Los Cullen de Colorado
22 de octubre de 2025, 10:39
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Capítulo 24: Los Cullen de Colorado
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Bella tenía algo que necesitaba hacer, algo que había estado postergando durante semanas. El sentimiento de temor que acompañaba a la sola idea de esa tarea la hacía parecer peor de lo que realmente era, de eso estaba segura.
Desde que Edward le había revelado su pasado con la señorita Kitty, había una sombra en su corazón y no sabía bien por qué. Sabía que Edward le era completamente fiel y confiaba en que seguiría siéndolo. Entendía que él era joven y estaba solo cuando se relacionó con aquella mujer mayor, y que todo había ocurrido muchos años antes de que siquiera pensara en anunciarse en el Matrimonial News.
Sabía que Edward estaba enamorado de ella, porque siempre se lo decía, tanto con palabras como con actos. Racionalmente, sabía todo eso, pero aun así, la amarga sombra del resentimiento permanecía. Le molestaba en el corazón y enturbiaba sus sueños, hasta que ya no pudo seguir cargando con ello. Quería que desapareciera, y la única forma que conocía de lograrlo era enfrentarse a su miedo cara a cara. Iba a hablar con la señorita Kitty.
Esa mañana, después de que los hombres se marcharon a los campos, Bella le pidió a Seamus que ensillara a Tanya. Al cambiarse y ponerse su atuendo de montar, se prendió en el cuello el broche que Edward le había regalado como símbolo de confianza. Con el sombrero en ángulo audaz y el conjunto de montar cuidadosamente planchado, se paró frente al espejo de cuerpo entero y observó su reflejo con mirada crítica. Vio su cabello castaño, recogido prolijamente en un moño apretado para que no se alborotara con el viento, grandes ojos marrones que revelaban una curiosa mezcla de temor y determinación, un cutis claro, una figura ordenada pero generosa que reflejaba su maternidad, y labios amplios tensos en una línea seria ante la idea de su cometido. Definitivamente no era tan llamativa como cierta pelirroja escultural, pero sería suficiente.
Se despidió de Alice y Esme y le dio un beso en la cabeza a la pequeña Joy.
—Volveré antes del almuerzo, no se preocupen.
—Llevas compañía contigo, ¿verdad, Bella? —preguntó Esme mientras hacía reír a Joy sobre sus rodillas.
—Seamus va a montar conmigo hasta el pueblo. Estaré bien.
—Muy bien, querida. Que tengas un buen viaje.
De hecho, el hombre la esperaba afuera de la casa con Tanya y su propio caballo, y comentó:
—Es un buen día para cabalgar, señora.
—Eso es, Seamus —le sonrió amablemente mientras él la ayudaba a subir a la silla.
El viaje hasta el pueblo tomó poco más de una hora y, al llegar, se dirigieron directamente al salón. Seamus se acomodó en la barra y pidió un trago de whisky mientras esperaba a que su patrona terminara sus asuntos.
Kitty Russell solía pasar las mañanas en el despacho de sus habitaciones privadas, en la parte trasera de su establecimiento. Estaba satisfecha mientras se sentaba en su escritorio y revisaba sus libros de cuentas. Había trabajado duro por todo lo que tenía y se lo había ganado honestamente. Su salón, restaurante y casa de huéspedes eran prósperos, y estaba perfectamente feliz de ser una mujer sola, dueña de su propio destino. Nunca había deseado atarse a ningún hombre, aunque algunos habían intentado hacerla cambiar de opinión en el pasado. Con unos pocos lo había considerado… durante unos cinco minutos. En líneas generales, estaba contenta de ser una mujer independiente y le enorgullecía saber que su habilidad para los negocios era lo que la mantenía así.
Se sorprendió cuando Festus golpeó su puerta y le dijo que la señora de Edward Cullen quería hablar con ella. Edward… Sonrió al pensar en él… había sido un buen amigo a lo largo de los años. No habían tenido tratos directos desde mucho antes de que él se casara, pero aún intercambiaban saludos ocasionalmente cuando él estaba en el pueblo. Se había mostrado dudosa cuando él llevó a la pequeña virginiana a Bear Valley, pero pronto había quedado cautivada por el encanto y la fuerza de carácter de Bella. Había aprendido a respetar a Bella Cullen. La esposa de Edward tenía agallas, una cualidad que Kitty reconocía en sí misma cuando tenía su edad.
Kitty le dijo a Festus que hiciera pasar a la señora Cullen, y que luego pidiera a la cocinera que les llevara té y pastelillos. Se puso de pie apenas Bella entró.
—Bienvenida, señora Cullen. ¡Qué placer verla! Por favor, siéntese y póngase cómoda.
—Gracias, señorita Kitty, pero por favor llámeme Bella. Le agradezco que se tome el tiempo para hablar conmigo.
—¿Cómo marcha nuestro acuerdo hasta ahora?
—Muy bien, gracias. Espero que los precios le parezcan justos.
—Sí. Usted ha sido muy razonable. Lamento que Festus haya sido una molestia, pero es del único del que puedo prescindir por un día.
—No representa ningún problema. No me molesta lo que come y duerme en la carreta. Nuestra cocinera y su esposo se burlan de él terriblemente, pero no creo que él lo note, ya que lo comentan en su idioma. —Los ojos de Bella brillaron de diversión al pensarlo.
El brillo en sus ojos hacía juego con la estrella del broche que llevaba puesto, y Kitty lo notó.
—Qué hermoso prendedor llevas.
Bella llevó una mano al broche en su cuello y sonrió.
—Gracias. El señor Cullen me lo compró cuando fue a Denver en septiembre.
La señorita Kitty suspiró y una expresión soñadora se posó en su rostro.
—Nunca he visto a un hombre tan enamorado, Bella.
Bella parpadeó y se sonrojó.
—Soy muy afortunada de tener un esposo así. Correspondo a sus sentimientos de todo corazón.
—Eso es maravilloso. Edward, ejem, el señor Cullen, es un muy buen hombre. Se ha merecido la felicidad desde hace tiempo.
Sin quererlo, el comentario de la señorita Kitty tropezó justo con el tema que Bella deseaba abordar.
—Puede llamarlo Edward, señorita Kitty. Sé que una vez fueron muy buenos amigos.
Ahora fue el turno de Kitty de parpadear. ¿Qué quería decir exactamente Bella con eso? La miró fijamente a los ojos, entendiendo que Bella lo sabía todo. Oh, cielos. ¿De qué se trataría esta conversación? Esperaba que no significara el fin del acuerdo comercial con Bear Valley Ranch. Era beneficioso para ambas partes.
La señorita Kitty no sabía exactamente qué decir, así que simplemente dijo—: Ya veo.
Bella asintió, con las mejillas enrojecidas.
—Lo supe después de que acordamos lo del negocio.
—Bella, fue hace mucho, mucho tiempo.
—Lo entiendo, pero se siente… se siente horrible. —Bella se mordió los labios para no temblar ni dejar que se le llenaran los ojos de lágrimas.
La señorita Kitty se recostó en su silla justo cuando un suave golpeteo en la puerta anunció la llegada de la cocinera con el refrigerio. Bella pudo recobrar la compostura durante la pausa y, cuando la cocinera se retiró cerrando la puerta, logró sostener la mirada compasiva de Kitty.
La señorita Kitty se inclinó para servir el té pero preguntó:
—Bella, ¿amas a tu esposo?
Bella se sorprendió de que le hicieran una pregunta tan obvia.
—Lo amo con todo mi corazón; cada día lo amo más.
Kitty sonrió con dulzura y asintió.
—¿Y por qué lo amas?
Bella reflexionó un momento y dijo:
—Admiro al hombre que es. Es bueno hasta los huesos. Es leal y sabio. Trabaja duro pero también se toma el tiempo de disfrutar las cosas simples. Es un padre maravilloso. Es atento y no teme demostrar cuánto le importo. Es un buen hombre de negocios y tiene la inteligencia que eso requiere. Ama leer y es generoso con sus bienes y su tiempo con quienes lo necesitan. Creo que es el hombre más perfecto que he conocido. Es un honor ser su esposa y una bendición ser amada por él.
Bella se sorprendió a sí misma con ese desahogo y finalmente se detuvo, mirando a Miss Kitty, asombrada y un poco avergonzada por su repentina verbosidad.
Kitty se inclinó hacia adelante y dijo con sinceridad:
—¿No sabes, Bella, que una persona es la suma de todas sus experiencias? Todo lo que pasó en la vida de Edward, tanto lo bueno como lo malo, lo hizo el hombre que es hoy; el hombre al que amas y admiras tanto. Todos cometemos errores, incluso Edward, pero si tenemos la sabiduría para aprender de ellos, salimos mejor parados. Nos enseña humildad, generosidad y compasión.
»No digo que lo que pasó hace tantos años esté bien o mal, solo que ayudó a formar al hombre que amas. Sin todas sus experiencias, no sería el Edward que tú conoces. ¿Querrías que fuera diferente?
Bella suspiró y dijo:
—No. No puedo imaginarlo de otra forma. No quisiera que fuera distinto ni un ápice.
Kitty se encogió de hombros y dijo con ironía:
—Entonces, ¿por qué se siente horrible?
Bella se levantó y empezó a caminar por la habitación.
—Porque no soporto pensar que sus brazos alguna vez estuvieron así alrededor tuyo, o que tus labios tocaron los suyos, mucho menos…
—¿Entonces lo que sientes es simplemente que tu hombre es tuyo y de nadie más?
Bella se detuvo en seco y se volvió hacia Kitty.
—Maldita sea, tienes razón.
—Es exactamente lo que deberías sentir. Él es tu hombre, y no creo que haya una sola persona que los conozca a ambos que diga lo contrario. Además, tú eres su mujer, y estoy segura de que él siente lo mismo por ti.
Bella asintió de repente, entendiendo que todo lo que la señorita Kitty decía era verdad. Sabía que Edward tenía experiencia carnal, y eso nunca le había molestado… hasta que descubrió que fue la señorita Kitty quien le enseñó. De hecho, antes de eso, recordaba haberse sentido agradecida de que él no fuera tan inexperto como ella cuando se casaron. Él había sido paciente y tierno con ella, y le enseñó lo maravilloso que podía ser el tiempo íntimo entre marido y mujer.
Lo que sentía era simplemente celos, y eso era más una falla suya que de su esposo.
BVR
Edward observaba cómo la cosechadora que Carlisle le había regalado cortaba el campo de trigo con una eficiencia asombrosa. Estaba maravillado de la rapidez con la que recogía su cosecha. Para el final del día, todo el trigo estaría cosechado y listo para guardarse en el granero. Tendría suficiente grano para suplementar a su ganado durante el invierno y aún le sobraría para vender a otros ranchos de la zona. Era una ganancia inesperada.
Chasqueó la lengua y presionó suavemente con la rodilla el costado de Kate para girarla en dirección a la casa principal. Se acercaba la hora de la comida y quería llegar unos minutos antes para poder asearse un poco. Había estado a caballo toda la mañana y estaba seguro de que, si Bella lo olía en ese momento, no sabría dónde terminaba la yegua y dónde empezaba él.
Las cosas se habían estabilizado en casa en las últimas semanas. Su padre salió del sweat lodge débil, pero en camino a la recuperación. La fiebre había cedido, la infección en los pulmones había desaparecido y poco a poco estaba recuperando fuerzas. Edward estaba convencido de que la recuperación rápida de Carlisle tenía mucho que ver con los cuidados tiernos y dedicados de su madre.
El grupo de los Ute se quedó con ellos durante una semana, y Edward tenía la esperanza de que entre el rancho y la tribu se desarrollara una relación duradera. Parecía que ambos podían aprender y beneficiarse mutuamente.
El doctor Banner pasó un tiempo con el chamán, pero como el anciano incorporaba la espiritualidad a sus tratamientos, era divertido observar la expresión de total desconcierto del médico al tratar de distinguir entre lo que él llamaba «superchería» y lo que realmente funcionaba. Wiani Muatagoci insistía con la misma firmeza en que no podía existir una cosa sin la otra.
El emprendimiento de Bella con la señorita Kitty marchaba sin contratiempos. Como un reloj, Festus llegaba cada cuatro días a recoger los víveres para el restaurante de la señorita Kitty -y a conseguir algunas comidas gratis para él mismo-, para absoluto desprecio de Ana María. Solía llegar justo antes de la cena y marcharse una hora después del desayuno del día siguiente. La señorita Kitty era bastante estricta con la hora de regreso al pueblo y parecía que Festus le tenía más respeto a ella que a su propio estómago, así que cumplía. Uno de estos días, pensó Edward con una sonrisa torcida, Festus iba a descubrir lo que realmente significaba la palabra «pendejo», y ese día sería digno de ver.
Los madereros acababan de marcharse del rancho y Edward tenía un buen bono para depositar en su cuenta la próxima vez que fuera al pueblo. El terreno recién despejado aumentaría la extensión de pasto disponible, y eso le permitiría incrementar el tamaño de su hato. Bear Valley Ranch seguía creciendo. Con los ingresos extra que Bella aportaba gracias a su huerto, a la venta de leche y huevos, cualquier déficit que él había previsto por la mala venta de ganado había desaparecido. Además, tenía la esperanza de vender el equipo agrícola extra que su padre había traído consigo al llegar. Por primera vez en varios meses, sentía que podía respirar con tranquilidad.
Después del malestar inicial por las revelaciones sobre su pasado, el estado de su matrimonio era tan satisfactorio y placentero como siempre, o incluso más. De hecho, parecía que el enojo de Bella le había traído una especie de beneficio… aunque jamás lo admitiría frente a ella. Recordaba perfectamente la primera vez que hicieron el amor tras aquella discusión: ella se comportó como una mujer poseída. Para su deleite, había tomado el control durante el encuentro -lo marcó y reclamó-. A la mañana siguiente, cuando él y Jasper salieron a trabajar, tuvo que soportar las bromas de su hermano sobre las marcas en su cuello y los ruidos que se habían escuchado por toda la casa la noche anterior, pero en su opinión, todo había valido la pena. La experiencia fue intensamente excitante y, incluso al recordarla, tuvo que acomodarse un poco en la silla de montar mientras Kate lo llevaba de regreso.
Desensilló a su yegua, la limpió con un trapo y luego le dio un poco de grano antes de soltarla en el potrero. La vio trotar hasta el lado de su hermana Tanya y sonrió. Un buen caballo hacía a un buen vaquero, y esas dos yeguas eran las mejores. Se sorprendió al ver que el semental blanco se acercaba galopando para olfatear a Kate. Tal vez estaba entrando en celo. Usualmente, el semental no prestaba atención a su harén a menos que sus «impulsos» lo mandaran. Edward se alegró. Kate tendría potros excelentes.
Mientras se lavaba en la caseta de baño, escuchó un suave golpe en la puerta.
—¿Quién es?
—Bella.
Se había quitado la camisa y tenía los brazos fuera de su enterizo, de modo que estaba con el torso desnudo y podía lavarse bien el sudor del cuerpo. Cuando abrió la puerta, su esposa tuvo una buena vista de sus músculos firmes y su abdomen plano. Ella contuvo el aliento. Él sonrió y la atrajo dentro del pequeño cuarto, cerrando la puerta y girando el pasador para asegurarla.
Con la espalda apoyada contra la puerta, le sonrió:
—Es bueno verte, esposa.
Ella le devolvió la sonrisa y le tendió los brazos. Ante la invitación, él la abrazó y la levantó para poder besarla como era debido. Sus fuegos artificiales habituales estallaron y sus corazones se aceleraron al encontrarse labios con labios. El sabor y la sensación de él casi hicieron que Bella olvidara por completo por qué había interceptado a Edward en primer lugar.
Cuando se separaron, Edward hundió el rostro en su cabello y le murmuró al oído:
—¿Tenemos tiempo para un encuentro? —preguntó, presionando sus caderas contra ella.
Bella suspiró con pesar.
—Tengo que confesarte algo, Edward, y puede que después ya no quieras.
Edward resopló incrédulo, sabiendo que siempre desearía hacer el amor con su esposa, pero se echó hacia atrás y la miró con una sonrisa, esperando a que continuara.
—Hoy fui al pueblo. Seamus me acompañó. —Edward se sorprendió, aunque no le desagradó enterarse del recado—. Fui a ver a la señorita Kitty.
Oh. La sonrisa se desvaneció de su rostro, preguntándose qué tormenta le esperaba a raíz de esa visita. Aun así, no soltó a su esposa.
—Me di cuenta de algo, Edward. No he sido honesta conmigo misma ni contigo. La razón por la que me afectó tanto tu antigua relación con la señorita Kitty fue porque estaba… estaba celosa —le costó admitirlo.
Edward se sorprendió porque él sabía que Bella había estado celosa desde el principio.
—¿No lo sabías? —preguntó.
—No. Nunca antes había sentido celos. Siempre me enseñaron que eran impropios y pecaminosos, así que cuando estas emociones tan violentas empezaron a surgir solo con imaginarte con ella… —su voz se endureció solo de explicarlo.
Él sonrió con ternura y la atrajo más cerca.
—Bella, saca eso de tu mente. No hay comparación. Nada de lo que haya vivido antes se acerca a lo que tú y yo compartimos. Ni remotamente, ni en mil millas. Nadie me ha hecho sentir lo que tú me haces sentir. Lo supe desde el principio. No hay otra mujer en el mundo para mí. Nunca la habrá.
Hundió el rostro en su cabello y le susurró al oído:
—«Si dos fueron uno, entonces sin duda lo somos.
Si alguna vez un hombre amó a su esposa, entonces yo a ti.
Si algún hombre fue feliz con su esposa,
Compárense conmigo, si pueden.
Valoro tu amor más que todas las minas de oro,
Más que todas las riquezas del Oriente.
Mi amor es tal que ni los ríos lo apagan,
Ni otra cosa sino tu amor puede corresponderme.
Tu amor es tal que no tengo cómo pagarlo.
Ruego que los cielos te lo retribuyan con creces.
Y mientras vivamos, perseveremos en amor
Para que, cuando no vivamos más, vivamos para siempre».
Bella suspiró y se relajó en sus brazos, finalmente escuchando lo que ahora comprendía que necesitaba oír, aunque ya lo supiera en su corazón.
—Además, mi amor —dijo Edward riendo—, prefiero a las de cabello castaño.
BVR
Después de que Bella le diera un golpe juguetón en el brazo a Edward entre risas, se besaron y abrazaron por un rato, intercambiando «te amo» y todas esas cosas que los enamorados se dicen. Pero se acercaba la hora del almuerzo, así que se separaron. Bella fue a la cocina para ayudar a organizar todo allí y Edward entró a la casa principal, donde la familia siempre comía junta.
Le alegró ver a su padre y su madre ya sentados a la mesa. Su padre se veía renovado y parecía más fuerte cada día. Brandon y Joy descansaban cerca en sus canastas. Jasper entró detrás de él y pronto todos estaban sentados. Bella entró cargando una gran bandeja. Una descarga recorrió el cuerpo de Edward, como siempre le pasaba, cuando sus ojos se encontraron con los de ella. Bella le sonrió dulcemente a su esposo mientras Alice la seguía con una canasta de panecillos frescos y una gran tarta de manzana.
Las damas colocaron la comida en la mesa y tomaron asiento. Toda la familia se tomó de las manos alrededor de la mesa mientras Edward daba la bendición. La conversación fue animada durante la comida, como siempre parecía serlo cuando los Cullen estaban reunidos.
Hacia el final, mientras Bella servía café y Alice repartía las porciones de tarta, Carlisle miró a su familia y carraspeó—: Hay algo que deseo contarles.
Todos los miembros más jóvenes de la familia lo miraron con sorpresa, pero Esme solo observó expectante a su esposo, con las manos sobre el regazo. Sabía lo que iba a decir y también sabía que sus hijos iban a quedar impactados. Una leve sonrisa se dibujaba en sus labios, anticipando su reacción.
—He tomado una decisión. Después de haber estado al borde de la muerte por la necedad de mis propios errores, tu madre y yo hemos reevaluado nuestro futuro, y hemos decidido que queremos seguir un camino diferente al que llevábamos antes.
»Jasper, voy a renunciar a mi cargo en Cullen Enterprises y te nombro como mi sucesor. Tu madre y yo vamos a vender nuestra casa en Chicago y mudarnos a Colorado. Me doy cuenta de que he sido un hombre ignorante durante demasiado tiempo y, tras largas conversaciones con los nativos que me salvaron de una muerte segura, he desarrollado un interés profundo por su cultura e historia. Quiero aprender más.
»Edward, no vamos a abusar de la generosidad de ustedes, así que buscaremos nuestro propio lugar para vivir, probablemente en Denver. No está tan lejos como para que no podamos visitarnos de vez en cuando. En cuanto recupere las fuerzas, Esme y yo viajaremos a Chicago para prepararnos para la mudanza a nuestro nuevo hogar aquí.
Carlisle se detuvo y miró con esperanza alrededor de la mesa.
—Padre, ustedes son bienvenidos a quedarse aquí el tiempo que deseen —dijo Edward, mientras Bella asentía con entusiasmo.
—Gracias, hijos. Estoy seguro de que seremos visitantes frecuentes, pero creo que necesitamos un hogar propio, así como ustedes tienen el suyo —respondió Carlisle.
Jasper miró a su esposa, intercambiando una mirada significativa. La sonrisa de Alice resplandecía.
—Creo que mi primera decisión como cabeza de Cullen Enterprises será trasladar nuestras oficinas centrales de Chicago a Denver. De hecho, ya había empezado a considerarlo después de que tú y Edward regresaron a Bear Valley tras la arriada. Descubrí muchas razones que demuestran que sería beneficioso para nosotros hacer el cambio. Una de ellas es que van a extender la línea del ferrocarril hasta Bear Valley. Edward, llevar el ganado al pueblo será tan sencillo como conducirlo hasta allí y cargarlo en los vagones.
—Parece que todas nuestras vidas están a punto de cambiar —dijo Alice.
Carlisle propuso:
—Propongo un brindis.
Asintió hacia la puerta que conducía a la cocina, y Ana María y Juan Carlos, que habían estado esperando su señal, entraron, repartieron copas de vino y comenzaron a servir champaña. Los caballeros se pusieron de pie mientras todos alzaban sus copas, y Carlisle dijo:
—Por los Cullen de Colorado.
* Los versos que recita Edward son de un fragmento del poema "To My Dear and Loving Husband" de Anne Bradstreet (poeta puritana del siglo XVII).
Nota de la traductora: Este es el último capítulo… ¡pero no el final de la historia! Jejeje. ¿Se entiende? Todavía nos queda mucho por leer. Por favor, visiten la historia original y dejenle un mensaje de agradecimiento a la autora por permitirnos leer esta hermosa historia en español, tengo permiso para traducir más historias de ella ;) El enlace está en mi perfil y en mi grupo de Facebook.