El oso
22 de octubre de 2025, 10:39
Descargo de responsabilidad: Esta es una traducción autorizada de Bear Valley Ranch, segunda parte de The Mail Order Bride, escrita por Mrs. Brownloe (antes Lady Gwynedd). Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer; la historia y su desarrollo son de la autora. Traducción sin fines comerciales. Gracias de corazón a arrobale, mi increíble prelectora.
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Capítulo 16: El oso
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Las damas Cullen disfrutaron bastante del servicio religioso y del canto de himnos. El mensaje del ministro fue más sobre el perdón que sobre la condena, y eso le agradó a Bella. Tal vez el señor Phelps se sintió decepcionado. Ciertamente, no hubo ninguna mención de las tentaciones ardientes de los pecados capitales. El canto de himnos fue encantador, pero Bella tuvo que admitir que el pianista del salón, quien acompañó la música, tenía su propia manera de interpretar música sacra. Casi esperaba ver un escupidero en el suelo y al cantinero preguntando si alguien quería otra ronda. La iglesia en Bear Valley tenía su propio estilo.
Al salir del servicio, notó a Seamus y a su hermano sentados afuera del edificio de tablones.
—Seamus, ¿no entraste al sermón? —preguntó Bella.
—No, señora.
—¿No?
—Mi hermano y yo somos católicos, ¿comprende? Nuestra forma de adoración es diferente.
—Eres la segunda persona con la que hablo que no viene a la iglesia por esa razón, Seamus. Me parece una lástima.
—Oh, la próxima vez que vayamos a Denver, buscaremos una misa a la que asistir. No se preocupe, señora.
Bella sentía pena por los Flanagan y los Hernández. Era triste que no pudieran ir a la iglesia con los demás, pero, se encogió de hombros, tenían derecho a creer y adorar como quisieran.
Al día siguiente, las damas Cullen regresaron al rancho, contentas con sus andanzas del fin de semana. Bella llevó dinero a la granja y estableció un comprador para sus productos, Alice pasó un rato encantador recordando la última vez que había asistido al fin de semana del predicador y Esme pudo conocer mejor a sus nueras. En resumen, fue un viaje estupendo.
BVR
—¡Má! ¡Hay un perro grande en el jardín! ¡Ven a ver! Rascal está jugando con él —gritó Abraham con emoción al entrar en la cocina, donde Lauren estaba preparando la comida de la noche.
—¿Un perro grande? ¿De dónde salió? —preguntó Lauren mientras se limpiaba las manos en el delantal. Miró para asegurarse de que el pequeño Lee seguía dormido en el diván de bebés -como Bella llamaba a la gran cuna que Tyler había construido para los niños-, y al confirmar que estaba bien, siguió a su hijo mayor hacia el patio trasero. Podía oír a Rascal ladrar como loco, con algún que otro aullido de por medio. Sus ladridos eran respondidos por gruñidos más graves provenientes del otro animal. Sonaba como un perro muy grande.
Al dar vuelta a la esquina de la casa hacia el patio trasero, donde estaba el huerto, Lauren se detuvo en seco y agarró a Abraham por la camisa. Eso no era un perro. Era un oso, y del peor tipo: un oso grizzly. Rascal estaba atacando al oso, y este se defendía, pero hasta el momento el perro había logrado esquivar los zarpazos de sus enormes patas.
Lauren colocó a Abraham detrás de ella y retrocedió hasta la esquina de la casa; luego, tomándolo en brazos, corrió hacia la cocina. Al cerrar la puerta de un portazo, escuchó un chillido canino que le heló la sangre. El oso debía haber alcanzado por fin al perro. Pobre Rascal. No podía pensar en él ahora. Tenía que proteger a su familia.
—¿Dónde está tu pá? —le preguntó a Abraham.
—Está trabajando en el establo, arreglando el corral que rompió la potranca el otro día.
Sabía que Ana María estaba en su cabaña con sus hijos y rezó a Dios para que se quedaran allí. Los grizzlies eran las criaturas más malhumoradas y aterradoras que podían existir. Y sabía que, una vez que el oso descubriera lo fácil que era conseguir alimento en el jardín, volvería una y otra vez. Se estremeció al pensar en lo que podría suceder si un oso comenzaba a frecuentar la propiedad.
Miró hacia la repisa de la chimenea del comedor y se sintió aliviada al ver que el rifle seguía allí. A veces el patrón lo llevaba cuando salía a arrear ganado, pero por alguna razón, esta vez lo había dejado. Corrió hacia él y lo bajó del soporte, revisando que estuviera cargado. Dijo una oración silenciosa de agradecimiento al ver que así era.
—Ahora, Abraham, debes quedarte aquí y cuidar de Lee. Tengo que salir a dispararle al oso. ¿Me entiendes? Quédate en la cocina y vigila a tu hermano. Estoy contando contigo. —Lauren sabía que, si apelaba al instinto protector de su hijo, era más probable que obedeciera.
Cuando él asintió, ella tragó saliva, enderezó los hombros y salió por la puerta con el rifle en las manos temblorosas, amartillado y listo.
BVR
Tyler deseaba que el patrón vendiera de una vez a esa yegua endemoniada. Era bonita y tenía buenas líneas. Sacaría un buen precio por ella. Si el patrón la vendía, tendría el lujo de no tener que arreglar lo que ella rompía, destrozaba o dañaba. Nunca había conocido un caballo tan terco y molesto. En su opinión, era demasiada molestia. Su temperamento era detestable. Había heredado demasiado de su padre.
Claro, para venderla habría que mostrarla cuando no se notara lo arisca que era. Tal vez cuando estuviera dormida. Suspirando, Tyler colocó la nueva tabla en su sitio dentro del corral. Con la boca llena de clavos, comenzó a martillarla cuando escuchó un disparo. Se irguió de inmediato, escupió los clavos y aguzó el oído.
El estallido venía desde la casa del rancho. El corazón se le fue al suelo al recordar que Lauren estaba allí, y ese disparo solo podía significar que ella y los niños estaban en peligro. Soltó el martillo y la tabla, agarró el único arma que tenía a mano -una horquilla para heno- y corrió hacia la casa como si los mismos demonios del infierno le pisaran los talones.
BVR
Lauren podía oír al oso hurgando en el jardín. A la señora no le iba a gustar nada volver del pueblo y encontrar su jardín y su perro destrozados. Y le disgustaría aún más si Lauren permitía que algo le pasara a alguien del rancho. Lauren apretó los dientes y se asomó por la esquina del edificio.
No se veía a Rascal por ninguna parte. Eso era un alivio. Tal vez el perro estaba aturdido y se había escabullido tras recibir un zarpazo del oso. O quizás su cuerpo aplastado estaba fuera de su vista. La bilis le subió a la garganta a Lauren.
El oso estaba cavando en el jardín, arrancando las plantas de papa y mordisqueando los tiernos tubérculos ocultos bajo la tierra. Era el oso más grande que Lauren había visto en su vida, y las náuseas que sentía se transformaron en un sudor frío. Todo su cuerpo temblaba de los nervios. Así no podía ser. No podía apuntar correctamente al animal en ese estado.
Cerró los ojos y respiró hondo, pensando en lo único que podía calmarla: la mirada de Tyler cuando la contemplaba en la noche. Desde aquella noche del verano pasado, cuando despertó y lo encontró mirándola con ojos llenos de amor, habían compartido muchos momentos así mientras yacían juntos en la oscuridad. Atesoraba cada uno. No había barreras, ni reglas sociales, ni nadie que interfiriera con la comunión de sus dos almas y el compartir de la profunda devoción y asombro que sentían el uno por el otro. Para Lauren, esos momentos eran lo más cerca del cielo que había estado jamás.
El recuerdo del amor de Tyler y la exhalación purificadora la tranquilizaron mientras abría los ojos. Se apoyó en la esquina del edificio y apuntó. Había disparado un rifle media docena de veces antes, pero nunca contra algo vivo. Decidió apuntar justo detrás del hombro del oso. Eso le daría en los pulmones o en el corazón. Cualquiera de los dos sería fatal… si su puntería era certera.
Estaba comenzando a apretar el gatillo justo cuando una ráfaga de viento sopló a su espalda, llevando su olor hacia el jardín. El oso alzó la cabeza y olfateó. Sus ojos pequeños se enfocaron en la joven que estaba junto a la casa y, de pronto, cargó contra ella con la intención de atacarla como había hecho con el perro.
Lauren no dejó que el aviso del oso interfiriera con sus reflejos. Mantuvo el pulso, apuntó y disparó. El sonido fue ensordecedor y, por un instante, quedó aturdida con un zumbido en los oídos.
Apretó los ojos, temerosa de mirar, temiendo haber fallado, sabiendo que, si así era, ya no podría escapar. Escuchó un golpe seco y abrió los ojos de golpe. El oso estaba en el suelo, a tres metros de ella, sin moverse. Tenía un disparo justo entre los ojos y había caído, muerto como una piedra.
El alivio y el miedo la invadieron y las piernas se le doblaron. El zumbido en sus oídos se intensificó y su visión se redujo a un túnel con el cuerpo del oso al fondo. Y en ese instante, no supo más.
Tyler llegó corriendo justo entonces, y el corazón se le detuvo al encontrarse con la escena. De un vistazo pudo ver que el oso estaba muerto, y se apresuró hacia Lauren sin saber en qué estado se encontraba. Se lanzó al suelo a su lado y la atrajo a sus brazos.
—¡Lauren! ¡Lauren! ¡Háblame! —suplicó. Las lágrimas le subieron a los ojos mientras le frotaba el brazo con fuerza y la sacudía suavemente.
Lauren abrió los ojos poco a poco y miró el rostro preocupado de Tyler.
—Tyler —dijo mientras lo miraba con la vista nublada—. Maté un oso.
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Bella llegó a casa y se encontró con una gran conmoción en el rancho. Lauren había matado a un oso grizzly que había arrasado el jardín. Bella agradeció que todos los suyos estuvieran a salvo y que el oso hubiera recibido su merecido, pero al observar los destrozos que la criatura había causado en su jardín -un jardín con el que planeaba ganar dinero-, sintió que se le apretaba el corazón.
Además, Rascal no aparecía por ninguna parte. Tyler especuló en voz alta que el chucho se había escabullido para lamerse las heridas. No expresó en voz alta su pensamiento de que el perro se había ido a morir. Sabía que la señora estaba excesivamente encariñada con el animal y no quería verla triste.
Tyler demostró tener muchos talentos ocultos al encargarse de despiezar al oso. La bestia tenía bastante carne, pero a Tyler lo que más le interesaba era la piel. Estaba sumamente orgulloso de su esposa, ahora que el peligro había pasado. Ella había disparado y matado al oso más grande que incluso él había visto jamás. Estaba decidido a curtir esa piel y colocar el lujoso pelaje en el suelo de su sala principal. Estaba resuelto a que, una noche, haría el amor con su esposa justo sobre ella.
BVR
Edward se apoyó en la cerca del corral y observó cómo los arreadores llevaban algunas reses hacia los vagones del tren. Suspiró y se dirigió al hotel en el que finalmente había convencido a su padre de alojarse mientras estaban en Denver.
El camino le dio tiempo para pensar. Estaba decepcionado por la cantidad que había recibido por su hato en la subasta. Sabía que tenía el ganado de mejor calidad, pero como ahora más rancheros se dedicaban a la ganadería, la competencia era dura. El invierno suave había resultado en muchas más cabezas de ganado que el año anterior, cuando obtuvo grandes ganancias. Aun así, lo tomaba con filosofía. Así eran las cosas en el mundo del rancho: a veces bien, otras no tanto. Un hombre debía esperar lo mejor, pero estar preparado para lo peor.
Los precios que obtuvo no fueron malos, solo que no eran suficientes para poner el rancho en la base sólida que esperaba para el año entrante. No habría dinero extra para hacer mejoras. Esperaba que Bella no se sintiera demasiado decepcionada. Era una lástima tener todos los huevos en la misma canasta de la venta de carne. Necesitaba encontrar la manera de reestructurarse, pero por ahora no se le ocurría nada.
Al acercarse al hotel, vio a su padre luchando con un paquete grande. Estaban cargando el carromato para regresar a Bear Valley ese mismo día.
—Cof, cof. Edward, ¿podrías darme una mano?
—Por supuesto, padre.
Carlisle intentaba maniobrar la caja para meterla en la parte trasera del carro cocina.
Edward lo ayudó con facilidad a subirla al borde trasero y luego empujarla hacia adentro.
—¿Qué hay en la caja, padre?
—Compré unas chucherías para tu madre mientras estuvimos aquí —respondió, y volvió a toser. Sacó un gran pañuelo y estornudó en él.
Edward se detuvo un momento, observando a su padre con el ceño fruncido de preocupación.
—Esa tos parece haber empeorado, padre. ¿Por qué no me dejas llevarte con un médico aquí para que te atienda?
—No, es solo el polvo en el aire, me hace apretar los pulmones un poco. Estaré bien cuando volvamos al rancho.
Edward sabía que era inútil discutir con él. Su padre era terco, a veces neciamente, como lo había demostrado este viaje. Nunca iría a un médico si él seguía insistiéndole. Lo mejor que podía hacer era llevarlo de regreso al rancho y dejar que su madre se encargara de esa testarudez.
Partieron más tarde esa mañana, luego de que Edward recibiera la larga lista de suministros que necesitaba el rancho. Juan Carlos y dos de los peones acompañarían el carro de cocina de regreso. Era lo más prudente. A veces los bandidos emboscaban a las carretas que regresaban, y tres hombres fuertes y bien armados servían como disuasión. Llegarían a casa al final del día. Edward y su padre irían a caballo y deberían estar en el rancho a media tarde.
Fue un alivio para Edward estar de nuevo en la silla y rumbo a casa. La anticipación de ver a Bella otra vez hacía que su corazón latiera más rápido. También había escogido un regalo especial para ella. Esperaba que le gustara. Probablemente había gastado más de lo que debía, considerando el estado de sus finanzas, pero quería hacer algo especial para su esposa. Nunca antes habían celebrado un cumpleaños, pero sabía que el de ella se acercaba y quería sorprenderla.
—Edward, ¿quedaste conforme con la subasta? —preguntó Carlisle.
Edward suspiró.
—Para ser honesto, esperaba más de lo que obtuve. Eran reses de primera, pero había demasiadas este año. Obtuve una ganancia, sí, pero apenas lo suficiente para cubrir los costos operativos anuales del rancho. No podré hacer las mejoras que tenía en mente.
Cabalgaron en silencio un rato. El único sonido, aparte de los cascos de los caballos, era la tos ocasional de Carlisle.
—Edward, puedes quedarte con el equipo agrícola que traje conmigo sin más condición que tu perdón.
Atónito, Edward apenas pudo murmurar:
—¿Perdón?
—Sí. Vine aquí todavía viéndote como un hijo descarriado que necesitaba guía y corrección. Pero he aprendido en estas semanas que estaba equivocado y que nunca debí tratarte tan mal. Quédate con el equipo agrícola. Lo que no necesites, puedes venderlo. El ahorro en mano de obra que obtendrás con lo que conserves se pagará solo. Eso debería ayudarte un poco en los libros.
—Es una oferta muy generosa.
—No. Nunca he sido generoso contigo, Edward. Llevar ese equipo de vuelta a Chicago me costaría un dinero que no deseo gastar. Y, para ser honesto, disfruto bastante ver los logros de mi hijo. No tuve nada que ver con tu éxito, y eso solo me hace sentir más orgulloso de ti. Por favor, acepta el regalo. Es lo menos que puedo hacer por haberte ignorado todos estos años.
—Me cuesta aceptar algo tan valioso sin dar nada a cambio.
—No es sin dar nada. Espero, a cambio, que tú y yo podamos volver a ser amigos. Este es solo el comienzo de una mejor relación, del tipo de relación que quiero contigo. Te he extrañado, Edward.
Edward pensó durante un rato. Le reconfortaban las palabras de su padre y, para ser honesto, él también lo había extrañado. Quizás ahora era el momento de ceder un poco, también.
—Entonces, gracias, padre. Será un placer ser tu amigo.
Carlisle se mordió el labio, sorprendido por la oleada de emoción que le surgió de pronto. Se le llenaron los ojos de lágrimas y no pudo decir una palabra más. Solo asintió con la cabeza y luego espoleó su caballo hasta llevarlo al trote. Edward lo siguió poco después. Estarían en casa antes de que pasara otra hora.
Edward tenía tantas cosas que quería contarle a Bella.
Nota de la traductora: Y así, entramos a la recta final. Recuerden que en mi grupo comparto imágenes alusivas a cada capítulo.