Un tributo al otoño
23 de noviembre de 2025, 10:59
Terence avanzaba entre las raíces nudosas del enorme árbol, buscando a Vidia. Al acercarse, la escuchó reír, una risa ligera y suave, casi inaudita, que raramente salía de sus labios. El sonido lo detuvo un momento. Allí estaba ella, trabajando incansablemente junto al Lord del Otoño, organizando los últimos detalles para el cambio de estación. Ambos parecían una extensión de la naturaleza que los rodeaba, como si fueran parte del mismo tronco y sus hojas, entrelazados en un esfuerzo común para embellecer la tierra de las hadas. Solo eso les quedaba, porque no podían hacerlo en tierra firme.
Vidia, absorta en su tarea, no lo había notado todavía. Terence estaba de pie, estirándose para alcanzar ver a través de unas ramas que el Lord del Otoño bajaba con un simple movimiento de su mano. Era un hada alto y de porte majestuoso, con una presencia imponente que exudaba sabiduría y misterio. Su cabello tenía los tonos dorados y rojizos de las hojas otoñales, y cada vez que hablaba, su voz parecía resonar en el viento, susurrando secretos de antiguas estaciones.
Terence, aún oculto entre las sombras de los frondosos árboles, observaba la escena que se desarrollaba ante él con el corazón acelerado y un nudo creciente en el pecho. Allí estaba Vidia, radiante bajo la luz dorada que se filtraba entre las hojas, su expresión relajada mientras intercambiaba una mirada cómplice con el Lord del Otoño. Aquella intimidad inesperada entre ellos hizo que algo en Terence se tensara, atrapado por la facilidad con la que ambos parecían entenderse sin necesidad de palabras.
El Lord inclinó la cabeza hacia Vidia, su sonrisa cálida y enigmática. Había en sus ojos un brillo de admiración, de una profundidad que no podía pasar desapercibida, y que hizo que a Terrence le costara contener el impulso de salir y separarlos. Con una mano experta, el Lord del Otoño tomó una minúscula hoja dorada entre sus dedos, su color resplandeciendo como el fuego de una puesta de sol. Sin apartar la vista de Vidia, la acercó a su cabello oscuro y la colocó delicadamente entre su cabello, donde quedó atrapada como un trofeo de la naturaleza misma, un tributo de otoño a quien lo traía a la vida.
—Así se ve perfecto —murmuró el Lord, su voz suave, casi acariciante, como si hablara directamente al espíritu de la estación encarnado en ella—. Ahora sonríe, Vidia y no te preocupes más. Las estaciones están en nosotros y simplemente debemos seguir adelante por los ideales nobles que perseguimos. Tú misma personificas el espíritu de este tiempo.
Vidia rió, una risa suave y casi tímida que rara vez se permitía, llevándose la mano al cabello para quitar la hoja, pero el Lord, con un gesto de familiaridad que a Terence le resultó insoportable, sujetó su mano, sus dedos apenas rozándola, como si aquello fuera una danza que solo ellos compartieran.
—Déjala allí —insistió él con una mirada que parecía ver más allá de lo superficial—. Es un recordatorio de tu esfuerzo, del cuidado que pones en todo esto. De todo lo que has sacrificado por la estación y por el país de las hadas. Sabes que eres la mejor hada para guiar la llegada del otoño y que cunado finalmente llegue, tú tendrás la batuta. Nadie más comprende el viento como tú.
Las palabras parecían un encantamiento, algo íntimo, y Terence sintió un repentino pinchazo de celos al verlo. Sus puños se cerraron, y el calor de la ira se mezcló con una punzada de inseguridad que no podía ignorar. ¿Cómo era posible que alguien, en tan poco tiempo, percibiera la esencia de Vidia con tanta claridad? ¿Con qué derecho aquel Lord del Otoño, con sus gestos seguros y su voz como un susurro de hojas, se atrevía a mostrarse tan cercano a ella?
Por un instante, el deseo de girarse y marcharse luchó por vencerlo, pero la sola idea de dejar a Vidia en aquella conexión que el Lord parecía establecer lo ancló al suelo. Tomó una respiración profunda, intentando calmar el temblor en su pecho, y finalmente salió de entre las sombras, avanzando hasta donde estaban ellos, su presencia interrumpiendo el momento.
—¡Terence! —exclamó Vidia, sorprendida al verlo. El rubor en sus mejillas no se había desvanecido, y la hoja dorada seguía prendida en su cabello como una pequeña joya de otoño, un sol atrapado en la maraña de sus mechones oscuros.
El Lord del Otoño se giró hacia él, su rostro iluminado por una sonrisa cordial, aunque sus ojos se tornaron inquisitivos. Aún sostenía la mano de Vidia, y al notar la rigidez en la postura de Terence, se permitió un pequeño gesto de suficiencia antes de soltarla.
—Bienvenido —lo saludó el Lord, con una leve inclinación de cabeza que destilaba una cortesía estudiada, tenía un matiz que lo hacía sentir excluido—. Te felicito, eres afortunado de haber hecho tuya la musa de la estación. Nadie más encarna el otoño como Vidia.
Terence apenas pudo evitar fruncir el ceño. No le gustaba cómo el Lord observaba a Vidia, ni la forma en que parecía disfrutar de la cercanía con ella. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura.
—Nosotros... estamos aquí trabajando —balbuceó, con un intento de volver a su compostura habitual, aunque aún evitaba la mirada de Terence.
El hada del polvillo, tratando de disimular sus celos, esbozó una sonrisa, aunque sus ojos no dejaban de recorrer el rostro de Vidia, buscando alguna señal de lo que realmente sentía.
—Bueno, veo que tienes buenos aliados, Vidia —dijo Terence, notando un tono un poco más agudo en su voz de lo que pretendía—. Parece que el otoño ha encontrado en ti su razón de ser.
El Lord soltó una risa breve y se apartó ligeramente, aunque sus ojos brillaban con una chispa desafiante.
—Claro, Vidia es más que suficiente para darle vida al otoño. —Se volvió hacia ella, con una leve inclinación de cabeza—. Te dejo, entonces. Seguramente tu esposo desea compartir un momento contigo. No olvides, Vidia, que siempre serás bienvenida en este lugar.
Terence asintió, algo molesto por el tono, y extendió una mano hacia Vidia, que aún lucía esa hoja dorada en el cabello. Vidia tomó la mano de Terence, aunque su mirada seguía siendo un enigma, y juntos se alejaron del claro, dejando al Lord del Otoño atrás. Vidia, apenas recompuesta de la sorpresa, miró a Terence con irritación y soltó su mano con un tirón sutil. Sus ojos turquesa lo examinaron de arriba abajo, como si intentara decidir si le debía alguna explicación.
—¿Qué ocurre, Terence? —preguntó, cruzando los brazos—. ¿Porqué tienes que mirarme así?
Terence intentó moderar su tono, pero el peso de los celos y la incomodidad seguía ahí, golpeando en su pecho— Es solo que... —dudó, pero la molestia era más fuerte que su discreción—. Es que llego aquí y encuentro a alguien que te mira como si fueras lo único importante para el otoño. Y ese alguien es el Lord, Vidia. De repente, me pregunto... ¿en qué consiste exactamente tu trabajo?
El rostro de Vidia se tensó y, con un movimiento rápido de sus alas, comenzó a volar hacia su hogar, dejando claro que la conversación no sería fácil. Terence la siguió, su mente una maraña de preguntas y sentimientos encontrados. Cuando finalmente aterrizaron en la pequeña casa que compartían, Vidia se volvió hacia él, su expresión endurecida y su boca formando una línea fina. Respiró profundamente antes de responder.
—Si quieres saberlo, soy la mano derecha del Lord del Otoño —dijo con un tono mordaz, como si el título fuera evidente y no necesitara de ninguna explicación adicional—. Coordino cada brisa, cada remolino de hojas y cada soplo que hace que las ramas se agiten. Eso significa mucho trabajo y, sí, la confianza del Lord.
Terence frunció el ceño, sintiendo que sus celos se entremezclaban con una extraña sensación de inferioridad. Bajó la mirada al cabello de Vidia, donde la hoja dorada seguía prendida, símbolo de la cercanía entre ella y el Lord. Con un gesto rápido, estiró la mano y la arrancó suavemente de entre sus mechones.
—No la necesitas —murmuró con un dejo de frustración, sosteniendo la hoja entre sus dedos antes de dejarla caer al suelo—. Eres mucho más que una decoración para él, Vidia.
La tensión flotaba en el aire mientras Terrence giraba sobre sus talones y se dirigía hacia la puerta, deseando poner distancia entre ellos antes de decir algo de lo que pudiera arrepentirse. Vidia lo miró irse, su ceño aún fruncido, pero en el fondo, con una chispa de confusión y enojo.