ID de la obra: 1386

El hijo del prototipo

Gen
R
En progreso
2
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planificada Mini, escritos 18 páginas, 5.996 palabras, 5 capítulos
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Capítulo 1: sombras en la fábrica de sueños

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Ángel caminaba por los pasillos interminables de Playtime Co., con su uniforme azul ajustado y una identificación que lo marcaba como "Empleado Junior - Mantenimiento". Tenía dieciocho años ahora, aunque su cuerpo delgado y su rostro aniñado lo hacían parecer más joven. Su cabello rubio brillaba bajo las luces fluorescentes, un tono artificial que los científicos habían impuesto cuando era bebé. Originalmente rojo, como un eco de algo que no entendía, lo habían teñido con tratamientos químicos para "normalizarlo". Sus ojos verdes, intensos y curiosos, escaneaban todo a su alrededor. La fábrica era un laberinto de máquinas zumbantes, cintas transportadoras que escupían juguetes coloridos y olores a plástico caliente mezclado con algo más... metálico, como sangre oxidada. Vivía en un pequeño apartamento en las afueras, con Rich, el hombre que lo había adoptado. Rich era un ejecutivo de alto rango, siempre en reuniones o viajes de "negocios". En el trabajo, apenas se cruzaban. Rich lo evitaba en la fábrica, como si Ángel fuera un secreto que no podía arriesgarse a exponer. —Es por tu bien— le decía Rich en las raras cenas familiares, con voz tensa. —No quiero que te vean como mi hijo. Aquí, eres solo un empleado más—. Pero Ángel sabía que no era su padre real. Lo había descubierto años atrás, husmeando en papeles viejos. Rich era solo un guardián, un puente entre el orfanato y este mundo de adultos. ¿Quiénes eran sus verdaderos padres? La pregunta lo carcomía, pero nadie respondía. Solo experimentos, dulces y promesas vacías. Esa mañana, Ángel llegó temprano, como siempre. Empujó la puerta de la zona de empleados, donde el aire estaba cargado de humo de cigarrillos y café barato. Intentó sonreír a un grupo de trabajadores reunidos alrededor de una máquina de vending. —Buenos días— dijo Ángel, acercándose con timidez. —Lindo día para armar Huggy Wuggys, ¿eh?— Uno de los hombres, un tipo corpulento con bigote, lo miró de reojo y soltó una risa seca. —No tan lindo si estás en la línea de producción, chico— respondió el hombre, sin devolver la sonrisa. —Vete a tu sección antes de que te reporten por vagar—. Ángel tragó saliva, sintiendo el nudo en la garganta. Intentó de nuevo con una mujer que ajustaba su casco. —Oye, ¿has visto el nuevo lote de CatBees? Son adorables— comentó Ángel, forzando entusiasmo. La mujer lo ignoró por completo, girándose hacia su compañera. —¿Viste a esa nueva? La que trajeron del piso superior. Dicen que es hija de alguien importante— murmuró la mujer a su amiga, lo suficientemente alto para que Ángel oyera. Se alejó, el corazón latiéndole fuerte. ¿Por qué nadie confiaba en él? Sabía que era diferente. Los otros empleados lo miraban como a un intruso, alguien que había saltado escalones sin merecerlo. Rich lo había metido aquí con una recomendación, pero eso solo generaba resentimiento. Ángel no socializaba; no podía. Las fiestas después del turno, las charlas en el comedor... todo lo excluía. "El chico de ojos verdes", lo llamaban a sus espaldas. "El que no come como nosotros". En su sección de mantenimiento, Ángel pasaba horas reparando máquinas defectuosas. Ese día, una cinta transportadora se había atascado con prototipos de Mommy Long Legs. Sudoroso, metió la mano en los engranajes, ajustando tornillos con precisión quirúrgica. Era bueno en esto; lo habían entrenado desde niño con "pruebas especiales". Máquinas conectadas a su cuerpo, extracciones que lo dejaban débil pero "mejorado". De repente, una sombra cayó sobre él. Harley Sawyer, el científico jefe, estaba allí, con su bata blanca impecable y esa sonrisa que no llegaba a los ojos. Harley era alto, con cabello negro peinado hacia atrás y una arrogancia que llenaba la habitación. Trataba a los trabajadores como basura: gritaba órdenes, despedía por caprichos. Pero con Ángel... era diferente. Lo dejaba en paz, mostly. Solo lo observaba, como evaluando mercancía. —Ángel— dijo Harley, su voz suave pero cortante. —Siempre tan diligente. ¿No te cansas de estas máquinas tontas?— Ángel se enderezó, limpiándose las manos en el overol. Mantuvo distancia, como siempre. No le caía bien Harley. Lo había visto humillar a un compañero la semana pasada, reduciéndolo a lágrimas por un error menor. —Solo hago mi trabajo, señor Sawyer— respondió Ángel, mirando al suelo. —No me quejo—. Harley se acercó un paso más, inclinándose para inspeccionar el cabello rubio de Ángel. Sus dedos rozaron un mechón, y Ángel se tensó. —Ese color te queda bien— comentó Harley, con un tono que sonaba casi... posesivo. —Mejor que el original, ¿no crees? Los tratamientos funcionaron de maravilla—. Ángel retrocedió instintivamente. —No sé de qué habla— mintió, aunque sabía. Los recuerdos borrosos de infancia: inyecciones, luces cegadoras, científicos murmurando sobre "ocultar rastros". Harley rio bajito, enderezándose. —Claro que no. Eres un buen chico, obediente. Por eso te dejo en paz... por ahora— dijo Harley, guiñando un ojo antes de alejarse. Ángel exhaló, el pulso acelerado. Odiaba esa mirada, como si fuera un producto en exhibición. "Carne fresca para el mercado", pensó, sacudiendo la cabeza. El día transcurrió en monotonía. Almuerzo solo en una esquina del comedor, observando a grupos reírse. Intentó unirse a una mesa de mecánicos. —¿Puedo sentarme?— preguntó Ángel, bandeja en mano. Un hombre mayor lo escaneó de arriba abajo. —Busca otro lugar, rubiecito. Esta mesa es para los que sudan de verdad— gruñó el hombre. Ángel se fue, el apetito perdido. No comía mucho de todos modos; su cuerpo, modificado, no lo necesitaba como los demás. Otro secreto que lo aislaba. Por la tarde, una alarma sonó en la sección inferior. Ángel fue asignado a reparar un generador fallido cerca de los laboratorios viejos. Pasó por pasillos que olían a desinfectante y algo podrido. Vio a Poppy en una vitrina lejana, su figura diminuta y perfecta expuesta como un trofeo. Ella era famosa, la estrella de los juguetes. Pero Ángel sentía una extraña familiaridad al verla, como un tirón en el pecho. Sacudió la cabeza; tonterías. En el taller, un grupo de trabajadores murmuraba sobre desapariciones recientes. "Otro más anoche", decían. "En la zona del Prototipo". Ángel fingió no oír, enfocándose en su tarea. Al final del turno, un supervisor lo interceptó. Era un hombre nervioso, con sudor en la frente. —Ángel, cambio de planes— dijo el supervisor, entregándole una orden escrita. —Ve a la Cámara del Prototipo. Ayuda a los trabajadores allí. Hay... un problema con el contención—. Ángel frunció el ceño. La Cámara del Prototipo era zona restringida, un lugar de leyendas oscuras en la fábrica. Nadie entraba sin autorización alta. —¿Por qué yo?— preguntó Ángel, la voz temblorosa. El supervisor evitó su mirada. —Órdenes de arriba. Harley lo sugirió. Dice que eres... confiable— respondió, alejándose rápido. Ángel sintió un escalofrío. Algo no cuadraba. Los trabajadores asignados allí habían desaparecido días atrás. Rumores de que algo los había "matado". ¿Lo mandaban como cebo? Caminó por ascensores ocultos, descendiendo a niveles profundos. El aire se volvió frío, húmedo. Puertas blindadas se abrieron con un código que le dieron. Dentro, la cámara era un vasto hangar: tanques rotos, cables colgando, y en el centro, una jaula masiva reforzada con acero y campos de fuerza. Varios trabajadores estaban allí, armados con herramientas y tranquilizantes. Sus rostros pálidos, ojos asustados. Uno de ellos, un tipo joven, se acercó. —Finalmente, el refuerzo— dijo el trabajador, pero su voz temblaba. —Escucha, chico. El Prototipo está inquieto. Mató a los últimos que entraron. Intentamos calmarlo, pero... nada—. Ángel miró la jaula. La figura dentro era una pesadilla viva: un torso humanoide alargado y retorcido, cubierto por una piel grisácea y metálica que parecía fundida con cables y placas de acero. Los brazos eran desproporcionados, terminando en garras afiladas que arañaban el aire; de su espalda brotaban tentáculos segmentados, algunos con puntas quirúrgicas, otros con bocas dentadas que chasqueaban hambrientas. La cabeza era lo peor: un cráneo alargado, sin nariz ni orejas, solo una boca ancha llena de dientes irregulares y, dominando todo, dos ojos rojos brillantes como brasas en la oscuridad, sin pupilas, sin piedad, sin luz alguna que no fuera su propio fulgor infernal. No había luces externas; esos ojos eran el único resplandor en la penumbra, perforando la jaula como faros de sangre. —¿Qué quieren que haga?— preguntó Ángel, el miedo subiendo. Otro trabajador, una mujer, intervino. —Harley dice que entres. Solo acércate y... habla con él. Prueba si reacciona diferente contigo— explicó la mujer, entregándole un comunicador. —Es un experimento. Para ver si se calma. O si... reconoce algo—. Ángel tragó duro. Sabía lo que implicaba. Lo usaban como prueba. ¿Reacción paternal? Ridículo. Pero órdenes eran órdenes. Se acercó a la jaula, el corazón martilleando. Los trabajadores se apartaron, listos para activar protocolos de emergencia. El Prototipo se agitó, tentáculos golpeando el vidrio. Un rugido bajo llenó el aire, y esos ojos rojos se clavaron en él, inmóviles, calculadores. Ángel presionó el botón del comunicador. —H-hola— dijo, voz quebrada. —Soy Ángel. Me mandaron a ayudar—. Silencio. Luego, una voz distorsionada, mecánica pero inteligente, emergió de los altavoces internos. —Ángel...— respondió el Prototipo, fría como el hielo. —Te conozco. Hueles a ella. A Poppy. Y a mí—. Ángel retrocedió, ojos abiertos. —¿Qué?— susurró. —No eres un accidente— continuó el Prototipo, sin emoción, pero con certeza. —Eres nuestro. Pero no te quiero cerca. Aléjate, hijo no deseado—. Los tentáculos se calmaron ligeramente, pero la frialdad en esa voz heló a Ángel. No paternal. Solo reconocimiento distante, como un error corregido. Los ojos rojos no parpadearon, solo lo observaron, grabando cada temblor. Los trabajadores murmuraron, anotando datos. Harley observaba desde una ventana superior, sonriendo. El capítulo terminaba allí, con Ángel huyendo de la cámara, preguntas ardiendo en su mente. ¿Hijo? ¿De Poppy y... esto?
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