10: El laberinto subterráneo
23 de noviembre de 2025, 9:32
Llevaba ya quizá un cuarto de hora en su caminata a través de los pasillos interminables, había pasado de uno a otro, de una bifurcación a otra, de pasadizos sin salida a interminables pasarelas. Se hallaba justo en una en ese momento, cuando la luz de las antorchas quedó atrás, y solo hubo delante profunda oscuridad por metros y metros. Las antorchas en sus posiciones de la pared estaban apagadas. Rachel podía escuchar aquel siseo característico que antes la había aterrorizado, aun no sabía qué era, pero en el silencio del interior de la tierra lo escuchaba perfectamente. Llegó a pensar que venía de su interior, porque fuese a donde fuese el sonido iba con ella y surgía al moverse, pero no tenía forma de saberlo.
Cuando llevaba quizá un cuarto de hora más, al final del túnel resplandeció una luz anaranjada. Sigilosamente, se encaminó hacia ella, pisando con cuidado. Hacía un par de metros que se había dado cuenta que si se quitaba las zapatillas sus pies de tela hacían menos ruido. Las llevaba en una mano mientras caminaba con cuidado, en algún momento se las pondría de nuevo, pero por ahora necesitaba tener los pies como plumas. Lo que necesitaba en ese momento era pasar completamente desapercibida. Estaba consciente de que gritar los nombres de sus amigos o siquiera murmurarlos sería una imprudencia terrible. Porque no estaba segura de que las celdas que pasaban a ambos lados de ella estuvieran vacías.
El terreno aquí curiosamente era diferente, era más blando, como humedecido. Talvez el túnel laberintico la había llevado hasta debajo del lago o debajo de la laguna de la estatua del ídolo. Pues sus pies se hundían levemente bajo su peso. Rachel estaba segura de que ahora su peso era muchísimo menos, pero aun así estaba dejando a su paso un rastro de huellas que serían fáciles de seguir por cualquiera que la buscara. Había también rocas resbalosas con musgo aquí y allá por las paredes y otros resquicios. Eso no la podía detener ahora, debía seguir adelante, el punto de luz se fue haciendo cada vez más grande hasta que Rachel por fin lo alcanzó. Era una sola antorcha que derramaba su luz sobre un pozo más profundo y ancho que aquel en el que ella había sido lanzada. Se acercó con cuidado hasta el borde, la tierra húmeda casi cedió bajo sus pies de tela por lo que antes de acercarse demasiado, echó un vistazo al interior y lo que vio la sorprendió en sobre manera.
Se cubrió la boca para ahogar cualquier exclamación.
Había seres en el fondo. Eran cuatro, no había luz suficiente para observar los detalles de sus rostros y figuras, pero Rachel podía percibir sus siluetas y perfiles. Dos de esos eran guardias, más hombres lobo que empuñaban grandes alabardas hacia los otros dos. Esos otros dos eran Eli y Earl.
Rachel se agazapó contra el suelo en una posición en la que podía ver la escena, pero no la verían a ella por estar a contraluz. Su cabeza pasaría por una roca más. O eso esperaba que pensaran si en algún momento alzaban la vista a ella. Actuar ahora era suicidio, su sentido común se lo decía, pero algo debía hacer. La hoja de esas alabardas, tan afilada que resplandecía ante la luz crepitante de la antorcha, se acercaba peligrosamente a sus amigos.
No estaba segura, pero creyó estar asistiendo al final de otra pelea. Earl resoplaba con cansancio y Eli también, los lobos gruñían mostrando sus dientes.
—¿Ahora qué, genio? —le dijo Earl a Eli.
—Algo se me ocurrirá —se excusó Eli— ten paciencia.
—Yo puedo tener paciencia, pero no puedo decir lo mismo de ellos.
Y era cierto, los lobos parecían estar a punto de lanzarse sobre ellos. Rachel pensaba apresuradamente a la vez que lo hacía Eli. Algo tenía que hacer, sería demasiado cobarde de su parte si se quedaba ahí, solo mirando. Nunca se lo perdonaría, ahora que había encontrado a dos de sus amigos, tenía que salvarlos a toda costa. No había ido a buscarlos para asistir a una ejecución.
Sus voces eran diferentes, raras, la de Earl era un poco más gruesa y la de Eli más chillona, como cuando hacía su parte en "The chicken song" y actuaba como un gallito. Eso le indicaba sin lugar a dudas que sus dos amigos tampoco habían salido indemnes de la niebla pero, ni idea de lo que eran. La luz escasa no le permitía saber mucho más.
Su mano inconscientemente fue hasta el sitio en el cual había dejado su aguja, en la tela de su blusa. ¿Qué haría? ¿Lanzarse a la carga en contra de uno de esos monstruos otra vez, a pincharlo hasta que se volviera a ella y la cortara en pedazos con esa alabarda? No sonaba muy inteligente ese plan. Lanzarles rocas sería algo muy típico, además, por no decir estúpido y desesperado. A menos de que hiciera algo estratégico.
Rachel se levantó con sumo cuidado esta vez y se deslizó por el borde del pozo y desprendió una de las rocas. Cuando lo hizo, el sonido de la tierra cayendo debió llamar la atención de los seres, porque se pusieron alerta y miraron en todas direcciones. Rachel supo que había firmado su propia sentencia de muerte si no actuaba ahora. El gruñido sordo de los lobos se volvió más fuerte y prolongado. No tardarían en encontrarla. Debía actuar ya.
Ella fijó su mirada en el otro lado del pasillo, fuera del pozo, más allá y lanzó la piedra. El sonido fue lo suficientemente fuerte para que los monstruos pensaran que era otro de los fugitivos que trataba de escabullirse al otro lado. Uno de los lobos subió veloz por la pared de tierra en dirección del sonido aun resonante. Rachel lo vio perderse en la oscuridad del pasillo en segundos. Ella respiró un poco más calmadamente entonces, si se pudiera decir que respiraba, pero sabía que era cuestión de tiempo para que regresara sin haber encontrado nada.
El lobo restante los amenazó con su arma para que Eli y Earl se pusieran contra la pared y no intentaran nada, talvez ya olía un engaño. Entonces, Earl alzó la mirada y por un instante sus ojos conectaron con los suyos. Rachel no podía saber si la había reconocido o no, porque segundos después sus ojos volvieron a la punta del arma que estaba a un palmo de su rostro. Pero cuando volvió la vista a ella una vez más, Rachel lo supo.
Estaba claro que planeaban algo apresuradamente, porque Eli mantenía el ceño profundamente fruncido.
—Denme una razón —gruñó el monstruo— una. Y los haré pedazos.
Rachel le daría una muy buena, pero aun no sabía exactamente cual ni como. Alzó levemente las manos para indicarle a Earl que no sabía qué hacer, se le habían acabado las ideas, pero les había dado ventaja en el sentido de que ahora solo se enfrentaban a un monstruo. Pero de nada serviría si no lograban hacer nada en ese momento, antes de que el otro se percatase del engaño y regresase a ayudar a su compañero.
—¿Solo una? —espetó irónicamente Eli— puedo darte muchas.
Earl le hizo un asentimiento casi imperceptible a Rachel. Por un instante creyó que se refería a que entendía su incapacidad e inutibilidad, pero entonces vio que lo que hacía era señalarle otra parte de la boca del pozo. La insistencia dejaba claro que eso era exactamente lo que quería. Rachel no estaba segura de entender, pero se imaginó que se refería a la tierra suelta del borde del pozo. ¿Planeaba acaso que le lanzara la tierra y rocas al guardia encima? ¿Cómo? ellos no sabían que ella ahora no pesaba más que una almohada. Si se paraba ahí no produciría más que vergüenza. Si acaso, lo único que haría sería llamar la atención del monstruo y, por supuesto, revelar su presencia. No obstante, algo tenía que hacer y si eso era lo único que se les ocurría, no había otra alternativa.
Además, debía recordar que no disponía de toda la noche, porque el otro lobo volvería pronto.
Rachel se resignó al plan tácito que Earl y ella habían hecho y, con sumo cuidado, se incorporó otra vez. Ahora podía estar segura, el siseo extraño provenía de su interior, cuando se movió volvió a producirlo y las orejas del lobo se alzaron, otra vez, alerta. Ella se paralizó en su posición, consciente de que el menor movimiento condenaría a todos. Eli, quien sabe como, ya estaba al tanto de la presencia de Rachel, porque cuando el lobo hizo ademán de mirar en la dirección de la muñeca de trapo, éste lo acribilló a preguntas.
—¿A qué esperas? No eres capaz de hacer nada con esa arma. Es eso ¿no?
El lobo se volvió de nuevo a Eli. Rachel esperó hasta que siguieran hablando para moverse, entendiendo que su sonido podía ser opacado por las palabras de los demás.
—Lo que más deseo ahora es atravesarlos a ambos con mis propias garras... —el sonido cruel y resonante confirmaba lo que decía, había ansia en él, realmente quería hacerlo— pero de nada serviría.
Rachel se detuvo entonces. ¿Cómo que no serviría de nada?
—Si, claro ¿tienes miedo de lo que tus jefes te hagan si nos matas? —continuó el interrogatorio Earl— eso no suena a una excusa convincente.
El monstruo apretó las mandíbulas y rechinó los dientes— Buscan hacerme hablar, no soy estúpido. Alguna vez fui como ustedes, sé que harían lo que sea por salvar a ese inservible mortal que capturaron para esta noche.
Todos contuvieron el aliento. Rachel se congeló en su posición, tanto por esa revelación como por el hecho de que oía al otro hombre lobo acercarse. El tiempo se les acababa. Si Eli se sorprendió tanto como ella, no lo demostró cuando contestó.
—¿Eso es lo que crees? Ese idiota no nos importa, lo que buscamos es llegar a tus jefes para hacer un trato. Podemos servirle de ayuda con nuestra nueva forma y nos beneficiaría a ambos.
Si Rachel no hubiera conocido tan estrechamente a Eli se hubiera molestado, pero dudó a pesar de ello. Sonaba tan convencido de lo que decía que fácilmente podría ser cierto que ya no les importase Tony. Lo que decía el lobo era interesante, ella quería que lo hicieran seguir hablando, parecía saber más de lo que decía, pero aun así nada les aseguraba que no fueran mentiras.
Algo parecido a una risa seca y áspera se escapó de ese hocico pestilente y Rachel llegó a estar justo detrás de él en el momento en el que se extinguió la ultima nota de su risa, se hallaba por fin en la posición en la que Earl le había indicado. La tierra humedecida siguió tal y como antes de que ella se situara encima, su peso no era suficiente. Ya ahí, Rachel buscó la mirada de Earl o la de Eli para saber qué hacer, pero ninguno la miraba. Oyó con terror los pasos del otro hombre lobo acercarse cada vez más.
Lo que sea que planeaban, lo debían hacer pronto.
—Si no me engañas a mi ¿crees que lo harás con el rey calabaza?
Earl se dio cuenta del apuro en el que estaba Rachel y desconcertado por que el plan fallaba parecía pensar a toda prisa en una solución. Eli, por su parte, mantenía la vista en el monstruo.
—¿Debo suponer que tu jefe superior es el rey calabaza?
Rachel captó por el rabillo del ojo el movimiento del segundo lobo al salir a la insuficiente luz de la antorcha. Había vuelto y se había sorprendido como ella de verla ahí. Pero ese instante pasó de inmediato, sin decir nada, se abalanzó sobre ella con la alabarda.
—Piensa lo que quieras. No lo verás nunca, antes de que esta noche termine tendrá poder sobre todos los monstruos... y ahora tú eres uno de ellos.
Ella tuvo una milésima de segundo para esquivar el golpe saltando, estuvo a nada de ser cortada en dos mitades, pero su reacción la hizo tropezar y caer hacia dentro del pasillo, por donde había venido. La hoja de la alabarda se clavó profundamente en la tierra húmeda y las rocas con un sonido que hizo a todos, incluyendo al otro guardia, mirar hacia arriba en el momento exacto. Fue el peso del monstruo lo que finalmente hizo el efecto esperado.
Las rocas y la tierra se vinieron abajo haciendo que el hombre lobo cayese al interior del pozo sobre el otro. Ante el deslave de la pared del pozo, se descubrió la entrada a un depósito acuífero subterráneo pequeño que cayó sobre ellos y llenó en segundos el pozo.
Cuando todo terminó, Rachel se levantó de nuevo y fue al borde.
El agua no era suficiente para inundar toda la gruta, pero si para ocultar al completo que ahí hubo algún pozo. El derrumbe se había tragado a los guardias, pero también a sus amigos que ahora estaban bajo el agua. Rachel se sintió presa del pánico otra vez, todo había pasado demasiado rápido como para poder entenderlo al completo.
—¿Earl? ¿Eli? —gritó, esta vez sin contemplaciones al peligro. Se preguntó si debía o no meterse a rescatarlos. Era una muñeca después de todo, probablemente flotaría patéticamente, incapaz de bajar hasta ellos.
No obstante, debía hacer el esfuerzo, sin pensarlo demasiado localizó con la vista una de las rocas grandes que se había desprendido, coronando la destrucción. Si se aferraba a ella y se lanzaba al agua, talvez podría llegar al fondo y rescatar a los chicos. Pero no fue necesario, Earl rompió la superficie del agua dando una gran bocanada de aire y nadando a brazadas hasta la orilla. Eli iba colgado a su espalda, con sus brazos firmemente asidos de su cuello, ambos calados hasta los huesos por el agua fría.
Rachel los esperó en la orilla, suspirando de alivio. Una sonrisa explotó en sus labios. Ellos llegaron hasta ella un momento después, Eli temblando pero con una sonrisa al acercarse a la antorcha del pozo. Solo entonces pudo Rachel ver lo que realmente eran sus amigos ahora.
En la cabeza calva de Eli habían brotado dos cuernitos pequeños de demonio, rojos como brasas ardientes. Sus ojos claros habían oscurecido considerablemente, pero por la escasa luz no podía precisar su color. Su piel había sufrido un efecto inverso y parecía haberse decolorado hasta parecer blanca totalmente, y sus labios tenían un tono tan azul como una vez lo fueron sus ojos. Y, para rematar toda la transformación, algo se agitaba, entre sus piernas tras de él, que parecía una cola puntiaguda del mismo tono rojo de sus cuernos.
—Eli, dios mío ¡Estoy tan feliz de que estés bien...! pareces HellBoy —le sonrió ella cuando se abrazaron y se apresuró a decir— no lo digo como insulto.
—Lo sé, tranquila —sonrió de medio lado, sus labios eran de un chispeante color celeste al igual que sus ojos— No son mis comics favoritos, además. No es en verdad lo mejor que me haya pasado.
—Deberías ver a J, él es un hombre lobo como los guardias.
—¿En serio? —exclamó Earl, dejándose caer en el suelo junto a ellos— eso nos dará problemas para reconocerlo.
Earl era ahora lo que podía ser llamado un orco en los libros de fantasía, pero no era espantoso en ningún sentido, solo su piel había cambiado a un tono verde oliva. Sus orejas se habían afilado y unos colmillos inferiores habían crecido filosos y amenazantes hasta sobresalir de sus labios. Se veía más fuerte de igual forma, sus músculos se veían más duros y voluptuosos. Ahora que lo veía bien, tenía la nariz lastimada y había restos de sangre bajo sus fosas nasales. Era claro que la pelea de antes los había dejado muy lastimados a ambos.
—¿Ustedes sabían que eso pasaría? —indagó consternada.
Earl y Eli intercambiaron miradas.
—Pues... no. Tuvimos suerte —suspiró Eli pasándose las manos por sus nuevos cuernos— aunque eso depende de como veas la situación.
—Nos diste un susto tremendo cuando apareciste —exclamó Earl envolviendo a Rachel en otro gran abrazo— creíamos que todos los demás estaban muertos.
—Esta aventura está claro que será inolvidable —concluyó ella devolviéndole el abrazo— no sé qué hubiera hecho si ustedes no hubieran salido del agua.
—Seguir adelante. —dijo rotundo Eli.
—Exactamente —coincidió Earl soltándola y tomándola por los hombros— si nosotros perecemos, tú tienes que seguir adelante siempre. ¿Entiendes?
—Lo comprendo —asintió— pero no me harán dejarlos ir sin hacer todo lo posible para salvarlos.
—Preferiría que buscaras tu propio bienestar en estas circunstancias —bromeó Earl con media sonrisa— lo que hiciste fue muy valiente.
—Earl, déjala ya. No podemos permanecer aquí mucho tiempo. Esos lobos nos atraparon porque caímos en ese pozo, el ruido atraerá más guardias y cuando vean esto revisarán las celdas. No podemos quedarnos demasiado tiempo aquí.
Earl soltó a Rachel y fue entonces cuando sus ojos dieron con algo en ella que no estaba bien.
—Oh, Rachel ¡te han herido!
Ella miro hacia donde señalaba y se quedó boquiabierta. Su blusa había quedado definitivamente arruinada, un desgarrón enorme perforaba la tela de su ropa y de su piel. Así que el ataque del lobo si la había alcanzado, aunque solo en parte, si ella no se hubiera retirado a tiempo, la hubiera partido en dos partes. El tajo comenzaba bajo el sitio en donde debía estar su última costilla izquierda y terminaba en diagonal por encima de su vientre.
No había sangre, de ningún tipo, pero ahora podía ver de qué estaba hecha.
—Hojas... —murmuró tomando y observando la que se había caído— hojas secas de otoño.
Hasta ese momento no se había preguntado qué era lo que rellenaba su cuerpo falso, por lo que esta súbita revelación era especialmente inesperada y bastante extraña. En algún sentido era poético. Una muñeca de tela que dentro conserva las hojas secas que tanto se asocian con el otoño, la época del Halloween. Entonces comprendió que el sonido que hacía no era realmente un siseo, sino un crujido suave, casi imperceptible de las hojas en su interior.
—¿Duele? —se atrevió a preguntar Earl.
—No... no siento nada. —comentó, en un estado parecido al shock— vámonos de aquí, chicos.
—Tranquila, nos iremos pronto. —le aseguró Eli— pero hay que buscar la forma de repararte antes.
Earl dejó escapar una risa leve y ambos lo miraron.
—Lo siento es que... es que pensé que... —intentó explicarse y la risa por fin se extinguió en un gesto de incomodidad— pensé en lo irónico que es que el único que sabe tejer en toda la banda, costurar y esas cosas es Tony. Y es el único al que no podemos acceder fácilmente.
Rachel salió de su aturdimiento con esa idea. Había dejado de pensar en ese tonto borracho durante toda la terrible experiencia. Pero ahora casi sonrió. Necesitaban a Tony.
—Todavía podemos buscarlo. —dijo. Los otros dos la miraron consternados.
—Oh no, Rachel. —negó enérgicamente Eli— lo más loco que haremos será buscar a Layne, Geoff y Cesar, y reunirnos con J. No podemos arriesgarnos de más. Esta situación hace rato que dejó de ser graciosa, ahora debemos tomar en serio todo si queremos salir con vida.
Rachel apretó los labios y bajó la mirada. Tenían razón, por supuesto.
Ella no respondió, solo se detuvo un momento para ir por sus zapatos, los había tirado cuando el lobo intentó partirla en dos, sin lograrlo. Se calzó, aun dubitativa, se habían llenado de lodo y el agua sucia, pero era mejor conservarlos. Realmente andar con ellos o sin ellos era casi lo mismo, si se lastimaba las plantas de los pies no había dolor ni molestia, solo sensaciones raras. Como ahora con el corte en su estómago. Sabía que no moriría a causa de ello, porque su estado parecía un limbo entre la vida y la muerte bastante perturbador, aunque, quien sabe qué podría ocurrir si perdía el relleno tan extraño que contenía en su interior.
Earl desgarró los bajos de su camiseta sucia hasta hacer una tira del tamaño suficiente para poder atarla a la cintura de Rachel por debajo de su blusa rasgada. No solucionaba el problema, porque para hacerlo hacía falta hilo o cáñamo ya que ya contaban con la aguja de la pitonisa pero sin hilo o lana y sin alguien que supiera como hacerlo, el desgarrón permanecería abierto. Pero este arreglo improvisado si impedía que siguiera perdiendo relleno. Eli la ayudó a atarla con firmeza pero sin exagerar la presión, sus dedos parecían ahora más hábiles que nunca para hacer y deshacer nudos. Ahora que veía con más atención, tenía las uñas un poco más largas y del mismo rojo que predominaba en sus nuevas características.
—Debemos salir de aquí lo antes posible —les dijo distraídamente Eli, finalizando el nudo— tendremos que ser cuidadosos, chicos, muy cuidadosos. Hay lobos por doquier, esta es la tercera vez que nos encontramos con guardias armados. Parecen haber reforzado la seguridad, quizá ya saben que estamos en los túneles y no en nuestras celdas.
—¿Cómo salieron de sus celdas ustedes?
—Rompí los barrotes —confesó Earl y sacó uno de su bolsillo trasero— lo traigo conmigo porque... porque talvez sirva de algo. Conviene tener algo con lo qué defenderse. Eli, quien sabe como, logró abrir el cerrojo.
—Manos hábiles —se encogió de hombros el mencionado— pero vinieron con la cola y los cuernos, así que no hay de qué alegrarse.
—¿Pero no pueden tus manos servirnos para coserme? —insistió ella, con algo de esperanza en la voz— podemos usar mi aguja y algunos de mis cabellos de lana.
Eli parpadeó y negó— No, no sería capaz. Una cosa es coser un calcetín o pegar un botón en una chaqueta, otra muy diferente es suturar una herida. Y una tan grande como la tuya... Solo pensarlo me hace sentir mareado y tú no quieres que vomite y encima te haga una mala sutura, ¿cierto?
Rachel asintió y no dijo nada más, Earl le dio ánimos— pronto acabará esta pesadilla. Vamos.
Los tres reiniciaron su camino hacia el pasillo oscuro al otro lado del pozo. Rachel estaba barajando sus pensamientos sobre Tony. No necesitaba pensarlo demasiado para saber que ella seguiría buscándolo. Y si tenía que hacerlo por su cuenta, así tendría que ser.