Planes y soluciones
23 de noviembre de 2025, 11:05
El trío de oro descansaba en su sala común esa noche a horas permitidas sólo a estudiantes de último año. Era una tarde normal, a excepción de la mirada de Harry que era evasiva y tremendamente pensativa.—Harry, ya dinos— se molestó Ron lanzando otro papel al fuego, que se consumió en seguida.
—No aún— murmuró misterioso consultando su reloj de muñeca por quinta vez. He aquí algo interesante, porque Harry ya no poseía esos ataques de ira para con sus amigos desde que Voltdemort había muerto definitivamente.
—¿Y que esperas? ¿Qué la sala quede vacía?
Harry no contestó, como toda respuesta los miró a ambos y sonrió. El último estudiante de Griffyndor dejó la sala y pocos segundos después Harry murmuró un hechizo que silenciaría la habitación. Consultó su reloj de nuevo al tiempo que las agujas indicaban las doce y cuarto, dos figuras entraban por el agujero en la pared. Un chiquillo de cuarto año y una peliazabache de tercero se detuvieron frente a los estudiantes de ultimo año. Traían etiquetas identificadoras en el pecho que rezaban unos nombres poco visibles. Ron alzó una ceja —¿Y estos, qué?
Hermione dio claras intenciones de querer citarles las reglas de conducta a los menores, por las altas horas a las que regresaban esa noche, como buena y responsable prefecta que era. Pero en el instante en el que los nombres de las etiquetas se borraron por completo, el niño de cuarto desapareció para dar lugar al joven Viktor Krum. Y la niña de tercero a Luna Lovegood. Harry Potter fue el primero en reír ante los rostros asombrados de sus dos amigos. También, por alguna razón, tendía a reír más suelta y desinteresadamente en asuntos normales. La prefecta de Gryffindor se levantó como expulsada de su asiento para mirar con grandes ojos de sorpresa al Bulgaro, a Harry y de nuevo a Viktor.
—No tienes que explicar nada, Hermione.— La tomó de la mano y la hizo sentarse de nuevo —Lo sé todo.
La castaña lo estudió aterrada por unos segundos —¿Cómo?
—Eso no importa...— dijo Krum tomando asiento junto Hermione para pasarle un brazo por los hombros. Harry vio a Ronald tensarse en su asiento, su silencio era cosa de miedo.
Pensó rápido, mientras cedía su asiento a Luna y tomaba el banco al lado de la casi extinta hoguera, terminar con esto era más que necesario.Harry habló extensamente a sus compañeros sobre lo que había descubierto Myrtle, sobre Myrtle en sí. Sobre lo que lo llevó hasta ella y el porqué quería ayudarla, relató también el trozo de la historia de Hermione y Krum que entraba en contexto (que dejó tan desconcertado como molesto a Ron y risueña a Luna) y procuró agregar que Luna era la que prestarían una mejor ayuda para la misión. Porque Luna era leal, muy lista y su forma de pensar la volvía una poderosa aliada.
Esta última sonrió con sus grandes ojos azules brillando con un fulgor rojizo por el reflejo de la hoguera —... ¿que tienes en mente?
—Primero, que debemos quitar la maldición de McGonagall— habló Hermione tomando la iniciativa. Todos la miraron asombrados.
—Estar con Krum te afectó la cabeza, Hermione.— Casi gritó Ron. Bueno, pensó Harry, prefería tener a su mejor amigo gritando y diciendo todo lo que se le pasaba por su pelirroja cabeza, en vez de en silencio, con intensiones de explotar en cualquier instante —Hablamos de la bruja más poderosa después de lo que fue Dumbledore. Un hechizo suyo debe ser irrompible.
—No para la bruja más inteligente del mundo mágico— murmuró Viktor sonriéndole.
Hermione lo tomó de la mano antes de continuar dirigiendo su cortante mirada al pelirrojo —Todo hechizo tiene un contra hechizo, Ronald Weasley.
El niño que vivió decidió sabiamente de nuevo, terminar este enfrentamiento antes de que siquiera comenzase —Perfecto, Hermione se encargará de el hechizo— puntualizó aceptando la rana de chocolate que Luna le ofrecía. —Con Myrtle fuera de ese asqueroso baño, las cosas serán más fáciles. Pero será necesario medir cada uno de nuestros pasos.
—Habló de suiza.— comentó el búlgaro por lo bajo
—¡Suiza!— exclamó Ron por lo bajo, su expresión seguía siendo dura, pero Harry agradecía que por lo menos estaba poniendo de su parte —¿podremos aparecernos allá?
—Podemos. Pero tendremos problemas, Myrtle no tiene un cuerpo mortal para lograr la aparición y nadie puede tocarla para llevarla con nosotros. Eso, sin mencionar que nos harían preguntas incómodas y ni siquiera tenemos permiso para salir del castillo— Harry se llevó la mano a la barbilla con la contestación de Hermione.
—Eso descartaría la mayoría, sino todos los transportes mágicos...
—No todos— dijo Luna desde su rincón. Como siempre, todas las miradas recayeron sobre ella y sus ojos saltones y azules.
Harry sonrió, sabía que traerla consigo había sido buena idea —Cuéntanos tu idea, Luna.— la animó, prometiéndose ayudarla a alimentar a los Thestrals la próxima vez que visitaran el bosque prohibido. La joven rubia alzó un espejo de mano que reflejó la luz anaranjada del fuego tal y como la hacían sus ojos.
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Suspiró, había releído más de cincuenta veces ése trozo de pergamino que si sus ojos pudieran ser lastimados, ahora estarían resecos por no parpadear. Pero ahora ese no era un verdadero problema, todo lo contrario, pero para Myrtle era una tortura. La espera era una horrorosa tortura, ahora que había una oportunidad para la vieja fantasma, los minutos le parecían siglos.
Su único consuelo ahora eran Harry y sus amigos que venían a verla unas cuantas veces a la semana bajo la capa de invisibilidad o disfrazados con etiquetas multijugos weasley. Pero sólo para probar otro hechizo que no terminaba de funcionar y tenía efectos secundarios. Algo le decía que si no estuviera muerta, la varita de Hermione ya la hubiese vaporizado en más de una ocasión.
Pero daba un poco de igual, era divertido el ya no estar sola. Era casi como vivir de nuevo, aunque suene tristemente desagradable. Nunca disfrutó tanto ganar al ajedrez mágico que cuando venció a Ron cinco veces seguidas en una ocasión.
Y que decir de Luna, esa chica la hacía reír con sus extrañas palabras de animales mágicos. La rubia le proporcionó unos libros de herbología recientes, por lo que eran todo un regalo para la fantasma.
Debía tomar en cuenta al apuesto Bulgaro y a Granger, nunca imaginó que se hubieran inventado tantos hechizos nuevo para la limpieza, su baño estaba irreconocible.
Pero era obvio que, al que le debía todo era al joven Potter. Él estaba dando su sangre por ella, literalmente.