Capítulo 4: Deuda y Susurros
12 de noviembre de 2025, 22:14
Harley arrastró a Ángel por el pasillo restringido, su mano apretando la muñeca del chico como un grillete. El eco de sus pasos resonaba en el metal frío, y el aire olía a ozono y desinfectante viejo. Ángel caminaba rígido, el corazón aún latiéndole del encuentro con Poppy y del pánico que lo había impulsado hasta allí. El científico no soltaba, sus dedos hundiéndose en la piel pálida.
—¿Qué le dijiste a Poppy?— preguntó Harley de pronto, voz baja pero afilada, deteniéndose bajo una luz parpadeante que proyectaba sombras largas en sus rostros. Sus ojos oscuros escaneaban a Ángel como un escáner, buscando grietas.
Ángel tiró del brazo, intentando liberarse, el enojo burbujeando de nuevo.
—No es de tu incumbencia— espetó, voz temblorosa pero desafiante, mirándolo directamente por primera vez. —Solo… hablaba. ¿Qué te importa?—
Harley se detuvo en seco, girando para enfrentarlo. La furia cruzó su expresión, una vena pulsando en su sien.
—¿Qué me importa?— repitió, voz subiendo un tono, empujando a Ángel contra la pared con un movimiento rápido. El chico chocó de espaldas contra el metal frío, el aire escapando de sus pulmones en un jadeo. Harley se inclinó, una mano a cada lado de la cabeza de Ángel, acorralándolo. Su aliento cálido rozó la mejilla del chico, mezclado con colonia cara y algo químico. —No me hables así, Ángel. ¿Olvidaste de dónde vienes? El orfanato, las pruebas, los dulces que te daban para que no lloraras mientras te pinchaban. Yo controlo eso. Puedo hacer que vuelvas… o peor—.
Ángel tragó saliva, el miedo y la rabia mezclándose en su pecho. Estaba tan cerca que podía ver las motas doradas en los ojos de Harley, sentir el calor de su cuerpo presionando. Los labios del científico estaban a centímetros, entreabiertos, y por un segundo el mundo se redujo a eso: la pared fría en su espalda, el cuerpo de Harley bloqueando la salida, el pulso acelerado en su cuello. Ángel sintió un tirón extraño, no solo miedo, sino algo más confuso, eléctrico. Harley se inclinó más, como si fuera a cerrar la distancia, sus ojos bajando a la boca del chico.
Pero entonces, pasos rápidos. Carla, la mujer que lo había culpado antes, dobló la esquina, carpeta en mano. Se congeló al verlos: Harley acorralando a Ángel contra la pared, rostros peligrosamente cerca, la tensión palpable en el aire. Sus ojos se abrieron como platos, la boca formando una "O" de shock.
Harley se apartó de inmediato, enderezándose, pero no antes de lanzarle una mirada fulminante a Carla.
—No digas ni una palabra de lo que viste— ordenó, voz helada, señalándola con un dedo. —O te arrepentirás. Esto no pasó—.
Carla parpadeó, recuperándose, pero una sonrisa maliciosa curvó sus labios.
—Claro, jefe— dijo con sarcasmo, girando sobre sus talones y desapareciendo por el pasillo. Ángel se deslizó por la pared, respirando agitado, el rostro ardiendo. Harley lo miró un segundo más, algo oscuro y no dicho en sus ojos, antes de agarrarlo del brazo de nuevo.
—Vamos. Leith espera— murmuró, arrastrándolo hacia las oficinas superiores.
En la sala de reuniones, Leith estaba sentado como un rey en su trono: un hombre alto, calvo, con cicatrices en las manos y una sonrisa que no llegaba a los ojos. Elliot estaba a su lado, expresión neutral. Los rumores sobre Leith eran ciertos; había despedido a gente por mirar mal, enviado a otros a "reeducación" en sótanos. Ángel se encogió en la silla, el miedo regresando en oleadas.
—Daños por 50.000 dólares— dijo Leith, voz grave, golpeando la mesa con un informe. —Testigos te culpan, Ángel. Podrías estar fuera hoy mismo—.
Ángel abrió la boca para protestar, pero Elliot levantó una mano.
—Sin embargo— intervino Elliot, voz calmada, —no despediremos a un empleado valioso sin pruebas concluyentes. Las cámaras están… dañadas, pero revisaremos copias. Mientras tanto, Ángel saldará la deuda—.
Leith sonrió, mostrando dientes amarillos.
—Ayudarás en los laboratorios— explicó, inclinándose adelante. —Pruebas menores, extracciones, lo que necesitemos. Dejarás que hagamos ciertas cosas contigo allí. Es eso, o la calle. Y sabes que no sobrevivirías fuera sin nosotros—.
Ángel palideció, el estómago revolviéndose. Sabía que era diferente: no comía como los demás, cicatrices de childhood que no recordaba, fuerza extraña a veces. Pensaba que era huérfano, criado en la fábrica por "caridad", pero esto olía a control. Asintió, voz apenas un susurro.
—Está bien— aceptó, bajando la mirada.
Harley observaba desde la esquina, brazos cruzados, una satisfacción retorcida en su expresión. "Mío para experimentar", pensó.
El resto del día fue un borrón. Ángel volvió a su sección, pero los susurros lo seguían. Carla había hablado: "Los vi, acorralados, casi besándose", murmuraba a compañeros en el comedor. Miradas raras, risitas ahogadas. "El favorito de Harley", decían. Ángel comió solo, el apetito perdido, sintiéndose más aislado que nunca.
En casa, Rich notó su silencio pero no preguntó. El teléfono seguía "perdido", pero Rich lo buscaba en silencio, sin mencionar nada a Ángel.
Esa noche, las pesadillas regresaron, pero ahora con Harley en ellas, susurrando promesas oscuras mientras Poppy observaba desde lejos.