La gallina
22 de octubre de 2025, 10:39
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Capítulo 23: La gallina
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Después de pescar varios peces, los Crowley regresaron a la cocina. Ya era bien entrada la noche, pero Abraham se estaba divirtiendo tanto pescando que Tyler no tuvo corazón para interrumpirlo hasta que tuvieran suficiente pescado para una comida.
—Tyler, ¿por qué está ese novillo en el campo de trigo? —Lauren señaló al enorme animal que se daba un festín con el grano ya casi maduro.
Tyler no tenía idea de por qué el novillo estaba allí, salvo que quizá se había alejado del resto del ganado. Se encogió de hombros, le entregó la ristra de peces a su esposa y se metió en el trigo alto para ver si podía sacar al animal antes de que causara demasiado daño.
Se sorprendió al ver que el animal tenía una cuerda de guía. Tyler se quedó perplejo. Sabía que normalmente los novillos no llevaban ese tipo de cuerda, así que debía haber una historia detrás de este. Agarró la soga y le chasqueó la lengua al animal dócil, guiándolo hasta donde lo esperaban Lauren y los niños.
—¿Para qué es la cuerda, Tyler?
Tyler solo se encogió de hombros.
—No sé, pero apuesto a que el patrón tiene algo que ver con esto. Llevémoslo.
La pequeña familia siguió subiendo la colina, pero al dar la vuelta en una curva, se sorprendieron al ver una carreta tirada por dos caballos al costado del camino. Los caballos pastaban tranquilamente la hierba que crecía al borde. Ni los caballos ni la carreta le resultaban familiares a Tyler, pero Lauren sí sabía de quién eran.
—¿Festus? ¿Yujúúú, Festus? ¿Estás ahí? —llamó. Una voz temblorosa respondió:
—Shhhh… cuidado, muchacha. Hay indios por aquí.
La voz venía de la parte trasera de la carreta, así que Tyler se acercó y asomó la cabeza para encontrar a un Festus Haggen acurrucado como una bola en el fondo.
—¿Indios? —preguntó Tyler.
—Sí —respondió el hombre aún en susurros.
—¿De qué tribu?
—No lo sé. ¿No son todos iguales?
—Para nada. ¿Cuántos viste?
—Por lo menos una docena —Festus volvió a agacharse en la caja dela carreta.
—Mmm —Tyler estaba disgustado por el comportamiento de Festus—. ¿Iban a caballo?
—Sí, iban.
—¿Viste sus armas?
Hubo una pausa antes de que Festus respondiera con un alargado—: Nooo...
—Será mejor que lleves tu carreta de vuelta a la casa. A la señorita Kitty no le va a gustar que regreses al pueblo con las manos vacías. —Tyler sabía que probablemente la señorita Kitty le arrancaría la cabeza a Festus si lo hacía. Era una mujer que decía lo que pensaba y pensaba lo que decía, y esperaba lo mismo de todos los que trataban con ella, especialmente de sus empleados.
Festus pensó un momento en lo que Tyler había dicho y, dándose cuenta de que seguramente ya había pasado la hora de la cena, supuso que bien podía regresar a la cocina. Lo más probable era que el grupo de guerra ya hubiese acabado con todos allí y se hubiese marchado. Recordó que había algo de buena carne de oso cocinándose en la estufa. Tal vez los indios la habían dejado, sin saber que era un manjar. Además, le desagradaba más enfrentarse a la señorita Kitty con la carreta vacía que enfrentarse al camino con el estómago vacío. Tal vez podría llevarse un poco de esa carne de oso con él.
Así que Festus dio la vuelta a la carreta y siguió a los Crowley colina arriba. Se aseguró de mantenerse bien detrás de la pequeña familia y del novillo que llevaban, por si alguno de los nativos aún rondaba por allí.
Cuando llegaron a la casa, Tyler se alegró al ver a unos viejos amigos construyendo lo que debía ser un sweat lodge en medio del patio. Les gritó algo en su idioma y se acercó tranquilamente a donde estaban trabajando, guiando al novillo con él.
Lauren observaba pacíficamente su animada conversación. No entendía una palabra, pero Tyler parecía estar pasándola bien. No le sorprendía que su esposo supiera el idioma nativo. Por su experiencia, Tyler lo sabía todo y podía hacer cualquier cosa.
—Lauren, trae a Abraham y a Lee para acá.
Lauren llevó a Abraham al lado de su padre colocando una mano sobre su hombro para guiarlo hacia adelante, y cargaba al pequeño Lee en brazos. Con ojos suaves, Tyler dijo el nombre de su esposa y luego, señalando a sus hijos uno por uno, dijo sus nombres.
La conversación continuó hasta que Lauren le comentó a Tyler:
—Necesito encargarme de estos peces.
Tyler asintió en señal de acuerdo, así que ella se dirigió a la cocina. Festus los había seguido, pero al ver a los nativos trabajando pacíficamente en el patio, tomó el camino largo hasta la cocina.
Allí lo recibió Ana María:
—Ahí estás, gallina. Guardé la leche en la cava fría, pero el resto del pedido de la señorita Kitty está en las cajas y canastos junto a la puerta.
Festus se quitó el sombrero al entrar en el edificio y preguntó con timidez:
—¿Qué hay de cena, señora?
Ana María hizo una mueca:
—Ya cenamos, pero puede que hayan quedado unos frijoles.
—Ah, pensé que iban a comer de esa carne de oso —dijo mientras olfateaba el aire para ver si alcanzaba a olerlo.
—Y comimos. —Sí, quedaba bastante carne de oso, pero Ana María había calado a Festus desde que lo conoció. Cruzó los brazos sobre el pecho, desafiándolo a insinuarse en otra comida gratis.
—Vamos, pendejo, —dijo Juan Carlos al pasar con los brazos llenos de productos—. Vamos a cargar tu carreta. Te prepararé algo para que comas en el camino. Estoy seguro de que tu patrona ya se pregunta dónde estás.
Ana María comenzó a murmurar en español por lo bajo, fulminando a Festus con la mirada. Juan Carlos le gritó desde la puerta:
—Mi amor, basta. El hombre es muy pendejo, pero ya se va.
Movió la cabeza en dirección a la pila de productos junto a la puerta y miró a Festus, indicándole que debía tomar algo y seguirlo. Dándose cuenta de que ya había agotado la paciencia de todos, Festus suspiró y se agachó de mala gana para recoger un balde de huevos empacados en paja. Cargó la carreta con la ayuda de Juan Carlos. Ana María salió en el último momento para traer dos latas de leche y un poco de mantequilla que había batido esa mañana. Cargaron todo en la carreta y luego Juan Carlos le entregó a Festus un pequeño paquete envuelto en papel kraft.
—¿Y el novillo? —preguntó Festus, mirando con desánimo el sándwich envuelto.
—¿Novillo? —repitió Juan Carlos, evidentemente sin entender.
—La señorita Kitty quería comprarle un novillo al señor Cullen. Tal vez debería esperar aquí hasta que podamos preguntarle —sugirió con entusiasmo mientras empezaba a bajarse de la carreta.
Justo en ese momento, Lauren pasaba con los peces rumbo a la cocina. Al oír el comentario de Festus, se detuvo:
—Encontramos un novillo en el campo de trigo con una cuerda puesta. Tal vez era ese el que el patrón pensaba venderle a la señorita Kitty. Abraham, ve corriendo con tu padre y dile que necesitamos traer al animal aquí.
El niño salió corriendo y, unos minutos después, Tyler regresó con el novillo.
—Llévalo despacio, Festus. No es un caballo de carreras. No querrás que pierda la grasa en el camino al pueblo —le dijo mientras ataba rápidamente la cuerda del animal a un amarre en la parte trasera de la carreta.
Con resignación, Festus se acomodó de nuevo en el asiento y tomó las riendas.
—Ánimo, caballos. Será mejor que volvamos al pueblo.
Con un traqueteo y un tirón, la carreta y el novillo avanzaron cruzando el patio y bajando la colina hacia el camino.
Al menos tenía un sándwich para comer en el camino.
BVR
Bella estaba bañando a su hija antes de acostarla. Joy adoraba chapotear en el agua, moviendo sus manitas y piernitas a toda velocidad mientras reía y balbuceaba. Bella se reía con ella.
—No importa cuán oscuro sea el día, Joycita, tú iluminas mi corazón.
La levantó con cuidado, la envolvió en una toalla y la llevó al cambiador que Tyler había construido para ella. Después de secarla y cambiarla, se acomodó para amamantarla hasta que se durmiera. La pequeña dormiría tranquila hasta la madrugada, luego despertaría para otra toma y, como buena niña, volvería a dormirse hasta el amanecer. Bella sabía que era afortunada de tener una bebé tan tranquila.
Mientras la mecía en brazos, le cantaba una antigua canción que su madre le había cantado a ella y a su hermano, y que antes su abuela también había cantado a sus hijos:
—Duérmete, niñita, no digas nada, papá va a comprarte una calandria blanca. Y si la calandria no quiere cantar, un anillo de diamantes te va a comprar. Y si ese anillo no quiere brillar…
—Más le vale brillar —interrumpió una voz suave.
El corazón de Bella dio un vuelco al ver a su esposo parado en la puerta del dormitorio. Aún sentía una leve punzada de dolor por la decepción reciente, pero el amor que sentía por él -y el que sabía que él sentía por ella- contrarrestaba en gran parte esa herida.
—¿Le vas a comprar un diamante a Joy, Edward? —bromeó.
—No exactamente, pero sí le compré uno a su madre… o varios, en realidad —dijo, entrando con paso tranquilo y mostrando una pequeña caja de joyería.
—Edward, no deberías gastar dinero en mí así —respondió ella con culpa, sabiendo que las ganancias del ganado no habían sido las mejores ese año. Odiaba pensar que él hubiera comprado algo tan costoso cuando bien podía haberse usado para el rancho.
Él se agachó frente a sus dos chicas y les sonrió:
—Un hombre tiene derecho a demostrarle a su esposa cuánto la ama. Esto es solo una pequeña muestra de ese amor. Y no es suficiente. —Abrió la caja y, entre algodón, había un hermoso broche de zafiro estrellado con diamantes.
Bella soltó un suspiro y dijo:
—Edward, es precioso… —Extendió un dedo para tocarlo con delicadeza. Nunca había visto un prendedor tan hermoso.
Él lo sacó de la caja y lo prendió al corpiño de su vestido.
—Se ve precioso en ti. La estrella en el zafiro me recuerda el brillo de tus ojos. El joyero me dijo que los zafiros son especiales para los nacidos en septiembre.
Su cumpleaños había pasado hacía una semana, mientras él estaba en la travesía. Como era costumbre, los cumpleaños de los adultos no se celebraban como los de los niños, y sinceramente no había pensado en el suyo hasta que cambió la hoja del calendario en el escritorio de Edward y vio la fecha. También vio que él había escrito con cuidado «Isabella Cullen» en la hoja vacía. El hecho de que la hubiera escrito en su honor ya había sido suficiente regalo. Le alegró el corazón saber que él lo había recordado.
—¿Compraste el broche en Denver?
—Sí. Y también te compré algo para guardarlo.
Bella lo miró, preguntándose a qué se refería.
—Juan Carlos lo bajó del carro cocina, pero quería darte la sorpresa, así que lo dejé en el granero hasta poder contártelo. Es un tocador. Bastante elegante. Tiene una caja de joyería incorporada, un espejo de buen tamaño y espacio para tu cepillo y peine. Hay un banquito para sentarte y cajones a los lados.
Los labios de Bella se curvaron en una pequeña sonrisa mientras lo escuchaba describirlo con entusiasmo. En momentos así, podía ver al niño que él había sido alguna vez. Sus ojos brillaban mientras hablaba, y comprendió que esos regalos eran su forma de expresar amor. Sabía que, si lo reprendía por el gasto, le dolería en el alma, y ya habían tenido suficiente dolor entre ellos en el último día.
Se inclinó hacia él y lo besó en los labios.
—Gracias, esposo —susurró, apartándose un poco para mirarlo a los ojos verdes llenos de esperanza.
Sabía que él estaba feliz, pero con cautela, aún con el peso del arrepentimiento por el daño que le había causado. Saldrían adelante de este bache. No tenía deseos de castigarlo, pero también necesitaba dejar de castigarse a sí misma con pensamientos del pasado… su pasado.
Déjalo ir, Bella. Tienes que soltarlo.
Le sonrió, pero no antes de que él viera el dolor que aún sombreaba sus ojos, y eso le apretó el corazón. Deseaba abrazarla y acercarla tanto, tanto, que sus cuerpos se fundieran en uno solo y no quedara más espacio para el dolor, solo amor y perdón. Pero con la pequeña Joy aún mamando, ni siquiera podía intentarlo.
Aunque de haberlo hecho, sabía que no funcionaría. Comprendía que era algo que Bella debía resolver por sí misma. No podía forzarla. No podía apresurarla. Solo le quedaban la paciencia y la constancia.
La besó en la mejilla y luego se inclinó a besar a Joy. Después se puso de pie.
—Será mejor que vaya a ver cómo están mi padre y madre.
—¿Cómo va todo allá afuera?
—Hasta ahora, todo parece bien. Wiani Muatagoci está dentro del sweat lodge con padre, entonando cánticos, echando agua sobre las piedras para hacer vapor y quemando alguna hierba que, al parecer, limpia los pulmones. Uno de los Utes está afuera, junto a ellos, tocando un tambor y pasándole leña de vez en cuando.
—¿Crees que eso ayudará a tu padre?
—No creo que le haga daño. Y tal vez lo ayude. Eso espero.
—¿Cuándo lo sabremos con certeza?
—Tyler dice que puede tomar un día y una noche completos, pero nada es seguro.
—¿Tyler? ¿Por qué él lo sabría?
Edward soltó una risa baja.
—Tyler vivió con esa tribu un tiempo, antes de irse a trabajar con el señor Black. De hecho, es buen amigo de algunos de los que están aquí ahora. Creo que se quedarán a pasar la noche junto a su cabaña. No me sorprendería si Tyler acampa con ellos.
—¿Quién diría que Tyler ha tenido una vida así? —Bella negó con la cabeza, asombrada.
—Sí. Siempre ha sido todo un personaje —Edward sonrió a su esposa y luego se volvió para salir por la puerta.
—Edward… —Él se giró al escucharla, con las cejas alzadas, atento a su llamado—. ¿Vas a volver conmigo esta noche, verdad?
Su sonrisa fue deslumbrante.
—¿A dónde más iría?
Joy se había dormido hacía rato y Bella ya había terminado sus quehaceres nocturnos. Bajó la intensidad de las lámparas en toda la casa y les deseó buenas noches a Jasper, Alice y el pequeño Brandon cuando subieron a su dormitorio. Ella y Alice habían pasado la tarde limpiando la habitación de enfermo de Carlisle. Pusieron las sábanas a remojar en agua caliente con jabón para lavarlas al día siguiente y, por supuesto, se lavaron bien las manos, recordando que debían proteger a sus pequeños del contagio.
Fue un alivio sacar de la casa el hedor de la pomada de azufre. Bella salió al porche delantero de la casa principal, donde Esmé estaba envuelta en gruesas mantas, sentada en el columpio del porche. Estaba situada a solo unos metros del sweat lodge donde Carlisle permanecería hasta curarse... o no. Esmé no quería estar lejos de su esposo, así que había decidido quedarse allí toda la noche. Por fortuna, la temperatura era inusualmente templada. Edward había pasado casi toda la velada con ella, escuchando juntos los cantos suaves que venían desde la choza y hablando en voz baja de los recuerdos compartidos del pasado y sus esperanzas para el futuro.
Al salir al porche, Bella dijo:
—Buenas noches, mamá Esmé.
—Buenas noches, hija —respondió Esmé—. Con suerte, mañana tendremos de vuelta a Carlisle, revivido.
—Eso estoy rogando —Bella sonrió.
Miró a su esposo y le susurró un suave buenas noches.
—Estaré contigo en un momento, mi amor.
Asintiendo, Bella cerró la puerta y cruzó la gran sala hacia su dormitorio. Esa noche iba a orar con fervor; por Carlisle, por Esmé y también por sí misma. Rezó para poder controlar sus celos, porque sabía que no tenía motivos para temer que la señorita Kitty pudiera robarle a su devoto Edward. Y esta noche se aseguraría de ello. Sonrió con picardía mientras se preparaba para ir a la cama.
Unos minutos después, Edward abrió la puerta del dormitorio y encontró solo una lámpara tenue encendida y a Bella acurrucada bajo las mantas. No se movía y parecía tener los ojos cerrados. Bueno, había tenido un día difícil y, en verdad, Edward estaba simplemente feliz de que ella quisiera que compartieran la cama esa noche. Estaba contento de poder abrazarla mientras dormía, aunque una pequeña voz -específicamente, la que venía de debajo de su cinturón- no opinaba lo mismo.
Se quitó rápidamente la ropa y se puso la camisa de dormir. Fue a revisar a Joy, que dormía en su cunita. Le maravillaba lo rápido que estaba creciendo. Pronto tendrían que cambiarla a una cuna más grande. Edward posó una mano suave sobre su cabeza y le dijo una bendición, luego se volvió para meterse a la cama con su esposa.
Se inclinó para abrazarla… y se quedó sin aliento. Bella no tenía ni una sola prenda puesta. Abrió los ojos, con una sonrisa traviesa en los labios, y susurró:
—Esta noche hace mucho calor, demasiado para usar ropa, creo yo.
Edward no tardó en unirse a ella, al darse cuenta de que, en realidad, hacía demasiado calor para llevar ropa. Bella le rodeó el cuello con los brazos en cuanto él tiró la camisa al suelo y le rozó los labios lentamente con los suyos, sin apenas tocarlos. El corazón de Edward empezó a latir con fuerza mientras la atraía hacia sí y le susurraba con voz entrecortada—: Bella.
De repente, ella se colocó encima de él mientras él yacía boca arriba y comenzó a besar y chupar su cuello mientras sus piernas rodeaban sus caderas. Se frotó contra él y pudo sentir cómo él se esforzaba por ella, pero no iba a satisfacerlo tan rápido. Primero necesitaba saber algo.
Ella le agarró el pelo con las manos y le levantó la cara hacia la suya mientras le miraba a los ojos—: Eres mío, Edward Cullen, ahora y para siempre.
Lo besó con fuerza y profundidad y se empujó contra él. Edward gimió y le agarró las nalgas mientras ella comenzaba a balancearse con fuerza contra él hasta que la cama empezó a protestar. Pero ninguno de los dos se preocupó por ello. Estaban demasiado perdidos en el momento, el uno en el otro y en su felicidad.
—Eres mío, Edward Cullen —dijo Bella entre dientes, mientras el deseo se apoderaba de ella—. ¡Mío!
Se abalanzó sobre él una y otra vez y sintió que se rompía en mil pedazos cuando el clímax la abrumó. Jadeó y arqueó la espalda, dejándose llevar por las oleadas que inundaban cada centímetro de su cuerpo. Cayó hacia delante, desplomándose sobre el pecho de su marido, pero él aún no había terminado con ella. Edward la giró sobre su espalda, le levantó las piernas por encima de sus hombros y la penetró profundamente una y otra vez.
Las sensaciones que le provocaba esta nueva posición eran exquisitas. Se inclinó un poco y, como un buen vaquero, cambió su ritmo de trote a galope y finalmente a galope tendido hasta que explotó en un éxtasis de placer.
El mundo a su alrededor se desvaneció, y solo quedaron ellos dos... juntos, flotando, entrelazados por siempre y para siempre.
—Mío —susurró Bella mientras se dejaba llevar por el olvido.
—Tuyo —murmuró Edward al unirse a ella.
BVR
Esmé se quedaba dormida una y otra vez mientras estaba sentada en el columpio del porche delantero. Estaba abrigada y cómoda, y curiosamente reconfortada por el canto curativo de los Ute para su esposo.
Sin embargo, poco a poco, empezó a notar un golpeteo rítmico que venía de algún lugar detrás de ella. Miró a su alrededor, pensando que el tamborileo del asistente del chamán había cambiado de ritmo y se estaba reflejando de forma extraña en la casa… pero no, él seguía golpeando suavemente el tambor justo al frente. No, ese ruido venía desde dentro de la casa, de algún lugar al otro lado del gran salón. Sus ojos se agrandaron al darse cuenta y negó con la cabeza.
Acomodó de nuevo su manta y su almohada, y murmuró:
—Le dije a esa niña que se asegurara de alejar la cama de la pared.
Luego, cerró los ojos y se dejó llevar por el sueño.