ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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La estampida

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Descargo de responsabilidad: Esta es una traducción autorizada de Bear Valley Ranch, segunda parte de The Mail Order Bride, escrita por Mrs. Brownloe (antes Lady Gwynedd). Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; la historia y su desarrollo son de la autora. Traducción sin fines comerciales. Gracias de corazón a arrobale, mi increíble prelectora. . Capítulo 15 – La estampida . —Permítame ayudarla con eso, señora —dijo la señora Phelps mientras se acercaba para acomodar el sombrero de Bella en un ángulo atrevido sobre su cabeza. Bella no podía mirarla a los ojos. Solo podía pensar en los golpes en la pared de la noche anterior. Y en los gemidos. Sobre todo, en los gemidos. —Gracias, señora Phelps —murmuró, dándose la vuelta para levantar a Joy, quien ya estaba vestida y lista para ir a la iglesia. —¿El señor Phelps va a ir a la iglesia con nosotras? —preguntó Alice. —Por supuesto. Es un buen cristiano —afirmó su esposa—. Le encantan los buenos sermones. Los ojos de Alice brillaron con picardía. —¿Cuál es el tema doctrinal que más lo cautiva, señora Phelps? La mujer, siempre severa, reflexionó un momento antes de responder: —Creo que los sermones sobre las debilidades de la naturaleza humana son los que más lo impactan. —Oh, ¿como los siete pecados capitales? Ira, avaricia, pereza, soberbia, envidia, gula… uhmm… me falta uno… ¿cuál es? —Creo que te falta la lujuria, Alice —sugirió Bella. —Exactamente ese —asintió la señora Phelps—. La conducta lujuriosa es, en especial, un tema que le interesa mucho. Mientras hablaba, doblaba las prendas de dormir de las damas, así que no vio las miradas de absoluta hilaridad que se cruzaron Bella y Alice. —Creo que ya estamos listas, Sra. Phelps. Puede dedicar el día a lo que desee —dijo Esmé. —Gracias, señora. Apenas la mujer salió de la habitación, las tres soltaron una risita discreta. —No está bien burlarse de ella, Alice —dijo Bella. —No pude resistirme. Siempre es tan correcta… —Pues yo, por mi parte, me alegro de que ella y su esposo disfruten de su matrimonio —opinó Esmé—. Sería una pena que no lo hicieran. Además, no se considera lujuria si hay amor de por medio, y ellos siempre han parecido una pareja muy devota. Pero antes de encabezar la salida del cuarto, se volvió hacia sus nueras y añadió, con un guiño: —Solo recuerden, niñas: la próxima vez, alejen la cama de la pared por la noche. Bella estaba empezando a amar de verdad a su suegra. BVR Tal como Edward lo había predicho, la lluvia comenzó a media mañana. Se puso su impermeable de montar y organizó a los vaqueros para que se extendieran un poco más. El ganado tendía a alterarse con el mal tiempo. El trabajo de hoy no iba a ser una marcha conversada rumbo a Denver. Tenían que estar vigilantes. Carlisle cabalgaba con la cuadrilla de Emmett. Edward apenas podía divisarlo un poco más arriba en el valle. Llevaba puesto el poncho, pero Edward sabía que eso solo bastaba para mantener a raya la mayor parte de la lluvia. Cuando le dijo a su padre que se avecinaban unos días húmedos, no había exagerado. Edward estuvo barajando la idea de mandar a su padre de vuelta al rancho o adelantarse a Denver por algún motivo fingido, solo para sacarlo del mal clima. Siguió dándole vueltas al asunto, pero no encontraba una excusa que sonara razonable. De repente, un trueno estalló justo sobre sus cabezas. La adrenalina le recorrió el cuerpo a Edward mientras miraba a su alrededor, alarmado por los mugidos de pánico del ganado. Con un presentimiento amargo en el estómago, vio cómo un grupo de reses salía corriendo sin control. Se irguió sobre los estribos y silbó fuerte, señaló y gritó: —¡ESTAMPIDA! De inmediato, los vaqueros se movilizaron, separando a los animales más tranquilos de los que entraban en pánico y empujándolos en otra dirección. Al mismo tiempo, los vaqueros al frente de la estampida comenzaron a gritar y galopar en dirección transversal a la manada, disparando al aire para intentar que los líderes corrieran en círculos. Lograron desviar la mayoría de la estampida, pero una docena logró escapar. Edward galopó tras ellos, con Emmett convergiendo por la izquierda y Jasper por la derecha. —¡Cabálgales por el costado! —gritó Edward a Jasper, cuyo caballo iba más adelantado. Edward lo siguió a todo galope, rezando para que lograran alcanzarlos antes de que fuera demasiado tarde. ¡BLAM! Emmett había llegado a la cabeza de la estampida y disparó su escopeta al aire. Las reses líderes cambiaron de rumbo. Jasper estaba en posición para desviarlas aún más, pero el único ruido que podía hacer era gritar y agitar su sombrero. Su arma había fallado por la lluvia. Edward siguió, gritando y lanzando alaridos, tratando de llamar la atención de los animales, pero ya habían ido demasiado lejos. Una docena de novillos se lanzó de frente por un pequeño acantilado y desapareció de la vista. Segundos después, se oyeron golpes sordos cuando cayeron al fondo del barranco, seguidos de chillidos agónicos. Edward sintió náuseas al frenar a Kate hasta que caminara. Le habló en voz baja y le acarició el cuello. Había respondido admirablemente durante el pánico, obedeciendo de inmediato a sus órdenes. Esa noche le daría una ración extra de grano. Un vaquero no era mejor que su caballo, y Edward lo sabía muy bien. Tragando en seco, detuvo a su yegua al borde del precipicio, desmontó y apretó la mandíbula para prepararse ante la vista seguramente espantosa que lo esperaba abajo. Luego miró para evaluar los daños. —Oh, Dios… —murmuró. De la docena de animales que cayeron, tres estaban de pie, pero gravemente heridos, mugiendo de dolor. Edward podía ver sus patas torcidas y cráneos fracturados. El resto yacía muerto o moribundo al pie del acantilado. No había más remedio. Edward volvió a calmar a Kate y dejó las riendas sueltas. Sabía que pastaría mientras él hacía lo que tenía que hacer. Sacó el rifle de su funda en la silla y descendió por el acantilado para poner fin al sufrimiento de los animales heridos. Pobres bestias, pensó mientras se acercaba al primero que aún estaba de pie. Estaba claro que no había forma de salvarlo. Le disparó en la cabeza y el animal cayó al suelo, liberado al fin de su dolor. Los otros dos fueron sacrificados del mismo modo. Jasper ya se había unido a Edward. —Jas, revisa los que están en el suelo. Si alguno sigue con vida, no lo dejes sufrir. —Mi arma no dispara, Edward. Edward asintió y le entregó una de sus pistolas. —Con esta bastará. Los dos hermanos terminaron la triste tarea justo cuando Emmett llegó a reunirse con ellos. —Pudo haber sido peor —comentó Emmett. —Sí. Pudimos haber perdido más. Tenemos que revisar las marcas para saber a qué rancho pertenecían. El conteo final fue de siete animales del Bear Valley Ranch y cinco del Lazy B muertos por la estampida. La lluvia empezaba a disminuir un poco cuando los tres hombres regresaron al rebaño, que ahora pastaba tranquilamente como si nada hubiese pasado. Jasper se sentía culpable. Si tan solo su arma hubiera disparado, tal vez habría podido desviar a las reses. Dio una patada a una piedra mientras esperaba que Edward decidiera si continuarían o acamparían allí. Emmett se le acercó y le ofreció un trozo de carne seca, el alimento típico que los vaqueros llevaban en las alforjas para comer en el camino. —Tuvimos algo de emoción hoy —comentó Emmett. —Emoción de la que podríamos haber prescindido —respondió Jasper con tono sombrío. —El ganado es tonto y asustadizo. He visto reses espantarse porque alguien encendió un fósforo. Esa tormenta eléctrica tenía que alborotarlos. Tuvimos mucha suerte de no perder más animales —dijo Emmett. —Quizá no habríamos perdido esa docena si mi arma hubiera disparado. —Eso no lo sabes, Jasper. Lo hiciste bien. No muchos habrían alcanzado al grupo líder como tú lo hiciste. Y las armas no funcionan muy bien bajo la lluvia. Logramos desviar a la mayoría —Emmett le puso una mano enorme en el hombro. —¿Con qué frecuencia tienen estampidas? —Vaya… Hace cinco años tuvimos tres estampidas en una sola arriada. El patrón estaba furioso. Resulta que siempre era el mismo novillo el que se espantaba y los demás corrían tras él como tontos. La última vez, Edward le disparó en la cabeza al muy nervioso y nos lo comimos esa noche. Después de eso, llegamos tranquilamente a Denver. Jasper esbozó una sonrisa. —Parece que lograron calmar al rebaño bastante rápido. —Sí. Los vaqueros conocen al ganado y saben controlarlo. Tienen que hacerlo, si no, jamás llegaríamos al ferrocarril. Carlisle estaba sentado a un lado, en silencio, observando cómo su hijo mayor conversaba con su equipo. Por fortuna, ningún hombre ni caballo había salido herido en la estampida, y las reses restantes parecían tan tranquilas como siempre, rumiando como si nada. Carlisle empezaba al fin a notar el hombre en que se había convertido su hijo. Edward era fuerte y sabio. Veía claramente cómo se ganaba el respeto de sus hombres con facilidad, incluso Emmett, que llevaba más tiempo en el oeste que Edward, lo admiraba. Era un líder. Esmé le había dicho que debía mirar a su hijo con otros ojos. En lugar del joven impulsivo y temerario, por fin estaba viendo lo que debió ver desde un inicio: Edward era un adulto competente, exitoso, y lo había logrado sin dirección ni interferencia paterna. Carlisle suspiró. Tenía mucho por lo que compensar. Edward se acercó a Emmett y habló en voz baja con él durante un momento, luego fue hacia Kate y montó. Miró a los hombres y carraspeó. —Bueno, muchachos, tuvimos un pequeño contratiempo allá atrás, pero hicieron un gran trabajo evitando que se convirtiera en un desastre. Les agradezco a ustedes y a los del Lazy B también. Todavía nos queda bastante luz del día y creo que deberíamos aprovecharla y seguir avanzando. No hay razón para quedarnos aquí más tiempo del necesario, así que ensillen y pongámonos en marcha. Hubo un movimiento general hacia los caballos cuando uno de los vaqueros del Lazy B se acercó a Edward con el sombrero en la mano. —Patrón, ¿qué va a hacer con esas reses muertas? —Déjalas. Estamos demasiado lejos para que los carniceros vengan hasta aquí. —La familia de mi madre podría aprovechar esa carne. ¿Puedo decirles que vengan a buscarla? Edward miró detenidamente al hombre y notó su cabello oscuro, piel bronceada y pómulos marcados que delataban su herencia. —¿Qué tan lejos están? —Hay un campamento a solo unas millas, al otro lado de esa loma. Podría ir y regresar al rebaño antes de que acampemos esta noche. Edward alzó la vista al cielo y notó que la tormenta se había alejado, con trozos de cielo azul asomando entre nubes grises deshilachadas. —Supongo que podemos arreglárnoslas sin ti por hoy. Sería una pena desperdiciar esa carne. Adelante, entonces. El hombre asintió en agradecimiento y se fue en dirección al campamento de los suyos. A Edward le alegraba poder ser generoso. Carlisle había escuchado la conversación. —¿No vas a cobrarles por el ganado? —No, padre. Es una pérdida. Me conformo con que alguien pueda aprovecharla. —Pero seguro podrías haber negociado algo —insistió Carlisle, quien nunca dejaba pasar una oportunidad. —Y lo hice. Se llama buena voluntad. Espero que esa tribu vea las marcas en los costados del ganado y piense favorablemente sobre nuestros ranchos en el futuro. Han tenido una vida difícil desde que llegamos. Viven en condiciones precarias y a veces recuerdan cómo era antes y sienten resentimiento, con razón. Hasta ahora no hemos tenido problemas y gestos como este podrían ayudar a evitar conflictos. Además, hay niños que se beneficiarán con esa carne, y yo jamás le negaría algo a un niño. Carlisle asintió y dijo algo que sorprendió a Edward: —Fue una decisión sabia, hijo. Estoy orgulloso de ti. Luego dio media vuelta con su caballo y se alejó en busca de Emmett. Edward se quedó allí, viendo a su padre alejarse, completamente asombrado. Nunca lo había oído decir algo ni remotamente parecido. No sabía qué pensar. ¿Será que su padre estaba cambiando? Le habría gustado que Bella estuviera ahí para comentárselo. Sonrió al imaginar lo que ella diría. Edward volvió a su lugar en la arriada rumbo a Denver, pero en vez de la concentración intensa que solía llevar en el rostro, ahora lucía una pequeña sonrisa. Les tomó un poco más de lo esperado alcanzar el carro de cocina. Cuando por fin acamparon esa noche, los sucesos del día volvieron a la mente de Edward y sintió un peso en el estómago. El rancho había perdido solo siete reses, pero eran siete reses menos de ganancia, y él contaba cada centavo para sacar al rancho de los números rojos. La pérdida lo inquietaba. Además, cuando le sugirió a su padre que avanzara hacia Denver para asegurar alojamiento en la ciudad, este se negó. Estaba decidido a acampar en Denver como lo habían hecho durante el trayecto, y no ser «consentido», como lo llamó. Edward lo había oído estornudar hace poco. Esperaba que fuera por el polvo levantado por las reses, y no el inicio de grippae. Después de dar vueltas en la cama durante una hora, Edward se levantó, buscó a uno de los centinelas y lo mandó de regreso a su cama. Él pasó el resto de la noche montado en su fiel Kate, rodeando al rebaño y asegurándose de que todo estuviera en orden. Le costaba apreciar la belleza del entorno debido a sus preocupaciones, pero cuando la luna llena se alzó sobre las montañas, recordó haber compartido otra luna llena en el porche de su casa con la mujer de su corazón. Apretó la mandíbula ante la punzada de añoranza por ella y por el vacío en sus brazos, y siguió cabalgando, tratando de no dejarse vencer por el anhelo de sentirla cerca. Se preguntó si ella estaría pensando en él en ese momento. BVR De hecho, sí lo estaba. Bella observaba la ordenada pila de billetes que ahora eran suyos, fruto de todo el comercio que había realizado durante el fin de semana del predicador. Cinco dólares con setenta centavos en total. La señorita Russell enviaría a su mozo al día siguiente para recoger los productos adicionales que Lauren había cosechado desde que regresaron. Bella anticipaba otras cinco monedas más de ganancia. ¡Le parecía una fortuna! No podía esperar para mostrárselo a Edward y contarle de su exitosa negociación con la cantinera de Bear Valley, después del maltrato del dueño de la tienda. Simplemente, no podía esperar. N. de la A.: La "grippae" es lo que hoy conocemos como influenza o gripe. Cinco dólares con setenta centavos a finales de la década de 1880 equivaldrían a unos 200 dólares americanos actuales (año 2025). Nada mal para ser la primera vez, ¿no?
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