19: Más allá de la corteza podrida
23 de noviembre de 2025, 9:32
Las losas frías de piedra la recibieron y supo que de no ser por su condición de muñeca de trapo, hubiera sufrido daños dolorosos al rebotar en el suelo de esa forma. Tan pronto se supo quieta, se incorporó de un salto y después de sacudirse vigorosamente la sensación de los tentáculos, miró en derredor. No se había recuperado del susto, para nada, seguía temblando como una hoja y sus ojos debían estar desorbitados por buscar algo en lo qué concentrarse en esa eterna oscuridad.
Entonces, una luz anaranjada surgió y Rachel pudo ver las paredes de la cueva en donde estaba. Amplia, rocosa, oscura, húmeda, seguro plagada de murciélagos y escolopendras venenosas. Rachel se encogió en su posición y se abrazó a si misma en un movimiento espasmódico antes de volverse con lentitud al rededor para buscar la fuente de la luz.
Alguien la tomó por el hombro por detrás y ella no evitó gritar de nuevo, quitándose de encima la mano de un golpe al volverse a su agresor. La mano se destrabó del brazo y salió despedida al suelo.
—Oye, gracias, pasé mucho tiempo intentando quitársela a ese estúpido árbol, solo me faltaba que tú hicieras eso. —resopló Cesar yendo a traer su mano de esqueleto del rincón en donde había caído.
—Oh... Lo siento... —se disculpó lo mejor que pudo. Seguía trastornada por todo lo pasado así que evitó hablar durante los primeros instantes. Cesar tenía una lampara de aceite, quien sabe de donde la había sacado, pero iluminaba lo justo. Rachel se acercó a la luz por instinto y se sentó en el suelo junto a Cesar.
El esqueleto, con esa piel traslúcida tan extraña que atraía la vista, parecía tanto o más cansado de sustos que ella y Rachel apreció su silencio tanto como él su compañía.
—¿No te falta nada? —le murmuró, cuando se hubo calmado— es decir...
—Sé a que te refieres. Y no. No que yo sepa, pero nada es seguro. No estudié medicina así que si hace falta alguna pieza no tengo como saberlo. —César se ajustó la mano a la muñeca con un sonido seco.
—¿Dónde crees que estarán el resto?
—No tardarán en encontrarnos, —le aseguró— los escuché en las otras galerías. No sé como pero esa vieja nos lanzó a otro laberinto subterráneo. Talvez sea el mismo laberinto del que acabamos de salir, quien sabe.
—Confío en que los chicos no estén lejos —suspiró— ¿de donde sacaste esa lampara?
—Estaba apostada en la pared, como las antorchas en el laberinto. Seguro Eli encuentre una conexión entre esto y algo que nos dé una pista sobre en donde estamos. Pero por el momento no quiero cansar mi cerebro pensando de más.
—Yo tampoco —acordó— solo quiero saber... ¿porqué? ¿Porqué lo hizo la pitonisa? Yo sentía que lo haría, que nos traicionaría, quiero decir, pero parecía con buenas intensiones. Parecía que no pretendía hacernos daño, incluso le cerró las heridas a Tony ¿porqué ayudarlo si al final nos traicionaría? No tiene sentido, ningún sentido...
Rachel empezó a hablar atropelladamente, un borbotón de palabras salieron nerviosamente y Cesar la tomó por los hombros y la detuvo.
—No tengo ni idea. Pero espera, tomate un momento para respirar. Los chicos vendrán pronto.
Ella se tomó un instante para observar sin disimulo los filigranas de los huesos de Cesar. Pero su mente se hallaba en todo. Los había traicionado, la pitonisa sabía que eso ocurriría y aun así se quedó a observar, solo a observar como los arboles se los tragaban. Pensar en eso, le hizo hervir la sangre, si se podía aplicar esa frase a alguien sin sangre con posibilidad de hervir.
—¿Cómo lo sabes? —su voz surgió de la semioscuridad, nerviosa— ¿Cómo estás seguro de que ellos vendrán?
—Los conoces, no se irán sin antes intentar buscarnos.
Lo que más le dolía era que Tony se había quedado arriba... lo habían dejado y era culpa de todos, de ella también, no debió en ningún momento ni siquiera aceptar esa aguja de las manos repelentes de esa asquerosa reptil. Esa bruja. Esa desgraciada bruja los había engañado. Sus puños se apretaron y se encogió más si era posible sobre si misma.
—Rachel, Cesar ¿están ahí? —era la voz de J.
Ella soltó la presión de sus manos y se relajó. Los chicos, ¿porqué dudaba que aparecerían? Cuanto le alegraba siempre escuchar sus voces, si en algún momento salían de esto, querría escucharlos todos los días para saber que estaban bien y que no se habían quedado en esa pesadilla.
—Aquí estamos. —alzó la voz Cesar— menos mal que fueron ellos los que nos encontraron, yo no hubiera tenido el valor de intentar buscarlos en estas cavernas.
Rachel estuvo de acuerdo, no había tenido ella la disposición para hacerlo tampoco, seguía en una especie de shock. El resto de los chicos se acercó a ellos de entre una caverna contigua, todos parecían más asustados que nunca. No fue difícil para el silencio volver a cobijarlos, porque a pesar de todo, verse de nuevo era bueno, era reconfortante, era agradable.
—¿Cuál es la insistencia en dejarme plantado?
—Ahora no te pongas quejica como Tony, quieres, Cesar —suspiró irritado Eli, al acercarse con los demás— da gracias que estemos juntos de nuevo y todos estamos bien.
—Doy gracias, créeme. Pero hubiera agradecido más que no tardasen tanto. Tuve tiempo hasta de encontrar a Rachel y esta lampara.
—Calma, hermano —le instó J— no nos sirve de nada estar otra vez peleando entre nosotros.
—Lo siento —murmuró Cesar, llevándose las manos al cabello— simplemente estor alterado y estoy diciendo lo que se me viene a la mente.
—Todos lo estamos —añadió Geoff— tengo un desgarrón en la nuca y otra en el pecho ¿Dónde está Tony? bien me servirían sus nada masculinas habilidades con la aguja y el hilo.
Rachel no se dio cuenta hasta que J se lo señaló, el forcejeo con los arboles aflojó la venda de su estómago, estaba perdiendo sus hojas secas sin darse cuenta. Eli se había herido una de las manos al intentar romper las ramas, por lo que fue incapaz de volver a anudar la venda improvisada. Tendría que esperar a que Tony volviese en si para pedirle ayuda, sería vergonzoso, pero parecía la única forma. Mientras, Cesar la ayudó lo mejor que pudo con un nudo diferente, menos perfecto, pero de igual función.
—¿Quién te dice qué eso no masculino? —le recriminó Earl frunciendo el ceño.
—Era broma —se defendió en un gruñido ofendido Geoff— yo tampoco estoy pensando lo que digo antes de decirlo. Da igual, se me saldrá el relleno si Tony no me da una mano ahora con lo que sea.
—Tony se quedó arriba —murmuró Rachel.
—No, la pitonisa lo lanzó conmigo —dijo Eli y se hizo a un lado para que Rachel viese a Tony, aún inconsciente a toda esa pesadilla— llegó hace un momento.
Earl lo colocó en el suelo con cuidado y Rachel olvidó todos sus pensamientos por el nerviosismo y prácticamente cayó sobre él para examinarlo. Seguía inconsciente, lo que era mejor, el trauma que se habría llevado lo habría vuelto loco quizá. La alegría que le daba a Rachel ver a ese hombre de nuevo solo era equiparable a la que sentía por el bienestar que la compañía de los chicos le ofrecía. Intentó no ser brusca al tocar brazos y piernas de Tony, intentó no ser molesta de igual forma, pero al encontrarlo bien, su animo mejoraba a pasos agigantados. No había más heridas que las que seguro se había hecho en el bosque después de la casa de campo, es decir, raspones y débiles heridas superficiales. Cuando ella levantó su mano derecha para observar esas heridas que ocasionó el borde cortante de los grilletes, se sorprendió al no encontrarlas. En su lugar, había cicatrices, las que ella imaginó que le quedarían, pero después de algunos meses, no inmediatamente.
—¡Pero esto es asombroso! —exclamó Rachel, y bajó apresuradamente la voz al observar la preocupación de los demás— vean... Ha cerrado sus heridas, las ha curado. Y lo ha lanzado con nosotros.
—No concuerda. —se devanaba los sesos Eli pensando— Yo también lo he pensado.
—Creíamos que tú sabrías qué pasaba. —dijo Cesar.
—No esta vez. —negó Eli— antes dije que estamos todos. Pero no es así.
—Layne... —murmuró Geoff y todos intercambiaron miradas solemnes ante la falta que hacía el miembro de la batería en la garganta.
J se acariciaba las marcas que las ramas dejaron en su hocico y examinó su cola, que hasta ese momento parecía haber ignorado su existencia. Eli hacía lo propio, pero con sus gafas, ya estaban astilladas desde la caída del portal del sexto árbol, pero ahora había perdido el cristal del lado derecho.
—Piensan que los traicioné ¿no es cierto? —La pitonisa estaba de pie en una esquina. Todos dieron unos pasos hacia atrás, no supieron como, pero algo les indujo a creer que ella ya estaba ahí antes de que ellos se apercibiesen de su presencia— pueden juzgar por ustedes mismos. Los traje a un escondite secreto perfecto, como acordamos. Además, los árboles hablan, pero su idioma se perdió hace eones, nadie sabe al completo lo que dicen así que tampoco nos delataran.
Geoff iba a decir algo, pero se detuvo y se llevó una mano bajo la camiseta antes de sacar una rama que se seguía agitando y la lanzó al suelo con un quejido de repugnancia. Earl le dio un pisotón que envió vibraciones que todos los presentes sintieron en los pies y la rama rota dejó de moverse.
—Si no nos traicionaste ¿Por qué no nos explicaste lo que pasaría? —le increpó Rachel a la pitonisa— habríamos entrado de buen gusto si nos lo hubieras dicho.
—No hay tiempo para eso, arriba ya tendría que haber iniciado el aquelarre y no es posible porque el corazón ya no está. —Todas las miradas bajaron al bello, no tan bello, durmiente— están desesperados por encontrarlo y harán lo que sea para recuperarlo. Los tuve que traer aquí porque mi choza está en el pueblo. Los reconocerían al instante, y las consecuencias para mi y para mi hermana serían tortura y hoguera. Por eso mismo, y más, síganme, esta galería subterránea lleva a la casa, pero todavía hay que caminar un poco. Ahí urdiremos cualquier plan que quieran, pero lo importante es ocultarlos, un día o dos tal vez sea suficiente.
Los chicos intercambiaron miradas recelosas, era obvio que desconfiaban. La pitonisa podía ver sus pensamientos, talvez no era tan necesario tener habilidades extrasensoriales para saber cuando las personas no creían en ti. De su bolsillo sacó aquel frasco, parecía tener dentro humo platinado y brillante que parpadeaba en diferentes intensidades de luz, como si tuviera encerrado el momento exacto en el que una diminuta nube oscura lanzaba relámpagos antes de la tormenta, y que éstos fuesen eternos. Al abrir la botella, el humo escapó poco a poco y salió al ambiente en donde se condensó como el vaho del aliento en una figura conocida.
—¡Layne! —dijeron al unísono. El fantasma se tambaleó y por un instante, sus pies se hallaron en el suelo. Miró a izquierda y a derecha y después, sus ojos parecieron enfocar.
—Ese es mi nombre —murmuró, confuso, su brillo parpadeó. La piedra que sostenía en la mano se resbaló a través de sus dedos fantasmales, atravesándolos y cayendo al suelo— ¿Qué fue lo que pasó?
—Un fantasma no hubiera sido atrapado por los arboles, tenía que traerlo manualmente. —todos miraron a la pitonisa, semi oculta por las sombras que como si nada volvía a tapar el frasco y a sumergirlo en su bolsillo— No me interesa tener prisioneros. Tomen esto como prueba de que digo la verdad. Y síganme.
Todos miraron a Eli y él se acercó a la pitonisa para hablarle aparte. La conversación duró poco, pero Rachel notó inseguridad en los ojos de su amigo. Cuando todos estaban expectantes, Eli asintió y Earl se cargó a Tony al hombro mientras reanudaban en silencio la caminata. No hacía falta mucho más para que todos creyeran o se abandonaran a ella. Bastaba con el hecho de que no había alternativa. Pero aún así su desconfianza no se apagaría con tanta facilidad.
Seguía siendo su única opción, pero ahora tendrían cuidado.
Con dudas, Rachel decidió seguirlos de igual forma, lo último que quería era separarse de ellos... Y de Tony. Layne parecía sacado de onda y cuando J quiso explicarle, tardó mucho en comprender. Su mente estaba embotada, como al salir del efecto de la anestesia. Fuera de eso, parecía estar bien, volvió a flotar en breve, aunque con dificultades para controlar la temperatura que hicieron tiritar a Tony aun inconsciente.
La galería era mucho más amplia de lo que parecía, abarcaba varias veces la altura y descenso de cualquier montaña que Rachel hubiera escalado, y aún así, valiéndose de la lámpara de aceite, bajaron trecho a trecho el camino pedregoso. El aire estaba saturado de humedad, pero había aún así mucho polvo denso en el ambiente. El frío también era considerable, aunque Layne se controlase, era como si las paredes de piedra se robasen el calor de sus cuerpos a medida que bajaban más.
Abajo en la oscuridad, una casa surgió. Era pobre y carente de adornos, pero era más humana de lo que había visto hasta ahora en el pueblo, eso era un punto a favor de la historia de la pitonisa, había cierta menos mugre en sus paredes que las de los demás monstruos. Piedra gris, nada más. El camino terminaba ante una puerta sencilla y un muro de piedras planas que le llegaba a Rachel hasta el pecho bordeaba una especie de jardín con hongos luminosos.
—No hay muchas habitaciones, solo podré ofrecerles dos. No hay chimeneas por que no tenemos ventilación apropiada y la caverna se llenaría de humo... lo intentamos hace mucho. Cydonia insiste en que es un agujero terrible, frío, solitario y descorazonador... en eso tiene razón. Pero está libre de monstruos. Hasta ahora, claro.
Los miró a todos otra vez, con esos ojos de pupila rasgada. Abrió la puerta y los dejó pasar. El interior de la casa tenía lamparas de aceite colocadas en sitios estratégicos, Rachel se preguntó si lo habían hecho para evitar las sombras, y que si esta fuera su intención ¿habría seres que en ese mundo retorcido se materializarían mediante las sombras? podría ser así con mucha facilidad. Y Rachel no descartaría ninguna posibilidad.
Los chicos iban en silencio esta vez, estaban cansados, incluso ella. Sabía que podía dormir aun siendo una muñeca de trapo porque antes se había tomado una pequeña siesta sobre el pecho de Tony, cosa que aún le avergonzaba y que se había prometido nunca decir en voz alta. Pero el cansancio que pesaba sobre ella era más que nada emocional. La casa estaba llena de luz por todos lados, no se podía evitar en ninguna habitación, que no eran muchas, solo cuatro de apenas unos ocho metros cada una. No podían estar todos juntos a la vez en una misma habitación sin estar hombro con hombro y darle un codazo a alguien sin querer.
Rachel había estado atenta a la aparición de esa hermana de la pitonisa, Cydonia. Se preguntaba si ese nombre se le habría dado al convertirse también en lo que sea que era. Se preguntaba incluso el mismo nombre de la pitonisa, porque no se habían detenido a preguntárselo siquiera. Había tantas preguntas por hacer que la menor de ellas era saber su nombre...
El interior de la casa estaba llena de pergaminos viejos llenos de inscripciones y retorcidas figuras bastante satánicas que asomaban sus rostros en el papel. Rachel evitó mirarlas, porque tenía la sensación de que le devolvían la mirada. La pitonisa le mostró el cuarto en el que dejaron a Tony, en un camastro de enredaderas secas cubiertas por una manta tan polvorienta, gris y deteriorada como la misma ropa de la pitonisa. En el otro, el resto dormirían unas horas por turnos.
La moral había bajado mucho, todos estaban sucios, cansados, tristes y agobiados en muchos sentidos. En el débil nacimiento de agua que había tras la casa, J, Earl, y Eli hicieron lo posible para asearse mientras Layne, Geoff y Rachel se quedaban en casa, alrededor del camastro de Tony en silencio. Esto era así porque el primero de ellos tres no tenía forma de limpiarse, y los dos segundos tardarían días en secarse bajo tierra, por lo que por el momento tendrían que quedarse como estaban. Cesar había tomado la iniciativa de lavar la ropa de los chicos, cosa que todos agradecieron mucho. Aunque verdaderamente no estaban seguros de que se pudieran secar en esa húmeda caverna, por lo que pidieron a su anfitriona ropa nueva. Ella les dijo que no tenía nada por el estilo, pero les prestó algunas túnicas suyas para que no anduvieran desnudos, por lo menos. Eli dijo que a lo mejor, esas ropas rasgadas y sucias les servirían como disfraz para pasar desapercibidos a la hora de escapar.
La pitonisa fue a conseguir algo para el estómago de los que todavía contaban con estómago, con la promesa de regresar en breve para que pudieran trazar un plan.
Para sorpresa de Rachel, Geoff calló dormido demasiado rápido sobre el suelo. El cabello de lana sobre la frente y los brazos cruzados sobre el pecho que más parecía el hecho de estarse abrazando a sí mismo que un gesto despreocupado. Daba la apariencia de ser un muñeco de costal de tamaño natural normal y corriente, sin vida, Rachel pensó que se merecía el descanso, debía de haberlo pasado bastante mal, como todos los demás por supuesto. Y es que a ninguno le había ido ni mínimamente bien. Layne le confió entonces a Rachel velar el sueño de Tony mientras él iba a intentar tomar aire fuera de la casa llena del aroma fermentado de las lamparas de aceite, lo que era un poco ridículo, porque nadie en esa habitación, a excepción de Tony, respiraba nada de nada.
Pero los olores podían ser percibidos de alguna extraña forma, así como también podían sentir texturas o temperaturas.
Rachel estaba cansada y ver a Geoff en ese estado inanimado que podía llamarse sueño, le infundía aún más el deseo de echarse una siesta también. Sabía que si tuviera que, saldría en ese mismo momento y podría hacer la caminata de vuelta al punto en donde habían caído desde el portal del sexto árbol. Se sentía capaz, no obstante, el cansancio también era tan real como el hecho de que ella era una muñeca de trapo rota que se desbarataría si se llevaba al limite de sus capacidades... que no eran muchas.
Cada tanto volvía sus ojos de vidrio a Tony, recostado en su sitio. No hacía mucho, se había removido en su camastro y murmurado algo parecido a un áspero regaño a Layne por no haber pagado a los actores o algo así y se había vuelto a quedar tan inanimado como Geoff. Rachel no podía evitar acercarse a él con un sentido de compasión, al verlo en ese estado, pero se conformó con quedarse a un lado de él, de alguna forma, sentía que la calidez de la habitación se debía a él y no a las numerosas lamparas de las paredes.
La pitonisa volvió con un saco al hombro con algo agitándose en el interior que no paraba de gruñir. Como la vidente no hizo ningún comentario al respecto, Rachel tampoco osó mencionar nada, pero no perdió de vista el saco en movimiento ni cuando la pitonisa le descargó un garrotazo.
—Cuando se despierte, dale esto —le entregó una jarra cubierta de la que ascendía un humo de olor extraño. Rachel se preguntó si se refería a lo que había dentro del saco, que ya no se movía, o a Tony. Pero eligió creer en lo segundo.
Le entregó además un cuenco que Rachel sospechó que era un trozo de cráneo vacío. Si Tony llegaba a despertar y preguntaba, ella no se lo diría porque estaba claro que le tendría que dar de beber en eso.
—¿Qué es? —inquirió echándole un vistazo al interior de la jarra por un resquicio en el mantel. Atisbó un liquido de un rojo conocido, caliente, de olor fuerte, almizclado, y se le revolvió su inexistente estómago. Por inercia se apartó y se cubrió la nariz.
—Vino. —siseó la reptil— con miel. Si algo cura más rápido la resaca es un poco más de alcohol. Le hará falta hidratarse y desintoxicar su sangre.
Rachel frunció el ceño y miró a la pitonisa. No decía mucho y parecía rehuir a dar otra larga explicación como la que les ofreció en el bosque, y Rachel y el resto necesitaban respuestas, sino, volvería a pasar algo como lo de los árboles. Se estremeció a pensar en esos tentáculos.
—¿Cómo piensas sacarnos de aquí?
—No será sencillo —bisbiseó— pero los pergaminos dan formas.
—¿Tú también entraste por el portal del sexto árbol?
—Entré cuando los demás portales también estaban abiertos. Pero no por el mismo que ustedes usaron.