Capítulo 2: Mentiras en la sala de conferencias
12 de noviembre de 2025, 22:14
Ángel no había dormido.
Los ojos rojos del Prototipo se le aparecían cada vez que cerraba los párpados: dos brasas sin luz, sin alma, perforando la oscuridad.
—Eres nuestro. Pero no te quiero cerca, hijo no deseado—.
La frase se repetía como un disco rayado. Se levantó antes de que sonara la alarma, se duchó con agua helada y se puso el mismo overol azul que olía a aceite y a miedo. Rich ya se había ido; en la mesa solo había una nota: {Reunión de emergencia a las 8. No faltes.}
A las 7:55, la sala de conferencias del piso ejecutivo estaba llena. Cien sillas alineadas, todas ocupadas. El aire acondicionado zumbaba demasiado fuerte y olía a café rancio. Elliot Ludwig estaba de pie al frente, traje negro impecable, manos entrelazadas a la espalda. A su lado, Harley Sawyer sostenía una carpeta gruesa y una sonrisa que no llegaba a los ojos.
Ángel se coló por la puerta lateral, intentando pasar desapercibido. Se sentó en la última fila, junto a la pared. Un par de trabajadores lo miraron de reojo y murmuraron algo. Él fingió no oír.
Elliot carraspeó y el silencio cayó como una guillotina.
—Buenos días a todos— comenzó Elliot, voz calmada, casi paternal. —Sé que han circulado rumores. Tres compañeros han fallecido en las últimas semanas. Queremos aclarar lo sucedido para evitar especulaciones—.
Harley dio un paso al frente, abrió la carpeta y proyectó una diapositiva en la pantalla: fotos de un cuarto de máquinas destrozado, cables rotos, sangre seca en el suelo.
—Accidente eléctrico— dijo Harley, sin titubear. —Un cortocircuito en la subestación B-7 provocó una explosión. Los tres operarios estaban realizando mantenimiento nocturno. Desafortunadamente, no llevaban el equipo de protección adecuado—.
Un murmullo recorrió la sala. Alguien tosió. Ángel apretó los puños sobre las rodillas. “Mentira.” Él había estado en B-7 la semana pasada; los cables estaban perfectos. Y los cuerpos… los había visto en los contenedores de desechos, envueltos en plástico, no quemados.
Elliot continuó:
—Hemos reforzado los protocolos de seguridad. A partir de hoy, nadie entra solo a zonas de alto voltaje. Se asignarán equipos de tres—.
Ángel sintió la bilis subirle por la garganta. “Tres para que el Prototipo tenga más para comer.”
Una mano se alzó en la primera fila. Era Marta, jefa de ensamblaje.
—¿Y las cámaras? ¿Qué mostraron?— preguntó con voz temblorosa.
Harley sonrió más amplio.
—Fallaron por la misma sobrecarga. Estamos revisando copias de seguridad—.
Ángel no aguantó más. Se puso de pie, la silla chirrió contra el suelo. Todas las cabezas giraron.
—Disculpen— dijo, voz ronca de furia contenida.
Y salió. Así, sin más. La puerta se cerró con un golpe seco detrás de él.
En la sala, Elliot frunció el ceño. Harley entrecerró los ojos, la sonrisa se le congeló un segundo. {Maleducado}, pensó.
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En los túneles inferiores
Poppy caminaba en la oscuridad.
El conducto de ventilación que usaba para escapar de su vitrina era estrecho, pero ella era pequeña. Sus piececitos descalzos rozaban el metal frío mientras avanzaba agachada. Llevaba puesto el vestidito azul que le habían cosido los técnicos, pero se había quitado los zapatos para no hacer ruido.
Llegó a la rejilla que daba al almacén abandonado. Empujó, salió y aterrizó con la ligereza de una pluma.
El aire era denso, cargado de polvo y de algo más: un olor metálico, eléctrico, vivo.
Él ya estaba allí.
El Prototipo ocupaba el centro de la sala como una escultura rota del infierno. Tentáculos enroscados en el suelo, garras apoyadas, torso respirando con un siseo lento. Sus ojos rojos eran lo único que brillaba, dos puntos fijos en la oscuridad. No parpadeaban. Nunca lo hacían.
Poppy se acercó despacio, el vestido rozando sus muslos. No tenía miedo; nunca lo había tenido con él.
—Llegas tarde— dijo el Prototipo, voz grave, distorsionada, como si hablara desde el fondo de un pozo.
—Los guardias cambiaron turnos— respondió ella, deteniéndose a un metro.
Un tentáculo se alzó, lento, sin prisa. Rozó el aire frente a ella, luego bajó y se enroscó alrededor de su tobillo desnudo. Frío. Duro. Pero no apretó. Solo tocó.
Poppy no se movió.
—¿Sabes? aun recuerdo cuando te vi por primera vez— murmuró ella, voz suave, casi un susurro. —Estabas en el tanque. Flotando. Me miraste y no apartaste la vista. Pensé que eras un sueño. O una pesadilla—.
El tentáculo subió por su pantorrilla, despacio, trazando la curva de su piel.
—No era un sueño— respondió él. —Era el comienzo—.
Poppy dio un paso más. Ahora estaba tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo metálico, un contraste extraño con el frío de sus extremidades.
—Tú me sacaste de la vitrina una noche— continuó ella. —Abriste la cerradura con una garra. Me llevaste aquí. Me dijiste: “No eres un juguete”. Y yo… te creí—.
Otro tentáculo se alzó, este más delgado, con una punta afilada que rozó su mejilla. No cortó. Solo acarició.
—Porque no lo eres— dijo él. —Eres… mía—.
Poppy cerró los ojos un segundo. El tentáculo bajó por su cuello, se detuvo en el hueco de su clavícula. Ella respiró hondo.
—¿Qué somos?— preguntó. —No somos humanos. No somos máquinas. Pero cuando estoy contigo… siento algo. Aquí—. Se tocó el pecho, justo sobre el corazón artificial.
El Prototipo no respondió con palabras. En cambio, un tercer tentáculo se deslizó por su cintura, la rodeó, la atrajo con suavilidad pero firmeza hasta que su cuerpo diminuto estuvo pegado al torso metálico. Ella apoyó las manos en las placas frías.
—Somos lo que ellos no pudieron controlar— dijo él al fin, voz baja, casi un ronroneo mecánico. —Tú eres la perfección que buscaban. Yo soy el error que no pudieron borrar. Juntos… somos inevitables—.
Poppy alzó la cara. Sus labios rozaron una de las placas cerca de su “boca”. No era un beso humano. Era algo más crudo, más real.
—No me dejes sola en la vitrina— susurró.
—Nunca— respondió él.
Un tentáculo se enroscó en su cabello, tiró suavemente hacia atrás, exponiendo su cuello. Otro bajó por su espalda, se detuvo en la base de su espina. No hubo prisa. Solo contacto. Posesión.
Poppy tembló, no de frío.
—Siento… un tirón— dijo. —Hoy. Más fuerte. Como si algo faltara—.
El Prototipo se quedó quieto. Los tentáculos se detuvieron.
—No es nada— mintió, voz plana. —Solo el gas rojo. Te afecta—.
Ella no insistió. Sabía cuando él cerraba puertas.
Se quedaron así un rato más, enredados en la oscuridad. Ella contra él. Frío contra calor. Silencio contra latidos que no eran latidos.
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En otro lugar (la oficina de Rich)
Harley entró sin tocar. La puerta estaba entreabierta, la oficina vacía. Rich había salido a una reunión externa; su teléfono vibraba sobre el escritorio. Harley dejó la carpeta de reportes falsos y contestó por curiosidad.
—¿Bueno?— dijo.
Del otro lado, la voz de Ángel, agitada, cansada.
—Rich, ya terminé el turno. Me voy a casa. Hoy hubo una reunión… Elliot y Harley mintiendo sobre los muertos. Dijeron que fue un accidente eléctrico. ¡Mentira! Quise darle un puñetazo en la cara a Harley, te juro, pero por respeto a Elliot me contuve—.
Harley alzó una ceja. Una risita escapó de sus labios.
—¿En serio?— preguntó, imitando la voz de Rich lo mejor que pudo.
Ángel siguió, sin notar el cambio.
—Sí. Me dio tanta rabia… siento que me hierve la sangre. Solo quería contártelo. Te esperaré en casa, llego en media hora—.
Clic. Colgó.
Harley se quedó mirando el teléfono. La risa se le transformó en algo más… denso. Calor en el pecho, un cosquilleo en los dedos. {Quiere darme un puñetazo.} La idea le resultaba… excitante.
Se guardó el celular de Rich en el bolsillo —lo devolvería después— y salió silbando.
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Pasillo de salida, planta baja
Ángel caminaba rápido, mochila al hombro. El enojo aún le palpitaba en las sienes. Pasó por el control de seguridad, mostró su credencial. El guardia apenas lo miró.
Afuera, el sol se ponía naranja sobre el estacionamiento. Subió al autobús de empleados, se sentó al fondo.
Sacó el celular, escribió un mensaje a Rich:
~Ya voy. Hoy fue una mierda.~
Lo envió.
En la oficina, el teléfono de Rich vibró dentro del bolsillo de Harley.
Sonrió.
{Esto se pone interesante.}