ID de la obra: 1416

El portal del sexto árbol

Het
R
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
187 páginas, 111.982 palabras, 32 capítulos
Descripción:
Notas:
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18: La ingravidez de una sombra

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Tony abrió los ojos.  Lo primero que vio fue fuego, a sus pies, a pocos palmos de él. Fuego blanco que danzaba con una luz mortecina, inquietante, agitándose al son del viento. Era alimentado por corrientes de un liquido oscuro que se movía por canales en la piedra, siguiendo un camino lento y soporífero hasta quien sabe qué sitio en el suelo. Tony no podía precisarlo, pero parecía ser aceite por la forma en la que las llamas la devoraban con tanta insistencia, aunque se renovaba con la misma rapidez con la que se consumía. Entonces se percató de estar sobre una plataforma de piedra llena de filigranas en roca negra. Ambos brazos estaban atados de nuevo, y cuando alzó la vista, vio que una cuerda tan negra como el vacío del espacio se los mantenía levantados por encima de la cabeza en una posición vulnerable e incómoda. La cuerda estaba atada a una argolla encastrada en medio del ángulo de lo que parecía un umbral en forma de triangulo equilátero de piedra idéntica al resto de la habitación. Sus pies estaban atados para que imitaran la forma del triángulo, con un pie apuntando a cada esquina con cuerdas idénticas, más apretadas aún. A pesar de eso, estaba totalmente suspendido en el aire. Le habían quitado la camisa y su piel desnuda resplandecía pálida, perlada de sudor, ante la luz de las llamas blancas. Hasta entonces, no había visto que los canales del suelo provenían de debajo de esa plataforma en la que él se hallaba... y de que el liquido que corría a sus pies podía ser sangre. No estaba seguro, pero por su debilidad, podía ser suya. El aura inquietante que flotaba en esa habitación vacía le hizo darse cuenta de que estaba en las peores circunstancias que nunca le hubieran sobrevenido hasta ese momento.  Las paredes y piso eran de piedra de obsidiana, pulida como un espejo, con un ligero tono rojizo tornasolado, como los reflejos que lanzaba a sus ojos el liquido en llamas del suelo. Pero las uniones de las esquinas eran de la misma piedra pero opaca, como ahumada, como espejos negros sobre los que se hubiera condensado su aliento. Estaban puestas de manera que él mismo no se reflejara en ellos, tampoco ese triángulo en el que estaba sujeto, sino parte del techo formando una ilusión de espejo infinito. El techo a su vez, era una espiral hacia arriba, de manera que le daba la sensación de estar metido en una especie de pirámide extraña. Tony estaba aterrorizado, no sin razón. Ya sabía porqué estaba ahí y lo que le harían. Cuando el sonido profundo de piedra sobre piedra lo hizo alzar la vista, dejó de respirar. Tierra y polvo se desprendieron de las uniones de las enormes losas, el techo sobre su cabeza se abría en espiral, separando los tres rayos de los que estaba compuesto, revelando la bóveda celeste y las mil millones de estrellas que solo podría ofrecer una noche sin luna, en medio de la nada, sin ningún tipo de contaminación lumínica. Su brillo era increíble, Tony nunca imaginó ver tantas nunca. Estaba seguro de estar contemplando un brazo entero de la vía láctea como debieron contemplar en la antigüedad los astrónomos griegos. Un aglutinamiento de luces de indescriptible belleza. El viento le azotó la cara, enfriando el ambiente, y las llamas del suelo bailaron con mayor insistencia, con anticipación. Poco tiempo le tardó enterarse de como las estrellas se reflejaran en el suelo y en las paredes puestas de manera que todo encajase a nivel matemático. La ilusión que se creaba era magistral, tan bella, como aterradora. Tony tuvo la sensación de estar suspendido en medio del espacio, con las titilantes luces rodeándolo. Como un planeta errante en la inmensidad, sin ninguna dirección o norte, ingravidez total, como si no estuviera atado, como si en algún sentido hubiera libertad para él, una libertad en la no existencia. La sensación era de ser menos que nada, de ser una mota de polvo en la inmensidad, pero a la vez de ser uno con todo. Era extraño, pero era real hasta la última sensación. Las estrellas brillando a su alrededor parecían confirmárselo, cuando esto acabara, él sería parte de ellas. Entonces, el sonido de piedra sobre piedra se reprodujo otra vez y Tony vio como las paredes se movían todas a la vez hacia la izquierda, revelando pasillos eternos y tan oscuros como todo a su alrededor. Era como ver aparecer de la nada hoyos negros en el espacio profundo, portales a otros universos. De ahí, surgieron acompañados de corrientes de aire fétido, como de tumbas abiertas, sombras traslúcidas colosales que se arremolinaron a su alrededor.  Las paredes volvieron a sus lugares, deslizándose soporíferamente sobre sus uniones hasta volver a su estado original y encerrar a Tony con estos seres de pesadilla. El miedo corrió por sus venas a la misma velocidad con la que la sustancia del suelo se quemaba. Las sombras, no hacían el menor susurro, pero existían, las veía, se movían, se retorcían como volutas de humo, frías e inmisericordes como demonios. Se movían tan rápido, que al colisionar y traspasarse una con otra parecían romperse y crear más de ellas. Las sombras se juntaron frente a Tony, traspasando las nervaduras del suelo en llamas, sin quemarse, sin apagarlas, pero cubriéndolas. Algunas pasaban tan cerca suyo que podía sentirlas rozándole, como plumas muy finas, pero avasalladoramente frías que dejaban a su paso una sensación ardorosa. Luego comprendió que rasgaban su piel en diminutas líneas que comenzaban instantáneamente a sangrar. Las estrellas se apagaron todas a la vez, y por un instante, su luz fue opacada por las presciencias oscuras. Pronto eran tantas que por un momento, Tony creyó que la oscuridad se apoderaría de su alma.  Si esto era el aquelarre del que le hablaron, era peor de lo que imaginaba. Si hubiera podido, hubiera gritado con fuerza, pero estaba paralizado. El horror que se presentaba ante sus ojos era lo último que había esperado presenciar. No estaba seguro, pero algo le decía que los seres se burlaban de él, que sabían su estado y disfrutaban torturándolo lentamente, haciendo de su muerte más agonizante si era posible. Tony, desesperado, tironeó de sus ataduras. Era inútil, obviamente, pero su inteligencia estaba embotada por la niebla del terror y no le permitía darse cuenta de que hiciera lo que hiciera nada lo salvaría.
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