16: El latido de un Corazón mecánico
23 de noviembre de 2025, 9:32
Layne, adelante, le comentaba en murmullos a Eli parte de lo que había visto. El resto de los chicos de voiceplay, seguían en el silencio que apenas podían mantener para poder escuchar retazos de la platica. Los arboles parecían querer saber de qué iba la conversación, porque cada vez estaba más juntos a ellos y resultaba difícil sortearlos y evitar que la ropa no quedase atrapada entre sus ramas. Aún así, nadie podía decir de qué hablaban esos dos. J se les unió poco después y los tres siguieron así por unos minutos. Rachel empezó a descubrir pareidolias en algunos troncos, en los que las arrugas de la corteza y la luz de la luna, formaban ilusiones ópticas de caras humanas donde no las había. O talvez ella quería creer que no las había. A medida que avanzaban, el muro por el que habían escapado desaparecía más de la vista, hasta que ya no se veía para nada tras los arboles.
No estaba segura, pero creía entender que el laberinto dejaba de ser subterráneo en algún punto y realmente habían escapado. Pero las cosas no eran así de fáciles, nunca lo eran. Por eso Rachel estaba con los ojos muy abiertos, alerta, cosa que el resto de los chicos también imitaban.
La esperanza que sentía seguía viva y crepitante, pero el miedo también estaba ahí, y seguía con ella, clavando sus garras frías en sus hombros y manteniéndose sobre ella a pesar de que sus amigos la rodeaban y protegían. Cuando ellos estaban en silencio, se daba cuenta de que los sentía en un estado parecido al suyo, con el corazón latiendo desbocado. En el caso de Cesar, se oía el repiqueteo de sus huesos al temblar. Entonces alguien hablaba y la tensión se disipaba por el breve trecho que duraba la charla entre ellos, entonces volvía el silencio y con él, el terror.
Resultaba que Geoff tenía malos presentimientos desde hace horas, cuando entraron al bosque en primer lugar, y ese silencio le ponía sus cabellos de lana en punta. Por eso, se hallaba distraído en vez de sostener como se debía a Tony y ayudarlo por su lado como también lo tendría que hacer Cesar del otro lado. Por eso, en más de una ocasión, el hombre de ojos claros, se había estado tropezando con la naturaleza que se interponía en su camino y lo hacía sentir como el extraño que era en ese mundo alejado de toda la realidad. El único hombre entre los monstruos. Cesar por el contrario, parecía estar atento a todo cuanto ocurría, pero con una fascinación propia de la curiosidad infantil que lo caracterizaba. Ni Geoff ni Cesar estaban ayudando mucho a Tony, porque mucho de lo que hacían era arrastrarlo sin que él pudiese poner bien los pies en el suelo, sin ver tampoco que lo estaban llevando por la parte del camino más accidentado que el resto de los chicos que iban adelante y atrás evitaban.
Entonces, en medio de todo, a Cesar se le soltó una costilla que bajó por su ropa y cayó en el camino de los pies de Tony, que dio un traspiés y soltó una maldición por el dolor de las heridas que también tenía en los tobillos, sin mencionar que uno de sus pies no tenía zapato y ya eran varias las piedras que lo hacían gemir.
—Oh Dios... te juro que eso fue un accidente —estalló en risas trémulas Cesar soltando el brazo de Tony y dejándole todo el trabajo a Geoff que se balanceó con el peso del otro hombre y terminó yéndose hacia atrás contra el tronco de un árbol.
—Accidente, accidente —repitió en convulsa ira Tony, con los dientes apretados por el dolor, señalando a Cesar con un dedo acusador mientras se ponía de pie dificultosamente usando la cabeza de Geoff para apoyarse en él e incorporarse, aplastándolo como a una almohada— te diré lo que es un accidente... Accidente será cuando mi puño encuentre tu cráneo y entonces...
Geoff debió asustarse con la repentina intervención del hombre de ojos claros, porque en el forcejeo para que dejara de aplastarlo y gritar lo acalló tapándole la boca con la mano de una palmada rápida. Tony calló al otro lado del árbol y Geoff por el lado contrario.
—Pudiste haberme dicho que me callara. —rumió entre dientes Tony poniéndose en pie de un torpe salto— ¡además! ¡Quien comenzó fue el chico nuevo!
—El chico nuevo tiene nombre —se desaplastó Geoff, jalando con una mano de un mechón de su cabello hacia arriba y con la otra del sitio en donde debería estar su clavícula hacia abajo, con un sonido extraño. Su voz por un momento había sonado a una corneta caricaturesca. Se sacudió y le lanzó a Tony una mirada de irritación.
—Si hubiera sido intencional, te habría ido peor —Cesar seguía riéndose— pero no lo fue, deja ya de quejarte, no todo gira al rededor de ti, principito. Imagina si se me hubiera soltado la columna o la cabeza. Eso sí habría sido un lío.
—No es personal, Tony —le dijo Rachel desde atrás. Recuperó la costilla empolvada del suelo, había quedado semi clavada en la tierra, y se la devolvió a su dueño— realmente no fue intencional. Y lo de la palmada tampoco.
—De hecho —se unió a las risas Earl— Geoff le hizo lo mismo a Rachel antes de venir aquí.
—¿Y qué querían que hiciera? —se defendió Geoff, hablando con voz nasal, tirando de su nariz para sacarla del interior de su cabeza y devolverla a su estado natural— Es que ustedes no ven películas de terror ¿cierto? eso te incluye a ti, Cesar, no se puede andar riendo maniática e irresponsablemente por ahí en los bosques profundos plagados de espectros y monstruos de todo tipo.
Cesar se levantó la camiseta, revelando la caja torácica vacía, cubierta por esa piel transparente e intangible a la vez y colocó la costilla faltante en el sitio que creyó que era el indicado. El hueso se ajustó con un chasquido seco y él bajó la camisa sin ninguna contemplación, volteando a los demás sonriendo. Como Layne, Cesar aún no dominaba sus habilidades para desarmarse. Por supuesto que no había sido intencional, pero era Tony el que tenía al universo en su contra, eso era evidente.
—Yo creo que tú has visto demasiadas películas —se rió Earl, desde más atrás— todos los monstruos están ahora al otro lado de esta colina, en el pueblo y no en el bosque, preparándose para ese aquelarre en el que esperan tener un corazón que ya se les escapó.
<<Confiemos en qué así sea>> pensó Rachel.
—Pero mis conocimientos en películas me servirán ahora que estamos dentro de una —dijo con orgullo Geoff, los demás, exceptuando a Tony, no pudieron evitar una sonrisa al percibir el orgullo en su voz— nadie nos atrapará por hacer más ruido del necesario. Y bajen la voz.
—¿Saben de qué estoy agradecido? —les preguntó Cesar, ignorando alegremente a Geoff.
—¿De no haber perdido ningún otro hueso convenientemente en mi camino? —dijo Tony, con un tono ligeramente sardónico y amenazador. Geoff le tapó la boca de nuevo de una palmada y tras el susto inicial, él se soltó de golpe, ofendido— ¡¿Era necesario?!
—No, pero fue gracioso.
Los demás aguantaron la risa lo mejor que pudieron. Layne, Eli y J que iban más adelante no los oían pero los habrían regañado por estar haciendo ruido si no hubieran estado hablando de cosas importantes. Tony, furibundo, se cruzó de brazos y se negó a decir nada más por un rato. Rachel no evitó pensar que se veía muy gracioso con el ceño fruncido de esa forma y los labios apretados hasta fruncirlos de manera muy extraña pero igualmente cómica. A veces, se comportaba como un niño grande considerablemente malcriado, pero a pesar de ello, ella pudo ver que una sonrisa asomaba en sus labios delgados. A él también le había hecho gracia toda la broma aunque no lo admitiera.
¿Cómo no iba a confiar ciegamente Rachel en ellos, en los chicos de VoicePlay, si solo sus tonterías y diversiones podían evitar que el miedo los atenazase a todos en ese bosque oscuro? El ver a Geoff, mesándose la nariz magullada a pesar de no sentir ningún dolor, era suficiente para reírse por un buen rato.
—¿Quieren saber o no? —insistió Cesar, aun riéndose en murmullos. Cuando Earl y Rachel lo animaron a continuar, él dijo— estoy agradecido de haber caído en esta idea de Tim Burton y no en otra de sus pesadillas y ustedes también ¿no es cierto?
—Umm... no por mi parte —objetó Earl— suponiendo que este universo estrafalario, rimbombante y caricaturesco realmente fuera una de las ideas de Tim Burton y hubiéramos podido elegir entre todos sus demás universos, no me habría caído tan mal ir a parar en la del hombre manos de tijeras, así al menos estaríamos armados y los hombres lobo se lo habrían pensado dos veces antes de atacarnos y meternos en esos pozos.
—Pero imagínate caer en El jinete sin cabeza y ser hombres comunes al merced de un mercenario psicópata que regresa del infierno a cortar cabezas. —murmuró inquietamente Geoff, llevándose la mano a las costuras exageradas de su garganta— en ese sentido si tiene razón Cesar.
—Yo siempre tengo razón, hermanos, que se den cuenta hasta ahora es otro asunto.
Rachel semi sonrió, hubiera preferido caer en cualquier otra historia en donde no se convirtiera en muñeca de trapo rellena de hojas de otoño. Porque se sentía muy vulnerable ante todos los peligros posibles, sin forma de defenderse o reaccionar. Sin habilidades a su favor como J o Cesar, sin dedos hábiles como Eli o fuerza sobre humana como Earl. Sin la exigua protección hasta de la aguja de la pitonisa. De hecho, estaba a la misma altura en ese sentido con Geoff, ambos eran ahora trapo, costal, lana, vidrio y relleno, lo que no los alejaba mucho de almohadas. Pero debía admitir que peores historias había y por montones, y que pudieron tener peores suertes, por supuesto. Ella también estaba agradecida por no ser una zombie Frankenstein, o un murciélago o una vampira que no pudiera salir de día, o estar cerca de Tony sin presentar el deseo de chuparle la sangre, eso si habría sido un problema.
—Chicos, hay algo adelante... —murmuró Tony.
Los demás miraron en esa dirección al mismo tiempo. Layne, J y Eli se habían detenido y los demás les imitaron. El camino, si se le podía decir así a la trayectoria aleatoria por la que los había llevado Layne por entre los arboles desnudos y amenazantes, discurría hacia una choza apostada contra una piedra grande como toda una colina. Y frente a la entrada, había una figura encapuchada con telas raras, la luz lunar impedía una vez más ver detalles, pero Rachel se hubiera atrevido a decir que vestía harapos desgarrados, sucios y viejos, tal y como terminaría la ropa de todos ellos si pasaban más tiempo en ese pueblo de pesadilla.
Layne flotó más cerca de la figura y pareció decirle algo. La figura, erguida e imperiosa, asintió levemente. El fantasma, serio como nunca, le hizo señas al resto para que se acercaran a su vez. Ellos obedecieron, no sin cuidado. Pero antes de llegar a la figura, se detuvieron a prudente distancia.
—Quiere verlo. —les dijo y todos, por alguna razón, supieron exactamente a quien se refería sin que dijese su nombre.
Tony alzó una ceja. Hace rato que había dejado de fingir estar enfurruñado, pero ahora Rachel percibió en sus ojos una pizca del desasosiego que los había acompañado a todos hasta ese momento ahí.
—¿Puedo preguntar para qué y quién quiere verme? —inquirió receloso.
—Has lo que te dice —le regañó entre dientes Eli— es importante.
—Tengo derecho a saber porqué. —reiteró. No había ni una pizca del dramatismo teatral de antes, su voz era modulada, pero expresaba toda la desconfianza que Rachel y los demás sentían.
—Tony, tienes que hacerlo —gruñó J— es la única forma...
—¿De qué? Ahora solamente estoy preguntando porque ¿me negarán también esa información?
—¿Podemos confiar? —interrumpió Rachel, dando un paso al frente. Ella tampoco se fiaba tan pronto de extraños y su leve paranoia la impulsaba a desconfiar tanto o más que Tony.
—¿No te ha servido la herramienta que te di?
Todos miraron a la figura que desveló con lentitud parte de su rostro, mostrando que se trataba de la pitonisa de la plaza. Las escamas reptilineas de su piel lanzaron familiares brillos puntiagudos. Aquella mujer vidente que le había guiñado con el segundo par de parpados y le había hablado de un futuro horrible, era ella, no cabía duda. Una sonrisa afilada mostró sus dientes tan agudos como anzuelos y la lengua viperina se agitó saboreando el aire entre el especio entre los incisivos.
—Usted... —y tras el largo plazo que duró su sorpresa se volteó, incrédula, a ver a Layne con gesto interrogante— ¿Porqué nos has traído con ella? ¿tú mismo no confiabas en nada de lo que dijo antes?
El fantasma asintió, parecía nervioso, volvía a estar serio y pensativo— Ella es como nosotros.
Todos miraron a la pitonisa con expectación. ¿Qué significaba el ser como ellos? La reptil, viéndose asediada de preguntas que sólo ella podía contestar, comenzó a hablar con lentitud, sin pausa pero deteniéndose en cada palabra, como si estuviera pesando en la siguiente para no equivocarse.
— Esta situación en la que se ustedes están envueltos no ha ocurrido una ni dos veces. Viene sucediendo desde hace siglos, siglos y siglos atrás. A nosotros también nos ocurrió. Éramos cinco, y una de nosotros fue raptada por la noche como les ocurrió a ustedes. Nosotros vinimos aquí para salvarla, pero no lo conseguimos. Yo y mi hermana todavía conservamos nuestras memorias, pero los otros dos hombres que nos acompañaban ya son parte del pueblo ahora.
Hizo una pausa en la que pareció formársele un nudo en la garganta que disimuló de la mejor forma, carraspeando en un siseo cascabelesco antes de proseguir.
—El rey calabaza usó su corazón para hacer la poción de las mil auroras que le confiere el poder sobre cada ser animado en todo este mundo. No pudimos hacer nada por ella, nos capturaron como a ustedes en el laberinto, nos convirtieron en lo que ahora somos y nos obligaron a presenciar el sacrificio de Rosaura.
Volvió el silencio y la pitonisa volvió a adquirir esa aura afilada y taimada que hacía desconfiar a Rachel.
—Lo mismo, o peor, les pasará a ustedes si no aceptan mi ayuda.
Rachel se quedó estática un instante, asimilando. Los segundos pasaron, uno tras otro, lentamente, al compás del sonido mecánico de su corazón que nadie más oía. Cesar se movió para echar una mirada en lontananza y las vertebras de su cuello sonaron como ramitas rompiéndose o algo así como piedra sobre piedra. Pero de nuevo, fue lo suficiente como para sacar a Rachel de sus pensamientos.
—Layne... —llamó ella, el aludido prestó atención— ¿le crees?
Él se encogió de hombros.
—Su predicción ha sido acertada. Tú y yo tenemos encima una desgracia, merecida y aceptada, porque es el precio justo por la vida de un buen amigo. —Tony bajó la mirada— lo llevo pensando mucho rato. Y creo que no nos queda nada más... No hay más salida.
—¿Cómo sabemos que no nos miente al ofrecernos ayuda? —murmuró ella a los demás, desesperada— el hecho de que haya pasado por lo mismo no es una garantía sólida para confiarle la vida de Tony a ella ¿Cómo creerle?
—Layne nos lo explicó, pero bueno... En primer lugar —enumeró Eli, alzando sus dedos pálidos— no tenemos idea de a donde ir y ella es la única que sabe donde puede escondernos. En segundo lugar, ya nos ha ayudado antes, te ha dado esa aguja que ha sido de mucha ayuda...
—Y si mi intención inicial hubiera sido delatarlos —añadió ella con un tono ligeramente edulcorado— lo habría hecho desde que los vi en la plaza, cuando caminaban evidentemente perdidos y mal disfrazados entre los monstruos.
—¿Porqué te hiciste pasar por una pitonisa? —quiso saber Rachel, la miraba fijamente, con los ojos entrecerrados, tratando a toda prisa de discernir si era o no prudente confiar en ella.
—Fue lo primero que se me ocurrió para llamar su atención. —siseó— De eso trabajaba antes de venir aquí, de actriz en teatros ambulantes, de eso trabajamos todos nosotros, la verdad. Una de las habilidades que adquirí con el tiempo al transformarme, ha sido la clarividencia real. Y me fue fácil darme cuenta de quienes se suponía que eran ustedes y qué les esperaba a cada uno. Planeaba atraerlos hasta la tienda y ahí revelarme e intentar ayudarlos, darles indicaciones sobre lo que tenían que hacer para no terminar como yo. Pero ya veo que no sirvió de nada mi intento, el rey calabaza los ha marcado y no hay mucho qué hacer al respecto.
Marcado... que desagradable sonaba eso. Sonaba a que ahora eran de su propiedad, que ya no había nada más que hacer.
Pero tenía sentido. Todo lo que la pitonisa decía tenía sentido y encajaba de la manera retorcida en la que trabajaba esta nueva realidad en la que estaban. Parecía un cuento de hadas muy rebuscado y mal hecho... Pero era real. Era real que habían caído a través del portal, que habían entrado en contacto con seres aterradores de pesadilla y que ellos mismos se habían contagiado de esa existencia perturbadora. Ninguno se había salvado. Pero todos estaban ahí, con ella, más muertos que vivos, con habilidades que nunca soñaron pero que tampoco deseaban.
Era comprensible que esto ocurriese antes, y que la pitonisa fuera producto de una desgracia parecida a la de ellos tampoco era imposible. Habilidades de clarividencia no eran más imposibles que un esqueleto parlante, un fantasma o un par de muñecos animados. No obstante ¿quería decir eso que podían confiar en ella? Realmente nada le aseguraba que lo que decía era cierto o no, aunque tuviera sentido, fácilmente podían ser mentiras bien elaboradas.
Si Rachel hubiera respirado, sus inhalaciones ahora habrían sido poco profundas y muy rápidas. Temía por Tony, no quería que se acercase a la reptiliana, no sabía cuales eran sus verdaderas intenciones. No quería que lo lastimara.
Ella estaba ahí, quieta, como perdida, por el desgarrón de la mejilla se asomaba el borde de una hoja marrón rojiza. Su mirada seguía fija observando a la pitonisa, horrorizada, como si a pesar de todo, su historia tan semejante a la suya y la tristeza de no haber podido salvar a su amiga, albergara no obstante el propósito oculto de matar a Tony a la menor oportunidad. ¿Quién le aseguraba que esta mujer no estuviera trabajando para el rey calabaza y sólo pretendiera distraerlo el tiempo suficiente para llevarlos ante él? ¿Quién le aseguraba que el corazón de Tony estuviera a salvo si aceptaban la ayuda de ese monstruo?
Rachel pasó su mirada a ese hombre, que, silencioso, estaba atento a ella. De pronto, se percató de que todos los chicos estaban atentos a lo que ella dijera.
—¿Qué es lo que ustedes piensan? —les preguntó. Por qué ella no había llegado a ninguna conclusión viable.
—No creo que tengamos alternativa —comentó Earl.
—¿Qué otra opción podemos tomar? —añadió Geoff— si no aceptamos lo que dice...
—Estaremos solos —terminó Cesar— y ya hemos visto que solos no nos ha ido bien.
—Además, ella lleva aquí un siglo, conoce este pueblo y a sus habitantes —dijo Layne.
—Y no es por molestarlos, pero no estamos muy lejos del laberinto, —les recordó J— si nos rastrean darán con nosotros rápido si no vamos directo a un escondite y los despistamos.
—Y nadie puede entendernos mejor que alguien que haya pasado por una situación parecida. —opinó Eli— de verdad, Rachel, si tuviéramos otra alternativa nunca pondría mi confianza en ella pero... no hay ninguna otra opción.
Rachel miró a Tony otra vez, éste le devolvió la mirada. Sus hipnóticos ojos verde grisáceos seguían inquietos, pero Rachel supo que él estaba de acuerdo con los demás. Cuando él asintió y se encogió de hombros, ella también aceptó.
—Esta bien... —se rindió.
—Solo pongo una condición, —aclaró la pitonisa— que al irse, me lleven a mi hermana y a mi con ustedes.
Rachel miró a todos y todos asintieron. No era un precio difícil de pagar, ellos mismos ya eran monstruos ¿Qué más daban dos más para llevar al mundo real?
Tony, aun cauteloso, avanzó hasta estar frente a la figura de la pitonisa encapuchada. Ésta sacó de entre los jirones de ropa harapienta, sus manos de seis dedos con membranas traslúcidas entre cada uno, con uñas afiladísimas verde oscuras. Sus manos estaban repletas de escamas y relucientes a la luz lunar, como si estuvieran húmedas de un viscoso líquido pantanoso. Esas garras se aferraron a los hombros del hombre de ojos claros mientras lo miraba directamente a los ojos, pasaron de ahí hasta las muñecas, haciéndolo extenderlas ante ella, y con movimientos que nadie vio, se deshizo de las vendas improvisadas, que cayeron al suelo.
Pareció sisearle algo que Rachel no comprendió pero que arrancó una débil sonrisa en él. Luego de un intercambio corto de murmullos, Tony asintió tomando aire.
Rachel sintió el deseo de intervenir cuando Tony hizo un gesto de repudio y dolor ante los dedos húmedos de la reptiliana en sus heridas. Pero Eli la tomó del brazo y le impidió hacer nada, sea lo que sea que la pitonisa le haría, debía pasar si querían que los ayudase a salvar su corazón. Ella tragó en seco y desvió la mirada. Intentó calmarse a sí misma regañándose por ser tan sensible en un momento como ese. Era evidente que la pitonisa no le haría ningún daño a Tony... ¿O si?
Escuchaba los latidos de su propio corazón mecánico, demasiado fuertes, demasiado veloces.
Escuchó un jadeo por parte de Tony, que fácilmente podía haber sido de dolor o de alivio, pero cuando ella regresó la vista, la pitonisa lo había soltado y estaba de pie ante él. Él estaba sentado sobre sus talones, con las rodillas en el suelo, los brazos extendidos sobre los muslos, el mentón sobre el pecho. Y después se derrumbó, desmayado, una vez más.
—Levántenlo y síganme. Pero sean rápidos.
Rachel no se acercó, dejó que fueran Earl, Layne y J quienes lo examinasen antes de cargarlo e iniciar de nuevo la marcha. Rachel no quería seguir viéndolo sufrir, pero entendía que, de alguna forma, lo que la pitonisa había hecho, había sido curarlo y que ahora las cosas irían a mejor. O eso quería creer.