Una vez más, la autora se tomó una licencia. "I Love You Truly" fue escrita a principios del siglo XX por Carrie Jacobs-Bond (eso puede explicar por qué Bella nunca la había escuchado). Edward iba a cantar esa o una canción de Stephen Foster como "Way Down Upon the Suwannee River", que habría sido más oportuna para la época, pero no tan apropiada para los oídos de Joy.
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