Bajo la Piel Humana
23 de noviembre de 2025, 10:29
En la vida de Karsh e Illeana —incluso desde antes de conocerse— ya habían enfrentado situaciones bastante insólitas y peligrosas. Cuando la oscuridad supuestamente acabó con Aaron y ambos se vieron forzados a vivir en la dimensión de las gemelas, conocieron mundos extraños, reglas nuevas y terrores que desafiaban la lógica.
Como la primera vez que Karsh se subió a un ascensor sin entender cómo funcionaba, o cuando Illeana intentó descifrar una oferta del dos por uno en secadoras de cabello. O incluso aquella fiesta de quince años de Camryn, donde Karsh terminó intoxicado por los canapés e Illeana quedó atrapada bajo una montaña de adultos jugando twister.
Pero nada, absolutamente nada, se comparaba a lo que presenciaban ahora.
Cuando Illeana insistió en mirar, y Karsh se hallaba demasiado aturdido como para detenerla, ambos vieron al monstruo. No los seguía, como habían pensado, simplemente era que vivía allí, en la torre. Lo supieron por la forma en que se acomodó en la sala como si regresara a casa. Su silueta era enorme y desproporcionada, con un andar que resonaba contra las paredes. Caminó directamente hacia el fuego y se inclinó sobre él con un suspiro gutural, calentando sus zarpas ante las llamas.
Karsh se apoyó contra la pared, pálido. Estaba al borde de perder el conocimiento.
Fue entonces cuando comprendieron por qué había restos humanos en el lugar. Lo que al principio parecían piezas desgarradas no lo eran del todo. Eran extremidades, sí, pero preparadas para cuando el lobo regresara. A medida que este encogía de tamaño, empezaba a ponerse los brazos y piernas, así como el torso y demás. Como quien se viste para una ocasión importante.
No era un hombre lobo. Tampoco una bestia común. Era algo distinto.
Cuando terminó su transformación, la figura que se alzó junto al fuego era humana. O al menos lo parecía. Un hombre de la edad de Karsh, tal vez menor. Pero para entonces, las llamas habían bajado su intensidad, y su rostro quedó sumido en sombras.
Nunca habrían creído que ese había sido antes el monstruo, porque se vistió sin ningún problema y en ningún lugar se veían las uniones de la piel. Esta era otra magia distinta, más escalofriante y primitiva de lo que se hubieran imaginado nunca. Pero evidentemente, era real hasta el último instante.
Él tomó algunos troncos de una pila más allá para avivar el fuego. Entonces fue a cubrirse con una de esas togas que los del norte de Coventry. Ajeno totalmente a los espectadores que lo contemplaban.
Karsh ya estaba recompuesto para este momento y, al voltear a Illeana, se dio cuenta de que ella también. La mirada de determinación en esos ojos femeninos eran bastante para infundirle valor. Solo que aún no sabían qué hacer... ¿Qué acción sería más prudente?
Dentro del fuero interno de ambos estaba la posibilidad de escapar, honestamente, ahora ya habían visto suficiente como para ir a informar a Aaron. Si escapaban ahora de alguna forma que no fueran vistos, sería todo más fácil. Él conocía el camino de regreso al castillo de Coventry, solo necesitaban salir.
Illeana temblaba suavemente y una de sus manos, fría por la impresión, se aferraba a un dobladillo en la chaqueta de Karsh. Pero ella gesticuló unas palabras que su esposo nunca hubiera imaginado. Sin sonido, sus labios dijeron: Ataque sorpresa.
Karsh sintió que se le iba el alma del cuerpo. Esta mujer le había demostrado muchas veces lo loca que estaba, pero él debía estar igualmente loco, porque asintió.
¿Qué otra alternativa le quedaba que confiar en Illeana? los cuarzos de ambos lanzaron un suave destello a la vez cuando se pusieron de acuerdo. Si iban a hacer algo, debía ser rápido y efectivo, contundente e inesperado, de manera que el monstruo cambia formas no pudiese contrarrestarlo. Y eso solo se lograba con distracción y acción conjunta.
Karsh e Illeana se incorporaron del escondite y se separaron apenas un par de pasos, rodeando la sala circular desde puntos opuestos. Él mantuvo la espada en alto e Illeana su daga, sus botas apenas rozaban el suelo para no delatar su avance. Illeana, más liviana y ágil, se deslizaba hacia una viga de madera carcomida en la que ya había puesto los ojos: con un conjuro bien dirigido, podía usarla como núcleo para formar una trampa.
El brujo frente al fuego no sospechaba nada. Se abrochaba con cuidado una manga tomada de alguna víctima anterior, sus dedos deslizándose sobre la carne ajena con familiaridad grotesca. Sus hombros crujieron al encajarse los brazos completos, y un hilo de vapor caliente se alzó desde la chimenea.
Illeana se colocó tras una columna rota y alzó las manos. Sus labios susurraban con velocidad, mientras la energía verde de la hechicería se acumulaba en sus dedos. Las astillas flotaron, temblorosas, respondiendo a su voluntad.
Karsh avanzó el último paso, levantó su espada y alzó la voz— ¡Oye, espantajo!
El brujo giró de golpe, medio armado aún, sorprendido. Karsh no le dio tiempo a pensar y lanzó una ráfaga mágica que explotó a sus pies, cegándolo momentáneamente. La criatura rugió, medio humana y medio bestia, con los ojos brillando como carbones encendidos.
—¡Ahora, Illeana! —gritó Karsh.
La madera se unió al instante, brotando del suelo, las paredes, incluso del techo. Como ramas vivas, se envolvieron en torno al torso del brujo, sujetándolo con fuerza, creciendo y tensándose alrededor de sus extremidades. El monstruo lanzó un alarido gutural, forzando sus brazos ensangrentados contra las ataduras, pero Illeana apretó los puños y la estructura se selló, sólida y chirriante.
—¡Funcionó! —Illeana apenas creía lo que veía— ¡Woo! ¡Karsh, no puedo creer que funcionó! ¡Lo tenemos!
—Aún no cantes victoria —le dijo, pero no podía ocultar su propia emoción—. ¡Sostenlo!
Karsh corrió hacia ella, para asegurarse de que estaba bien pero no llegó. Una ráfaga abrasadora lo obligó a detenerse. Había pasado a centímetros de él. Un sonido zumbante llenó la sala, como el silbido de mil antorchas encendidas al mismo tiempo.
Una esfera de fuego había cruzado por la ventana rota del techo, cruzando la habitación como un cometa rojo. Después de evitar que Karsh se moviera, pasó volando por la habitación varias veces.
Illeana no alcanzó a protegerse.
—¡Agáchate! —gritó Karsh.
Pero fue tarde.
La bola de fuego impactó en su espalda y se deshizo con una explosión breve. Illeana se desplomó al instante, inconsciente, un hilo de humo elevándose de su vestido chamuscado. Karsh gritó ahogadamente y corrió hacia ella, pero un segundo fuego pasó rozando su rostro, forzándolo a retroceder de nuevo.
El resto de brazos y piernas empezó a moverse, antes de que la bola de fuego impactase en ellos. Del fuego y el humo emergió una mujer que se acercó al brujo, completamente reconstruida y sin ninguna señal de haber estado en pedazos antes. Al tocar las ataduras de madera, estas se volvieron cenizas y cayeron como polvo, liberándolo.
—Qué pena, llegué justo a tiempo.
Karsh se colocó frente al cuerpo de Illeana, espada en mano, jadeando. Su esposa solo se encontraba inconsciente, para su mayor alivio, y eso ya le otorgaba el valor para defenderla mientras pudiera. Aun así, sabía que no podía vencer a ambos solo, no sin ayuda, no así. Lo sabían también sus enemigos.
—¿Crees que eso nos detendrá? —trató de imprimirle toda la firmeza de la que fue capaz— Aún no nos has visto en verdadera acción.
La bruja no respondió. Solo alzó la mano y un hechizo relampagueó en dirección a Karsh.
El portal llevó a Aaron frente al castillo. Sabía que no debía enviar solos a esos dos, era lo que menos debía haber hecho. Tenía que haber ido él mismo, pero subestimó en gran medida lo que podía llegar a pasar. Pensó que todo había terminado cuando la oscuridad fue derrotada, es evidente que se equivocó.
No era el mejor momento para los problemas. Pero Aaron sentía que no tenía una excusa real. Había pasado el tiempo suficiente fortaleciéndose, en compañía de la familia que le fue arrebatada. Ahora era más poderoso, los tiempos de paz había terminado, pero no sorprendían a Aaron con la guardia baja.
Lo único que lamentaba era haber subestimado el peligro.
Llevaba un rato ascendiendo por la escalera, atento a las manchas de las gradas a medida que subía. Atento, sintiendo en todo momento el aire por si percibía a sus amigos. Karsh e Illeana podían ser un par de personas bastante raras a veces, pero eso no quería decir que no supieran lo que hacían.
Cuando el olor metálico se hizo más denso, no evitó llevarse una mano a la nariz. No era ciego: sabía reconocer sangre vieja de sangre fresca, y aquello no le gustaba nada. Se suponía que ese castillo llevaba un tiempo deshabitado. Con cada escalón, la luz anaranjada al final del corredor se hacía más intensa. La magia en su interior se agitaba, advirtiéndole del peligro antes de que él pudiera verlo.
—Karsh… Illeana… —susurró, sin esperar respuesta.
No se engañaba. Podía sentir su energía cerca, pero estaba distorsionada, como si algo la contaminara o la retorciera. Apretó más el paso. Al llegar a la puerta vio las marcas de violencia, los arañazos en la madera, una quemadura mágica que se extendía como una mancha oscura. Aquí habían ocurrido varias cosas y no precisamente agradables.
Puso la mano sobre la madera y empujó con suavidad.
El cuarto estaba iluminado por el fuego, proyectando sombras largas en las paredes. El hedor era insoportable. Y allí, en medio del suelo, un círculo tosco de cenizas y sangre aún humeaba. Pero no había rastro de Karsh ni de Illeana.
Aaron entrecerró los ojos, dejando que la magia fluyera de su cuerpo hacia el aire, intentando captar algún residuo de hechizo. Algo le respondía: un sabor a cobre y ceniza en la lengua, la señal inconfundible de un portal abierto a la fuerza.