El espejo de mano
23 de noviembre de 2025, 11:05
Un estruendo cortó el aire, sacando a Harry de su trance. Treinta magos cayeron de golpe en medio de la biblioteca de los centauros, sus varitas en alto, apuntando hacia las estatuas y hacia Luna con una mezcla de desconfianza y temor. McGonagall emergió entre ellos, su mirada fija en la figura casi etérea de Luna, que, descalza, con flores en el cabello y vestida con enredaderas, parecía una criatura salida de un cuento antiguo.
—¿Qué significa esto, pequeña Lovegood? —le increpó en un siseo acercándose a ella con la varita en ristre— ¿sigue siendo usted o me enfrento a alguna criatura con semejanza a su apariencia?
Era claro que el aspecto de la chica era por demás algo fantástico, tan extraordinario y casi divino, semejante a las figuras de piedra que llenaban la sala. Luna, sin embargo, no mostró miedo, respondió en todo momento con entereza, hablando con una seguridad y autoridad que no eran propias.
—Sigo siendo Luna Lovegood —respondió, su tono firme— pero ahora soy también Luna Centáurica, portavoz de la raza equinoforme. Porto parte del conocimiento antiguo. Sé lo que han venido a buscar, y sé además dónde encontrarlo.
Los aurores intercambiaron miradas, sorprendidos. El líder del grupo de la biblioteca dio un paso adelante— Deberán llevarla con ustedes —dijo, su voz severa— solo ella puede guiarlos hacia la verdad que buscan. Cuando ella esté con ustedes, mi raza lo estará de igual forma y con ella nuestra bendición.
McGonagall entrecerró los ojos, intentando descifrar a Luna, su nueva apariencia transformada y esa aura tan diferente.
—¿Dónde está Myrtle Warren? —inquirió con una mezcla de impaciencia y duda.
—Yo lo sé. —replicó Luna con una seguridad imperturbable— Pero a cambio de decírselos, deberán llevarme con ustedes.
La directora soltó un bufido ¿a qué hora se les enseñaba a los estudiantes a ser tan buenos con la diplomacia? Ya que no había otra opción, y las cosas ya se estaban saliendo mucho de control, ella aceptó.
—Así será, entonces —volvió a resoplar— pero hay que actuar rápido. El grupo de vándalos de Potter vuelve a estar metido en esto, y si no nos movemos rápido sabrán tanto que será necesario evaporarlos. Y no quisiera ser la responsable del fin de Harry Potter...
Entonces los centauros se despidieron de Luna y esta guardó secretamente el espejo dentro de su bolsa, colgándosela al hombro antes de ubicarse en el centro del coliseo. Entonces, todos los aurores pusieron una mano sobre el hombro del más cercano y estos a McGonagall, que sostenía la mano de la rubia.
Luna cerró los ojos, y de inmediato, la oscuridad cayó sobre ellos como un manto impenetrable. El frío se intensificó, y el mundo se desvaneció en un abismo de sombras profundas.
Para Harry fue una sensación nueva y bastante desagradable volver a tener pulmones. Cuando Luna los sacó del espejo, todos rompieron en una tos quejosa y ahogada, como si todo ese tiempo hubieran mantenido su cabeza debajo del agua y parte del liquido aun estuviera en sus vías respiratorias.
Ante ellos, el paisaje había cambiado, en gran medida. A todo lo ancho y largo, a donde veían, había campos de césped verde y arboles bajo la luz de las estrellas. Era un bosque diferente al de Hogwarts, un bosque más vivo y más domesticado a la vez. Los pinos eran más bajos y había muchos sauces y cipreses enanos aquí y allá. Se escuchaba de fondo el sonido de los grillos y el correr de un riachuelo o arroyo cercano.
—¿Qué fue lo que pasó, Luna? —le preguntó Harry.
La chica ahora estaba vestida, traía su ropa normal de antes y se veía ahora como cualquiera de ellos. Menos fantástica, más cómoda de ver. Ella les explicó el engaño que había hecho a McGonagall hacía un momento, cómo los llevó a la otra punta del mundo para después abandonarlos perdidos ahí e irse ella sola, con el espejo, a Suiza.
—¿Los centauros sabían que harías eso? —se rieron Hermione y Viktor.
—Estaba escrito en las estrellas —les sonrió ella, de forma misteriosa.
El hecho era que estaban frente a una cabaña de dos pisos. Su fachada de piedra se veía más allá en mediación de una colina, con escalinatas de piedra, un pozo en la parte trasera y arboles custodiándola. Desde allí surgió una figura conocida por todos, acompañada de su luz platinada que relucía como las mismas estrellas.
—¡Han venido! —les gritó exultante de felicidad—pensé que me dejarían sola.
Harry intentó darle un abrazo, pero obviamente solo se encontró con el frío de su condensación espectral. Después del susto inicial, Harry se puso serio.
—¿Porqué te fuiste sin decirnos nada? ¿Tienes idea de todo el miedo que nos hiciste pasar? Creímos que McGonagall te había evaporado o algo peor... —le increpó con voz dura.
Ella se rió y sonrió aun más alegre— ¿Se preocuparon por mi? ¡Oh! eso es más de lo que puedo agradecerles.
—Responde, Myrtle —perdió la paciencia Hermione— ¿Cómo saliste de los aseos sin romper el hechizo y cómo llegaste hasta aquí?
—Es la verdad una larga historia —suspiró ella, aun feliz— vengan a la casa, el frío de Suiza en esta época es bastante crudo. Lo mejor será que vengan y pronto.
Si la puerta estaba con seguro o no, Myrtle se había encargado de abrirla y encender la chimenea sin problemas para que sus amigos se mantuvieran cómodos. La casa parecía deshabitada y en ruinas, la verdad. La electricidad de las bombillas no funcionaba y el agua corriente de las tuberías tampoco, los chicos tuvieron que traer en cubos agua del pozo para calentar una especie de cena mientras la fantasma les contaba lo que había pasado.
Cuando Myrtle le había dicho a Harry que quería estar sola, era para detenerse a pensar, si, pero a pensar en lo que Viktor y Hermione habían descubierto en la biblioteca de Durstram. En ese fragmento de pergamino, se detallaba el hechizo que permitía a los fantasmas de magos reconectar con la magia que quedaba en sus esencias incorpóreas. Habían acordado no volver a hablar de lo que descubrían en Hogwarts, por McGonagall, pero eso no aplicaba a la fantasma.
Tan pronto se fue Harry, Myrtle estuvo estudiando el hechizo, como en sus días de estudiante. Haciendo lo posible por aprender la pronunciación del latín al ingles británico y al arameo sórdido. Fue frustrante al principio, pero ella siguió hasta que las palabras salieron con la entonación necesaria. Luego, se pudo en posición, a resguardo en la parte más oscura de sus baños, y pronunció el hechizo.
Nada cambió aparentemente, incluso ella llegó a pensar que nada había pasado. Pero, pocos segundos después, Myrtle tuvo una sensación. La primera sensación propia, de su propio ser, que la embargaba en más de cincuenta años. Luego de ese desbloqueo, como un torrente, se le vino encima parte de la magia que en su momento tuvo. Sintió que se empapaba hasta lo más profundo y, por primera vez en mucho tiempo, se sintió con la fuerza suficiente para regresar a casa.
—Ni siquiera lo pensé —les contó ella— en mi cabeza surgió la idea de que ya había pasado mucho tiempo en esos aseos. Que donde debía ir era a mi cuarto... a mi casa... por un momento pensé que volvería a ver a mi familia... y aparecí aquí.
—Ya llegó el momento de que sepan lo que hay más allá —completó Luna— la verdadera historia de Myrtle.