ID de la obra: 1401

En el bosque

Het
PG-13
En progreso
1
Fandom:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 30 páginas, 16.320 palabras, 6 capítulos
Descripción:
Notas:
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Hueco

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Aaron estaba ahora frente a la ventana que daba al bosque de Coventry, con el telescopio mágico en mano y un mapa de las ruinas extendido sobre la mesa. A pesar de la luz tenue en la sala, sus ojos reflejaban una intensidad que Miranda conocía demasiado bien. Aunque regresaba cada tanto al interior para atender asuntos importantes, su atención parecía anclada en el bosque, como si el simple acto de apartar la vista pudiera significar perder algo crucial. Si los había escogido, como tantas otras veces, era por su fidelidad y perseverancia. Lo habían demostrado al cuidar de sus hijas, y no cualquiera entregaba veintiún años de su vida para proteger a dos niñas en mundos distintos al suyo. Había admirado su sacrificio, su disposición a renunciar no solo a sus vidas, sino a cualquier tipo de normalidad. Sin embargo, el peso de esa lealtad lo llenaba de un temor creciente: si algo les sucedía, no solo perdería a sus más confiables aliados, sino también a las únicas personas que, además de Miranda, parecían comprender la magnitud de lo que estaba en juego. Miranda lo observaba desde un asiento de terciopelo. Había estado fingiendo leer un libro antiguo de historia, aunque las páginas permanecían casi intactas. Su mirada, en realidad, estaba fija en Aaron, en la rigidez de sus hombros y la forma en que tamborileaba los dedos contra el marco de la ventana. Habían pasado años separados, y aunque el tiempo no parecía haber erosionado lo que sentían el uno por el otro, los asuntos pendientes entre ellos se acumulaban como polvo sobre un tapiz valioso. A menudo, se prometían un momento para hablarlo todo, pero siempre se quedaban en la promesa. Finalmente, cerró el libro con suavidad y se acercó a él, su vestido de terciopelo acariciando el suelo con un susurro apenas audible. Se detuvo junto a su hombro, colocando una mano delicada sobre su brazo. —Llevas demasiado tiempo ahí, Aaron —le murmuró—. Y no creo que estés consultando las estrellas. Aaron bajó el telescopio y suspiró, permitiéndose una sonrisa breve. —No, tienes razón. Son esos dos... ya sabes cómo son. A veces tienen una habilidad casi mágica para meterse en problemas. Miranda dejó escapar una suave risa y miró al bosque a través del vidrio empañado. —A pesar de eso, han logrado mucho más de lo que podríamos haber soñado. Nos devolvieron a nuestras hijas. —Lo sé, y créeme, es lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero ahora... temo que se les haya acabado la suerte. Miranda frunció el ceño, captando el cambio en el tono de su voz. —¿Por qué lo dices? Aaron señaló un punto en el mapa con un dedo firme. —Han llegado a la parte más densa del bosque. Más allá de donde se vieron los monstruos por última vez. Se están acercando, sin saberlo, al castillo del abandonado. El nombre hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Miranda, pero trató de ocultarlo. —Ese castillo está en ruinas desde hace más de doscientos años, Aaron. Es solo piedra y polvo. —Eso es lo que pensamos. Pero las marcas que encontré en los informes del bosque... no son de simples monstruos. Son sellos antiguos, vestigios de magia que no hemos visto desde hace generaciones. Algo se ha despertado allí. Algo que no entiendo del todo, pero que temo que Karsh e Illeana no estén preparados para enfrentar. Miranda se quedó en silencio por un momento, estudiando la expresión de su esposo. No era fácil alarmarlo, y eso le decía mucho más que sus palabras. Finalmente, apretó su brazo con suavidad. —¿Puedes verlos con el telescopio? —preguntó Miranda, inclinándose ligeramente hacia la ventana. Aaron bajó el telescopio con un suspiro frustrado y negó con la cabeza. —Ese es el detalle, Miranda... El bosque se ha vuelto demasiado denso, y la oscuridad no ayuda. Estoy seguro de que iban hacia el otro lado, siguiendo el sendero que marcamos, pero la última vez que los vislumbré, estaban desviándose hacia las ruinas. Miranda frunció el ceño, sintiendo cómo una inquietud se instalaba en su pecho. —¿Cuánto tiempo llevas sin verlos? Aaron apretó los labios, visiblemente incómodo antes de responder. —Una media hora... tal vez más. —¿Y no crees que podrían haberse detenido a descansar? —intentó suavizar ella, aunque sabía que Aaron no era del tipo de exagerar riesgos sin motivos. —Tal vez, pero algo no me cuadra. Antes de que desaparecieran entre los árboles, vi algo... —Se detuvo, dudando en continuar, mientras su mirada volvía a perderse en el telescopio. —¿Qué viste? —insistió Miranda, su tono más serio ahora. —No estoy seguro. Era un destello, como si algo... los estuviera siguiendo. —Miranda se enderezó y cruzó los brazos, intentando mantener la compostura. —Si algo los estuviera siguiendo, ellos lo habrían notado, ¿no? Karsh es demasiado desconfiado como para ignorar algo así. Aaron no respondió de inmediato. En cambio, apartó la vista del telescopio y la miró directamente, con una expresión de preocupación. —Eso espero, Miranda. Pero lo que sea que está en ese bosque no es normal. Y lo último que quiero es que ellos lo descubran de la peor manera.     El bosque que rodeaba Coventry tenía una magia única. No la magia brillante de los cuentos de hadas, sino una más sutil, como si el propio bosque estuviera en paz consigo mismo, sin necesidad de ningún hechizo. Los árboles crecían donde sus semillas caían, sin más intervención que la de la naturaleza misma, y eso resultaba en un caos ordenado: unos junto a otros, como si se empujaran para ocupar cada rincón disponible. El techo, formado por una maraña de ramas y hojas, era una bóveda espesa que apenas dejaba pasar la luz de la luna, haciendo que en ese lugar fuera casi imposible ver las manos frente a los ojos. Por eso Illeana y Karsh se hallaban en silencio, juntos, muy cerca el uno del otro, inmóviles en un precario escondite que parecía seguro, aunque nada lo fuera realmente. El monstruo había estado tras ellos durante varios metros, si Karsh hacía bien sus cálculos. Un kilómetro que había parecido una eternidad. Era claro que ambos eran increíblemente talentosos. Nadie lo dudaba. Sin embargo, tenían un pequeño problema: no sabían cómo trabajar juntos bajo presión. Se habían propuesto tres o cuatro planes mientras el monstruo se acercaba, pero cuando llegó el momento de enfrentarlo... no había sido tan sencillo. — Yo no diré nada si tú no dices nada —dijo Illeana con una seriedad que apenas podía sostener, sus labios curvándose en una sonrisa ligera. La tentación de bromear nunca la abandonaba. — Hecho —Karsh asintió rápidamente, desalentado, tomando su mano en un apretón firme—. Sería muy lamentable si lo descubrieran en el castillo. ¿Dónde quedaría nuestra reputación? Illeana se encogió de hombros y murmuró con un aire despreocupado, casi burlón: —Mira, no es tan grave... No nos encontrará si permanecemos en silencio. —Es justo lo que no estás haciendo. —Karsh dejó escapar un suspiro largo, sus palabras llenas de exasperación mientras ajustaba su postura para esconderse mejor en las sombras del hueco del árbol. No era solo su magia lo que lo sacaba de quicio, sino también la despreocupación con el que Illeana manejaba la situación. Ella le lanzó una mirada traviesa, pero la suavizó con un tono juguetón: —Y si se dan cuenta de que corrimos despavoridos, pronto nos redimiremos, tranquilo. —Hizo un pequeño movimiento, como si fuera a salir del escondite, y asomó levemente la cabeza para observar— Cuando pase, lo atacamos por detrás. —No es tan fácil, Illeana —Karsh bufó, irritado, pasándose una mano por el rostro para enjugarse el sudor de la carrera—. Sea quien sea o lo que sea, es poderoso. Sabes el nivel de magia que se necesita para conjurar uno de esos hechizos cambiaformas. Eso no lo enseñan en el colegio de magia. —Y mucho menos algo tan grande como esa bestia de dos metros... —lo dijo con una tranquilidad inquietante, como si no fuera más que una molestia menor. Karsh, sin embargo, parecía estar en otro nivel de preocupación. Se llevó las manos a la cabeza y comenzó a masajearse el cabello, como si al hacerlo pudiera aclarar sus pensamientos. —¿Dos? —murmuró, frunciendo el ceño, como si estuviera seguro de lo que había visto— Yo le conté, al menos, tres. —Sus ojos se abrieron más, si eso era posible—. Es un monstruo de verdad... y, Illeana, me estás poniendo nervioso. Regresa aquí, de inmediato. Pero Illeana, como siempre, parecía tener un radar para el caos que desbordaba Karsh, y lo sabía. Era casi como si su actitud relajada fuera su mejor defensa. Volvió a asomar la cabeza unos segundos, murmurando con una ligera sonrisa: —Espera, cariño, creo que ya se fue... El tono de su voz estaba tan despreocupado que hizo que Karsh se levantara de golpe, su ansiedad a punto de estallar. Con un rápido movimiento, salió de su escondite y la tomó por el dobladillo del vestido, arrastrándola de vuelta hacia la seguridad del interior del hueco del árbol. —Illeana... ¡Illeana! —su voz se elevó un poco más que un murmullo esta vez, llena de desesperación—. ¿Es que piensas que esto es un picnic? ¡Estamos jugando con nuestras vidas aquí! Illeana no dijo nada, pero se dejó arrastrar sin resistencia. Cuando Karsh la metió nuevamente en el hueco del árbol, ella se sentó con una calma que solo ella podía tener en ese tipo de situaciones, y le dio un empujón juguetón en el brazo. —¿Crees que no lo sé? —dijo, con una leve sonrisa que se desvaneció en la penumbra—. Pero no podemos quedarnos aquí para siempre. No podemos seguir huyendo. Tenemos que hacer algo. Karsh apretó los dientes, sintiendo el peso de la frustración acumulada. Estaba claro que Illeana tenía razón, pero eso no lo hacía menos molesto. —Lo sé, pero... ¡tienes que entender que no siempre podemos hacer todo a tu manera, Illeana! — Gruñón... —se quejó Illeana en voz baja, dándole un suave tirón al dobladillo de su vestido, que él aún sostenía sin darse cuenta, sus manos temblorosas evidenciando su nerviosismo— Porfavor, cálmate, Karsh. Ya se fue, debemos salir. — Lo haremos, de acuerdo... tú ganas —respondió Karsh con un tono que intentaba ser conciliador, levantando las manos en un gesto de rendición—. Saldremos, pero te mantendrás callada, ¿está bien? —Si tú lo dices... —asintió ella, pero entonces, el cristal de ambos soltó un destello azul y dorado que los hizo paralizarse a pleno acto— Karsh... —Yo también lo sentí... no es buena idea salir. —Karsh la miró intensamente, había preocupación en su rostro. —No... —asintió ella, su tono grave, cauteloso. La sensación que ambos compartían era inconfundible. Algo se acercaba, y no era bueno. Ambos bajaron la voz hasta que sus palabras apenas fueron un hilo. El aire parecía haberse detenido por un momento, y el bosque, que antes había estado cargado de susurros y crujidos, ahora estaba sumido en un inquietante silencio. Inconscientemente, Illeana se acercó más a Karsh, hasta quedar casi pegada a él, apoyando su espalda contra su pecho, de cara a la salida del hueco del árbol. Si algo estaba por suceder fuera, preferían no saber qué. Pero lo sentían en el aire: una presencia oscura, poderosa, los acechaba. El presentimiento que ambos compartían les decía que debían permanecer donde estaban un poco más. Con un suspiro entrecortado, Karsh se movió con cautela, envolviendo a su esposa en un abrazo protector. Su mano subió lentamente hacia su rostro, cubriéndole la boca, una señal que ella comprendió al instante. No era la primera vez que la usaba, y sabía que si él lo hacía, era por una razón más que válida: Illeana podía ser muy poco oportuna con sus reacciones. No protestó. En lugar de eso, se presionó aún más contra él, buscando consuelo en su cercanía y calor. Consciente de la gravedad de la situación, se sentía más tranquila en sus brazos, aunque las sombras que se movían fuera del hueco no la dejaban relajarse por completo. La débil luz de la luna, filtrándose entre las ramas, iluminaba el paisaje con un resplandor platinado, pero la tranquilidad que normalmente acompañaba a la noche se rompió cuando algo se deslizó frente al árbol. La sombra, más oscura que los propios troncos de los árboles, se movió con una calma peligrosa, como si supiera exactamente qué buscaba. Él aguantó la respiración, su cuerpo tenso. El cambiaformas, los había seguido. Y ese ser, sea quien fuera, estaba ahora olfateando el suelo, rastreándolos con la paciencia de una bestia. Illeana, al igual que él, contuvo el aliento, los ojos fijos en la sombra que se deslizaba lentamente, sin dejar de olfatear el aire. De ser un simple animal, habrían tenido esperanza de que se alejara, pero la conciencia de que esa sombra era algo mucho más grande, más aterrador, les helaba la sangre. Karsh sintió cómo la tensión se acumulaba entre ellos, su respiración controlada, mientras fuera, la sombra avanzaba con determinación. Sabía que si hacían el más mínimo ruido, su ubicación sería revelada. En la oscuridad de aquel pequeño refugio, Illeana dio un súbito respingo que le dio a Karsh el susto de su vida. No podía evitarlo, la conocía demasiado bien, y eso significaba que la espontaneidad de Illeana siempre lo mantenía al borde de un paro cardíaco. El problema era que el cambiaformas, en la oscuridad de la noche, podía ser más peligroso que cualquier monstruo que hubieran enfrentado. Fuera, el crujir de la madera al moverse bajo el peso de ambos resonó en la quietud del bosque. Karsh contuvo el aliento, su pulso acelerado. No era un buen momento para que Illeana metiera las manos donde no debía, pero, ¿Qué podía hacer? Era Illeana, después de todo. Se movió con una destreza que solo ella poseía, deslizándose en el espacio apretado, quitándose la mano de Karsh del rostro. El mago no dijo nada, pero su expresión reflejaba una mezcla de resignación y ansiedad. Ya lo había aprendido: si Illeana tenía una idea, no había manera de detenerla. La sombra del cambiaformas se acercaba, oscura y tan densa como madera carbonizada, un monstruo cuyo tamaño parecía crecer a medida que se acercaba al refugio. Cada paso que daba hacia ellos hacía que la presión en el pecho de Karsh aumentara. Hubo un momento en el que la forma oscura ocupó todo el campo de visión del hueco y la respiración y el olfateo se hicieron completamente audibles. Illeana, sin embargo, no parecía perturbada en lo más mínimo, ella se seguía moviendo en silencio, buscando algo en su bolsa. De repente, un centenar de abejas brillantes, como diminutos faros dorados, salieron disparadas de la bolsa de Illeana, zumbando furiosamente al unísono y estrellándose contra el rostro del monstruo. Solo entonces, cuando la luz iluminó el hocico y las fauces repletas de dientes agudos como cuchillos, ambos pudieron apercibirse de cuan cerca estuvo de atraparlos. —¡Ahora, escapemos! —gritó Illeana, su voz llena de urgencia, mientras el cambiaformas, que parecía más una bestia que un hombre, retrocedía a toda prisa, abrumado por las pequeñas criaturas. —¡No! —Karsh saltó detrás de ella, atrapándola por el brazo antes de que pudiera dar el primer paso hacia la salida—. ¡Es el mejor momento para derrotarlo! Si nos vamos ahora, perderemos la oportunidad. Illeana lo miró un segundo, ambos estaban bastante pálidos por el miedo, con los ojos brillando en la oscuridad. Había algo en ella, algo en esa chispa de travesura que nunca la dejaba rendirse. Sabía que podía confiar en él, pero también sabía que Karsh no pensaba de la misma manera. No era tan impulsivo. Esto era mucha improvisación para él. Las abejas brillantes rodeaban al inmenso lobo que caminaba en dos patas. No era un hombrelobo, esos caminaban en cuatro. Este ser era un inmenso monstruo más humano de lo que hubieran visto. Las abejas iluminaban sus rasgos y sus gruñidos resonaban en el bosque. —Está bien... pero no tenemos mucho tiempo. Karsh apretó los dientes, sin perder de vista al monstruo que gruñía y se sacudía mientras las abejas seguían atacando. A pesar de su tamaño, no podía evitar mostrarse vulnerable ante el enjambre luminoso que lo cegaba. El mago levantó ambas manos, concentrándose, su rostro reflejando la seriedad que tanto caracterizaba a su persona. En un abrir y cerrar de ojos, grilletes de hierro y poderosas cadenas aparecieron de la nada, envolviendo las patas delanteras y traseras del monstruo con un ruido metálico que rompió el silencio de la noche. El lamento bajo de la criatura resonó por todo el bosque mientras las cadenas se tensaban, atrapando sus movimientos. —Ahora sí, Illeana, ¡a correr! —exclamó Karsh, mientras observaba cómo las cadenas lo mantenían inmovilizado, pero no confiaba ni un poco en que esto fuera a durar. Illeana, sin embargo, no se movió. Su mirada se mantuvo fija en el monstruo, ahora más debilitado, pero aún peligroso. Se acercó lentamente a Karsh, y un brillo juguetón apareció en sus ojos. —¿De verdad crees que todo eso es suficiente para detenerlo? —preguntó, casi en un susurro, mientras lo miraba con una sonrisa que, por primera vez en mucho tiempo, parecía más seria. Karsh frunció el ceño. Sabía que a veces su magia no era suficiente, así que él también se detuvo y se puso al lado de ella para pensar— Pues, no sé. pero es lo mejor que podemos hacer ahora... Aunque... ¿Tú crees que me excedí? —Oh, no —le sonrió— de hecho, me impresionaste.  Él se sonrió y se irguió un poco más ante esto. Illeana se quedó un momento más, para mirar al monstruo— Espera ¡Tengo otra idea! —La rubia alzó las manos a su vez y con un destello, un bozal de cuero y metal apareció en el gran hocico del monstruo. El momento de tensión entre ellos se aligeró por un instante. Karsh observó el bozal, un toque de genialidad que casi lo hizo sonreír, a pesar de la situación crítica. El monstruo, que había estado luchando contra las cadenas y el bozal, ahora giraba hacia ella con una rapidez que sorprendió incluso a Karsh. Un rugido gutural resonó en el aire cuando la bestia intentó abalanzarse sobre Illeana, pero el bozal le impedía mostrar su verdadera fuerza. La rubia no pareció alterarse en absoluto. Al contrario, sonrió de oreja a oreja. —¡¿Ves?! No es tan difícil, ¡solo había que usar un poco más de astucia! —se burló, mientras Karsh luchaba por mantener el control de la situación. —Si, lo que digas ¡Vámonos! Ella asintió y abrió su bolsa de viaje y las abejas regresaron dentro con un zumbido apurado antes de que la pareja empezase a correr de nuevo por el bosque. Karsh conjuraba un orbe de luz en su mano esta vez iluminando el camino por el que corrían, pasando entre los árboles y ramas bajas. Está de más decir que en varias ocasiones Illeana se adelantó, chocando de vez en cuando con alguna rama sin querer y cayéndose más de una vez, mientras Karsh debía mantenerse siempre atento, porque su túnica se enganchaba muy seguido en espinos y las raíces descubiertas le daban desagradables zancadillas. A lo lejos, a sus espaldas, el ruido potente de las cadenas y el bozal siendo despedazados por fin, les dio la motivación para seguir corriendo. Karsh tomó a Illeana de brazo, no fuera a perdérsele en la carrera, que era lo último que él hubiera querido. Pero Illeana era más rápida que él corriendo, por lo que pronto se vio arrastrado por ella por el bosque. —Illeana —gritó exasperado— creo que vamos en la dirección opuesta al castillo de Coventry. —¿Porqué lo dices? —se volvió a él, aún corriendo. Lo siguiente que supieron ambos, fue que el suelo dejó de ser firme bajo sus pies y, lo siguiente, que caían por una pendiente.
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