ID de la obra: 1406

Burlando a la muerte

Het
G
En progreso
2
Fandom:
Tamaño:
planificada Mini, escritos 66 páginas, 34.280 palabras, 26 capítulos
Descripción:
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En el interior de la tierra

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Mientras caminaban entre los árboles que se cerraban sobre ellos, Harry les contó lo que Myrtle había revelado por la mañana. Les habló de cómo su cuerpo había sido ocultado en una habitación secreta en la antigua casa de sus padres, un lugar olvidado hacía más de cincuenta años. Recordó la forma en que Myrtle describió el acuerdo con el profesor Dippet, la indemnización silenciosa que recibió su familia y la exigencia de mantener el secreto a toda costa. El dolor de sus padres al ver el espectro de su hija atrapada entre la vida y la muerte resonaba en las palabras de Harry, llenándolas de una inquietante melancolía. —¿Crees que tiene algo que ver con lo que McGonagall está haciendo? —murmuró Hermione, sin poder evitar que su mente hilara conexiones entre los hechos. —Tendría mucho sentido, si te lo piensas bien. —respondió Harry, su ceño fruncido mientras esquivaba una rama baja. El bosque se volvió más denso, las ramas entrelazadas formaban un techo natural que apenas dejaba pasar la luz de la luna. Todo se tornó más oscuro, más claustrofóbico, y la humedad del suelo subía a través de sus pies. Fue entonces cuando empezaron a percibir un tumulto a lo lejos. Las luces blancas, intermitentes y lejanas, se movían con rapidez entre las sombras de los árboles. Los oídos del grupo captaron el sonido de tambores apagados, y el eco de cánticos rítmicos acompañaba el danzar de las sombras. —Los centauros están celebrando algún rito —murmuró Viktor, aguzando el oído. Luna echó un vistazo y señaló el camino delante de ellos, el que cortaba lejos de la ceremonia. —Pasemos rápido, no debemos llamar su atención. A lo lejos, los centauros estaban inmersos en su rito, quizás adorando alguna deidad celestial. El grupo apretó el paso, intentando hacer el menor ruido posible. Aunque confiaban en la poción que los cubría, el riesgo era demasiado grande como para subestimarlo. Cualquier error podría revelar su presencia. El silencio en sus movimientos aumentaba la tensión. Solo el crujido leve de las hojas secas bajo sus pies rompía la quietud del bosque, mientras el retumbar de los tambores de los centauros se hacía más tenue a medida que se alejaban de la celebración. A medida que avanzaban, Harry sintió que su piel comenzaba a hormiguear, un recordatorio inquietante de que la poción no los mantendría ocultos para siempre. Su corazón latía con más fuerza y por un momento, el silencio del bosque fue ensordecedor. —No puedo creer que sigamos confiando en una poción —susurró Draco, más para sí mismo, mientras las sombras se alargaban a su alrededor. —Por lo menos no hemos salido ardiendo aún —murmuró Harry en respuesta, esbozando una sonrisa breve. —Yo creo que será mejor que guarden silencio —Hermione los volteó a ver, regañándolos con una mirada furibunda. Ellos acordaron guardar silencio por la paz y por la seguridad de la misión.  De repente, un chasquido rompió el aire quieto. Draco pisó una rama seca, su expresión pálida mientras todos se detenían de golpe. Las luces blancas de los centauros parecían detenerse por un segundo, pero luego continuaron danzando en la distancia. Harry contuvo el aliento, escuchando los tambores lejanos con renovada intensidad. Después de lo que pareció una milla de caminata en tensión, la entrada a la cueva se reveló ante ellos, oscura y amplia como una boca abierta. El interior era tan negro como el abismo y no auguraba nada bueno. Las piedras a los lados estaban desgastadas, con profundas grietas que parecían llevar siglos allí, resistiendo el paso del tiempo.  —Ahí está —dijo Viktor con voz baja, señalando con la cabeza—. La biblioteca está dentro. —Si tenemos suerte, no nos perderemos. —agregó Luna. —¿Tan grande es esa biblioteca? —preguntó Harry, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda al mirar la negrura de la cueva. —La biblioteca está en el centro de un laberinto de grutas naturales y otras excavadas en la roca específicamente para perder a los intrusos —le explicó Viktor con calma, pero el destello de preocupación en sus ojos era visible. —No será difícil encontrar el camino —intervino Hermione, aunque su voz no reflejaba completa seguridad—. Solo tenemos que seguir las huellas de los centauros. El suelo debería estar desgastado por el paso de sus pezuñas desde la noche de los tiempos... pero aun así, mejor no nos alejemos demasiado unos de otros. —Y debemos ser más rápidos que una exhalación —les recordó Viktor— no estamos seguros de cuanto dure el efecto de la poción. El aire se sentía más denso al borde de la cueva, cargado de historia y de peligro. El eco de las ceremonias centáuricas todavía resonaba a lo lejos, recordándoles que estaban lejos de estar a salvo. Como lo acordaron, Hermione y Luna iban delante, Harry detrás, con los demás chicos. Todos llevaban las varitas en ristre, atentos a las sombras más profundas. La rubia iba con la vista al suelo, siguiendo el desgaste del que habló Hermione en la piedra, eso evidentemente los conducía por el camino correcto. O eso querían creer. El aire en la cueva era sofocante, y la oscuridad parecía envolverse alrededor de ellos como un manto vivo, ahogando el escaso brillo de sus varitas. Cada paso dentro de la cueva resonaba, multiplicado por el eco de las paredes, como si la misma roca los vigilara. Harry sintió un frío en la base de su columna, una sensación de ser observado por algo más antiguo que la propia escuela. Draco, por su parte, iba dejando una estela de luz plata a su paso, en la retaguardia. Era un buen método para saber regresar cuando tuvieran que hacerlo, siguiendo el hilo hasta la salida. El hechizo servía de forma que al trazarse la estela en el aire, esta permaneciera por unos segundos visible tras ellos para luego irse apagando. Cuando regresaran, esta se iluminaría como un auténtico cordón de plata. Harry seguía adelante, desconfiado. Cada vez parecía que el camino bajaba más al interior de la tierra. La humedad y el frío se hicieron intensos después de unos minutos. El camino se bifurcaba varias veces, pero Luna y Hermione seguían usando el mismo método de observación del suelo. Harry volteó sobre su hombro, atrás de ellos solo había oscuridad y delante igual o peor. El ambiente se sentía con esa tensión electrizante que antecede la desgracia. Por eso Harry tenía los músculos en tensión, listo para atacar ante la menor situación.  —¿Estamos seguros de que esta es una buena idea? —susurró Draco, lanzando una mirada de disgusto hacia las sombras que les rodeaban— Seguir un rastro de pezuñas y confiar en una poción que podría fallar en cualquier momento... suena a desastre. —No necesitamos tu negatividad ahora mismo —replicó Harry con brusquedad, sus ojos fijos en la oscura caverna por delante—. Si tienes una mejor idea, soy todo oídos. Draco entrecerró los ojos, pero no respondió. Había algo en la voz de Harry, una mezcla de nerviosismo y determinación, que le hacía callar. —Ustedes de verdad que son imposibles, hubiera preferido traer a Neville, él por lo menos andaría en silencio. —les regañó Hermione otra vez ya exasperada. —Chicos —llamó su atención Luna adelante— no hay más huellas aquí. Todos iluminaron el suelo acercándose con curiosa preocupación. Efectivamente, la roca y tierra estaban intactas un poco más adelante, el sendero de desgaste terminaba ahí. La galería seguía adelante de ellos, pero incluso estaba cubierta en telarañas tan gruesas que tenían la apariencia de gasas. Nadie había transitado por ahí en un buen tiempo. —Hagan el favor y no digan nada ustedes dos —ordenó Hermione, mandona y autoritaria— quiero pensar... —Talvez la biblioteca está aquí y simplemente no la vemos —reflexionó el búlgaro iluminando las paredes a ambos lados— o haya algún pasadizo. Harry avanzó unos pasos adelante, consternado por la situación. Hermione retrocedió hasta la última vuelta que habían dado y estudió el suelo, las paredes y se detuvo, ladeando la cabeza, para seguir pensando. Harry siguió avanzando hasta estar directamente en el sitio en el que se acababan las huellas. —Talvez pasamos por alto algo en el camino...  —Pero ya es tarde para retroceder —musitó Luna— la poción no dura tanto tiempo. Harry dejó divagar un momento la mente, pensando en lo que se podría o no hacer, pasó de una línea de pensamiento a otra y de esta a cosas completamente ajenas a la situación. Se detuvo a pensar en que no cenó antes de venir, cuando una piedra se desprendió del techo y le dio en la oreja. Pudo haber exclamado alguna palabrota, pero esta se quedó atorada en el fondo de su garganta cuando miró hacia arriba. —Chicos, ya encontré el resto del camino. Los demás avanzaron rápido para mirar hacia donde Harry apuntaba con la varita. Arriba, por encima de sus cabezas, se ubicaba una grieta grande, por la que un centauro podría pasar con facilidad. La oscuridad no se inmutaba ante la luz de sus varitas juntas, así que era de considerable profundidad.  —San Potter al rescate otra vez —escupió Draco con los labios presionados en una delgada línea. —Ayúdame a subir, Viktor —lo ignoró Hermione— Luego ayuda a Luna y... —A Luna la ayudará yo —volvió a intervenir Draco con molestia de que alguien tocase a su novia.  —Como quieras —resopló la castaña convirtiéndose en zorrita para ser más liviana para él. Luego, Draco alzó a Luna, ayudándola a alcanzar la roca más cercana en la grieta, de donde pudo asirse antes de que Hermione, ya con su forma humana, la ayudase a subir también. Seguidamente, los chicos tuvieron que ayudarse entre ellos, siendo Krum el último, quien subió como un águila volando. Este era otro pasadizo, igual al anterior, pero más espacioso. Efectivamente, ahí estaba el rastro de nuevo, otra vez estaban en el camino correcto. Sin decir mucho más, siguieron adelante. A medida que avanzaban, el eco de sus pasos se volvía más bajo, como si la misma cueva estuviera absorbiendo el sonido. Las paredes eran irregulares, y en algunos lugares se angostaban tanto que debían apretarse contra la roca para pasar. Harry se preguntaba cómo un centauro pasaría por ahí. El aire olía a humedad y polvo antiguo, y a cada paso, el laberinto parecía expandirse infinitamente más allá de lo que sus ojos podían ver. A pesar de todo, tras doblar una estalactita particularmente grande, se mostró ante ellos una puerta pesada de roble reforzada con grandes filigranas forjados en oro negro. Había figuritas que parecían de centauros aquí y allá.  —Tarde, pero hemos llegado —masculló Harry adelantándose para abrir. La puerta estaba sin seguro, podían pasar si querían. Eso era sospechoso, pero nadie dijo nada. La oscuridad adentro era aún más solida que la que se veía dentro y, sin embargo, había luz dentro. Solo que esta era luz oscura, purpúrea y azul profundo. No iluminaba, per creaba puntos de referencia en ese vacío. A la vez, todos pronunciaron el hechizo de lumus máxima, para iluminar a la vez la estancia al completo.  Resultaba que esta no era una biblioteca en el sentido propio de la palabra. No había libros en los anaqueles, sino centauros. La sala estaba repleta, había más de sesenta centauros delante de ellos.
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