ID de la obra: 1416

El portal del sexto árbol

Het
R
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
187 páginas, 111.982 palabras, 32 capítulos
Descripción:
Notas:
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8: Las fosas de los gritos

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Cuando se habían embarcado en esta aventura en la búsqueda de Tony, de su amigo, nunca imaginaron pasar por estas situaciones tan extrañas. No imaginaron nunca tener que embadurnarse lodo encima o tener que caminar entre monstruos en una ciudad que a lo mejor no existía. Este era por mucho el viaje más accidentado que habían tenido en su vida y seguían adelante, hasta lo impensable, incluso si había unos de ellos que ni siquiera conocían más que de vista a Tony, como Cesar que apenas y había hablado con él para hacerle bromas. Ahí estaban, sin rendirse en ningún momento. Quizá el hecho de que les estuviera yendo tan bien era que permanecían juntos.  Rachel se precipitó dentro de la fosa cuando fue empujada dentro. Las paredes eran de tierra y el fondo igual, lo que significó para ella un alivio, ya que la caída de tres metros no fue demasiado dura. No obstante, era obvio que resultaría dificultoso escapar. Se llevó las manos a los hombros, en donde los monstruos lo habían agarrado y levantado como a un trozo de papel mojado. El hombre lobo que la había "escoltado" hasta aquí, la miraba desde arriba, con ojos venenosos en los que se adivinaba un brillo socarrón.  Hubiera hablado, si no hubiera estado bajo los efectos del miedo más terrible. Aun sin incorporarse por completo del suelo, le sostuvo la mirada a su agresor, el monstruo gruñó por lo bajo y siseó algo que sonó como una advertencia antes de irse, no sin antes cerrar la celda en la que estaba el foso con llave. Rachel suspiró de alivio. Por un momento creyó que le harían daño, creyó que la enterrarían viva o que le lanzarían piedras hasta matarla. Imaginó mil cosas escalofriantes que ahora le parecían un poco escandalosas. Pero no se culpaba a si misma, había sentido el aliento del monstruo en su nuca y sus garras a nada de destrozarla durante todo el camino. Pero lastimar no era la intención de esos guardias, eso era lo único claro, porque de haber querido los hubieran matado a todos frente a la laguna de la estatua, en donde los encontraron.  A pesar de todo, no podía estar segura. Cuando los hombres lobo los habían atrapado, los habían llevado hasta esa otra fortaleza que Eli dijo que quería investigar y en donde supuestamente había encontrado algo. Era, en efecto, una torre alta y sin mucho misterio. Nada más que una construcción de roca polvorienta idéntica hasta la última planta adherida entre las uniones a la que había al otro lado de la ciudad, cerca del lago. No obstante, dentro había unas escaleras hasta un segundo nivel subterráneo que comunicaba a una sala con muchas puertas de metal pesadas, y más guardias igual de monstruosos que los que los trajeron hasta ahí.  Los habían separado. Un guardia diferente para cada uno de ellos. No había habido tiempo ni para una despedida, porque todo se efectuó rápido y sin que pudieran hacer nada para evitarlo. Cada uno por una puerta diferente, temió que fuera la última vez que vería a sus amigos. Antes de que se la llevasen, vio a Earl luchar con el guardia. Le había conseguido dar un puñetazo en pleno hocico e hicieron falta dos guardias para inmovilizarlo. J y Cesar, quien sabe en qué momento, se habían puesto de acuerdo, ante la distracción de Earl ellos dos atacaron a sus guardias dándoles golpes en el estomago y patadas certeras en la ingle. Geoff y Eli se echaron encima de otro y Layne se libró del suyo para ir en ayuda de Rachel. El lobo la soltó a ella tirándola al suelo con rudeza para enfrentarse con su oponente. Seguro imaginó que ella no representaría más que un estorbo. Rachel se incorporó dolorosamente para ver la batalla. Se sintió repentinamente orgullosa de sus amigos, eran impresionantes. Contagiada por ese valor, supo que tenía que ayudarlos. Como nadie reparó en ella, sacó de su bolsillo la aguja que la pitonisa le había dado. Si era o no el momento para usarla, Rachel no se detuvo a pensarlo. Cuando el lobo cerró sus fauces en el hombro de Layne, ella actuó con la velocidad de la que era capaz y apuñaló al monstruo en la espalda con todas sus fuerzas. El acto tuvo el efecto esperado y el lobo soltó a Layne para volverse a Rachel.  —Vaya, vaya, vaya —gruñó el monstruo acercándose a ella, acechándola como a un conejo— que niña tan traviesa... Rachel tragó en seco, la aguja se le había escapado de las manos al dar el golpe, sospechaba que había quedado en la espalda del monstruo y que aun seguía ahí, estaba claro que no había infligido mucho daño, pero era suficiente para atraer la atención del monstruo hacia ella. Ahora Rachel estaba desarmada y en problemas, pero le había dado una oportunidad a su amigo. Él había intentado salvarla primero, se lo debía, ahora pagaría su valor con su vida. Sin apartar los ojos del hombre lobo, quiso saber si Layne estaba bien, pues este se había quedado en el suelo y no hizo más que arrastrarse hasta la pared de tierra más cercana. —He estado mejor —suspiró entre dientes, con una mano sobre la herida— maldito monstruo ¿he sido demasiado para ti? ¡Termina lo que empezaste! Ambos, tanto Rachel como el lobo sabían lo que Layne intentaba hacer, volver a centrar al monstruo en él para que ella escapara. Pero era claro que esto se había vuelto personal. El hombre lobo no la iba a dejar ir sino hasta vengarse. —Disfrutaré destruirte —le siseó acercándose más a ella. La lengua negra como el pelaje del monstruo. Se relamió los dientes afilados con un sonido repugnante. Estaba ya tan cerca que ella sintió el calor de su aliento fétido y pudo ver las dimensiones de los colmillos del monstruo, gruñía y se acercaba cada vez más. Rachel sintió el aguijón del terror pinchar en su interior y por un momento tuvo la necesidad de huir a cualquier sitio para escapar. Ese era un deseo egoísta, escapar, si lograba en algún momento hacerlo, que lo dudaba, significaría dejar atrás a sus amigos. Y por nada del mundo abandonaría a voiceplay, mucho menos ahora. La suerte de la batalla ya estaba puesta a favor de los monstruos. Eran más y más fuertes. Earl estaba siendo golpeado por los dos hombres lobos a la vez, mientras otro sostenía a Cesar por el cuello y lo alzaba del suelo. Se veía que hacía un esfuerzo tremendo por respirar, pero aun así, al mirar a su atacante, una sonrisa rebelde apareció en su rostro, había sangre manchando sus dientes, demostrando que no estaba listo para rendirse. J estaba haciendo frente a un monstruoso hombre lobo, le había asestado un zarpazo hiriéndole en el muslo, por encima de la rodilla, que sangraba. Geoff luchaba cuerpo a cuerpo con otro, que lo tenía boca arriba en el suelo, sobre él, e intentaba darle mordidas en la cara o el cuello, pero Geoff mantenía sus mandíbulas abiertas con sus manos y trataba de alejarlo de él con las piernas en el pecho del monstruo. Eli no tenía mejor suerte, el empuñaba una antorcha y la dirigía a los tres hombres lobo que intentaban atacarlo y lo acorralaban como a Rachel. Rachel nunca había sentido tal miedo en su vida, pero sabía que debía dar pelea. Es lo que debía hacer. Por lo menos moriría de forma honorable, como sus amigos luchando a su lado. Con la idea de que hizo todo lo que estuvo en su poder para salvar a Tony y mantener a salvo a sus amigos. Sus ojos se desviaron un instante de su agresor y fueron a parar en Earl. Con otro puñetazo había dejado fuera de combate a uno de los hombres lobo, pero el segundo arremetía lanzando zarpazos al aire tratando de herirlo de gravedad. Esa debía ser la pelea con más movimiento, puesto que Earl esquivaba muchos de esos golpes, y sus movimientos rápidos lo llevaron a llegar a lado de Eli con su antorcha. Ahora eran dos contra cuatro hombres lobo. Earl también arrancó otra antorcha de la pared y se aseguró de darle con todas sus fuerzas en la cabeza al monstruo más cercano antes de que sus dientes alcanzaran la pierna de Eli. El estruendo del metal y los carbones encendidos cayendo al suelo al apagarse la antorcha, más el ruido del lobo desplomándose, resonó en toda la gruta subterránea. —Deténganse... —rugió atronadoramente el hombre lobo que sostenía a Cesar del cuello, había aflojado el agarre para que él pudiese respirar, pero lo mantenía firmemente agarrado— no tenemos permitido matarlos. Se trata de acatar ordenes. Ya tendrán su merecido de todas formas. Un gruñido gutural se extendió entre todos los monstruos y, muy lentamente, se retiraron de sus presas. Todos, a excepción del lobo frente a Rachel. Ambos intercambiaron miradas, retándose el uno al otro, pero al final él la tomó del cabello dándole un tirón prodigioso, haciéndola gritar. Se los llevaron a cada uno por una puerta diferente. Rachel fue conducida por su guardia y empujada a la fosa.  Pasaron una eternidad de minutos en los que Rachel se quedó ahí, sobre el suelo, intentando pensar la forma en la que debía proceder ahora. Esa batalla tan breve mantenía su corazón palpitando adrenalina en sus venas incansablemente desde entonces. Seguía teniendo miedo, por ella y los demás, solo Dios sabía lo cerca que estuvieron todos de morir. No quería pensar en las heridas de J, Layne y Cesar, porque se veían muy mal cuando se los llevaron. Tampoco quería recordar esos dientes a nada de morder a Geoff en el rostro, y aunque él parecía estar en mejor estado que todos, era claro que había tenido demasiada suerte. Eli y Earl no se rindieron en ningún momento y aun siendo escoltados, ningún monstruo pudo doblegar sus voluntades de hierro. Rachel Pasó los ojos por todo lo que se alcanzaba a ver desde su posición, lo cual no era mucho, lamentablemente, y la luz de las antorchas no era de gran ayuda. Lamentaba la situación en la que estaban. Se preguntaba si valdría de alguna forma la pena. ¿Era esta la desgracia que venía sobre ellos por culpa de Tony? ¿Permanecer encerrados eternamente bajo tierra como prisioneros? ¿Tortura, muerte, sepultados vivos? a cada posibilidad nueva Rachel se sentía más y más impotente. Esto era la peor pesadilla que estaba viviendo. Hubiera jurado mil veces que los muros de la fosa se estaban cerrando para tragarla, cuando percibió un olor extraño. Era como ácido, un aroma peor que el del lago, peor que nada que hubiera respirado antes, y parecía hacerse cada vez más fuerte. En eso pensaba cuando del borde de la fosa, como una cascada, empezó a bajar un humo espeso, color ocre con movimientos oscilantes que casi se asemejaban al liquido. Rachel se puso en pie de un salto. El sentido de supervivencia le decía que hiciera lo que hiciera, no la tocase, pero era imposible, bajaba y llenaba el ambiente muy rápido. No tardaría en llenar la fosa y asfixiarla.  El ambiente ahora estaba teñido con ese color ocre profundo, como si esta niebla fuese de alguna forma sangre evaporada que impregnaba todo a su paso, incluyendo la luz de las antorchas que pasaron de iluminar hasta el ultimo resquicio de la celda a ahogarse en chisporroteos pausados y agónicos. Si el miedo que Rachel sentía se apagó algo con el paso de los minutos, ahora se reavivó hasta consumirla por completo.  Gritos empezaron a resonar de pronto. Rachel jadeó con sorpresa. Eran gritos lejanos, amortiguados, quizá provenientes del otro lado de las paredes de tierra, en otros túneles, lo que le evocó a la mente la idea de un laberinto. Eran ellos. Sus amigos. ¿Estarían acaso en la misma situación que ella? La niebla llegó hasta Rachel y al primero respiro, deseó no haberlo dado. El aroma ácido, corrosivo, le quemaba los pulmones al respirarlo, y ni cubriéndose la boca y nariz podía dejar de inhalarlo.   ******************** Abrió los ojos de golpe y la oscuridad lo recibió. Llevaba quizá unos quince minutos despierto cuando escuchó los gritos. Solo duraron unos segundos pero la agonía era palpable en ellos, estaban sufriendo y él no podía hacer nada para ayudarlos. En primer lugar, porque él mismo se sentía morir. Antes de que los gritos se extinguiesen, le acometió un punzante dolor de cabeza. Porque los había oído, hubiera deseado no hacerlo, pero evidentemente no podía. Se sentía oscilar entre la duermevela y la alucinación, la espalda lo estaba matando, no sabía cuanto tiempo llevaba recostado boca arriba en esa posición, pero era obvio que sobrepasaba las ocho horas. Se sentía miserable, terriblemente miserable. Había algo agrio en su boca seca que se mezclaba alternativamente con el característico sabor a sangre. Las náuseas bailaban en su interior yendo y viniendo a intervalos demasiado cortos para su gusto. Esta era sin duda la resaca más fuerte que había padecido. Pero él se lo había buscado, de todas formas, él y sus estúpidos sentimientos. Nunca debió aceptar la invitación de Geoff. Nunca debió guardarse las botellas en el auto. Nunca debió permitirse seguir amando a esa mujer en un principio. Los gritos cesaron. Él llegó a pensar por un instante si no habían venido de la misma habitación en donde se encontraba por la forma en la que resonaban de muchas y diferentes puntos a su alrededor. Pero ¿era eso una habitación? Realmente no podía saberlo. Había oscuridad. Las paredes estaban demasiado lejos como para poder verlas a los lados de su cabeza, lo que le daba una idea de las dimensiones del sitio en el que estaba, pero nada concreto. El suelo se sentía como de piedra, tierra, polvo y... frío. Parecía tragarse el poco calor que su cuerpo convaleciente producía. Aunque el frío era general, no estaba instalado en el suelo ni en las paredes lejanas, parecía rellenar el ambiente, flotando sobre él como un ser vivo. Tiró de sus brazos y ante la resistencia que encontró cayó en la cuenta de estar esposado.  Antes de entrar en pánico, decidió respirar y calmarse. No era la primera vez que después de una borrachera se despertara en una celda esposado, en su adolescencia le había pasado muchas veces, la verdad, antes de conocer el teatro en donde trabajó con Rachel, en donde conoció a Geoff y a los demás. Había jugado al rebelde sin causa muchas veces como para terminar enredado en problemas como ése. La sensación de hecho era bastante familiar. Pero de eso, hacía ya muchos años y la situación actual era completamente diferente a lo que recordaba haber experimentado en sus años de turbulenta juventud. Nunca lo había esposado al suelo. No hubo necesidad, al menos. Talvez esa era cuestión, talvez había sido necesario ¿Se habría puesto violento? no tenía forma de saberlo, no recordaba mucho de lo que había hecho, pero estaba seguro de no haber tenido problemas con la policía en medio del bosque. A no ser que... Descartó esa línea de pensamiento, era ridículo. Estaban a más de tres horas de la civilización en la casa de campo. Las había contado, era raro conducir por tanto tiempo sin encontrarse con otro auto o el insufrible tráfico tan típico de la ciudad ¿Entonces como carajos estaba ahí?... ¿Lo habrían secuestrado? ¿Y para qué? Si él realmente no era lo que se dice "millonario" ni mucho menos. Su familia tampoco. Su hermana tal vez podría pagar un rescate, pero ¿siquiera sabría que él había desaparecido? es decir, no hablaban mucho, y aunque Fletcher su perro se estaba quedando con ella, no era probable que ella notase raro su silencio hasta que las cosas se pusieran realmente feas ¿Lo sabrían los demás? ¿Sabrían que él ya no estaba con ellos? su presencia nunca fue muy notable, de todas formas. Ante su falta de memoria, nada sorprendente después de lo ocurrido, debía reunir información de sus atrofiados sentidos: Estaba esposado, eran grilletes lo que rodeaban sus muñecas y estaban apretados, laceraban su piel e impedían todo movimiento. Movió los pies y se encontró con lo mismo, con el agregado de que le faltaba un zapato. No estaba seguro, pero sentía el olor de la tierra mojada, el vomito y el alcohol muy fuertes, lo que le decía indudablemente que él estaba hecho un asco. Se sentía sucio, pero no tanto como lo mal que estaba su cuerpo, luchando con la cantidad desbordante de todo lo que bebió en su sangre. Volvió a cerrar los ojos. El cansancio que pesaba sobre él sólo era equiparable al de la deshidratación, las náuseas, el dolor general. Seguro que no tardaría en caer dormido, o en coma, lo que pasara primero. Solo esperaba no volver a imaginar a sus amigos gritando otra vez...  ******************** Rachel había caído de rodillas y se había arrastrado hasta apoyar la espalda contra la pared de tierra. Tras la primera bocanada de esa niebla sus pulmones se habían estrujado como hojas secas. Aunque lo había intentado, no pudo resistir la asfixia. Seguía inhalando con rapidez, muy poco profundamente y aunque luchaba por sacar algo de oxígeno del aire viciado, todo intento fue infructuoso.  No obstante, no moría.  Eso era lo más extraño. En ningún momento perdió la consciencia, no pudo dejar de experimentar esa agonía. No dejó de escuchar a los demás, sino hasta que inhaló toda la niebla y los demás como ella se quedaron sin aliento para gritar. Se sentía extraña. El pánico le había dejado los nervios de punta, temblaba y toda la piel del cuerpo le hormigueaba de formas extrañas. Pero a pesar de todo, no dejaba de pensar en los demás. El primero en gritar cuando todo comenzó fue J, después Eli y Layne. Cesar y Geoff se entregaron al terror inmediatamente se dieron cuenta de que los demás no estaban muy lejos, pero que sufrían situaciones parecidas.  Rachel no había gritado. Estaba demasiado aturdida como para poder concentrarse en dejar salir el aire. Había llorado, eso sí, y había golpeado las paredes con los puños e intentado escapar trepando, pero la tierra dura no resistía su peso. Se había precipitado hacia dentro después de subir a considerable altura en varias ocasiones, pero ya fuera por la desesperación o la adrenalina, no sintió en ningún momento las caídas. Ya no los oía. ¿Había sobrevivido ella y ellos no? No, no quería plantearse semejante idea. Era horrible. Inimaginable. Aún podía escuchar sus gritos en su cabeza, repetidos uno y otra vez, también escuchaba el grito de Tony, aquel que él profirió en el bosque, en el portal. Tendría pesadillas el resto de su vida. Se llevó las manos a la cabeza y presionó sus oídos, como si de esa forma pudiera detener los recuerdos traumáticos.  Entonces ocurrió algo extraño. La textura de su cabello. Había cambiado. No era por el barro, algas y tierra que seguramente seguían ahí. Era el cabello mismo el que había cambiado, se sentía raro como... No podía precisarlo. Dio un tirón suave a un mechón para confirmar que era suyo. Lo era, en efecto. Pero no se sentía como cabello. La nula visibilidad era descorazonada, y ahora mismo, representaba todo un obstáculo. Rachel suspiró, el aire seguía enrarecido, pero por alguna extraña razón, podía soportarlo. Boqueando aun como un pez fuera de su elemento, se obligó a dejar de manosear su cabello y pensar en los demás. Tenía que pensar rápido en un plan, debía salir, debía buscar a los voiceplay. Ya no auguraba muchas esperanzas con respecto a Tony, porque quien sabe qué torturas diferentes le pudieron haber administrado en tantas horas que estuvo él solo... Probablemente ya estaría muerto. La desesperación hirvió a toda velocidad en su pecho y la adrenalina la puso en pie de inmediato. No podía ni quería aceptar que Tony estuviera muerto. Si hay vida hay esperanza y ella estaba viva, por tanto podía seguir luchando. Decidió que salir era lo primero que debía luchar por trepar, tropezándose al sentir las piernas repentinamente flojas, le llevó un instante recomponerse y poner ambas manos en la pared. Sus dedos, brazos, piernas, todo su cuerpo se sentía extraño, como flojo, como si estuviera dormido y tuviera que detenerse y esperar a que la sangre circulase con normalidad por sus miembros. Pero Rachel tenía prisa. Volvió a intentar trepar como antes había hecho en su desesperada agonía, esta vez con calma y concienzudamente. Seguro que ahora los segundos valían oro.  Ni por un momento se detuvo a pensar en la tierra que quedaría bajo sus uñas, ni en el desastre en que se había convertido su ropa, o el cansancio que sentía aun latente en sus músculos por el extenuante día de viaje. Solo pensaba en ellos, pensaba en sus amigos, pensaba en sus hijos que la esperaban del otro lado del portal del sexto árbol, pensaba especialmente en Tony. Le llevó su tiempo, porque el terreno se deshacía bajo sus manos, y caía sobre ella a medida que subía y trataba de asirse y empujarse a si misma hacia arriba. En más de una ocasión se vio deslizada hacia abajo por la acción de su propio peso, pero eso no la detuvo. Cuando finalmente logró poner el brazo derecho sobre la superficie y luego el izquierdo para subir, se dio cuenta de que las antorchas se habían vuelto a encender y la luz anaranjada inundaba débilmente de nuevo la celda subterránea. Rachel subió y se sentó en el borde del foso a tomar aliento. Aun sentía como si cada respiración no llenara sus pulmones y como si no estuviera inhalando realmente, pero sus pulmones ya no se sentían estrujados como hojas secas en su interior. Eso debía representar en algún sentido un progreso.  Tomó nota rápidamente de todo cuanto veía. La fosa estaba en una celda con barras toscas y retorcidas de metal herrumbroso. Frente a la celda había una pared, pero a ambos lados de esta se veía que comunicaba quizá a un pasillo de ese laberinto que era su cárcel. Tal vez comunicaba con más celdas. Quizá realmente los demás nunca estuvieron tan lejos como se sintió con los gritos.  Se incorporó una vez más y, sigilosamente, se acercó a los barrotes de la celda. La textura rugosa del oxido frío y húmedo recibió su piel cuando ella envolvió sus manos en los barrotes. Sólidos, a pesar del deterioro. No había forma de romperlos a menos de que pudiera sacar de sus asideros alguna antorcha, y ambas estaban en el pasillo, fuera de su alcance. Había cerrojo, con un candado extraño que más parecía una pinza de insecto. Rachel ni siquiera lo tocó, en este mundo, fácilmente ese candado podría estar vivo. Además, no tenía forma de abrirlo, si conservara aun su aguja las cosas serían más fáciles. Se preguntó si clavársela en la espalda al hombre lobo habría sido realmente la utilidad a la que se refería la pitonisa cuando se la entregó. Probablemente no. Si no podía romper los barrotes ni forzar el candado ¿Qué podría hacer para escapar? Rachel escuchó un ruido fuerte en el extremo izquierdo del pasillo. Había sido un estruendo seco, metálico, breve, casi sentía que lo había imaginado si no se hubiera vuelto a producir segundos después. No, no lo había imaginado, había sido real. ¿Acaso más guardias? ¿Vendrían a darle el castigo final?  Tenía que escapar de ahí. Pronto. No había tiempo que perder. Pero... ¿como?  Se mordió los labios y se obligó a pensar, cerrando los ojos y apoyando la cabeza entre dos barrotes. Alguna forma tenía que haber. Ninguna cárcel era cien por ciento segura, no eran pocos los que se habían escapado de cárceles famosas solo con su ingenio. ¿Porqué ella no podía hacer lo mismo? Claro que podía. Con el tiempo quizá se le terminaría ocurriendo algo provechoso, pero... no disponía de demasiado tiempo ahora.  Con frustración, apretó los barrotes con sus manos hasta que sintió las rugosidades clavándose en sus palmas. Si tan solo pudiese pasar a través de los barrotes. Algún tiempo atrás si que hubiera podido. ¡Cómo se enorgullecía antes de su cintura tan delgada! pero... esos tiempos se habían acabado. Tener bebés costaba caro en ese sentido, por supuesto que valía al completo la pena. Había aumentado de peso más de lo que le gustaría admitir y ahora era cuando más se daba cuenta de que añoraba su figura de cuando era soltera. Su figura de después de terminar con Tony. Apretó con más fuerza y echó la cabeza hacia atrás para darse un golpe con los barrotes. No demasiado fuerte como para lastimarse, solo para dejar de pensar en Tony. Nunca le gustó pensar en él, porque sus recuerdos traían consigo el dolor de heridas mal sanadas. No era tiempo para pensar en él, no obstante, era algo imposible, algo que ocurría simplemente. Los ojos, extremadamente claros y profundos de Tony aparecieron en su mente. Cuando eran adolescentes ella le aseguró muchas veces que si él le daba la oportunidad, Rachel lo miraría a los ojos por horas para intentar discernir de qué color eran.  Echó otra vez la cabeza hacia atrás y se dio un nuevo golpe. Este si que había sido algo fuerte, no obstante, no había dolor. Y quizá por eso sus pensamientos siguieron en torno a él por otros penosos instantes. A veces creía que los ojos de Tony no eran verdes, porque cuando la luz les daba de forma correcta, parecían grises. Otras veces, parecían dorados si la luz les daba directo. Pero normalmente, eran como niebla verdosa, como un par de lunas que encerraban misterios, secretos, sentimientos que nunca le mostró a nadie. Cuando sus ojos la encontraban y ella tenía la dicha de quedarse contemplándolos, hace ya mucho tiempo, se quedaba sin palabras y era incapaz de apartar la mirada. Era peor que un magnetismo, peor que una hipnosis, era como si ella se sintiese pertenecer a él y que quisiera o no, terminaría regresando a Tony siempre. Rachel se enojó consigo misma, porque se daba cuenta que esas ideas cuando llegaban no se detenían, que a pesar de hacerla sentir mal, se sentían bien. Porque sus pensamientos seguía con él. Con Tony. Donde quiera que estuviera. Por un momento, Rachel deseó que estuviera muerto, su vida sería más fácil así y podría seguir fingiendo que lo había desterrado de su corazón hasta creerse su propia mentira. Pero ¿a quien engañaba? quería encontrarlo y sacarlo de ese infierno. No, ella quería olvidarlo. Él era su pasado, ahora estaba casada y tenía hijos. Pero no podía olvidarse de él así no más, no cuando todos esos recuerdos caían sobre ella reclamando su atención una y mil veces, azotándola por haberlo dejado ir, por haber terminado con el hombre que amaba. Rachel echó la cabeza hacia atrás para darse un nuevo golpe. Cuando su cabeza pasó a través de los barrotes, Rachel consiguió lo que tanto deseaba y por fin dejó de pensar en Tony. Ahora debía pensar en como demonios sacar de ahí su cabeza.
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