ID de la obra: 1332

TMOB 2: Bear Valley Ranch

Het
R
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Emparejamientos y personajes:
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planificada Mini, escritos 197 páginas, 73.606 palabras, 25 capítulos
Descripción:
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El desconsuelo

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. Capítulo 21 - El desconsuelo . ¿Amante? ¿La señorita Kitty es la amante de Edward? La mente de Bella empezó a dar vueltas y se zafó bruscamente del regazo de su esposo. Cruzó la habitación hecha una furia y se plantó frente a la ventana para mirar hacia la nada. Su mente era un caos y su corazón estaba en agonía. —¿Esa relación aún continúa? —preguntó con voz temblorosa. —¡NO! —Edward se levantó y la siguió, su angustia evidente—. Ella fue una amiga especial, Bella, hace mucho tiempo, cuando tenía menos sentido común y más estupidez. Me avergüenza ahora, pero «joven y tonto» suelen ir de la mano. Por favor, no estés enojada conmigo. Le puso las manos en los hombros, pero Bella permaneció rígida y se lo sacudió de encima. Luego se dio la vuelta para encararlo, con los ojos encendidos. —¿Enojada? Sí, supongo que lo estoy. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste intimidad con ella? —No lo recuerdo con exactitud. Bella hizo un ruido nada femenino. —¿Fue después de que empezamos a cartearnos? Edward parpadeó. —¿Qué clase de hombre crees que soy? La última vez fue mucho antes de comprar este rancho; como dije, cuando llegué al oeste estaba algo perdido. —¿Y Kitty Russell te encontró? —espetó Bella con desprecio. —No. Ella se hizo mi amiga. —No sabía que era una mujer de mala reputación. El ceño de Edward se frunció. —No lo era, ni lo ha sido nunca, Bella. ¿Una mujer fuerte? Sí. ¿Independiente? Definitivamente. Pero siempre ha sido una mujer bondadosa, y supo ver que yo estaba sufriendo. —Qué amable de su parte usar el sexo como cura para la nostalgia. Nunca había oído algo así —dijo Bella con sarcasmo. Edward negó con la cabeza. Él también empezaba a enfadarse. Seguramente Bella se había dado cuenta de que no era virgen cuando se casaron. De hecho, si recordaba bien, ella le había dicho que no le importaba su pasado, solo el presente y el futuro. Entonces, ¿de dónde creía ella que había aprendido ese tipo de cosas? No es que hubiera muchas mujeres solteras por allí. Se quedaron mirándose fijamente, habiendo agotado la conversación civilizada, ninguno dispuesto a ceder ni a dar un paso atrás. —Edward —dijo Bella con la voz tensa por la emoción—, una cosa es entender que tu esposo pudo haber tenido experiencias íntimas en el pasado, pero ponerle un nombre a esa experiencia… bueno… eso me enfurece. Empezó a caminar por la habitación y luego volvió a encararlo. —¡Estoy furiosa! Pensar que esa mujer ha visto tu cuerpo, ha tocado tu pecho, ha sentido tu… ¡ugh! Edward, quiero sacarle los ojos. Fue entonces cuando Edward se dio cuenta de que Bella reaccionaba por celos. Y de alguna forma, eso lo hizo sentir orgulloso. Bella tenía celos de la señorita Kitty… por él. Casi sonríe, pero se contuvo. Bella estaba echando humo, y no estaba seguro de que no le sacara los ojos a él si no cuidaba lo que decía. Bella volvió a caminar de un lado a otro, pero se detuvo al ver que los ojos de Edward se suavizaban con humor. ¡Grave error! Se volvió hacia él, con las manos en las caderas y furia en el rostro. —¿Te parece gracioso, esposo? —Yo… eh… no, mi amor, para nada. —Levantó las manos como escudo ante su malhumor. Ella se le acercó y le clavó el dedo índice en el pecho. —Déjame ilustrarte cómo se siente esto para mí. James Thompson tiene una tienda en Occoquan. Es un hombre bien parecido, de cabello rubio y hombros anchos. Todas las chicas suspiraban por él. Supón que James notó cuán triste me puse cuando Michael se casó con Jess y decidió «protegerme», como amigo, por compasión. Bajó la voz a un susurro intenso: —Para consolarme, digamos que James fue quien me enseñó los placeres de Eros, en lugar de ti. Solo imagina, Edward, sus labios tocando los míos —llevó los dedos a sus labios—, sus manos acariciando mis pechos —bajó las manos a los costados del busto—, sus piernas desnudas entrelazadas con las mías —se tocó los muslos y luego pasó las manos por sus partes femeninas—, su… —¡Detente, Bella! —Solo imaginarlo le dolía más de lo que podía soportar. Sentía los celos retorciéndosele en el estómago, aunque sabía que eso nunca había pasado. Ahora podía entender cómo se sentía Bella por algo que sí ocurrió. Le dio un escalofrío. —Ahora imagina que el apuesto James Thompson se muda al Valle Bear River y abre una tienda. Él y yo no te decimos ni una palabra sobre nuestra antigua relación, y tú hablas con él con toda naturalidad, pensando que no hay nada extraño. Incluso estableces un acuerdo comercial con él. Todo parece estar bien hasta que un día te enteras de nuestro pasado vergonzoso. Sí, vergonzoso. ¡Lo que hiciste con esa mujer fue vergonzoso! ¿No sentirías que te he traicionado? —¿Sientes que te traicioné? —Edward estaba horrorizado. —Sí. Profundamente. Aquí está la pobre, ingenua Bella, paseándose por el pueblo pensando bien de todos. ¡Debió de reírse de mí! —gruñó. —La señorita Kitty no es así, Bella. Con los ojos desorbitados, Bella soltó: —¡Supongo que tú serías el indicado para saberlo! Se acercó hasta donde Edward estaba, lo tomó del frente de la camisa y lo jaló hacia ella. —Edward Cullen, escúchame bien. Tal vez pueda perdonarte esa aventura, porque podría considerarse una indiscreción de juventud, pero de lo que no estoy segura de poder perdonarte es de no haberme dicho que tendría que tratar con una de tus amantes cada vez que fuera al pueblo. —Bella, sé razonable… —¿Ser razonable? No, no puedo ser razonable. Estoy demasiado decepcionada. Estoy demasiado… d-desconsolada. N-n-nunca habría creído que podrías herirme y avergonzarme así, Edward. —Su rostro se desfiguró de dolor y salió corriendo del despacho hacia su dormitorio, cerrando la puerta de un portazo. Edward se quedó allí, paralizado, sin tener ni la menor idea de qué hacer. Solo sabía que tenía que arreglar lo que había roto… pero ¿cómo? BVR —¡! ¡! Despierta. Vamos a pescar, ¿'cuérda? Tyler gimió y se dio vuelta, encontrándose con los ojos entusiasmados de su pequeño hijo. Ughhh. Sentía que la cabeza le iba a estallar. ¿Y por qué estaba acostado en el suelo de la sala? Se incorporó con cuidado y miró a su alrededor, entrecerrando los ojos ante la intensa luz de la mañana que entraba por las ventanas. Vio la manta y la almohada en el piso, y que tenía las botas quitadas. Lauren debía haberlo atendido cuando él ya no pudo consigo mismo. Se llevó una mano a la cabeza dolorida y soltó un quejido. ¿Por qué tenía que tomarse toda la maldita botella? Negó con la cabeza en señal de reproche hasta que el dolor punzante detrás de los ojos le recordó que era mejor quedarse quieto. —¿Vamos a pescar, ? Ya tengo listos los gusanos y las cañas. me dio una canasta pa' echar los peces. Dijo que nos los cocina pa' la cena si atrapamos suficientes. ¡Voy a pescar uno gigante! Abraham estaba prácticamente bailando de emoción y Tyler no tuvo corazón para decirle que no. —Ve y espérame en el porche. Tengo que hacer unas cosas y ya salgo contigo. Tyler se levantó del suelo con esfuerzo y salió tambaleándose hacia la letrina. Al regresar, se detuvo junto a la bomba de agua y metió la cabeza debajo, tratando de despejarse el dolor con agua fría, pero no funcionó tan bien como esperaba. Al volver a entrar, vio un vaso de jugo de tomate sobre la mesa. Frunció el ceño al saber que Lauren lo había dejado allí con la esperanza de que le aliviara la cabeza. Se lo bebió de un trago y casi lo escupió cuando sintió fuego en la garganta y el estómago. —Ese jugo de tomate lleva chiles mexicanos, Tyler. —Ughhh… ahora me lo dices —resopló. —Ana María dijo que eso te curaría lo que tienes hoy —Tyler no respondió, solo le dirigió a su esposa una mirada de sufrimiento mientras su garganta ardía y su cabeza palpitaba. —¿Vas a pescar con Abraham? Asintió. —¿Puedo ir con Lee? Tyler se sorprendió. A Lauren no le gustaba pescar, pero agradecía su compañía. Lauren le entregó una camisa limpia. —Bueno, entonces vamos —dijo él, y la pequeña familia se encaminó colina abajo hacia el fresno junto al árbol de álamo para probar suerte con los peces. Tyler notó que algo rondaba por la mente de Lauren, pero ella no lo decía y él no preguntaba. No quería entrometerse, aunque se preguntaba qué le había puesto ese ceño en su normalmente sereno y apacible rostro. Apenas llegaron a la ribera sombreada del río, Lauren extendió una vieja colcha, acostó al pequeño Lee para que pateara y arrullara tranquilo, y se sentó junto a él. Tyler cebó la caña de Abraham y se la entregó. El niño soltó un grito de emoción y corrió al arroyo para lanzar el anzuelo. Pero al parecer los peces no estaban picando. Abraham miraba con atención el agua, tratando de ver si alguno mordía el cebo. —Hijo, si sigues sacando el anzuelo del agua, nunca vas a pescar nada. —Pero, , no sé si hay uno o no. Los labios de Tyler se curvaron ligeramente, lo más parecido a una sonrisa que solía mostrar, y miró el suelo a su alrededor por un momento. Al cabo de un rato, gruñó al agacharse y recoger una pluma caída de algún pájaro que se había posado en el árbol sobre ellos. —A ver esa caña —dijo, extendiendo la mano. Abraham se la entregó, curioso por ver qué planeaba hacer su padre. Tyler ató con destreza la pluma al hilo de pesca, varios centímetros por encima del anzuelo, revisó que el cebo siguiera firme y luego le devolvió la caña al niño. —Ahora, baja la línea al arroyo hasta que la pluma repose suavemente sobre el agua, y obsérvala. Cuando empiece a temblar o sacudirse, sabrás que un pez está mordiendo. Ahí es cuando debes jalar, pero tienes que tener paciencia. El niño, decidido a pescar, se agachó obedientemente y mantuvo los ojos fijos en la pluma. Tyler se volvió para preparar la otra caña, pero se detuvo al ver la expresión en el rostro de Lauren. No la había visto tan desolada desde que perdieron a su niñita. Se agachó frente a ella y la miró a los ojos, tratando de entender qué pasaba. Ella lo miró con impotencia y murmuró: —La patrona y el patrón se pelearon. Tyler parpadeó. Eso era como decir que el río corría cuesta arriba. —¿Estás segura? —Sí. Se gritaron anoche en ese cuartito de los libros que tienen, luego la patrona azotó la puerta del dormitorio y el patrón durmió en el diván. Esta mañana, la patrona entró temprano a la cocina, con los ojos hinchados y rojos como el jugo de tomate que te tomaste, y no nos dijo ni una palabra a Ana María ni a mí, pero anduvo por la cocina como un vendaval, y nada de lo que yo hacía le servía hasta que me mandó a salir. Lauren se sonó la nariz conteniendo las lágrimas. De verdad le dolía que su patrona, normalmente paciente y considerada, la tratara así. Era más de lo que había dicho de una sola vez en todo el tiempo que Tyler la conocía. —¿Y el patrón? —Salió antes del desayuno y no lo he vuelto a ver. —Mmm. ¿Estaban discutiendo por el semental? —Eso fue lo que lo empujó a la bebida el día anterior. —No lo creo. Volvieron de buscar al perro todos acaramelados. De hecho, Tyler, creo que se bañaron juntos. Lauren parecía genuinamente desconcertada con eso. La tina no era lo suficientemente grande para dos personas. Tyler arqueó una ceja, pero no dijo nada. El patrón y la señora parecían ser bien creativos en sus momentos íntimos. Estaba agradecido de que la piel de oso de Lauren fuera para su propia casa y no para la casa grande. Tenía planes para eso y no quería que el patrón y la señora les robaran protagonismo. —Entonces mejor es no meterse en medio. Ella asintió con tristeza y se sonó otra vez. Al cabo de un momento, preguntó: —Pero Tyler, ¿y si se separan? —Ah, Lauren, ellos no se van a separar. Esos dos son como el sol y su brillo. Uno no puede estar sin el otro. Lo van a arreglar. Todas las parejas tienen algún tropiezo de vez en cuando. —Nosotros solo tuvimos un tropiezo, y fue aquella vez. —Pues sí, pero eso es porque tú y yo somos… bueno, tú y yo —se encogió de hombros, como si eso lo explicara todo. —Y yo agradecida por eso. —Y yo también. Se miraron a los ojos un rato, compartiendo ese entendimiento mudo que tenían cuando las palabras no alcanzaban, hasta que oyeron un chapoteo. Se voltearon y vieron a Abraham, hasta la cintura en el agua, levantando su caña con un pez enganchado en la punta. Sonreía de oreja a oreja. —Bueno, hijo, ¿tú atrapaste al pez o el pez te atrapó a ti? —preguntó Tyler. BVR Esmé estaba muy preocupada. La fiebre de Carlisle no bajaba y su respiración entrecortada iba empeorando. El señor y la señora Phelps se turnaban para cuidar al enfermo, y ella se sentía agradecida por su ayuda. Sabía que debía mantenerse fuerte durante este tiempo, pero el miedo la invadía. Se daba cuenta de que Carlisle podía morir. Ayer había logrado despertarse un poco y tomar unos sorbos del caldo de pollo con verduras que Bella había preparado, pero eso fue todo lo que pudo hacer. Sus violentos ataques de tos producían flemas con sangre, lo que aumentaba aún más su temor. Y como si fuera poco, estaba el ungüento de olor desagradable que ella le aplicaba en las llagas por montar; la habitación se volvía cada vez más sofocante y cargada, pero tenía miedo de abrir las ventanas por temor a que una corriente de aire lo empeorara. Escuchó que llamaban a la puerta de la casa del rancho y bajó corriendo las escaleras para abrir. Se alegró al ver que era el doctor que venía en su visita diaria. —Ay, doctor Banner, siento que está empeorando —dijo desesperada. —Mmm —fue todo lo que respondió, mientras ella lo guiaba escaleras arriba hasta la habitación. Frunció el ceño al entrar y notar el tono azulado que comenzaba a aparecer en las puntas de los dedos de Carlisle. Se agachó de inmediato para escuchar su respiración y contuvo el aliento. Era grave. Muy grave. El doctor Banner se enderezó lentamente y miró con pesar a la señora Cullen. —Me temo que no va a mejorar, señora Cullen. Por suerte la señora Phelps estaba junto a ella, porque de pronto las piernas de Esmé no la sostuvieron y la mujer tuvo que rodearla con un brazo para evitar que se desplomara. —¿Cuánto tiempo, doctor? —preguntó Esmé. El médico negó con la cabeza. —No le daría veinticuatro horas, señora Cullen. Lo siento mucho. —¿No hay nada más que pueda hacer? —Las lágrimas le caían en torrentes por el rostro. —He hecho todo lo que sé hacer. Ahora está en manos del Señor. Esmé se lanzó sobre la cama junto a su esposo, con cuidado de no moverlo, pero deseando estar tan cerca de él como fuera posible, y sollozó contra su hombro. —Carlisle, Carlisle, no me dejes, por favor… El doctor Banner tomó al pálido mayordomo a un lado y le dijo: —Debe avisarle a la familia. El señor Phelps asintió con un nudo en la garganta y bajó las escaleras para buscar al señor Edward. El problema fue que no lo encontró. La señora de Jasper estaba cosiendo en el porche, así que salió para decirle lo que había dicho el médico. —Señora Cullen, el doctor dice que el señor Cullen está por fallecer. ¿Dónde están el señor Edward y la otra señora Cullen? ¿Dónde está el señor Jasper? Alice dejó escapar una exclamación y se levantó de inmediato, todo el color abandonando su rostro. —Jasper debe estar por llegar de Denver en cualquier momento. He estado aquí esperándolo. No he visto a Edward en todo el día. Tal vez Bella sepa dónde está. La pequeña mujer alzó a su hijo, que descansaba junto a ella en el columpio, y salió corriendo a buscar a su cuñada. BVR Bella pasó la mañana cosechando su huerto, ordeñando las vacas y recogiendo huevos para preparar las canastas de comida que enviaría al pueblo con Festus. No había visto a Edward desde su enfrentamiento en el estudio, y aunque por un lado se alegraba, por el otro se sentía terriblemente triste. Su ausencia le había dado la oportunidad de poner las cosas en perspectiva. Después de una noche sin dormir, decidió que aún necesitaba mantener el acuerdo con la señorita Kitty por el bien del rancho. Había considerado cancelar el trato, pero pronto comprendió que no podía permitir que su orgullo interfiriera con el bienestar de quienes amaba. Después de todo, ni siquiera tenía que ver a la mujer. Enviaría los alimentos con Festus, quien traería el pago cuando regresara. Todavía no había decidido qué haría cuando tuviera que ir al pueblo. Sus emociones estaban demasiado a flor de piel como para pensar con claridad en eso ahora. De vez en cuando, las lágrimas le resbalaban por las mejillas mientras trabajaba, y se las secaba con rabia usando el dorso de la mano. La gente parecía estar evitándola ese día, como si supieran que no estaba en condiciones de hablar. Y, en verdad, no lo estaba. Había mandado a Lauren lejos esa mañana sin motivo alguno, simplemente porque, de pronto, no quiso tener cerca su semblante sereno. Ana María trabajaba en silencio al otro lado de la cocina, preparando la comida del mediodía. Su habitual parloteo estaba ausente, pero de vez en cuando Bella captaba las miradas compasivas de la amable cocinera. Si tan solo hubiera tenido la oportunidad de hablar con Edward antes de que saliera esa mañana, tal vez el dolor en su corazón se habría aliviado. Pero no tenía idea de qué le habría dicho si lo hubiera visto. Lo único cierto era que estaba herida, y cuando se sentía así, su segundo instinto era buscar consuelo en los brazos de él. Suspiró una vez más mientras otra cascada de lágrimas surcaba sus mejillas. Con determinación, terminó de empacar el último huevo entre paja en la caja que Festus había traído y salió a decirle que ya podía cargar el carromato. Festus estaba terminando lo que debía ser su tercer plato de sémola de maíz en el porche. —Señor Haggen, ya están listos los víveres para cargar en la carreta y también tengo la factura de venta. ¿Puede traerla? —Sí, señora, claro que sí. Solo devuelvo este plato a la señora Ana y enseguida la traigo. Se puso de pie y entró a la cocina, dejando a Bella sola en el porche, la primera vez que estaba sola desde que despertó esa mañana. Decidió descansar un momento y disfrutar del cálido sol, probablemente el último que sentiría esa temporada. Se sentó en el lugar que Festus había dejado libre y escuchó un crujido de papel en el bolsillo de su vestido. Sorprendida, se lo palmeó al notar que había algo dentro. No tenía idea de qué podía haber dejado allí. Al meter la mano, sacó una hoja de papel de correspondencia… de Edward. Era una nota para ella, escrita con su inconfundible letra. «Ella era un fantasma encantador» Ella era un fantasma encantadorcuando apareció por vez primera ante mi vista;una bella aparición, enviadapara ser adorno de un momento;sus ojos como estrellas del crepúsculo claro;como el crepúsculo también, su cabello oscuro;pero todo lo demás en ella extraídode la primavera y el alegre amanecer;una forma danzante, una imagen risueña,para rondar, asombrar y acechar. La vi más de cerca,¡Un espíritu, pero también una mujer!Sus movimientos en casa, ligeros y libres,y pasos de doncella en libertad;un rostro en el que se reuníandulces memorias, promesas igual de dulces;una criatura no demasiado luminosa ni buenapara el alimento diario de la naturaleza humana;para penas pasajeras, engaños sencillos,elogios, culpas, amor, besos, lágrimas y sonrisas. Y ahora veo con ojos serenosel verdadero pulso de la máquina;un ser que respira aliento reflexivo,un viajero entre la vida y la muerte;la razón firme, la voluntad templada,resistencia, previsión, fuerza y destreza;una mujer perfecta, noble en su diseño,para abrigar, consolar y mandar;y aún así un espíritu, brillante,con algo de luz angelical. – William Wordsworth Mi queridísima Bella, mi mujer perfecta: Si pudiera retroceder el tiempo y borrar mis errores de juventud, lo haría, aunque me costara todo lo demás, porque te han causado dolor. Si pudiera, aunque tarde, alcanzar la sabiduría de Salomón y comprender que algunas verdades deben saberse, por dolorosas que sean, lo haría con humildad. Haría todo lo que esté en mis manos para borrar el sufrimiento que te causé sin pensar. Por favor, perdóname y permite que este hombre débil, lleno de errores y torpezas, regrese a tu «luz angelical». Desde el día en que tomé tu mano en la estación de Denver, mi corazón fue completamente tuyo, y eso nunca cambiará. Edward     Lloraba tan desconsoladamente que apenas podía ver para releer la carta, pero lo hizo. Su corazón se alivió con cada palabra. Se puso de pie, decidida a encontrar a Edward, cuando sucedieron cuatro cosas al mismo tiempo: Festus llevó la carreta al frente de la cocina, Alice corrió hacia Bella para decirle que Carlisle estaba muriendo, Edward apareció doblando la esquina del granero mientras guiaba un novillo desde el potrero bajo, y cinco miembros de la Nación Ute surgieron entre los árboles.
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