9: Un poco muertos
23 de noviembre de 2025, 9:32
Rachel se dio cuenta de que gritar no valdría para nada, solo daría su posición a lo que sea que estuviera haciendo ese ruido al principio del pasillo. Y por supuesto que no quería eso de ninguna forma. Estúpidos barrotes, por más que tiraba ya no podía sacar la cabeza de entre ellos. En esa posición podía ver hacia ambos lados del pasillo y se dio cuenta de que las antorchas no iluminaban el sitio de donde provenía el ruido, lo que sea que estuviera ahí, ella no podía verlo, pero él a ella si. No obstante, el sonido no se reprodujo otra vez por lo que Rachel decidió creer que sea lo que sea que hubo ahí, ya no estaba.
Con esa esperanza, empezó a volver a jalar su cabeza al interior de la celda. Que humillante era esta situación. Humillante y estúpida. Casi deseaba que los chicos estuvieran con ella para que se rieran pero que la ayudaran. Aguantaría sus risas sin protestas si la hubieran ayudado. Pero no estaban, este dilema era solo suyo.
Rachel bufó por lo bajo.
De un modo u otro, en uno de sus intentos desesperados, de pronto se le ocurrió empujarse y girar el cuerpo. Grande fue su sorpresa al encontrarse pasando el cuello y los hombros por los barrotes. La luz era mínima, pero no era necesaria para saber que su blusa, sucia, tenía ahora además manchas de oxido. Daba igual, daba muy igual ¡estaba pasando a través! si no se atoraba, podría intentar pasar al otro lado.
Sonrió, no había engordado tanto como había pensado, después de todo y eso también le alegraba.
Hizo presión y se empujó con brazos y piernas. No se lo podía creer, estaba funcionando. Antes de pasar el estómago, contuvo la respiración, pero después de escurrirse entre los barrotes, tuvo la impresión de que sin aguantar el aliento hubiera pasado igual. Cuando solo le faltaba la cadera y las piernas se detuvo, había oído algo. Fue extraño, como un siseo ¿habría en esa gruta del demonio serpientes? porque eso sería la cereza del pastel del horror. No obstante, cuando ella se detuvo, el sonido también lo había hecho. Rachel suspiró con impaciencia, no quería más sorpresas, no ahora después de la violenta batalla con los hombres lobo y la agonía en esa cámara de gas.
Eran suficientes traumas para unas pocas horas. No necesitaba más, no por ahora.
Ni siquiera se había detenido a pensar en el tamaño de la herida de Layne, o porque Cesar tenía sangre en la boca, o si el corte en el muslo de J habría cortado algo importante. No quería pensarlo porque le horrorizaba y a la vez la hacía sentir culpable. Ella había salido indemne mientras sus amigos habían sufrido todo tipo de heridas profundas y dolorosas.
Por eso mismo tenía que salir de ahí. Para devolverles la ayuda.
Reanudó su tarea, embutiéndose a través, lentamente. Era muy extraño porque, sentía como su cuerpo se comprimía y recuperaba la forma al pasar. Sin dolor o molestia alguna. Era sumamente extraño, por no decir aterrador. Tenía que ser esa niebla. Todo había cambiado después de respirarla, no obstante, a pesar de las cosas raras que habían pasado, realmente no había cambiado nada hasta donde ella veía y entendía... Pero ¡demonios, estaba pasando al otro lado de los barrotes! ¿Qué más quería?
Casi gritó de alegría cuando cayó al otro lado. Libre por fin, tanto de una situación engorrosa como de talvez una muerte segura.
Se puso en pie de inmediato. Se sentía más ingeniosa que nunca, aunque si sus hijos la viesen se impresionarían mucho y talvez se reirían de como se veía, llena de suciedad de todo tipo, pero sobreviviendo como una guerrera. Se sentía como una guerrera, se sentía lista para todo, aunque no tenía ya armas, ahora confiaba mucho más que nunca en su instinto y su inteligencia. Su intelecto la había sacado de ahí... bueno, no exactamente. Porque su cabeza terminó ahí sin planearlo.
Un nombre surgió en lo profundo de su mente: Tony.
Por él estaba ahí. Por él. Tenía que salvarlo. Ya que estaba viva y era toda una guerrera, le correspondía ser ella la que salvara a sus amigos.
Se volteó a mirar otra vez los barrotes y se sorprendió. El espacio entre un barrote y otro era de unos quince centímetros. Su cabeza en circunstancias normales nunca hubiera pasado por ahí. Mucho menos sus hombros o su cadera. ¿Entonces cómo es que estaba al otro lado? Ni idea. Lo mejor era no pensarlo mucho porque de pronto le entraban nauseas.
Entonces Rachel se volvió a detener en seco.
Una sombra se proyectó sobre el suelo de tierra, tras ella, obstruyendo el paso de la escasa luz de las antorchas. Rachel sintió un escalofrío trepar por su columna. La sombra era grande, alta, se proyectaba hasta tocar los barrotes y acariciar el inicio de la fosa al otro lado. Tragó en seco, había sido demasiado fácil ¿Cómo había pensado que ya estaba libre? nada nunca era fácil. Por un momento, ella deseo estar de nuevo del otro lado.
Se volvió hacia su indeseado acompañante con una lentitud desesperante. Nunca le des la espalda al enemigo ¿no era eso lo que tanto decían?
Los dientes filosos, el pelo revuelto y color tierra. Supo que era otro hombre lobo en cuanto lo sintió tras ella, pero quiso verlo con sus propios ojos. Rachel, de frente al monstruo, retrocedió un paso, luego otro, hasta que su espalda tocó las barras de metal. Tres metros los separaban, pero hubieran podido ser doscientos o más y él hubiese tenido el mismo efecto en ella. Se preguntó cuanto tiempo le llevaría embutirse de nuevo dentro de la celda y atrincherarse en la fosa antes de ser comida vida.
No obstante, el monstruo no hizo nada, solo parecía mirarla desde su posición. Una de las antorchas estaba por encima de su cabeza e iluminaba su figura, pero mantenía sus ojos medio ocultos por las sombras, no obstante, su mirada era tan poderosa e intimidante que Rachel sabía que la estaba contemplando de hito en hito. Y que como ella, esperaba su próximo movimiento.
Rachel se sintió morir ante esta nueva tensión. No era como la que antes había tenido con el otro lobo, puesto que este era otro, el color de su pelaje era diferente y su actitud era singular. La línea de sus hombros permanecía en tensión, sin embargo no estaba en posición de ataque o alerta siquiera. Sus orejas estaban altas, como un perro curioso. Parecía incluso sorprendido, tanto como ella.
No supo por qué pero, le sobrevino la idea de que éste ser, no era tan temible como los otros.
Entonces él se acercó. O lo intentó, porque al dar el primer paso hacia ella gesticuló el inicio de un comentario. Pero a medio acto pareció arrepentirse, cerró el hocico y unió las manos frente a su estómago con ¿inseguridad? Acobardado, se encogió levemente sobre sí mismo desviando la mirada y Rachel contuvo el aliento. A la luz anaranjada de las antorchas, algo relució en el cuello de la camiseta del monstruo. Hasta ese instante Rachel no había reparado en que el hombre lobo no era del todo color tierra, era su ropa la que estaba manchada al punto de parecer parte de su pelaje marrón. Estaba vestido, los demás monstruos no. Entonces Rachel vio que en su cuello relucían dos placas de metal plateado.
Un jadeo súbito se escapó de su garganta, percibiendo cómo se incrementaba nuevamente su frecuencia cardiaca. En otro sitio había visto esas placas.
—Dios mío... ¿J, eres tú?
Las comisuras de los labios del hombre lobo se alzaron apenas en una sonrisa triste.
—A pesar de todo ¿Aun soy reconocible?
Rachel no midió lo que hacía y, sin detenerse a pensarlo, se acercó a él. La voz del monstruo era la de J, pero había cambiado de tono. Pero era él. Era Jnone. Le había salido pelo por todos lados, de color castaño oscuro, había cambiado al completo pero era él. Nunca se imaginó verlo así, era alucinante y aterrador. Era imposible. No podía ser J. Ella conocía a J desde el día en que entró a Voiceplay hace casi cinco años, ella estuvo ahí cuando Geoff, Layne, Eli y Earl brindaron por él en una cena que hicieron para celebrar. Recordaba como le agradó desde el principio y como se sintió a gusto hablando tonterías con él. J era uno de sus mejores amigos. Conocía su rostro tanto como el suyo, tanto como conocía a los demás miembros de la banda porque los había visto por años y años. Había compartido tanto con ellos que los reconocería en cualquier sitio. Por eso ahora se hallaba con la boca abierta, encontrando esos rasgos tan conocidos en el rostro lobuno de este ser de película de terror.
—¿Eres tú? —le repitió, con incredulidad— es que... no lo entiendo ¿porqué te ves así?
La sonrisa, si lo fue, se evaporó como si nunca hubiera existido en su rostro. J buscó meter las manos en los bolsillos pero ya no tenía, se habían convertido en zarpas con garras largas. Apenas le cupieron tres dedos. Pero Rachel seguía mirándolo fijamente a la cara. Parecía que no sabían ambos qué decir, porque ¿Qué se dice en estos casos?
—Quiero creer que me he visto mejor —murmuró él, bromeando. No sonrió, ni nada. La situación no lo permitía.
Esa pequeña broma hizo florecer una endeble sonrisa en ella. Bajó la mirada y descubrió la mancha oscura en el muslo de su amigo bajo el sitio en el que el lobo lo había lastimado. La ropa estaba tirante sobre los músculos fuertes, en el área de la herida, la tela se pegaba a su piel por la sangre.
—¿Tu pierna...?
—Ahh —J hizo un gesto para restar importancia— nada grave. Sé primeros auxilios y he conseguido que deje de sangrar. He tenido la suerte de que fuera superficial. Un poco más arriba y estaría muerto.
Rachel cerró el espacio entre ellos y le rodeó con sus brazos el estómago, apenas hasta ahí le llegaba, J había crecido más que antes y ahora ella era menos que un microbio a su lado. J no se movió al principio, pero terminó correspondiendo al abrazo, con cuidado, como si tuviera miedo a romperla. Rachel había pasado un tremendo miedo. Sintió unas rabiosas ganas de llorar que le hirieron por dentro, mientras escondía el rostro en su amigo. J debió comprender todos esos sentimientos que le revolvían las lágrimas, porque la presionó fraternalmente contra él.
—Gracias a Dios que estás bien... —le confesó ella, estrechándolo— pero... no lo entiendo...
—Puedo asegurarte que yo tampoco. —negó él— aun no puedo... no puedo concebirlo. Es enfermizo. Cuando me di cuenta, creí que había enloquecido.
Rachel se sorprendió de no llorar, porque el dolor que sentía por J era inimaginable. El dolor que sentía por la situación avasalladoramente horripilante en la que estaban y que nunca terminaba era agónico. Se aferró a él, sintiendo como hasta sus abrazos eran diferentes. Se preguntaba una y otra vez en como pudo haber pasado y todas sus ideas la llevaban a la misma conclusión imposible: la niebla. Tuvo algo que ver, era obvio, todo lo extraño empezó a pasar cuando la inhaló. Pero esa niebla, su olor, su acidez, la forma en que estrujaba sus pulmones ¿Cómo es que ella no se había convertido también en mujer lobo? ¿Y porqué J tenía que soportar sobre sus hombros tal maldición?
—¿Porqué te han hecho esto? —Esa era la pregunta que bullía en su interior— ¿Qué propósito tenían para convertirte?
J se quedó en silencio. Él tampoco lo sabía. No tenía forma de saberlo. Rachel se oprimió contra él y se sintió desamparada. ¿Esto le había pasado también a los demás? ¿Todos convertidos en hombres lobo? Esa confesión le supo amarga a Rachel, había oído sus gritos, junto con los demás de sus demás amigos. Era claro que ha todos les había ocurrido algo igual, sino peor.
—Solo he cambiado por fuera, o eso espero. Sigo siendo yo. —la tranquilizó.
En algún sentido, agradecía que la personalidad de J fuera la misma. Porque solo de esa forma había podido reconocerlo y aceptado lo que ocurría. Quizá aun se resistía a creerlo. Pero, las cosas que había visto en ese pueblo eran suficientes razones para creer que esto era más que posible. Era real.
—Me alegra que a ti te fuera mejor.
—¿Mejor? —Rachel aun no se separaba de él— ¿a qué te refieres?
Él hizo silencio y con lentitud la separó de él y la miró a la cara, como si quisiese confirmar lo que antes había visto. Rachel se percató de como los ojos de J eran los mismos, chocolate oscuro, pacíficos, amistosos, con ese brillo travieso que lo caracterizaba, ahora en ellos solo había algo parecido a la consternación.
—¿Es que... no te has dado cuenta? —Ella se soltó del abrazo, no le había gustado como había sonado eso.
Siendo presa del terror más profundo, se miró los brazos y se palpó el rostro desesperadamente. No encontró pelo enmarañado ni un hocico lobuno, orejas puntiagudas ni colmillos afilados, lo que fue un alivio. Pero tampoco encontró lo que esperaba. Al tocarse las mejillas y los pómulos encontró tela. Pasó sus manos reiteradamente por su piel, y una y otra vez fue recibida no solo por la textura de tela áspera sucia, sino el cabello. Ahora entendía lo que tenía su cabello: no era cabello. Era lana. Trozos de lana sucia como la que habían atado al árbol cerca de la casa de campo. Toda su melena femenina se había transformado en lana, hasta su flequillo sobre su frente, no quedaba nada de él.
Horrorizada, regresó las manos a su piel. Había costuras aquí y allá en sus brazos y piernas, en el centro de sus clavículas y en sus articulaciones. Grandes y feas puntadas de hilo grueso de costurar zapatos, atravesaban y mantenían unidos los retazos de tela que la formaban. Estaba hecha de tela, lana y cordel. Y a pesar de esas verdades que ahora la golpeaban en plena cara una tras otra, lo más chocante fue pasar los dedos sin querer sobre sus ojos. Eran de vidrio ¡por eso no habían lágrimas! una muñeca no puede llorar.
Una muñeca... eso era lo que era.
J le cubrió la boca con su garra cuando supo que Rachel iba a gritar. La rodeó con sus brazos y la estrujó contra él mientras intentaba calmarla.
—Yo también he sentido miedo ¿de acuerdo? —le regañó con paciencia, sosteniéndola con delicadeza— Hace media hora he creído que me volvía loco. Pero seguí adelante. Seguiremos adelante, Rachel. Tú, yo y ellos. Encontraremos a los chicos y los sacaremos de aquí.
—No, no puedo —sollozó desesperada sin lágrimas— ¿Qué es lo que soy, J?
—Eres Rachel Potter. —le dijo rotundamente y la abrazó con más fuerza— por favor, cálmate. No podemos entregarnos al pánico. No podemos. Te conozco, Rachel, sé que eres más fuerte que todo esto. Y yo estoy para ti, hermana... saldremos de esta.
Ella finalmente se calmó. Las lágrimas nunca llegaron, pero ella las sintió todo el tiempo en el dolor de su corazón y en el nudo de su garganta. Ahora entendía el poder de las lagrimas para liberar los sentimientos, ahora que no podría nunca más hacerlo. Con la respiración agitada, comenzó a entender lentamente lo evidente de todo: Los habían convertido en monstruos. A ella en una muñeca de trapo, a J en un hombre lobo. Esto abría la posibilidad a que los demás chicos, Layne, Eli, Earl, Cesar, Geoff, fueran seres diferentes, pero todos monstruos como ellos dos.
Esta era la desgracia de la que había hablado la pitonisa, sin duda.
—No quiero presionarte —le dijo J— pero aquí estamos indefensos ante cualquier ataque. Hay una luz sobre nuestras cabezas y no tardarán en encontrar mi celda vacía y preguntarse a donde he ido.
Rachel comprendió esto como el momento de soltarse del abrazo y poner los pies sobre la tierra nuevamente. Lo hizo, no se sentía mejor, todo lo contrario, pero no se lo hizo notar a J sino que se sacudió la tierra de la ropa y del cabello de lana al tiempo en que examinaba su vestimenta. Sus jeans, su blusa y sus zapatos eran los mismos al igual que la ropa y botas de J. Eran ellos mismos los que habían cambiado.
—¿Cómo has logrado escapar? —le preguntó, al verlo echar una ojeada al principio del pasillo oscuro, de donde había venido.
—Engañé a un guardia para que entrase a pelear. —murmuró vagamente, del bolsillo trasero del pantalón se sacó algo que le mostró a Rachel— logré quitarle esto antes de dejarlo en mi lugar y cerrar la celda de nuevo.
Rachel contempló a la luz de las antorchas la aguja de la pitonisa. Miró a J a su cara lobuna un segundo antes de tomarla de sus garras.
—Te vi usarla cuando el lobo atacó a Layne. Nunca hubiera imaginado que una aguja sería un arma, pero está claro que tú si lo supiste —le sonrió apenas— Puede serte útil después.
La historia completa de la pitonisa era demasiado larga para contarla toda de un tirón en ese pequeño y peligroso pasillo, por lo que Rachel se contentó con darle unas efusivas gracias a J y disponerse a guardarla estratégicamente atravesando el borde de su blusa. Donde se escondía a la perfección y podría sacarla cuando le fuese necesario. Un atisbo de luz regresó a ella, si la aguja había vuelto a Rachel significaba que ese momento en el que debía usarla todavía no había llegado.
—¿Tienes algún plan? —preguntaron ambos a la vez. Rachel negó con desaliento.
—Yo tampoco. —suspiró J— Eli nos hace falta ahora. Su cerebro super listo nos sería de mucha ayuda ahora... Probemos con algo más simple ¿Qué debemos hacer ahora?
—Encontrar a los demás chicos.
—Exacto. No están muy lejos, los oí cuando... —j se cortó antes de terminar la frase y desvió la mirada.
—Yo también —lo tranquilizó— somos dos, talvez cubramos más terreno si nos separamos.
—No sé si es inteligente separarnos —confesó J con cierto recelo— si uno tiene problemas el otro no tendrá forma de ayudarlo.
Rachel se detuvo a pensar que tenía razón. No tenía ganas de encontrarse a más guardias. Pero deseaba encontrar a los demás.
—Hay poco tiempo para que esa celebración de la que habló el comerciante se produzca. —buscó las palabras correctas y cuando volvió a hablar, lo hizo con más confianza— tal vez aun podamos hacer algo por Tony.
—¿Por Tony? —j se arrepintió de su tono burlón en cuanto vio que Rachel se estaba tomando el asunto en serio— lo siento. Pero eso será difícil, Rachel.
—No creo que debamos rendirnos aun —murmuró ella— por eso sugerí separarnos. Solo así tendremos más posibilidades.
—Pero Rachel, esto es un laberinto. Probablemente nos perderemos antes de encontrar a alguno de los chicos.
—Ya estamos un poco muertos, la verdad. Yo más que tú.
Inconscientemente se llevó una mano al pecho, en el sitio en donde se suponía que estaba su corazón. Se sorprendió mucho cuando sintió una latido bajo su piel de tela y entonces se preguntó que habría en su interior. Alguna especia de reloj como en el libro de La mecánica del corazón y ahora ella era alguna especie de fenómeno del que el doctor Frankenstein estaría orgulloso. No le dijo nada de esto a J, no quería alargar inútilmente la conversación.
J pareció haberse quedado mudo con es última afirmación, pareció cambiarle todo el sentido a la situación. Pareció pensárselo mucho. Echó una mirada al principio del pasillo y otra al final.
—Está bien —cedió— pero prométeme que me buscarás si pasa algo. Grita o has cualquier cosa. Yo intentaré... cualquier cosa.
Rachel se sintió profundamente enternecida por la fidelidad y preocupación de su amigo y sin pensarlo más se acercó otra vez a él para abrazarlo una última vez. Pensó en la esposa de J, pensó en su sueño de estar en la marina y en las placas en su cuello. Él le aseguró que todo estaría bien, incluso intentó bromear con la forma en la que le patearía el trasero a Tony cuando todo esto terminase, pero tampoco resultó demasiado gracioso.
—Lo siento, solo cuídate ¿está bien?
—Lo haré. —prometió Rachel.
Se separaron y sin decir nada más, ambos emprendieron caminos opuestos.