Nada que Decir
23 de noviembre de 2025, 11:15
Piper no recordaba haber sentido un miedo así antes. Realmente, podía haber sido más valiente en cualquier otra circunstancia peleando con algún otro demonio. Había temido a muchos demonios en su vida, pero el hecho de que ella estuviese temiendo a un ángel, y a su ángel protector además, era otro nivel de pánico.
Leo no era de arrebatos violentos. Era profundamente emocional como ella, pero solía serenarse antes de reaccionar de forma imprudente. Sin embargo, Piper conocía esa mirada que tenía ahora: el brillo frío en sus ojos, la tensión que se veía en la línea de sus hombros. Y sabía perfectamente lo que significaba: Leo mataría antes de permitir que alguien la lastimara a ella.
Cole pareció notarlo al instante. Se incorporó con rapidez, colocándose entre ellos como un escudo viviente. Su silueta alta y oscura bloqueó la débil luz del caldero encendido al fondo. Él no conocía realmente a su protector, pero entendía lo suficiente para saber que ese hombre no se detendría ante nada si se sentía amenazado.
—Leo... —empezó Piper, con la voz temblorosa, alzando una mano para frenarlo— No. Por favor.
Pero Leo no apartaba la vista de Cole. Piper pudo ver el momento exacto en el que él encajó las piezas del rompecabezas. El ceño fruncido del ángel se lo confirmó, él comprendía lo que estaba pasando quizá demasiado bien. La respiración se le agitó y las venas del cuello se le marcaban con fuerza.
—Aléjate de ella —escupió con voz grave, cargada de advertencia.
—No voy a hacerle daño —replicó Cole con calma, levantando ambas manos en un gesto de paz—. Aquí el que debe apartarse eres tú.
—No confío en ti ni por un segundo —Leo avanzó un paso, cargado de poder. La energía blanca que crepitaba en sus dedos— ¡Aléjate!
—¡Basta! —gritó Piper, con un tono más alto del que esperaba— Por favor, Leo, no está pasando nada malo, lo juro... Pero necesito que te calmes un momento...
Fue suficiente para que ambas figuras masculinas se detuvieran, respirando con dificultad. Pero el momento estaba lejos de haberse calmado, aunque ella buscase salir de detrás de Cole y este no se lo permitiese.
En el piso de arriba, un fuerte golpe y el sonido de pasos apresurados indicaron que habían despertado a Phoebe, a Prue y a Paige. Y Piper supo, con un nudo en la garganta, que las cosas estaban a punto de salirse de control por completo.
—¿Porqué lo defiendes? —siseó Leo, con expresión herida, los ojos enrojecidos por la rabia— ¿Qué está pasando en realidad?
—Creo que ya lo sabes... —murmuró ella, bajando apenas los ojos al suelo— ¿A qué has venido?
—¿De verdad me preguntas eso? ¿Tengo que tener una razón para visitar a mi esposa? —su voz se quebró ligeramente en la última palabra— ¿a la madre de mi hijo?
Leo estaba devastado. Las manos le temblaban y su rostro parecía desencajado por la sorpresa. Aunque había que decir que se estaba controlando mejor que nunca, porque cualquier otro hombre habría reaccionado de forma más violenta. Por un momento Piper se preguntó si incluso estaba reprimiendo su aura de luz para no fulminar a Cole con solo pensarlo.
—¿Qué haces con él, Piper...? —insistió con voz grave, más apagada que antes.
La acusación era fuerte y directa, pero la forma en la que apretó los labios y su mirada de la nada frívola, le confirmaba a Piper que él ya lo sabía todo.
—Me enamoré de él...
Leo parpadeó un par de veces, mientras sus ojos se humedecían. Parecía que para él esas palabras no tuvieran sentido o él no las quisiera entender. La rabia y el dolor se le escapaban en un solo temblor de sus labios.
—Y yo de ella. —agregó Cole, con la voz firme, sin apartar la mirada de Leo. No había desafío en sus ojos, sino una determinación casi sombría.
En ese momento, en la puerta aparecieron las hermanas Haliwell. Las expresiones de las tres eran comprensibles, aunque Piper sospechó que era más por Leo que por Cole mismo. Esta situación era de esperarse, era cuestión de tiempo para que pasara.
Piper bajó la mirada, incapaz de sostener los ojos de ninguna de sus hermanas. Sabía perfectamente lo que pensaban. Sabía que, para ellas, esto era la peor traición posible. Y sin embargo... también sabía que lo entendían. No del todo, pero al menos en parte. Porque ellas conocían el peso de amar a alguien a quien no se debía amar.
—Bien... correcto —murmuró Leo, desviando la mirada y dándoles la espalda para evitar que vieran sus lágrimas—. No hay más que decir, ¿no?
—¡No, Leo, no es solo eso! —Piper intentó explicarse, saliendo de detrás de Cole.
Entonces, Leo se volvió de nuevo, encarándolos antes de lanzar una bola de luz blanca. Las cosas pasaron de forma rápida. Del vientre de Piper, una onda expansiva de luz desvió el ataque de Leo hacia la pared, estallando y haciendo volar objetos en todas direcciones.
Leo se dio cuenta de lo que había hecho solo cuando vio a Piper desmayarse. Cole la atrapó antes de que cayera al suelo. Las hermanas entraron al ático justo a tiempo para interponerse entre ellos.
Prue fue la primera en encontrar la voz:
—¿Qué demonios pasa contigo? ¡Está embarazada!
Cuando lanzó su propia bola de energía contra el ángel, Leo se orbeó, desapareciendo en una lluvia de luz antes de que el ataque impactara. La explosión contra la pared lanzó aún más objetos por doquier. El ático había quedado convertido en un campo de batalla, un desastre tan grande como todo lo dicho y no dicho.
Cole sostenía a Piper en sus brazos antes de dejarse caer de rodillas, abrumado por lo que había pasado.
—¡Piper! —gritó Paige, arrodillándose a su altura.
—Solo se ha desmayado —murmuró Prue en voz baja, visiblemente pálida—. El bebé... ha intervenido. O eso creo.
Phoebe permanecía en silencio, con la mirada fija en Cole. El demonio alzó la vista hacia ella, y por un instante la tensión se hizo insoportable. Sin pronunciar palabra, Phoebe dio un paso atrás, retrocediendo hasta llegar a la puerta y salir por ella.
—¡Phoebe! —le gritó Prue, incorporándose con intención de seguirla, pero escuchó sus pasos precipitados al bajar las escaleras y perderse en su habitación—. No lo puedo creer... sabía que esto era mala idea, yo lo sabía...
La mayor de las Haliwell regresó de nuevo al interior del destrozado ático. Se cubrió la boca con angustia, sin poder concebir que todo hubiera sucedido de la forma que había pasado. Cole seguía sosteniendo a Piper, mientras Paige buscaba reanimarla con las sales aromáticas para los desmayos.
—Cole... —empezó Prue.
—¡No! ¡No me iré! —exclamó él tajante, alzando la vista para enfatizar sus palabras—. Es mi culpa. Yo provoqué todo esto. Nunca debí acercarme a ustedes.
—El daño ya está hecho. —murmuró Paige, sus lágrimas caían sobre el rostro de Piper— Debiste pensarlo antes...
—No todo está perdido aún —los tranquilizó Prue.
Los tres miraron hacia donde ella miraba. El caldero seguía chisporroteando como si nada hubiera pasado.