ID de la obra: 1402

La cura para el amor

Het
R
Finalizada
2
Tamaño:
78 páginas, 40.191 palabras, 25 capítulos
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Vidente

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Los olores y las fragancias lo invadían todo, envolviéndola en una bruma densa y abrumadora. No era solo el aroma terroso de las hierbas secas ni la dulzura empalagosa de las frutas místicas, sino también el hedor penetrante de pociones mal selladas y el rastro cobrizo de ingredientes cuya procedencia prefería no cuestionar. El aire pesaba con una mezcla de esencias que se pegaban a la piel y a la ropa, y Piper se arrepintió de no haber planeado mejor aquella salida. No había previsto tener que recorrer los mercados mágicos para reponer suministros. Creyó que lo tenía todo hasta que, la noche anterior, descubrió que varios ingredientes se habían agotado. Ahora, entre callejones atestados de comerciantes y compradores de dudosa reputación, avanzaba con paso rápido, deseando salir de ahí cuanto antes. Cole no caminaba a su lado, sino varios metros atrás, manteniendo una distancia prudente. No era solo una cuestión de discreción, sabía que tenía enemigos por todas partes, más incluso que las hermanas Halliwell. Por eso se había cubierto con un abrigo largo y una capucha oscura que ocultaba parte de su rostro. Sin embargo, por mucho que intentara pasar inadvertido, su porte seguía siendo inconfundible. Incluso bajo la penumbra del mercado, con las luces parpadeantes de farolillos mágicos iluminando su silueta a intervalos, Cole se veía peligroso, elegante, y... condenadamente atractivo. Parecía más un villano de novela gótica que un fugitivo tratando de evitar ser reconocido. Su presencia destacaba como un depredador entre presas, con esa forma pausada y segura de moverse, como si nada en aquel lugar pudiera realmente hacerle daño. Piper desvió la mirada, apretó los labios y aceleró el paso. No quería pensar en él de esa forma. No podía. El problema no era solo su presencia, sino la forma en que la hacía sentir. Había algo en su mera existencia que desafiaba su moralidad, su sentido del deber y, sobre todo, su autocontrol. Por eso le había dicho que se alejara. Porque no soportaba verlo así. Porque no soportaba lo que empezaba a desear cuando lo hacía. Su mano se mantenía firme sobre su vientre con cada paso que daba, como si así pudiera protegerse de algo más que los peligros evidentes a su alrededor. La cesta colgaba de su brazo, balanceándose levemente mientras avanzaba con cautela por el mercado. Al igual que Cole, ella también fingía ser alguien que no era. No sabía si su disfraz sería suficiente, pero hasta ahora nadie la había reconocido. Solo algunas miradas prolongadas de los comerciantes le indicaban que su presencia no pasaba del todo desapercibida. Se detuvo frente al puesto de Tilizan, un semi ángel de alas marchitas que comerciaba ingredientes difíciles de conseguir: ojos de víbora, fragmentos de hueso, piel de serpiente recién mudada. Piper necesitaba los dos primeros. Pasó la vista por el mostrador y, con disimulo, miró por encima del hombro. Cole se encontraba unos puestos más atrás, aparentemente absorto en la inspección de unas begonias carnosas de un vibrante color azafrán. Fingía con naturalidad, pero Piper conocía sus gestos demasiado bien. Apenas sacó la mano izquierda por debajo de su capa oscura, haciéndole una señal casi imperceptible: adelántate, te seguiré después. Ella suspiró. Demonios. Todos hijos del engaño. Se volvió hacia el escaparate y finalmente entró. El interior del puesto era un mundo distinto. Aquí los olores no tenían la dulzura de las frutas del mercado exterior ni la aspereza de las hierbas secas, sino un aroma denso y reptiliano, un aire húmedo y cerrado que se adhería a la piel. Había serpientes disecadas colgando en racimos del techo, como si fueran ajos en una cocina macabra. Encimeras atestadas de frascos con ojos flotando en soluciones viscosas, garras diminutas apiladas en cuencos de piedra, dientes afilados separados por tamaño y especie. Algunas lenguas aún conservaban un brillo húmedo, como si acabaran de ser extraídas. Pero lo que más le revolvió el estómago fue una gran rodaja fresca de boa constrictor en el centro del mostrador. La piel escamosa por fuera, la carne roja y húmeda por dentro, el hueso de la columna visible con dos costillas aún adheridas. Piper tragó en seco. ¿Dónde estaría el resto del animal? Al otro lado del mostrador, Tilizan atendía a tres clientes al mismo tiempo. Sus movimientos eran fluidos, su voz calma, pero sus ojos—demasiado claros, demasiado atentos—se deslizaron fugazmente hacia ella. Piper sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No le gustaba este lugar. No le gustaba que Cole no estuviera cerca. Los tres clientes salieron en silencio, cada uno con sus compras ocultas entre ropas raídas o bolsos de cuero desgastado. La campanilla de la puerta resonó con un tintineo metálico al cerrarse tras ellos. Tilizan se acercó entonces a Piper, con una calma estudiada. Tenía el cabello casi blanco, pero sus rasgos sugerían unos veintes. Se apoyó con un codo en la encimera y la miró con esos ojos demasiado perceptivos, demasiado antiguos para alguien de su apariencia. —No estás aquí por las partes de reptil ¿verdad, Haliwell? Piper exhaló suavemente, no sorprendida, pero sí resignada— Puede que también desee algo de información. —Puede que también desee algo de información. Tilizan inclinó la cabeza con un gesto leve, casi indiferente, antes de darse la vuelta. Se dirigió a los estantes con pasos fluidos, su voz deslizándose en el aire como un murmullo distraído mientras seleccionaba frascos con una precisión meticulosa. —La respuesta que buscas está mucho más cerca de lo que crees. —Su tono era despreocupado, como si el mensaje no tuviera el peso suficiente para merecer más énfasis— Y cuando lo descubras, puedo asegurarte que no te sorprenderá. Piper frunció el ceño, a punto de insistir, pero la puerta del local se abrió en ese instante. Cole entró sin prisa, cerrando la puerta tras de sí con un movimiento deliberado. Con un simple gesto, echó hacia atrás la capucha, revelando su rostro bajo la luz ambarina del lugar. Su presencia llenó el espacio con esa dualidad suya: la elegancia innegable y la amenaza latente. Inexplicablemente, Piper se sintió segura con él cerca.  Volvió su mirada a Tilizan— Necesito saber quien lo hizo, quien puso ese hechizo sobre Cole... Necesito saber contra quien peleamos.  El tendero asintió— Lo comprendo.  —¿No dirás nada más que eso? —preguntó, sin apartar la vista del semi ángel. Él le entregó las bolsas manila con los ingredientes y tomó el pago sin apurarse. Cada una de las monedas cayó con un sonido limpio en su mano, el eco reverberando en la sala. Mientras las hacía tintinear entre sus dedos, su expresión se mantuvo inescrutable. —No me está permitido decir más de lo suficiente, Piper — media sonrisa se perfiló en su rostro, pero no alcanzó a iluminar sus ojos— si de verdad quieres saberlo... Giró levemente la cabeza hacia Cole, que fingía estudiar un reloj de arena opalino. Granos diminutos caían dentro del vidrio, deslizándose con la misma paciencia con la que Tilizan tejía su respuesta. Piper sintió cómo su propio cuerpo se tensaba. —De verdad quiero saberlo. —respondió ella con firmeza, intentando atraer la atención del vidente de vuelta a ella— Sabes que sí. Tilizan dejó que las monedas se deslizasen una tras otra de su palma, cada una cayendo con precisión, como si calculara el peso de sus palabras junto con el oro. —La persona que lo hizo tardó mucho, más de un año para hacerlo en solitario. Ha usado brujería de la antigua, la más humilde y sencilla, la que usan los no magos.  —¿magia de no magos? —Piper alzó una ceja— ¿te refieres al vudú y eso?  —No exactamente, pero algo parecido. Esa, como sabes, es magia rudimentaria pero efectiva. —hizo un movimiento con la mano, señalando una de las cabezas reducidas que colgaban de la manija de la puerta de entrada— Si descubrieran cómo la hicieron, incluso podrían llegar a romper el hechizo sin necesidad de la poción.  Piper se llevó una mano a la boca, volteó hacia Cole, e hicieron contacto visual a través del reflejo del vidrio del reloj de arena. Él también estaba escuchando, por lo visto.  —Pero yo no soy el que ayuda con eso —dijo Tilizan, disculpándose— tengo límites. Los ancianos también me observan a mi como a Leo.  Piper resopló ante eso— ¿algo más que deba saber? ¿La persona que lo hizo?  —La persona que lo hizo cree haber hecho lo correcto —dijo finalmente—, y sí, tal como ambos piensan, es una venganza muy bien calculada. Pero... Se inclinó apenas hacia Piper, lo suficiente para que su voz se convirtiera en un murmullo. —Es una venganza también contra ti, Haliwell. Una venganza que puede llegar a destrozarte a ti... y a tu bebé. La sangre de Piper se heló. No retrocedió de inmediato, pero su mirada permaneció fija en los ojos fríos del semi ángel. No había dramatismo en sus palabras, solo la certeza de quien ha visto más allá de los velos del tiempo.  Sin decir más, ella tomó los ingredientes y los guardó en la cesta con movimientos precisos. Con un último asentimiento, se volvió hacia Cole y le hizo una seña enfática. Necesitaban marcharse. El demonio le dedicó una última mirada a Tilizan antes de girarse y seguirla fuera.   El aire en la otra dimensión era distinto. La casa de Cole los recibió con su acostumbrado silencio, salvo por el sonido burbujeante del caldero en el estudio. El aroma a hierbas quemadas y cenizas flotaba en el ambiente. Piper dejó la cesta sobre la mesa y se llevó una mano al vientre casi por instinto. —Sea quien sea que me ha maldecido, nos maldijo a ambos —comentó Cole, de la nada, tomando asiento mientras dejaba vagar la mirada por la estancia. —Eso dijo el vidente. —murmuró ella, inquieta, con una mano en le vientre— Y me preocupa más que nunca. Cole pareció pensárselo antes de volver a levantarse para acercarse a Piper y tomarla por los hombros. Con suavidad la arrastró hasta el sillón, para que la bruja se sentara. Ella no opuso resistencia, solo se dejó hacer, mientras dejaba a su mente divagar. —Compartimos tantos enemigos —comentó ella, con vaguedad— que no sé quien de todos pudo haber hecho esto. —Escucha, no todo está perdido —le señaló con un movimiento de cabeza hacia la poción— y ahora además sabemos cómo lo hicieron.  —¿Y eso en qué nos ayudará? —se exasperó ella. Su mano no había dejado de sostener su vientre. En todo momento seguía pensando en esas palabras, en el hecho de que este asunto podía lastimar colateralmente al bebé. A un ser que no tenía la menor culpa pero que se encontraba en el medio de todo el asunto. —Nos ayudará. Porque conozco a varias personas que se dedican a esa magia rudimentaria, Piper —continuó, Cole— Talvez podamos hacer que nos reviertan esta maldición.
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