ID de la obra: 1406

Burlando a la muerte

Het
G
En progreso
2
Fandom:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 66 páginas, 34.280 palabras, 26 capítulos
Descripción:
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Secretos en la Sombra

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—Aléjese de eso, señor Potter. McGonagall salió de entre las sombras con la varita en ristre. Harry apretó los labios y cerró las manos retrayéndolas de sobre el cofre misterioso. La luz se encendió en el despacho y Harry reconoció poco de lo que conocía de la última vez que visitó al profesor Dumbledore. Había cosas académicas, modelos y algunos mapas que antes no había visto. La percha del fenix no estaba, ni el fenix. Lo que si era igual era la gran cantidad de cuadros de los anteriores directores, todos roncando suavemente. En un sitio especial, el cuadro de Dumbledore. McGonagall lo miraba con una mezcla de resignación y cansancio. Sus ojos brillaban con una comprensión que Harry no esperaba, como si ya hubiera anticipado su llegada. Había algo maternal en su expresión, como si estuviera lidiando con un hijo travieso que ignoraba sus advertencias. —Usted ya sabía que yo vendría —dijo Harry, sin apartar la mirada. —Basta conocerlo, señor Potter, para saber cómo procederá siempre hacia el peligro. Es su tendencia innata, le viene en la sangre —respondió McGonagall, con una sonrisa irónica. —¿Por qué la encerró en ese hechizo? —preguntó Harry con firmeza—. ¿Qué mal podría hacer Myrtle viva? McGonagall soltó un suspiro profundo, como si ya hubiera tenido esa conversación cientos de veces en su mente. —No entiendes nada, Harry. Sigues siendo un niño, a pesar de todo lo que has vivido. Hay cosas que no puedes comprender aún, igual que no entendías completamente la magnitud de lo que Voldemort representaba hasta que lo enfrentaste. Eso irritó el fuero interno del niño que vivió. Que lo subestimaran era para él de lo peor, porqué el sabía quien era, de lo que era capaz y hasta donde podía llegar por un ideal justo. Parte de la madurez que había adquirido con la guerra fue la que frenó esa ira que crepitaba en su interior. Respiró hondo antes de hablar de nuevo. —Si sigo sin entender, entonces explíqueme. McGonagall lo miró con dureza, pero también con una sombra de compasión en su rostro —¿Por qué habría de decírtelo, Harry? Sabías que si me lo preguntabas, no te lo diría. ¿Por qué crees que has venido aquí en secreto? —Porque Myrtle no es una amenaza —insistió Harry—. Es solo un espectro llorica. No veo cómo puede representar un peligro para nadie. —¿De verdad lo crees? —McGonagall alzó una ceja, su expresión endureciéndose—. Sigues sin comprender la naturaleza de su existencia. Hay más en juego de lo que imaginas. Cosas que ni siquiera tu experiencia en la guerra te ha preparado para enfrentar. —Entonces, ¿por qué no nos ha detenido? —preguntó Harry, cambiando de táctica—. Si sabe que estamos intentando romper el hechizo, ¿por qué no ha intervenido? McGonagall sonrió débilmente, como si la respuesta fuera obvia. —Porque sé que no lo lograrán. El hechizo que protege a Myrtle no es algo que puedan deshacer con su ingenio o habilidad mágica. La señorita Granger es brillante, pero incluso ella está fuera de su profundidad. Por eso los he dejado intentarlo; porque sé que no tendrán éxito. Harry sintió que la frustración crecía en su pecho. McGonagall estaba un paso por delante de ellos todo el tiempo, y eso lo hacía sentir impotente. Nuevamente otra sonrisa de triunfo. En todo momento ella había mantenido la varita en ristre y, aunque se veía que disfrutaba de tener acorralado al niño que vivió, que fue más inteligente que él y que le había salido un paso adelante, no bajaba la guardia ni siquiera un segundo. Lo tenía en la mira, cualquier movimiento en falso y lo pondría a dormir hasta el próximo año escolar.  Harry ya sabía que McGonagall no era como Umbridge. No le haría hacerse tajos él mismo en la mano hasta que entendiera que no debía entrar al despacho de la directora. Ella era estricta, pero no era una sádica. Aun así, Harry sabía que estaba en todo su derecho de castigarlo por lo que hacía. —Dice que no lo entendería —dijo Harry, adoptando un tono más desafiante—. ¿Por qué no me lo explica? McGonagall lo miró en silencio durante un largo momento antes de hablar. —Hay cosas, Harry, que no pueden deshacerse sin consecuencias. Myrtle no es simplemente un fantasma llorón que deambula por los baños de Hogwarts. Hay razones por las que fue contenida en ese hechizo, y liberarla sería un error que podría tener consecuencias catastróficas para todos nosotros. —¿Qué consecuencias? —preguntó Harry, frustrado por la falta de respuestas directas—. ¿Es malo que vuelva a vivir? McGonagall asintió lentamente. —Sí.  —¿Porqué? —insistió Harry, insatisfecho con esa respuesta. Necesitaba saber más, necesitaba sacarle más información si era posible. Harry estaba a punto de hacer otra pregunta cuando McGonagall lo interrumpió. —Ya es suficiente por esta noche. No hay nada aquí para ti, Harry —dijo McGonagall en tono final. Luego, giró la cabeza hacia la sombra detrás de ella. —Ni para usted, señor Weasley. Harry se sobresaltó al escuchar el nombre de Ron, y poco después vio su cabeza aparecer flotando en el aire, oculto el resto de su cuerpo por la capa de invisibilidad. Se veía avergonzado y un poco culpable. Harry sintió un pinchazo de molestia al ver su capa de invisibilidad que no le había autorizado para usar. ¿Qué más prueba necesitaba para saber que McGonagall decía la verdad ante sus afirmaciones anteriores? era obvio que veía y sabía todo lo que pasaba en el colegio como una especie de omnisciente presencia que custodiaba y gobernaba todo a la vez. —Perdóname, Harry... Hermione sabía que que podrías hacer algo imprudente si te quedabas solo... —Pero no tenías que tomar mi capa. —respondió Harry, irritado. —Basta ustedes dos. Vayan ahora mismo a sus habitaciones. No los expulso solo por el hecho de quienes son, a pesar de todo, se les debe mucho por su valor. Pero si insisten en desafiarme, me veré obligada a tomar medidas más serias. Y sí, el quidditch quedará fuera de sus actividades por el resto del año si continúan con este comportamiento. Ambos sintieron que se les iba la vida al suelo en ese momento. Harry y Ron intercambiaron miradas de desesperación. No podían imaginarse un año sin quidditch. Sin embargo, sabían que McGonagall no estaba jugando. Y con un movimiento, McGonagall hizo que manos invisibles los arrastraran a la salida del despacho, escaleras abajo. —Si no vuelven a sus habitaciones, lo sabré. Y créanme, aún puedo imponerles peores castigos que ese, se los aseguro... —la voz sombría que usó para decir eso confirmaba lo que decía. Harry estaba consiente de ello, pero aun así volvió a intentar. —Si lo sabe todo, también sabe que no me rendiré ¿verdad? —Lo sé, Potter —suspiró la bruja— pero también sé que no hay forma de romper el hechizo a menos de que yo así lo quiera. Y te aseguro que sería lo último que haría. La gárgola bajó y ambos chicos fueron conducidos a regañadientes a la sala común de Gryffindor y de ahí a sus habitaciones. No dejaron de empujarlos hasta que estuvieron ahí, sentados ambos en sus respectivas camas. Harry se dejó caer, derrotado ante ese giro de los acontecimientos tan repentino y desagradable.  —Supongo que no conseguiste las respuestas que querías, ¿verdad? —comentó Ron, aun con la capa sobre los hombros. Harry se la arrebató de los hombros con un gesto de fastidio, pero sonrió— al contrario, creo que ahora sé lo que debemos hacer.
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