El Murmullo en las Paredes
23 de noviembre de 2025, 11:05
Harry sentía una emoción electrizante, la adrenalina de saber que estaba rompiendo las reglas otra vez. El aire frío de la madrugada se colaba por los ventanales, rodeándolos con una niebla ligera que flotaba alrededor de sus tobillos. A su lado derecho, Hermione murmuraba el hechizo con absoluta concentración, mientras que Ron, a su izquierda, seguía su ejemplo. A pesar de sus quejas habituales, Ron estaba ayudando más de lo que Hermione había esperado. Los tres pronunciaban las palabras frente a la puerta de los baños de las chicas, donde Myrtle, la fantasma, estaba más emocionada que nunca.
Viktor y Luna estaban justo detrás, ambos contribuyendo con un contrahechizo y una protección adicional. Draco, con una solemnidad que no parecía propia de él, esparcía la poción por el dintel y las paredes, sus movimientos precisos y calculados. Harry no pudo evitar tensar la mandíbula. "¿Por qué Draco tiene el papel protagónico?", pensó, aunque sabía que era su propia sangre la que daba poder a la poción. Pero Hermione había planificado todo, y él confiaba en su juicio, aunque fuera difícil aceptarlo en ese momento.
El hechizo parecía fluir perfectamente, como un susurro creciente que envolvía el ambiente. El frío de la madrugada se replegaba, y de pronto, una densa niebla ambarina comenzó a rodearlos lentamente, como si respondiera a la magia que fluía de sus varitas.
En el interior de los baños, Myrtle estaba inquieta. Sentía el impulso de gritarles que se dieran prisa, pero algo en su interior, una advertencia instintiva, la obligó a mantenerse en silencio. Había algo solemne en el ambiente, algo que no debía interrumpirse bajo ninguna circunstancia. Incapaz de flotar, se había arrinconado bajo uno de los lavabos, esperando con ansias que las paredes dejaran de temblar. Si rompían el hechizo de McGonagall, podría acompañarlos a Suiza. Podría revivir.
—¡Ahora, Ronald! —instó Hermione, su voz apenas un susurro tenso—. Luna, tu turno.
Con sincronización perfecta, Ron y Luna intercambiaron posiciones, mientras Draco y Hermione hacían lo propio, y Viktor tomaba el lugar de Harry. Habían ensayado esta secuencia docenas de veces, y aunque al principio todo fue torpe, ahora los movimientos eran fluidos y precisos. El hechizo era poderoso, exigiendo la fuerza y la conjunción de varios magos. Tantas molestias solo para liberar a una fantasmita llorica de los baños de las niñas.
Harry lanzó una mirada a sus amigos. Estaban pálidos, con gotas de sudor corriendo por sus frentes. Cada palabra pronunciada les costaba un esfuerzo titánico. Él mismo se sentía abrumado, como si la energía se le escapara con cada movimiento de su varita. A pesar de que llevaban poco tiempo, la magia que estaban canalizando era enorme. Sin embargo, aún no había señales de que el hechizo de McGonagall se rompiera.
Hermione parecía la más frustrada. Su ceño estaba profundamente fruncido, y su respiración se volvía cada vez más irregular. El hechizo de McGonagall finalmente se había hecho visible: un manto traslúcido de color azul que cubría la puerta, ondeando con cada conjuro. Pero, por más poción que esparciera sobre él, el manto solo resplandecía brevemente antes de que el líquido rojo se secara y cayera en polvo al suelo.
—No funciona —exclamó Hermione, agotada, lanzando el frasco vacío contra el suelo con frustración—. Esto no es magia común...
Todos se detuvieron entonces, enmudeciendo en el acto la cantinela de los hechizos y contra hechizos. Todos estaban cansados, tanto que Harry se dejó caer en donde había estado de pie. El clima frío del suelo lo recibió con consuelo y él suspiró. No era bastante fuerte como pensaba, sinceramente. Esto se había llevado mucho de su energía, más de lo que hubiera imaginado.
—Es magia oscura —añadió Draco en voz baja, observando el manto con atención, que oscilaba cadenciosamente como movido por un viento inexistente—. Myrtle, ¿sigues ahí?
—¿A dónde podría haber ido? —respondió la fantasma con su habitual tono lastimero. La puerta se abrió, y la figura incorpórea de Myrtle apareció flotando delante de ellos—. Es inútil. Nada de esto está funcionando...
Todos estaban en silencio, desalentados y tristes. Tanto para nada. Era muy desalentador. ¿Porqué McGonagall habría puesto tanto poder en una protección a una fantasmilla llorica? Harry se hallaba pensando en eso, ensimismado por el cansancio que hasta su cabeza daba ciertas vueltas. Cuando el pitido de sus oídos se apaciguó, escuchó los gritos de Myrtle.
—¡Es culpa de ustedes! ¡Deberían hacerlo con más fuerza! ¿Es que no quieren que sea liberada?
Por un momento, la chica sonó como cuando él la conoció. Haría mucho tiempo, como una fantasma insufrible que se pasaba la muerte haciéndose la victima con ese complejo de cenicienta esperando a que alguien la rescate, pataleando y gritando lamentos largos y dolorosos ante la imposibilidad de cumplir su capricho de niña puberta.
—Estamos haciendo nuestro mayor esfuerzo —espetó Ron, claramente irritado por la falta de gratitud—. No tienes idea de la cantidad de magia que estamos usando, Myrtle. Un poco de agradecimiento no vendría mal.
—Por favor, Myrtle, no grites, nos escucharán y será peor para todos —le regañó Draco con esa autoridad seria que él había aprendido de su padre— ¿No quieres que McGonagall se entere de lo que hacemos, cierto?
Myrtle abrió grandes sus ojos, tras las gafas y se cubrió la boca. Pocos segundos después el peso de toda la decepción cayó sobre ella, aplastante y su rostro volvió a contorsionarse en un sollozo que venía desde lo más hondo, aunque de su boca no brotó ningún sonido. Lentamente bajó la cabeza, sollozando en silencio. En otro momento habría continuado acusando, pero algo en ella había cambiado. Finalmente se dio cuenta de que culparlos, como llorar, no haría nada para mejorar su situación desesperada y que solo lograría que los únicos que la ayudaban la dejaran nuevamente sola.
—Lo siento... De verdad quería que funcionara...
—Funcionará —la consoló Luna, con una voz serena, mientras se sentaba en el suelo junto a la pared del pasillo. Draco, a su lado, le tomó una mano con delicadeza asintiendo a lo que ella decía—. Solo necesitamos investigar más.
—Tiene razón —murmuró Harry, sintiendo una oleada de determinación—. Pronto podrás sentir otra vez. Lo lograremos. Este es solo el primer intento.
—Pero por hoy es suficiente —dijo Viktor, pasándose el dorso de la mano por la frente, claramente agotado—. He dado todo lo que tengo. Necesito descansar.
—Es muy desgastante —admitió Hermione, con la mirada aún fija en el manto azul que cubría la puerta—. Y no hemos hecho ni un rasguño. No creo que podamos hacerlo en un par de semanas, como mínimo.
La niebla se disipó entonces y el velo del hechizo volvió a ser invisible. La madrugada volvió lentamente a ser fría, refrescando los pasillos. Dentro, las paredes dejaron de temblar. Myrtle, después de reflexionar un momento, aventuró:
—¿No hay alguna forma en la que yo pueda ayudar?
Hermione, que estaba inclinada hacia adelante, con las manos sobre las rodillas por el cansancio, se enderezó. Intercambió miradas con Harry y los demás.
—Yo también tuve magia en su momento —insistió Myrtle, con una voz más firme—. Si hubiera alguna forma de cooperar, de usar mi propio poder para ayudarlos, estoy más que dispuesta.