Secretos
23 de noviembre de 2025, 10:59
Vidia se sentó, molesta, en el recibidor. Cruzada de brazos miraba a la pared. Se había calmado, se había diluido sus pensamientos insurrectos, pero ahora era Terence el que se comportaba como un tonto. El hada del polvillo estaba sentado más allá, igual de enfurruñado.
—¿Estás consciente del espectáculo que diste delante del ministro? —gruñó, sus palabras llenas de veneno.
Terence, desde el otro lado de la habitación, no parecía dispuesto a ceder ni un poco. Frunció el ceño y refunfuñó, con los brazos también cruzados.
—Lo único que sé es que voy y encuentro a mi esposa en conversación "íntima" con su jefe —remarcó la palabra con amargura—, claramente hablando de algo que no tenía nada que ver con trabajo.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo sabes tanto de qué trataba nuestra charla? —replicó Vidia, irónica, cada vez más exasperada.
Terence soltó un bufido, incapaz de contenerse.
—Pues, si era tan inocente, ¿me explicas por qué necesitaban buscar la privacidad de un rincón apartado? ¿Alejarse de todos en el taller del árbol, fuera de la vista de las demás hadas? —insistió, picándola, sin notar cómo iba encendiendo más y más el enojo de Vidia.
Vidia soltó un resoplido y se levantó de un salto, empezando a caminar a grandes pasos, sus alas temblando de indignación.
—Escuché a la reina hablando con él, Terence —respondió, tratando de controlar el temblor en su voz.
—¿Y qué? —replicó él, con una mueca desafiante— ¿Es que el ministro no puede hablar con su reina? ¿Es ilegal ahora? ¿O tienes que intervenir?
Ella se detuvo en seco y lo miró fijamente, su voz cargada de frustración.
—¿Te estás escuchando? ¿De verdad? —siseó, cruzándose de brazos—. Puedo decirte lo mismo, ¿o es que yo no puedo hablar con mi jefe sin tener que justificarme?
—Es diferente y lo sabes... —murmuró Terence, bajando la voz a medida que las palabras de Vidia empezaban a calar en él. De pronto, sintió que quizás había sido un poco… exagerado.
Pero Vidia no estaba dispuesta a ceder tan rápido. Lo miró con desdén y movió la cabeza, como si su paciencia hubiera llegado a un límite definitivo.
—¿Sabes qué? No voy a gastar más tiempo contigo —explotó, sus alas agitándose mientras su voz se llenaba de furia y desilusión—. Es evidente que no me crees, y, honestamente, no pienso perder ni un segundo tratando de convencerte.
Empezó a batir las alitas con ira y, para sorpresa de ambos, el aroma a flores de la noche anterior llenó el aire. Eso los perturbó a ambos. Se habían estado llevando bien hasta este momento. Pero ahora Vidia consideraba esto un fiasco, si realmente la concepción era un peligro, si todo esto era una conspiración absurda, no tenía porqué seguir soportando a este tonto. Ella emprendió el vuelo y salió de la habitación para irse sin decir nada más.
Terence permaneció allí, mordiéndose el labio mientras observaba la puerta por la que Vidia había salido. La habitación estaba llena de un silencio incómodo y algo frágil, que sólo el aroma persistente de las flores parecía romper.
Sabía que había sido un tonto, pero ver a Vidia hablando en voz baja con el lord del Otoño, tan absorta en su conversación, había despertado en él una sensación que aún no se atrevía a nombrar del todo. Lo frustraba el modo en que sus celos lo hacían actuar, como si él no fuera dueño de sí mismo, como si los impulsos fueran más fuertes que su sentido común.
Suspiró, pasándose una mano por el cabello mientras miraba al lugar donde ella había estado. Recordó los últimos días, aquellos momentos tranquilos en los que habían trabajado juntos al amanecer, riéndose de cosas tontas, compartiendo cenas. En su mente, esos instantes tenían un brillo especial, como si el polvillo de las estrellas se hubiera colado en cada uno de ellos. Había algo en Vidia, una chispa que hacía que el mundo pareciera girar un poco más deprisa, algo que lo atraía sin remedio, aunque le sacara de quicio.
Se sentó con un resoplido, frotándose los ojos, y en ese momento lo entendió. El cariño que había surgido entre ellos no era un simple efecto del acuerdo impuesto. Le preocupaba profundamente lo que pudiera pasarle. Y aunque esa preocupación se disfrazara de celos o de enfado, él sabía que se estaba enamorando de Vidia, tal como era, con su carácter feroz y sus palabras afiladas.
Se levantó decidido, pensando en ir a buscarla para disculparse. Sabía que ella estaba molesta, y que probablemente no le escucharía de inmediato, pero no le importaba. En su corazón, sentía que tenía que intentarlo. La quería cerca, más de lo que hubiera imaginado, y no pensaba perderla por un arrebato.
Mientras tanto, Vidia había volado lejos, pero el eco de sus pensamientos la atormentaba. No era sólo el enfado con Terence; era también la confusión de sus propios sentimientos. Estaba furiosa porque él no confiaba en ella, pero, al mismo tiempo, algo cálido y extraño había florecido en su interior al verlo reaccionar así. Sabía que había algo más entre ellos, algo que iba más allá de la costumbre de compartir una vida.
Se posó finalmente sobre una rama alta, tratando de aquietar las emociones que la invadían. Observó el bosque en la distancia, el sol filtrándose entre las hojas, y su mente volvió a la conversación que había escuchado, a la preocupación en la voz de la reina y las palabras del lord Otoño. Si lo que intuía era cierto, el amor que empezaba a florecer entre ellos podía ser su salvación o su perdición.
¿Con quien podía hablar al respecto? si el ministro no quería decir nada porque insistía en no saber... y la única que parecía saber... era la reina.
Vidia se llevó una mano al rostro, pensando a toda velocidad. La ansiedad la consumía, ni siquiera había querido hablarlo con Terence porque era evidente que él no estaba de humor. Sus alas echaron a volar antes de que la idea terminara de cuajarse en su cabeza, voló en dirección del árbol del polvillo.
Sabía, por sus experiencias pasadas, que si pedía audiencia con la reina, esta la iba a mandar de regreso a su casita junto a Terence junto a una recomendación de que siguieran practicando a ver cuando conseguían tener un bebé. Por eso Vidia no quería ni darle la oportunidad a ella para despacharla, la única forma de lograr que esta situación se arreglara era yendo directamente ante la reina.
Por eso buscó como colarse, vio los guardias abajo, desde las hojas altas y se decidió a hacer sacrificios. Lanzó una de sus botellitas de cristal con rocío dulce a unos palmos de los soldados. Estos se asustaron ante la explosión de los cristales y empezaron un ligero alboroto, yendo al sitio donde sonó el agua y el cristal. Entonces Vidia bajó volando lo más rápido que lo había hecho en su vida y se coló en la entrada.
Para su sorpresa, la reina estaba ahí ya. El frenazo le costó a Vidia y derrape cerrado y una caída bastante mala contra la pared, para evitar atropellar a la reina. Pero al conseguir ponerse en pie, recibió una mirada severa de parte de ella.
—Mi reina, yo...
—Ya sé a qué has venido, Vidia. —se cruzó de brazos la reina, con ese aire de vaporoso rayo de sol, implacable y puro— Te has convertido en la nueva Tinkerbell, por lo visto. Metiéndote en problemas cada vez mayores.
Al recuperar el equilibrio y la compostura, Vidia se recompuso y alzó el mentón.
—¿Qué peligro hay en la concepción, reina Clarion? —exigió respuestas— ¿porqué es mejor que ya no lo intentemos? ¿Porqué se llevaron a aquella pareja de hadas de talentos complementarios?
—Es suficiente —la calló con un movimiento.
Dos guardias del polvillo se materializaron a su derecha e izquierda y tomaron a Vidia de ambos brazos, sosteniéndola con fuerza. Ella forcejeó pero ellos la sujetaron con mayor fuerza. Ellos sabían ahora que ella era la que había estado tirando las botellitas de agua.
—Llévenla fuera, que regrese a su casa. —ordenó la reina— Vidia, no tienes derecho a venir a exigir nada. Que te quede bien claro, la vez anterior fui indulgente, esta vez decido serlo también. Pero puede que la siguiente se me ocurra exiliarte por disturbios, insurrección y amenazas a la corona.
Vidia abrió grandes los ojos mientras era llevada fuera. La reina desapareció con un tintineo y un fogonazo de luz, zanjando la conversación mientras Vidia era sacada y conducida a la fuerza a su casa de nuevo. ¿Qué debía hacer ahora? No había otra cosa que reconciliarse con Terence y... y contarle todo. Si su esposo no le creía, nadie más lo haría.