ID de la obra: 1402

La cura para el amor

Het
R
Finalizada
2
Tamaño:
78 páginas, 40.191 palabras, 25 capítulos
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Decisión desesperada

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—Phoebe —dijo Piper, aún incrédula— ¿Porqué volviste? —¿Porqué no habría de volver? —soltó ella, con media sonrisa— Nunca me fui en un principio, solo... Con unas cuantas patadas certeras, la estructura de madera cedió y pudieron salir del lugar. Phoebe llevaba a Piper con cuidado, buscando la forma de llevársela del sitio sin lastimarla más. —Solo estaba molesta con Cole... —confesó al fin— Siempre estoy molesta con él... y saber que tú y él... que lo que hice contribuyó a eso en vez de dejarlo vulnerable para que otro demonio lo matase...  Se miraron la una a la otra, sin dejar de avanzar. Se leía el arrepentimiento en los ojos de Phoebe y la tristeza desesperada de Piper en los suyos. —Lo siento, de verdad... no creí que todo esto pasaría. De pronto Piper se dio cuenta de que una hermana era hermana siempre, a pesar de todo lo que hiciera o deshiciera, no iba a dejar de quererla y ella no iba a dejar de buscar su seguridad. —Olvídalo, —dijo por fin Piper, aferrado con mayor intensidad la mano que la sostenía— pronto todo esto acabará... y será como si nunca hubiera pasado. Salieron del local, no sin antes Phoebe fuera alcanzada por una esfera de energía que la hizo caer hacia adelante. El estallido había sido tan repentino que no dejó tiempo a ninguna de las dos para gritar. Piper se desplomó más allá, pero seguía aún con fuerzas para seguir adelante. Se incorporó y lanzó varias explosiones casi a ciegas, derribando a tres demonios que se quemaron como papel ante un soplete. —Malditos... —resopló ella, presa de un nuevo dolor que la hizo arquearse y soltar un sollozo— son una maldita plaga... Entonces Piper se arrastró hasta Phoebe y le tocó el hombro: seguía con vida. La bruja suspiró, aliviada.  Entonces de entre el fuego del local que ardía con fuerza, una figura oscura se materializó y Piper vio con alegría a Cole salir de las llamas. Estaba cubierto de heridas, hollín y quemaduras, pero seguía entero. Se acercó a ella para evaluar su estado. —Debemos salir de aquí...  —Pero ¡Mis hermanas! —Piper detuvo las manos que querían ayudarla a levantarse— ¡o las puedo dejar aquí! Una contracción bastante intensa la hizo sentir como si se fuera a partir en dos, el dolor para este punto volvía a ser alucinante. Su visión se tornaba borrosa por las lágrimas que le producía el humo y el fuego a la vez que las que su cuerpo dejaba salir por el miedo y el dolor. —¡No las puedo dejar, Cole! Prue y Paige siguen dentro —miró hacia Phoebe, que estaba desmayada a su lado, con sangre en la sien—, no me iré sin ellas. —Solo puedo llevarte a ti, Piper —le recalcó él, tomándola hasta que estuvo en sus brazos, aunque ella trató de resistirse—. Es por el bebé, te llevaré a un lugar seguro. Ellos no quieren a tus hermanas. Entonces, una orla de luz blanca y esferas plateadas se perfiló en su visión periférica cuando Leo hizo acto de presencia. Su expresión, antaño tan angelical y dulce que había tenido loca a Piper por mucho tiempo, se había ahogado en amargura e ira. Este era un Leo diferente. —Leo, por Dios... —exclamó ella, sin poder contenerse ante la sorpresa. Los ojos claros del hombre pasaron por la joven mujer, registrando las heridas de la batalla, la sangre y los gestos de dolor así como el vientre hinchado. Su escrutinio rápido no pasó por alto los brazos de Cole alrededor de ella, ni su rostro en el que se reflejaba la misma ira recelosa que había en él. —Suelta a mi esposa, demonio. —dijo, con una voz de autoridad que nadie le había escuchado antes— Soy yo quien debe salvarla. —La has tenido abandonada todo este tiempo —contraatacó Cole, abrazando a Piper entre sus brazos, donde la sostenía como a una novia— ¿y justo ahora es cuando quieres protegerla, cuando está por nacer el bebé? —¿Tengo que aclararte que ese niño es mi sangre y mi magia? —le gritó este, señalando hacia su propio pecho con vehemencia— He estado más pendiente de ella de lo que crees, Cole... desde que los dejé en ese ático, he visto cada interacción que han tenido. Desvió la mirada apenas. Había un profundo dolor en su voz, algo que hizo que Piper bajara la mirada, derrotada y culpable.  —Piper ¡Déjame salvar a mi hijo por lo menos! —reiteró el ángel, estirando una mano hasta tocar la muñeca de Piper que seguía sobre su vientre, en ademán protector—. Ya que me niegas tu corazón... ¿me negarás también a mi hijo? Ella ahogó un sollozo. Tenía delante al hombre que había amado primero, su esposo, el padre legítimo de su hijo y al mismo tiempo, ella estaba en brazos del hombre que había llenado sus días de un fuego distinto, inesperado, nacido de una hechizo, de una ilusión, pero convertido en amor real. —No me obliguen... —gimió Piper, con la voz desgarrada por el dolor— no me hagan elegir así... Leo la miraba como si quisiera atravesarla con los ojos, con el ruego de un esposo y padre herido y la furia de un ángel traicionado. Le debía tanto a Leo, no podía contar las veces que su ángel guardián la había sanado, salvado la vida, respaldado y protegido. Y ella le había pagado de esta forma, dejando que el primer demonio que se acercara entrara en su corazón. Cole, por el contrario, apretaba su agarre, temblando, como si supiera que en ese instante podría perderla para siempre. Ella podía sentirlo, temeroso y frustrado, tiznado en hollín y llego de heridas y quemaduras por buscar hacer todo lo posible por salvarla. La amaba al igual que ella a él. —Piper, confía en mí —dijo Cole, con una voz baja, ronca por el humo que había inhalado, casi como un ruego—. Déjame protegerte. Déjame protegerlo a él... ¿Qué debía hacer? En el nombre de las primeras brujas ¿Qué debía hacer? Un nuevo dolor la atravesó y ella se quedó sin aliento después del grito ahogado, escondió su rostro en el hombro de Cole y sollozó con fuerza. —No hay tiempo, Piper, decide lo que harás. —insistió Leo, ya sin ninguna dulzura, ni paciencia, ni el amor que por tanto tiempo dijo profesarle. Entonces Piper entendió lo que Leo decía realmente. Ya no quería nada con ella, su corazón había muerto y el amor que había sentido por su protegida se había acabado aquella noche en el ático. Ya no era el Leo que conoció y del que se enamoró, este era un hombre diferente. Un hombre al que no le daría a su hijo, a pesar de ser suyo también. El bebé pateó, como respondiendo a la tormenta que lo rodeaba, y ese simple movimiento la ancló a una sola certeza. Debía sobrevivir, debía hacer lo necesario para que su hijo viviera. —Leo... —susurró, con lágrimas deslizándosele por las mejillas— protege a mis hermanas, por favor... Si salimos de esta, podrás ver al bebé...  Y con esa decisión, por más dolorosa que fuera, aferró con más fuerza el cuello de Cole. No se necesitaron más palabras, en una bruma diferente al orbeo habitual, Piper y Cole desaparecieron de la calle y de golpe el mundo se tornó negro completamente. —¡Cole! —jadeó ella, presa del dolor y la angustia. —Aquí estoy, Piper, aquí estoy —él seguía sosteniéndola contra su pecho con cuidado y suavidad—. Estamos a salvo, nadie nos podrá encontrar aquí. Con el mismo mimo y ternura, Cole la depositó en el suelo y ella sintió la roca fría y húmeda en su espalda. El aire olía a humedad, tierra y a moho, además del constante goteo de varias fuentes de agua en sitios que se escuchaban remotos pero cercanos por el eco. —¿Una cueva? —murmuró ella. Entonces una luz se encendió en su campo de visión y la figura de Cole apareció a su lado. Él encendía una fogata y se detenía para hacer más amena la estadía. Mantas aparecieron bajo Piper y de la nada el ambiente se entibió unos grados con el calor del fuego cercano en la fogata improvisada. —He hecho muchas cosas en mi vida —confesó él, acomodándole el cabello húmedo a un lado de la frente—, muchas de las que no me enorgullezco. Pero de todo he conseguido extraer un aprendizaje y usarlo a mi favor... Cuando era más joven, visitaba estas cavernas con frecuencia. El contacto de sus dedos la calmó, aun cuando un nuevo espasmo la arrancó de golpe a la realidad. Piper se arqueó de dolor, las lágrimas cayendo en silencio. Cole se movió con rapidez para asistirla. —Ya pronto acabará, ya pronto —le murmuraba él, consolándola mientras se acercaba a ella y, con presteza, se ubicaba entre sus piernas—. Ya pronto, Piper... resiste. Había sangre, demasiada sangre, tiñendo las rocas bajo ella. Cole apretó la mandíbula, temiendo lo peor, pero sin apartar las manos de donde debían estar, obligándose a no mostrar la angustia que lo atravesaba. A pesar de lo que aparentaba, él no sabía exactamente lo que debía hacer, solo sentía un miedo semejante al de Piper y sabía que debía ser el fuerte de los dos o ella podría rendirse. —Mírame, Piper —le pidió con firmeza, inclinándose sobre ella, casi obligándola a sostenerle la mirada—. No te rindas. No ahora que has sido tan fuerte. Hazlo por el bebé. Ella dejó escapar un grito desgarrador, empujando con lo poco que le quedaba de fuerzas. Cole puso las manos temblorosas en su sitio, sin saber del todo qué hacía, guiado solo por instinto y la urgencia del momento. Cada segundo era eterno, un pulso de vida y muerte sostenido en ese espacio reducido. —Solo un poco más, Piper, sé fuerte un poco más... Piper pujó de nuevo, con más fuerza, llorando por esta situación, por el dolor, por sus hermanas que dejó solas al merced de los demonios, por lo que le hizo a Leo después de todo el bien que él hizo por ella. Por Cole y esto nuevo que tenían que estaba a un trago de la pócima de acabarse y por lo que sacrificó tanto. Por saber que ese bebé nacería sin padre y que Leo no la volvería a ver como lo hizo en su momento nunca más.  —Hazlo por mi, amor...
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