El castillo
23 de noviembre de 2025, 10:29
El cambio abrupto en el terreno los tomó completamente desprevenidos. Karsh, al principio, trató de frenar la caída con magia, pero fue inútil: la pendiente estaba demasiado empinada y rápida, y antes de que pudiera conjurar algo, ambos cayeron al vacío. La caída fue breve, pero lo suficiente para que el estómago de Karsh diera un vuelco. Illeana soltó un grito agudo, pero no parecía realmente asustada, al contrario, cuando aterrizó, su risa fue lo primero que se escuchó.
—¡Esto fue... emocionante! —exclamó, medio adolorida pero sin perder la compostura. En ese momento, se levantó rápidamente, sacudiéndose el polvo de su túnica.
Karsh, por su parte, se levantó con menos agilidad. Había caído de lleno sobre una roca que le había dado un golpe doloroso en el costado. Con la respiración agitada, se incorporó, miró a su alrededor y luego a Illeana. El lugar parecía una especie de campo antes de unas enormes ruinas, con el sonido del viento silbando entre las grietas de piedra. La oscuridad de la noche le daba ese aspecto aún más abandonado.
—¿Emocionante? —Karsh se frotó la espalda, tratando de aliviar otro dolor, con frustración y agotamiento— ¡Illeana, nos hemos perdido!
Ella lo miró entonces por primera vez, alertando su dolor, para acercarse a él. Con manos cuidadosas empezó a revisarlo abriendo su túnica. Karsh miraba hacia todas direcciones, más que nada hacia atrás. Temía que tras de ellos el monstruo los hubiera seguido.
—¿Perdidos? ¡Por favor, Karsh! ¿No reconoces el lugar? —respondió ella, su tono despreocupado contrastando con la tensión que Karsh sentía en su pecho—. Aquí veníamos con Miranda y Aaron cuando el festival del atardecer ¿recuerdas? cuando aún no pasaba nada de esto...
Karsh la observó por un momento, frustrado, pero no podía dejar de reconocer que, de alguna forma, Illeana tenía razón. Tardó, pero finalmente reconoció el lugar, claro que, si se imaginaba las guirnaldas, las personas, las luces, la música, la fiesta como tal, y a los reyes en su luna de miel bailando como dos estrellas en medio de la gente. Pero si lo veía con los ojos naturales, este no era más que un montón de ruinas derruidas.
—Este es el castillo de... —hizo un sonido de quejido y suspiro entrecortado— Illeana, porfavor, ten... ¡Cuidado!
—Lo siento —murmuró avergonzada— ya identifiqué la herida.
—Es el castillo de Thantos —suspiró Karsh ante el repentino alivio del bálsamo mágico y la venda de Illeana, sin mencionar sus manos cuidadosas.
—Era su castillo. —corrigió ella, poniendo énfasis en el "era"— Antes de que las chicas lo derrotaran la segunda vez y enviaran al infierno donde pertenece ese ser de sombras.
—Qué dura eres, Illeana —se sonrió apenas él cuando ella se incorporó y devolvió las vendas a su bolsa— No debemos estar aquí en noche cerrada. Quién sabe qué otros seres puedan aparecer.
—Mejor aquí que con ese cachorrito —alzó una ceja ella, mirándolo con diversión— Además, esto puede ser una oportunidad para explorar ¿no? Además, si el monstruo nos sigue, tenemos que encontrar donde escondernos.
—Creo que la mejor idea para nosotros en este momento es regresar con Aaron —dijo Karsh, por lo bajo, mientras sus ojos grisáceos se fijaban en el horizonte, tensos— ¿Sientes la atmósfera? Puede que esto haya sido el castillo de Thantos alguna vez, pero lo que se siente ahora aquí... pertenece a otra criatura.
Illeana alzó la vista hasta él, siguiendo la dirección de su mirada. Sus ojos aterrizaron en una de las torres medio derruidas, donde una grieta entre las piedras permitía escapar un tenue rayo de luz ámbar, como si un fuego interior ardiera en su interior. Más arriba, un hilo delgado de humo se enroscaba en el aire nocturno, desafiando al viento gélido.
—Pero no podemos regresar ahora. —murmuró ella, clavando los ojos en el humo como si fuera un desafío personal— A ti te importa mucho lo que piense la gente, ¿no es cierto? ¿Qué dirán de nosotros si volvemos con la cola entre las patas?
Karsh se llevó las manos a la cabeza, masajeándose las sienes con frustración. —Tú viste a ese monstruo, Illeana. Ni siquiera era un hombre lobo. Esto es asunto de Aaron, no nuestro.
Ella torció una sonrisa que no llegaba a ser divertida— Lo sé, pero Karsh, estamos aquí ahora. ¿No crees que es buen momento de atrapar lo que sea que esté aquí? Antes de que cause más daño.
Él bufó, dejándose caer pesadamente sobre una roca cercana, con los brazos cruzados y los labios apretados en una línea tensa. —Nuestra misión era simple: ver lo que ocurría, buscar evidencias de los magos metamorfos, y ya. Eso fue lo que Aaron pidió. Punto. —Hizo una pausa para soltar un largo suspiro, el cansancio marcándose en sus facciones—. Además, estoy agotado.
Illeana se acercó a él, sus pasos crujieron sobre hojas secas, pero su voz se tornó suave, casi tierna— Está bien, tú ganas. Nos vamos... ¿Quieres que te prepare un té antes de dormir?
Karsh parpadeó, sorprendido por el cambio repentino en su tono. Luego, su rostro se relajó un poco, dejando entrever un atisbo de gratitud— Por favor —murmuró, recostándose un poco más en la roca, como si el simple hecho de imaginar ese té ya aliviara parte del peso que cargaba.
Illeana sacó una pequeña tetera de su bolsa, colocándola en el suelo mientras encendía una diminuta llama mágica con un movimiento de sus dedos. Mientras trabajaba, lanzó una mirada fugaz hacia la torre iluminada.
—Voy a dejar que se caliente e iré a hablar con Aaron y Miranda, en lo que voy y regreso ya estará listo —Illeana alzó una mano y un destello azul se desprendió de sus dedos. Pero al desaparecer, las cosas siguieron como si nada.
Karsh, que observaba cada uno de sus movimientos con el ceño fruncido, no pudo evitar alzar una ceja— ¿Qué ocurre?
—Creo que no funciona aparecer puertas aquí —respondió ella, un poco nerviosa. Probó dos veces más, con gestos amplios y precisos, pero el resultado fue el mismo: nada. Bajó la mano, frustrada— parece como si algo lo impidiese...
Karsh se tensó al instante, enderezándose como un resorte. —Esa es una muy mala señal. Déjame intentarlo a mí. —Imitó el movimiento, más rápido y algo brusco, como si su determinación fuera suficiente para forzar a la magia a obedecer. Pero tampoco pasó nada— Genial, ahora me dirás que no podemos salir de aquí...
Illeana le lanzó una sonrisa incómoda, encogiéndose de hombros— No podemos salir de aquí.
Karsh soltó un bufido de exasperación y rodó los ojos al cielo, como si pidiera paciencia divina— Por supuesto que no. Esto es justo lo que necesitábamos.
—Creo haber leído algo al respecto en la escuela mágica. —comentó ella, tratando de sonar más optimista de lo que sentía— Lugares donde no se puede aparecer ni desaparecer…
—Cuando el castillo de Thantos estaba aún en vigor —dijo Karsh con un tono apagado, como si prefiriera no recordar—, tenía un sistema mágico que impedía entrar o salir sin su consentimiento. Un encantamiento diseñado para mantener a los intrusos atrapados o fuera, según su voluntad.
—Ese sistema solo funcionaba cuando él estaba vivo. —Illeana se sentó junto a él sobre la piedra, dejando escapar un suspiro mientras ambos miraban la grieta de la torre en silencio. —¿Crees que…?
Ese castillo era donde Thantos vivía mientras Aaron aun reinaba junto a Miranda, antes de tener a las gemelas. Cuando hubo esa guerra contra la oscuridad y Aaron fue mandado a la tierra de las sombras, Thantos tomó posesión del castillo de Coventry y abandonó este.
—No. —la interrumpió él de plano, con una firmeza que apenas disimulaba su incomodidad— No, no puede ser.
—¿Entonces qué es? —preguntó ella, pero él no respondió de inmediato.
Karsh se pasó una mano por el cabello erizado, tenso, mientras pensaba en el monstruo del bosque. —Sea lo que sea, tiene que ver con esa criatura. No es seguro quedarnos aquí.
—Pero tampoco es seguro regresar. —Illeana lo miró con preocupación— Creí ver inteligencia en los ojos de ese monstruo. Seguro que está esperando allá afuera para arrancarnos la piel y masticar nuestros huesos...
Él chasqueó la lengua, reconociendo la verdad en sus palabras.
—Enviemos un mensaje a Aaron, entonces. —La voz de Karsh adoptó un tono más práctico.
—¡Buena idea! Digámosle que estamos bien, que no necesitamos ayuda. y ¡Que tenemos información interesante!
—Nos preguntará por qué no volvemos si todo está tan bien. —Karsh cruzó los brazos, inclinándose hacia ella.
—Porque somos algo cobardes —murmuró ella, aferrándose con suavidad al brazo de Karsh, buscando consuelo.
Él alzó una ceja, mirándola con incredulidad antes de soltar una risa corta, casi involuntaria. Karsh colocó su mano sobre la de ella— Eso no es un gran argumento, pero debo admitir que es honesto.
En medio de su breve momento de relajación, el silbido de la tetera rompió el silencio de la noche, sobresaltándolos a ambos. Karsh reaccionó al instante, lanzándole una chispa mágica que lo apagó de golpe. El eco de su propio impulso aún vibraba en el aire cuando se giró hacia Illeana con el ceño fruncido.
—Ese… trasto, va a matarme antes que Thantos —murmuró, pasándose una mano por el rostro.
Illeana soltó una risita, como si nada en el mundo pudiera preocuparla demasiado— ¿Esperas que el té nos ataque o algo así?
—No descarto nada en este punto. —murmuró él, aun mirando con desconfianza la tetera.
—Bueno, si aparece una cucharita asesina, la enfrento yo. —se sonrió ella— Al menos tendremos una taza de té decente antes de morir.
Mientras ella preparaba el té, Karsh se incorporó y dio varios pasos por el redondel. Caminando alrededor de ella y alrededor de la pequeña fogata mágica, pensativo, el ceño aún más marcado. Ella alzó la taza para él, con una sonrisa indulgente, pero en lugar de tomarla, Karsh hizo un ligero movimiento de su mano libre.
Ella parpadeó, mirando el arma con curiosidad antes de inspeccionar la de Karsh con fingida indignación.
—No eras fan de estas cosas ¿y por qué a mí la más pequeña?
—Para que no me saques un ojo cuando empieces a jugar... como lo estás haciendo ahora. —Illeana había agarrado la daga y efectivamente, ya había empezado a girarla entre los dedos como si fuera un juguete. Se detuvo al instante y le lanzó una mirada ofendida— Además, solo será en situaciones muy desesperadas.
—¡Por favor! Podría manejar una espada sin problemas.
—Claro —replicó Karsh con un tono seco—, hasta que intentes hacer una pirueta y termines con la punta en tu propio pie, cosa que no quiero. Y conociéndote, seguro que optarás por mi pie antes que el tuyo.
Ella chasqueó la lengua, pero no discutió. En su lugar, giró la daga un par de veces más, esta vez con un poco más de cuidado.
—Eres tan aburrido a veces...
—Soy precavido, que es muy diferente —gruñó él, llevándose la taza a los labios con un resoplido.
Illeana lo observó por un momento y sonrió con picardía.
—Oh, claro, lo olvidaba. Karsh, el gran estratega. Experto en planear cada posible desastre… excepto el que nos puso aquí en primer lugar.
Él le dirigió una mirada severa, pero ella ya estaba bebiendo su té con expresión satisfecha. Karsh suspiró, sacudiendo la cabeza. Las dagas tenían los detalles de sus amuletos, el oro y zafiro, con un cuarzo incrustado en ambas. Estas eran armas mágicas que se potenciarán con sus poderes, según parecía, y que, como sus amuletos unidos por su matrimonio, también las armas serían usadas de mejor forma si se mantenían luchando juntos.
—¿Cuál es el plan? —preguntó Illeana mientras se ajustaba la vaina a la cintura y deslizaba la daga dentro—. Te veo mucho más serio ahora que la noche en que nos separamos para proteger a las gemelas.
—Pienso en que tendremos que ir a hacerle una visita a quien sea que esté en esa torre... —Karsh alzó la vista junto a ella, observando la imponente estructura sin ventanas que se alzaba en la penumbra—. Solo… para confirmar que… todo anda bien.
Su tono dejaba claro que no creía ni un poco en sus propias palabras. Con un leve movimiento ansioso de la mano, conjuró un papel y una pluma y comenzó a escribir con rapidez:
"Nos encontramos bien. Hemos visto al metamorfo. Estamos frente al castillo de Thantos y vamos a entrar en él...
Karsh e Illeana, sus sirvientes."
Illeana inclinó la cabeza y, tras leerlo, tomó un largo sorbo de su té antes de comentar con total naturalidad— Deberías agregar que, si no regresamos, quiero que mi colección de abejas pase a Camryn.
Karsh se detuvo en seco, parpadeó y luego la miró con incredulidad— ¿Por qué? No las liberarías.
— ¿Todos tus regalos de aniversario? Para nada. Les he agregado adornos, ahora son de cristal, de cerámica, pedrería y algunas tienen brillantina. —Ella asintió con la seriedad de quien está hablando de un tema de vital importancia— No se podrán mezclar con las abejas normales. Además están mal acostumbradas a mis excesivos cuidados, y Camryn siempre las ha admirado.
Karsh se frotó el puente de la nariz, claramente cuestionando sus decisiones en la vida— Vamos a regresar. —Su voz fue firme, pero agotada— Eso te lo aseguro.
Illeana le sonrió con dulzura, dándole una leve palmada en el brazo— Lo sé, pero por si acaso.
Karsh dobló el papel en forma de avión antes de conjurarlo para que fuese llevado al castillo de Coventry. Ambos lo vieron irse mientras los dos se ceñían bien las armas y, guardando la tetera y las tazas ya vacías, se incorporaban para empezar a caminar por entre las ruinas del castillo.
Ambos estaban atentos, con la luz conjurada que iluminaba desde la zurda de Karsh, por el arco semiderruido de una entrada que antaño debió ser majestuosa. Por el estrecho pasillo que formaban las paredes rocosas, sin preocuparse por el hecho de que se adentraban aún más en el territorio desconocido. Aunque no planeaba admitirlo, algo en el caos de la situación había cambiado. Las cosas no siempre eran fáciles con Illeana, pero en ese momento, su energía le daba una ventaja que él, por lo general, no tenía.
A medida que avanzaban por las ruinas, el sonido de las cadenas rotas se desvaneció de sus mentes, pero la sensación de que el monstruo seguía cerca no desapareció. La tierra bajo sus pies se volvió roca, grandes paneles de caliza y granito que hacían que sus pasos resonaron en la noche, y los árboles que antes los habían rodeado parecían haberse alejado, dejando más espacio para que el viento soplara con fuerza.
Karsh miró al cielo a través de las rendijas en las rocas y el techo colapsado, calculando la dirección, pero todo parecía estar distorsionado por la oscuridad y la noche cerrada. Si no recordaba mal, deberían estar llegando a una parte del castillo donde se hacían banquetes y se preparaban las celebraciones. Pero no estaba seguro, habían pasado muchos años y todo parecía sembrado en sombras, como un laberinto de pura negrura.
Illeana, que parecía completamente inmune al miedo o la duda, caminaba despreocupada, atenta como una niña curiosa. Pero su cercanía a Karsh era constante, casi le pisaba los talones, por lo que él sabía que ella no era tan indiferente como parecía.
Había pinturas aun en las paredes, estatuas, armaduras y demás objetos típicos de un castillo. Pero ante la oscuridad, todo se veía mil veces más escabroso. Karsh, atento a su vez, rastreaba en los rincones, por si la oscuridad de Thantos no se hallaba por ahí. Él sabía que ya no existía la posibilidad de que él apareciera, pero no se confiaba de nada.
—Es por aquí —dijo de pronto Illeana, saliendo de detrás de Karsh para adelantarse a un pasillo.
—Illeana, espera —se escandalizó él, siguiéndola a prisa— No te alejes mucho, o las espadas no funcionarán de la misma forma.
—Oh, claro, porque nuestras armas mágicas definitivamente vienen con garantía de distancia y manual de uso detallado —replicó ella, agitando la suya en el aire—. "No sumergir en agua, no exponerse a temperaturas extremas y no alejarse más de cinco pasos de su usuario principal…"
Karsh cerró los ojos con un suspiro— Illeana…
—Sí, sí, ya voy…
Pero en lugar de reducir la velocidad, la mujer salió despedida como un conejo por una gruta y a él solo le quedaba seguirla. Karsh soltó una maldición por lo bajo y la siguió, luchando por no tropezar con los escombros del pasillo. Caminaron por un pasillo que tenía aún su techo intacto, por lo que la oscuridad se hizo casi sólida para ellos. Karsh trataba de no perder a la rubia, mientras esta seguía hacia adelante como si de verdad supiera el camino.
—Oye, ¿por qué estás tan segura de este camino? —masculló Karsh, tanteando la pared para no perder el equilibrio.
—Creo haber pasado por aquí antes —le dijo ella, volviéndose para verlo antes de cruzar una esquina.
Karsh frenó en seco— ¿Crees?
—Bueno… más bien mi intuición dice que debemos seguir este camino.
—¿Tu intuición? —Karsh parpadeó lentamente—. Illeana… tu intuición también dijo que debíamos tomar aquel atajo en la cueva de espejismos y terminamos en un bucle dimensional durante ocho horas.
—¡Ay, pero salimos, ¿no?! Y aprendimos una valiosa lección sobre la percepción de la realidad.
—La única lección que aprendí fue a no dejarte elegir caminos nunca más. —Illeana puso los ojos en blanco y siguió avanzando.
—Bueno, eso sí fue mala suerte —dijo Illeana, encogiéndose de hombros con una expresión que mostraba un vago remordimiento y una descarada despreocupación. Su tono, ligero y casi juguetón, no ayudó en absoluto a calmar la creciente frustración de Karsh.
Él la miró con escepticismo, cruzándose de brazos mientras la tenue luz de su conjuro titilaba sobre las grietas húmedas de la pared— ¿Por qué sí? —preguntó con voz plana, ladeando la cabeza.
Illeana le sostuvo la mirada por un instante antes de alzar la barbilla con una confianza inquebrantable— Porque sí.
Karsh exhaló pesadamente, pasándose una mano por la cara como si estuviera reuniendo paciencia de algún rincón profundo de su ser— Ajá. Estamos perdidos.
Illeana chasqueó la lengua con desaprobación y avanzó unos pasos más— ¡Oh, vamos! Alguna vez he tenido razón. —moviendo las manos en el aire como si apartara su pesimismo.
—No, Illeana. No lo has hecho. Nunca. —Karsh la siguió con pasos calculados, esquivando un charco de agua estancada que reflejaba destellos fantasmas de su luz mágica.
Ella hizo un puchero fugaz antes de responder con dramatismo— Pero estuve cerca…
—No —Karsh dejó escapar una carcajada seca, sin humor— No lo estuviste.
Illeana bufó y, sin detenerse, le sacó la lengua, aunque él no podía verla en la penumbra— Bueno, pues mi intuición dice que esta vez sí tengo razón —anunció con firmeza, adelantándose con renovada determinación.
Karsh aceleró el paso para alcanzarla, mascullando entre dientes: Por favor, que esta vez no terminemos en una trampa mortal…
—¡Te escuché! —protestó Illeana, girándose hacia él con una ceja arqueada.
—¡Era la idea!
La risa de ella resonó en el pasillo, ligera y traviesa, desafiando la opresiva oscuridad que los rodeaba. Karsh suspiró y siguió caminando, resignado. Pero entonces la vio detenerse abruptamente. Él estuvo a nada de chocar contra ella, cuando se acercó para ver lo que había dejado impresionada a su esposa, Karsh se sorprendió al ver el final del pasillo.
Fuera, estaba el inicio de unas graderías que ascendían hacia la torre y, por cada peldaño y cada piedra, había rastros de sangre fresca.