ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
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planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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Los mercados

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. Capítulo 12 – Los mercados . —Edward, tengo una propuesta para ti —Emmett McCarty había cabalgado hasta Bear Valley Ranch para encontrar a Edward supervisando los preparativos finales para la próxima arriada de ganado. Los dos hombres estaban sentados en sus sillas de montar mientras conversaban. El cielo brillante sobre ellos y las montañas que los rodeaban relucían bajo la tarde de finales de verano. Era difícil no sentirse animado en un entorno así. Edward se alegró de ver a su viejo amigo. —¿Qué tipo de propuesta tienes en mente? —Todo nuestro ganado está marcado, ¿cierto? ¿Por qué no juntamos nuestras manadas para la arriada y luego las separamos cuando lleguemos a Denver? —¿Por qué? —Tengo dos razones, para ser honesto. La primera es que no tengo suficiente personal para manejar una manada del tamaño de la mía, y la segunda… es que no quiero hacer el viaje solo con tu padre. —¿¡Mi padre!? Creí que él venía conmigo. —No. Vino el otro día y dijo que vendría conmigo. Ya sé que es mi inversionista, pero me pone los pelos de punta. Después de hablar con él, cuento mis dedos para asegurarme de que sigan todos ahí. Sé que es tu padre, pero tú y yo somos amigos desde hace tiempo y confiamos el uno en el otro. No quiero empezar a disimular las cosas ahora. Edward soltó una risita y miró hacia el campo, donde su padre observaba a los vaqueros empujar el resto del ganado hacia un nuevo pastizal. —No te culpo, puede ser intimidante. Tuvimos un encontrón hace unos días. Ambos hombres guardaron silencio un rato, hasta que Edward dijo: —Creo que juntar las manadas es buena idea, especialmente porque la tuya y la mía están en condiciones similares. Estoy pensando que podemos obtener el mejor precio en el mercado. —Yo también lo espero. Sin duda, mantendrá tranquilos a los que se preocupan. —¿Los que se preocupan? —Sí. Gente como los inversionistas… y las esposas. ¿Sabes a lo que me refiero? Edward sonrió. Bella no le parecía una mujer que se preocupara demasiado. Y probablemente era algo bueno, considerando que últimamente él había estado preocupado por los dos. —¿Cuándo quieres salir? —preguntó Emmett. —Estaremos listos en dos días. ¿Y tú? —Creo que podremos cumplir ese plazo. —Bien, amigo mío. Nos encontraremos en el camino. Yo les explicaré a mis hombres lo que vamos a hacer y tú haces lo mismo con los tuyos. No debería haber problema. Con ese acuerdo, Emmett regresó a su propio rancho y Edward dio vuelta a su caballo para buscar a Eric Yorkie, su capataz. A Eric le pareció una buena idea. Le preocupaba que no tuvieran suficiente gente para manejar la manada, ya que Edward insistía en que dos de los peones se quedaran en el rancho. Eric recordaba lo que casi ocurrió durante la última arriada y suponía que no podía culpar al patrón. Las mujeres necesitaban protección. Pero conseguir buenos trabajadores se había vuelto difícil últimamente, y esta era la manada más grande que habían llevado al mercado. El problema se resolvía al juntar las manadas. Doblarían el personal y sería un viaje más fácil hasta Denver. Los dos hombres discutieron cuándo salir, y la decisión final quedó establecida. Edward cabalgó hasta donde estaba su padre. —Ya terminé aquí, padre. ¿Le gustaría acompañarme de regreso a la casa? —Me parece bien. Vi que McCarty estaba hablando contigo. ¿De qué se trataba? —Tenía una propuesta y la acepté porque es beneficiosa para ambos. Vamos a arriar nuestras manadas juntas. Carlisle frunció el ceño. —¿Eso es prudente? —No habrá problema. Nuestro ganado está marcado, así que cuando se mezclen, será sencillo separarlos cuando lleguemos a los corrales en Denver. Reducimos costos porque compartimos gastos y tenemos el doble de hombres para manejar la manada. —Pero también tendrás el doble de reses. —No exactamente, pero hay una economía de escala que hace que sea una buena decisión. Confía en nosotros. Es un buen negocio. —Mmm. Uno pensaría que consultaría con sus inversionistas antes de tomar una decisión así —murmuró Carlisle. —Padre, debiste haber sentido que él tenía el conocimiento y la experiencia para tomar decisiones como esa sin la guía de un inversionista, de lo contrario, nunca habrías puesto tu dinero ahí. Sabes que no tienes la experiencia para tomar esas decisiones. ¿Y por qué habrías de tenerla? Tu experiencia está en otro campo. Carlisle resopló, pero no dijo nada. —Hay algo de lo que quería hablar contigo —dijo Edward. —¿Y qué es? —¿Crees que puedes mantenerte en la silla desde el amanecer hasta el anochecer durante tres o cuatro días? Carlisle se sintió ofendido. —Prácticamente nací en una silla de montar, Edward. Lo sabes. —Sé que siempre has montado por placer. —Cuando era niño, prácticamente vivía a caballo —hubo un énfasis en sus palabras que denotaba su irritación ante las dudas de Edward sobre sus capacidades. —Si en algún momento lo necesitas, padre, recuerda que siempre puedes ir con el cocinero en el carro cocina. Solo mantén tus opciones abiertas y dejaré que tú decidas qué es lo mejor. —Vaya, gracias, Edward —replicó Carlisle con un tono sarcástico. Edward dejó caer el tema y cabalgaron el resto del camino en silencio. Iba a ser un viaje interesante. BVR —Entonces, ¿qué opinas, Alice? —Honestamente, Bella, me parece una idea maravillosa. No tiene sentido desperdiciar comida. Alice observaba a Bella ordeñar una de las vacas. Quería aprender a hacerlo por sí misma, pero el tamaño del animal aún la intimidaba un poco. —Exacto. Y además puedo ganar algo de dinero. —¿No vas a decirle a Edward lo que vas a hacer? —No exactamente. No quiero preocuparlo, y él se preocupa por mí sin necesidad la mayoría del tiempo. Sabe que vamos a ir a la iglesia este domingo, así que podemos salir un poco antes y vender nuestras provisiones al señor Cope en la tienda del pueblo. —¿Qué planeas venderle? —Huevos, mantequilla, leche fresca, conservas, verduras frescas… lo que tengamos de sobra. —¿Sabes cómo ponerles precio? —Sé lo que cobra la tienda a la gente común por esas cosas. Espero recibir la mitad de eso por adelantado. Voy a pedir un poco más de lo que espero obtener, a ver qué pasa. Terminó de ordeñar y se puso de pie, levantando el banquito de tres patas y el balde. —Mis vacas son excelentes productoras. —¿Vamos a acampar esta vez? —No. Edward decidió que estaríamos mejor en el hotel. Reservó dos habitaciones al final del pasillo, y los peones que nos acompañarán a la ciudad nos estarán custodiando. Edward siempre es sobreprotector. Tú y Brandon no tendrán problema en compartir habitación con Joy y conmigo, ¿verdad? Alice rio encantada. —No. Me parece que será muy divertido. —Mamá Esme y la señora Phelps tendrán que compartir la otra habitación. —¿Van a compartir la cama? —Alice parecía escandalizada. —¿Y por qué no? —Es que… eso no se hace. Bella frunció el ceño, confundida. —Nosotras vamos a compartir una cama. —Pero nosotras somos iguales. Phelps es la doncella de Esme. —Oh. Por aquí no se le da mucha importancia a las clases sociales. No tenemos ese lujo. Supongo que podríamos poner una cama supletoria en la habitación. —Eso sería más apropiado, creo. Probablemente a Esme no le molestaría tanto como a Phelps —dijo Alice entre risas. —He notado que el señor y la señora Phelps parecen bastante miserables aquí. ¿Siempre han sido así? —Realmente no lo sé, he tratado poco con ellos en el pasado, pero según mi experiencia, los sirvientes -especialmente los de más alto rango- tienden a valorar más la posición social que sus propios empleadores. —¿El señor Phelps va a ir en la arriada? —preguntó Bella. El señor Phelps era un hombre de mediana edad, de aspecto extremadamente distinguido. Bella no podía imaginárselo siguiendo una manada de ganado. —Carlisle sí irá. —Lo sé, pero no hay mucho que pueda hacer un ayuda de cámara en la travesía. Los hombres comen y duermen al raso. —Quizá deberíamos sugerirle que se quede. Bella asintió de acuerdo. El señor Phelps podía quedarse en el rancho o ir al pueblo con ellas. Aunque tendrían que tomar otra habitación. Bella se encogió de hombros. Ya verían cómo se arreglaban. BVR —¿Bella? —susurró Edward. Su esposa seguía durmiendo plácidamente a su lado. —¿Bella? —repitió un poco más alto, pero aun así no obtuvo respuesta. Sonrió. Sabía bien cómo despertarla. Se inclinó hacia ella y comenzó a acariciar su cuello con la nariz, besándola y lamiendo justo en ese punto que la hacía retorcerse de placer. —Mmmmmm, Edwaaard —murmuró ella, girando en sus brazos para poder besarlo de vuelta—. ¿Qué hora es? —Unos treinta minutos antes de la hora en que querías levantarte, pero como yo me «levanté» un poco antes, pensé que podríamos despedirnos como corresponde ahora mismo —dijo, presionándose contra ella. Ella ronroneó de gusto hasta que sus palabras la golpearon y su rostro se entristeció de inmediato. —Oh, Edward. Te vas hoy —su voz se quebró levemente. Él la besó de nuevo. —Estaré de vuelta antes de que notes que me fui. —Lo dudo mucho. Se besaron otra vez, mientras ella entrelazaba las piernas con las de él. —Pensé que ya nos habíamos despedido así anoche —comentó Bella. —Oh, cierto. Entonces no hay necesidad de repetirlo —dijo él, apartándose solo para provocarla. —No. Vuelve. —Creí que no querías. —Sabes mejor que eso. Siempre quiero, Edward. Sus ojos brillaron traviesos. —Y yo que pensaba que eras una mujer sensata y sabia. —No soy sensata en absoluto cuando se trata de ti. Él se inclinó para besarla mientras subía su camisón. —Soy un hombre con mucha suerte —dijo él. Ella hizo lo mismo con su camisa de dormir, rozándolo a propósito mientras lo hacía. —Soy el hombre más afortunado —afirmó con un escalofrío, y se acomodó entre sus piernas. Su conexión se volvió más física que verbal, y no pasó mucho tiempo antes de que Bella viera estrellas y soles brillantes. Había arqueado la espalda, la boca entreabierta mientras jadeaba de puro placer. Edward cambió de posición en ese momento, acercando su cadera a ella, y la besó profundamente justo cuando ambos se dejaron llevar por la oleada de sensaciones. Se quedaron allí, respirando agitadamente, hasta que Bella se quejó: —Edward, ¿de verdad tienes que irte? —No. Ella se incorporó. —Sí, sí tienes. —Entonces ¿por qué lo preguntas? —Porque me dejé llevar por esa parte de mí que es codiciosa y egoísta. —Amo esa parte tuya, la codiciosa y egoísta. —Espero que ames todas mis partes —dijo mientras se levantaba de la cama y se dirigía al lavabo, encendiendo la lámpara al pasar. Se deslizó fuera de su camisón y vertió agua enjabonada en la palangana. Edward se recostó en la cama con la almohada detrás y las manos entrelazadas detrás de la cabeza, observando cómo su esposa se daba un baño rápido con la esponja. El agua fría le erizó la piel y la hizo estremecer. Sonriendo, oyó el gemido de Edward desde el otro lado de la habitación. —Me esconderé detrás del biombo, Edward, si no te comportas —le advirtió, aunque al mismo tiempo pasaba la esponja por su pecho. Sus pezones se endurecieron con la atención. —Señora, le ruego me disculpe, pero estoy en mi mejor comportamiento, de lo contrario ya habría cruzado la habitación y me habría ofrecido a ayudarle a no bañarse hace dos minutos. —Debo discrepar contigo, Edward. Tú, señor, eres un mirón —dijo Bella mientras pasaba la esponja por su abdomen con lentitud. —Y tú, señora, eres una bribona —Edward saltó de la cama, corrió hasta donde ella lo provocaba e intentó arrebatarle la esponja. Bella soltó un gritito y trató de mantenerla fuera de su alcance, pero en su emoción tropezó con la cuna donde Joy dormía plácidamente. La bebé se despertó sobresaltada y comenzó a llorar de inmediato. —¡Ups! —Bella miró a Edward con culpa, y él le devolvió una mirada igualmente apenada. Luego se inclinó para alzar y consolar a su hija llorosa. —Ya, ya, Joy. Mamá no quiso despertarte… creo —dijo mientras la acunaba. Bella se apresuró a terminar de asearse y se vistió mientras Edward se sentaba en la cama con la niña en brazos, hablándole con ternura. —Aunque, siendo la bribona que es, quizás estaba cobrándote un poco por todos los despertares que le has dado en estos últimos meses. Tu mamá es muy astuta. —Edward, no deberías decirle esas cosas a nuestra hija —dijo Bella mientras se ataba un delantal a la cintura. Edward le guiñó un ojo a Bella y continuó: —Joy, tu mamá es una bribona encantadora. No dejes que te diga lo contrario. Y yo la amo exactamente así. Bella tejió rápidamente una trenza y se recogió el cabello en su habitual moño. Luego se acercó a la cama y extendió los brazos para tomar a su bebé. Una vez que la pequeña estuvo acurrucada en los brazos de su mamá, Bella se acomodó en la mecedora para amamantarla. —Joycita, tu padre parece olvidar que en este juego se necesitan dos. Edward rio mientras él también se lavaba y se vestía con rapidez. Bella continuó: —Tu padre se distrae con facilidad, Joy, así que siempre tengo que devolverle la atención a lo que debe hacer. Aquí estamos, con planes de salir hoy, y tu padre no podía pensar más que en una cosa. —Pero Joy —interrumpió Edward—, tu mamá es tan irresistible que es difícil mantener la concentración. Se arrodilló junto a ellas, rodeó con el brazo los hombros de su esposa mientras ella seguía amamantando a la bebé, cuyos ojos estaban cerrados mientras se alimentaba dulcemente. —Tu mamá, señorita Joy, es la mujer más hermosa, cautivadora y encantadora que Dios haya creado. Tiene suerte de que yo tenga tanta fuerza de voluntad, o nunca la dejaría salir de la cama y acabaríamos todos muertos de hambre. —Ay, Edward, cállate ya —dijo Bella, sonriéndole con cariño. Edward miró el rostro satisfecho de Joy y luego volvió la mirada hacia Bella. Su expresión se suavizó aún más. —Sí, Joy, tu mamá es lo mejor que me ha pasado… o que me pasará, y la extrañaré muchísimo en estos días. —Algún día, Edward, me gustaría ir contigo en la arriada. —¿Crees que podrías pasar todo el día sentada en una silla de montar? —Bueno… todavía no. —Cuando puedas, podrás acompañarme. Me encantaría que lo hicieras. —Se inclinó para besarla una vez más, asegurándose de que no olvidara el sabor de su boca, ni sus labios ni su lengua mientras él estuviera lejos. Bella suspiró. —Te voy a extrañar, Edward. —Las despedidas no se vuelven más fáciles, ¿cierto? —No. Supongo que no. —¿Cuándo terminas aquí? —dijo, señalando a la bebé en sus brazos. —En realidad, ya terminó y se quedó dormida. Déjame cambiarla rápido y luego puedo ayudar con el desayuno. Edward no quería separarse de su esposa ni siquiera ahora, así que se puso a arreglar la cama mientras Bella atendía a la bebé, y luego caminaron juntos hacia la cocina. Juan Carlos, Ana María y sus tres hijos ya estaban levantados y ocupados. Bella empezó a estirar la masa para las galletas. Al poco rato, aparecieron Alice y Jasper, con un adormilado Brandon acurrucado en brazos de su padre. Como había tantos bebés en el rancho, a Tyler se le ocurrió hacer una cuna grande para que los pequeños pudieran descansar mientras sus madres trabajaban en la cocina. Estaba elevada a unos sesenta centímetros del suelo y tenía un colchón revestido. Tyler había tallado con esmero la cabecera y los pies con figuras de animales amigables, y tenía barandas que podían subirse para evitar que los bebés rodaran fuera. Comentó que estaba pensando en cómo ajustarla para cuando los pequeños ya pudieran ponerse de pie y aun así permanecer seguros. Bella prefería poner a Joy en esa cuna mientras trabajaba en la cocina, porque había un riesgo real de que la bebé se quemara o se escaldara accidentalmente si intentaba cocinar con ella en el fular. Imaginaba que esa preocupación había estado en la mente de Tyler al construir ese mueble. Había mucho más en Tyler de lo que se veía a simple vista, y cuanto más lo conocía Bella, más admiraba su lealtad silenciosa y su noble corazón. Él y Lauren hacían una pareja maravillosa. Jasper acomodó a Brandon en la cuna junto a Joy. Bella sonrió con ternura al ver a los dos bebés dormidos y luego volvió a sus tareas. Pronto tuvo que salir a ordeñar las vacas. Algo que tienen las vacas lecheras es que hay que ordeñarlas dos veces al día, llueva o truene. Le alegraba saber que Tyler y Lauren se quedarían en la granja para encargarse del ganado y asegurarse de que todo marchara bien mientras el resto iba al pueblo de Bear Valley para el fin de semana del domingo del predicador. Tyler le pidió a Bella que pusiera especial atención en los himnos que se cantaran esa tarde de domingo. Le apenaba perdérselos, pero tenía responsabilidades. Bella prometió, con total seriedad, anotar todo lo que se cantara. Una vez ordeñadas las vacas, colocó los baldes llenos de leche en la despensa fría y luego fue en busca de su esposo. Suponía que debía de estar cerca, haciendo los preparativos de último minuto antes de comenzar la arriada. Lo encontró junto con los demás hombres, ya montados y listos para encontrarse con la manada y comenzar el largo trayecto hacia Denver. Carlisle también estaba sobre su caballo, pero su ayuda de cámara, el señor Phelps, estaba de pie junto a las damas. Carlisle había dicho que quería prescindir de los servicios de su criado mientras estuviera aguantando lo rudo sobre la silla de montar. Bella esperaba que Carlisle resistiera la arriada, pero en el fondo dudaba que estuviera en forma para ello. Edward le había contado que le sugirió a su padre que viajara con Juan Carlos en el carro cocina, pero Carlisle no quiso saber nada de eso. Sin decir palabra, las mujeres Cullen se acercaron a sus hombres, sabiendo que la separación era inminente. Bella estaba decidida a no llorar, pero aun así, las lágrimas le llenaron los ojos al situarse junto al estribo de Edward y mirarlo hacia arriba. La mirada que compartieron fue intensa y llena de amor. —Nos veremos pronto, esposo mío. —Tan pronto como me sea posible volver, esposa mía. —Sonrió, mientras Bella daba un paso atrás y él hacía chasquear la lengua para poner en marcha a Kate. Su hermano y su padre lo siguieron, y pronto estaban bajando la colina, pasando junto al granero. Pero justo antes de desaparecer de la vista, cada uno se volvió para levantar el sombrero hacia su dama. Y luego… se fueron. Cada mujer soltó un suspiro profundo y entonces se miraron unas a otras. Bella se sacudió las manos y dijo con voz decidida: —Ahora, vamos a prepararnos para ir al pueblo. Tenemos nuestros propios asuntos que atender.
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