Preguntas sin respuesta
23 de noviembre de 2025, 11:05
Harry estaba enfilando a los aseos de las niñas otra vez, como cada tarde después de las clases. Se había acostumbrado a hacerlo así diario, antes incluso de salir con Ron o con Hermione, él buscaba la compañía de Myrtle. Aún la sondeaba sin que ella se diera cuenta y buscaba ahora con bastante menos disimulo lo que la hacía diferente. Quería averiguarlo ya, para saber de qué se trataba todo.
En eso y otras cosas, pensaba superficialmente, cuando una mano lo retuvo por el codo antes de pasar al pasillo que daba a esos baños. Alzó la vista y se encontró con los ojos felinos de su directora. Una luz de pánico se activó en la cabeza del niño que vivió.
—¿Algo qué confesar antes de que se lo arranque con magia, Harry? —el tono que usó era mordaz.
—Es usted la que lo sabe todo en este colegio, profesora, creo que si tuviera algo que confesar, usted ya lo sabría. —la retó con la mirada, al ver que esto claramente era un ataque en toda la regla.
McGonagall proyectó hacia adelante el mentón— Sabía que vendrías aquí, por eso te estaba esperando. Te voy a dar una oportunidad, Harry Potter, para que me digas qué fue lo que hiciste. Una. No colmes mi paciencia o tendrás de verdad un problema conmigo.
Él se preguntó a toda prisa si habría pasado algo nuevo. Realmente él no había hecho nada, así que no mentía al decir que su conciencia estaba limpia en ese sentido. Pero McGonagall no se tragaba esa historia del niño bueno y estuvo a poco más de sacudirlo para que confesara. Harry sintió que su estómago se revolvía bajo la intensa mirada de McGonagall. Era una sensación familiar, como cuando ella lo atrapó en su despacho. Intentó mantener la compostura, pero cada segundo bajo esa mirada penetrante le costaba más.
—Yo... no he hecho nada —repitió, esforzándose por sonar convincente.
McGonagall lo observó unos segundos más, luego soltó un suspiro y lo soltó. —Revisa los baños —dijo con voz seca.
—¿Los baños? —preguntó Harry, desconcertado. Ella le dio un empujón hacia la puerta de los aseos de las niñas, donde él se dirigía.
Harry contuvo la respiración y se aproximó. Cuando empujó la puerta, lo primero que notó fue el silencio. Algo en el ambiente estaba... diferente. La luz en el baño era la misma, la atmósfera húmeda y fría, pero algo no encajaba.
—Myrtle —llamó, esperando ver el brillo familiar de su figura translúcida emergiendo desde algún cubículo. Silencio. Un escalofrío recorrió su espalda. Caminó hacia el cubículo donde solía encontrarla, pero no había señales de ella. Ni una lágrima, ni un susurro. No estaba en su ventana o su lavamanos favorito. Los Libros prohibidos estaban donde se los había dejado Hermione la otra noche.
—No puede ser...
El retumbar de sus propios pasos resonó en el baño vacío. Intentó llamarla de nuevo, pero algo le decía que no obtendría respuesta. Myrtle ya no estaba allí. Pero ¿cómo? ¿Cómo había podido salir? La profesora McGonagall, que lo había seguido, se cruzó de brazos detrás de él, sus labios apretados en una fina línea de desaprobación.
—Sabes dónde está, ¿verdad? —preguntó, pero esta vez no con el tono acusador de antes, sino más bien con una mezcla de curiosidad y preocupación. Harry, sin embargo, se quedó en silencio.
Un destello de comprensión se reflejó en los ojos de Harry. —Myrtle... ha roto el hechizo —murmuró para sí misma, mirando hacia el cubículo vacío—. Esto complica las cosas.
Harry sintió un nudo en la garganta. Myrtle había logrado lo que ni siquiera ellos habían podido hacer en semanas. Había logrado escapar, y por su cuenta.
—No —zanjó el asunto con firmeza la profesora— el hechizo sigue sin daños. Solo Dumbledore hubiera podido romperlo.
—Pero no está —murmuró Harry, tratando de comprender— y nosotros no encontramos la forma de sacarla...
—El hecho es que hoy ya no apareció. Tú fuiste el último con quien ella habló ayer por la noche —insistió McGonagall— ¿Dónde está?
Harry estaba tan desconcertado como ella. No sabía qué podía haber sido de la fantasma. Mientras se quedaban en el baño, la realidad lo golpeaba. Algo más profundo y peligroso estaba ocurriendo, y McGonagall parecía saber mucho más de lo que dejaba entrever.
La profesora lo arrastró entonces a su despacho, el asunto era sacarle a Harry la información si o si, eso era evidente. Al arrastrarlo fuera de los baños, Harry sintió una opresión al abandonar los dominios de Myrtle sin respuestas. Literalmente la tarde anterior la chica había estado ahí, resplandeciendo delante de él y ahora ya no estaba. La sensación de vacío que sentía era muy extraña.
Adentro del despacho ya estaban Hermione, Viktor y Draco, todos sentados en un sofá delante del escritorio de la directora, como castigados. Era evidente que McGonagall sabía mucho de ellos, porque incluso Krum estaba en forma humana y no como animago. Lo que le sorprendió fue no ver a Ron, pero era comprensible, él casi no se involucró más allá de al principio de las investigaciones, luego perdió totalmente el interés.
McGonagall tomó asiento y le indicó a Harry hacer lo propio junto a Draco en el sofá. Él intercambió miradas con sus compañeros, todos estaban silenciosos y cabizbajos.
—He usado Veritaserum con tus compañeros —le confesó la profesora— ninguno sabe nada, pero lo han dicho todo ya. Los centauros, Luna y el cuerpo de Myrtle. Lo sé todo. Lo que no sé es porqué no está y el hechizo sigue en funcionamiento sin fisuras. Así que solo me quedan dos opciones por creer, la primera es que no sabes nada al respecto como el resto de tus compañeros... o que, en secreto y sin ayuda, lograste sacar a Myrtle de los baños sin romper el hechizo.
Harry tragó en seco. Ahora comprendía por qué Viktor, Draco y Hermione estaban tan callados. Habían sido obligados a decir todo, a confesar lo que sabían.
—No... no la saqué —murmuró Harry, aún procesando todo—. Aún no tenemos ni idea de cómo romper ese hechizo.
McGonagall lo observaba con detenimiento, escrutando cada una de sus palabras. —Pues Myrtle no podía haber salido por sí sola. Si usted no lo sabe, y no la ayudó, entonces explíquemelo, Potter. —replicó con severidad— Porque, según lo que sé, no hay manera de que ella haya salido. Algo ocurrió anoche, y quiero saber qué fue.
Harry bajó la vista hacia sus pies. Realmente no sabía qué decir. Myrtle había estado allí, atrapada en los baños, como siempre. Pero ahora ya no estaba. ¿Cómo podría explicar algo que ni siquiera él entendía?
—Lo único que hicimos ayer fue lo mismo que todos los días —dijo Harry finalmente, levantando la mirada—. Hablamos, intenté obtener más información sobre lo que ella siente, sobre lo que le ocurrió. No logramos ningún avance.
McGonagall no parecía convencida. —Y sin embargo, ella se ha ido —dijo, tajante—. Algo en ti o en ella ha cambiado. Potter, ¿acaso le dijiste algo que pudiera haber desencadenado esto?
Harry frunció el ceño, intentando recordar cada detalle de su conversación con Myrtle. Nada había sido particularmente diferente. Y sin embargo, el hecho de que Myrtle ya no estuviera en los baños indicaba que algo había sucedido.
—No lo sé —admitió, derrotado—. No le dije nada que pudiera ayudarla a escapar.
McGonagall entrecerró los ojos, claramente frustrada. —Hay fuerzas más allá de nuestra comprensión en juego aquí —musitó más para sí misma que para Harry—. Pero te advierto, Harry, si descubro que has estado ocultando algo más, las consecuencias serán graves.
El silencio cayó sobre la habitación como una pesada cortina. Viktor, Hermione y Draco seguían en silencio, y Harry notó por primera vez que Hermione tenía el rostro pálido y la mirada inquieta. Estaba claro que el Veritaserum no había sido una experiencia agradable para ninguno de ellos.
Finalmente, McGonagall suspiró y se levantó de su silla. —Esta situación está fuera de control —dijo—. Necesito hablar con el Ministerio de Magia. Mientras tanto, ninguno de ustedes debe abandonar el castillo sin mi permiso. ¿Entendido? Si salen yo lo sabré y juro que los buscaré.
Todos asintieron en silencio.
—Pueden irse —les indicó la profesora con un gesto hacia la puerta.
Harry se levantó con pesadez, su mente aún dándole vueltas a la desaparición de Myrtle. Había escapado, pero la verdadera pregunta era: ¿Qué estaba ocurriendo realmente con ella? Ya fuera del despacho, todos fueron al patio en silencio, Viktor se inclinó hacia él y murmuró:
—Myrtle no se habría ido sin decirte algo. Debemos encontrarla. —Harry asintió, sabiendo que tenía razón.
—Fue una suerte que te salvaras del Veritaserum —atinó a decir Hermione en un murmullo— fue horrible, Harry. Confesé hasta lo que hice con Victor en mi cuarto.
—Y créeme, nadie quería saber eso —resopló asqueado Draco mientras el búlgaro se reía nerviosamente y Hermione se ponía más roja que nunca.
—Estoy castigada... McGonagal substrajo cien puntos a Gryffindor y cincuenta a Slidering y a Ravenclaw... Dios, que vergüenza.
—Sabes que esa mujer no me impedirá regresar volando hasta tu ventana ¿verdad? —le hizo mimos Viktor en el cuello con la nariz, sintiendo una oleada de ternura por ella. Hermione se cubrió el rostro con timidez, pero se estaba riendo nerviosamente.
—Igual, aunque te hubieran dado la Veritaserum —cambió de tema Draco, mirando hacia otro lado— estoy seguro de que no sabes más que nosotros ¿cierto?
—La verdad es que fue una suerte que no me lo diese —dijo con un tono que hizo que los demás lo miraran fijamente—. Porque mentí.
La tensión en el aire creció. Los ojos de Hermione y Viktor se abrieron como platos, y Draco, por primera vez en todo el día, parecía genuinamente intrigado.
—Sé dónde está —añadió Harry, dejando que las palabras cayeran como un peso sobre sus compañeros.
De su bolsillo sacó una página amarillenta, Harry sonrió, era una página de uno de los libros prohibidos que Myrtle había dejado en los aseos de las niñas. Era una mapa de Suiza. Todos se inclinaron para observarla con detenimiento. En el centro del mapa, una marca destacaba como una herida abierta: la ubicación de la vieja casa de los padres de la fantasma.
—Myrtle ha ido a buscar su cuerpo.