ID de la obra: 1416

El portal del sexto árbol

Het
R
Finalizada
2
Emparejamientos y personajes:
Tamaño:
187 páginas, 111.982 palabras, 32 capítulos
Descripción:
Notas:
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20: Una cena, gritos y escándalos

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Earl estaba tratando de entender qué parte era comestible de lo que la pitonisa le dijo que era un faisán. Porque no sabía qué era cabeza y qué patas, algo le decía que tenía algo así como dos docenas de cabezas y sólo tres patas, pero nada le aseguraba que no fuera al revés y estuviera confundiendo picos con uñas. Eli y J hacían algo parecido, pero con la sopa de olla y legumbres, se suponía que era como un guiso, para comer acompañada de trozos de tortilla y pan, pero... Estaba considerablemente ácido, frío y espeso como engrudo. La cuchara de Eli encontró una patata gris en medio de todo, que se encontraba semi flotando en esa ciénaga que la pitonisa les había puesto en el plato. No estaban seguros, pero ante la falta evidente de algo de beber, de seguro la pitonisa pretendía que bebieran del nacimiento de agua. Habían aceptado la cena sin parpadear porque sinceramente, era comida al fin y al cabo, y llevaban casi ocho horas sin probar nada real. Pero la cortesía se había ido al drenaje cuando la anfitriona se fue a sacar más ropas para Earl, cuando éste desgarró las costuras al flexionar los brazos. Ahora los chicos comentaban entre sí lo terrible de esa comida. Todos se habían dado los baños más apresurados de sus vidas con la esperanza de llegar antes a la cena, porque algo les decía que esto iba a ser como un "coma quien pueda" y que si no se apresuraban los dejarían sin nada. Se habían sacado lo mejor que pudieron con retazos de tela y se habían vestido con las ropas de tela áspera que la pitonisa les había proporcionado. Algunas les quedaban muy holgadas y otras considerablemente más angostas, pero algo era algo. Tampoco pensaban quedarse con esos harapos negro ceniza para toda la vida, no pretendían quedarse a vivir en ese mundo de pesadilla por el siglo que durase hasta la siguiente... Lo que sea que fuera eso que pensaban hacerle a Tony. Cesar estaba frente a ellos, sin la camisa, la pitonisa aun no encontraba una de su talla. Antes de irse había insinuado unir dos trapos de cocina y hacer algo mínimamente usable. —Ahora un taparrabo me serviría igual —había contestado Cesar, al que se le notaban claramente todos los huesos a través de esa piel traslucida como niebla— los esqueletos que he visto, andaban desnudos. —Pero tú tienes aun algo de piel sobre esos huesos y puedo asegurarte que nosotros no queremos verte desnudo —le aseguró Earl rodando los ojos. —Y no los culpo, —se rió él— lo último que necesito es que alguno de ustedes se enamore de mi ahora. El resto lo había ignorado y habían recibido la cena con esperanza, hasta ver de qué se trataba. Cesar, a la espera de algo para cubrir sus costillas blancas llenas de filigranas, se empeñaba intentando sacarle la mugre a los pantalones de J, restregándolas con sus manos huesudas contra las piedras al lado del nacimiento de agua. Aunque estaba haciendo un buen trabajo, aunque no le hubieran proporcionado jabón, estaba atento a las expresiones de asco que los demás hacían. Sonreía temblorosamente aguantando lo mejor que podía la risa, estaba feliz por no sentir hambre, sino correría con la suerte de sus compañeros a los que les estaba yendo bastante mal.  J lo descubrió cuando Cesar bajó rápido la mirada y fingió que no se estaba burlando silenciosamente de ellos. El hombre lobo lo miró con los ojos entrecerrados un instante para volver a centrar su atención en la supuesta sopa.  —Sabes, Eli, yo realmente no tengo mucha hambre... —intentó excusarse.  —No puedes mentirme —le regañó Eli— he escuchado tu estómago no hace mucho, cuando la pitonisa preparaba estas cosas. Y no quiero pensar en lo que puede hacer un hombre lobo con hambre. Come y calla ¿de acuerdo? —Pero Eli... Piedad. —suplicó arrugando su nariz lobuna— esto nos enfermará.  —Realmente ¿te has detenido a vernos? como monstruos talvez no nos haga ningún mal este tipo de comida monstruosa. —reflexionó en voz alta Earl —Creo que será peor no comer... —reiteró Eli— Quien sabe cuanto tiempo nos tocará aguantar éste mundo de pesadilla antes de averiguar cómo regresar. Y quien sabe cuando podremos comer una... una cena tan completa. —Pero, Eli, viejo... Mira esto ¿Puedes imaginar una comida peor?  —J, toma en cuenta que a ti te tocó algo más sencillo —le recriminó Earl, decidiéndose por lo más parecido a una pierna que encontró por fin y arrancándola del resto del amorfo cuerpo, se la ofreció al hombre lobo— ¿Quieres hacer los honores? Podría ser una pierna o un ala o una pata de cabra. ¡Piensa en las posibilidades! —Quiero una hamburguesa. —puntualizó J, rechazando diplomáticamente ese pedazo de porquería mientras Earl sonreía sardónicamente— o media hamburguesa. Hasta un cuarto de hamburguesa, Dios. O lo que sea menos esto...  Eli se desesperó y, negando enérgicamente, tomó valor y le dio una probada tímida al engrudo antes de estremecerse visiblemente asqueado. Entonces, ante las risas de Earl y J, se decantó por la pequeña patata gris, le había costado destrabarla de la sopa y después de la cuchara, pero ahora pensaba dar cuenta de ella.  —Ñom Ñom Ñom —se burló Cesar desde detrás del bulto de ropa, a quien se le escapaba la risa por los poros sin poder evitarlo. La situación era demasiado graciosa. J le lanzó un terrón que había salido de los bolsillos de alguien y le dio en la frente al esqueleto. Cesar, al ser más liviano ahora, se fue hacia atrás al agua con los pantalones de J aun entre las manos. Gritó algo parecido a una nota alta desafinadísima antes del sonido del chapuzón. J y Earl no tuvieron tiempo de reírse por esa mini travesura, porque tuvieron que ayudar al diablillo. Al intentar tragar la pequeña patata completa, Eli se vio afectado por una sensación de ahogo, y los chicos no estaban seguros, pero probablemente en este mundo también existía la posibilidad de morir por ahogamiento. Earl le dio un certero golpe en la espalda que mandó el pedazo de patata a varios metros más allá, a la ropa limpia que ya había lavado Cesar.  —Eso... eso fue espantoso... —dijo Eli entre jadeos entrecortados en busca de oxígeno aún— pareció cobrar vida en mi garganta y subir por ella.   Layne estaba saliendo en ese instante de la choza y vio la escena completa, de manera que fue capaz de saber qué ocurría al integrarse a ellos. En el arroyo subterráneo, el fantasma se acercó a Cesar para ayudarlo a salir. Pero al tocar el agua con las manos trasparentes, esta inició a congelarse muy lentamente en el sitio en el que hizo contacto. El esqueleto sacó la cabeza del agua antes de que se acabara de congelar y salió de la misma a tiempo. Se sacudió salpicando a todos los presentes en venganza, mientras ellos seguían viendo la capa de hielo que ahora cubría el nacimiento de agua. Por supuesto, Cesar no había sufrido ningún daño. Su cabello, crespo y esponjoso, parecía como si no hubiera ni siquiera tocado el agua. Pero el resto de él estaba calado hasta los huesos... Literalmente.  —¿Cómo hiciste eso, Layne? —inquirió Eli con los ojos abiertos como platos. —Ni idea... —se rió nerviosamente el fantasma mirando expectante de la misma forma. —Eso nos podría servir si lo usamos a nuestro favor —masculló Earl. —¿Cómo arma? —inquirió J, Earl sin dejar de mirar la capa gruesa de hielo asintió. —No creo que funcione así, la verdad. —comentó Layne y se volvió al esqueleto— lo siento, casi te sepulto vivo. —Casi me conviertes en paleta de hueso helado, la verdad. —bromeó Cesar— pero hey, no hay problema. Al final no lo hiciste. Si lo hubieras hecho tendríamos un problema incómodo... J ahogó una risa al imaginarse la escena de Cesar como una paleta congelada. Cesar le lanzó una mirada cargada de irritación. —Pero eso no habría pasado de no ser por tu gracioso juego de puntería con el terrón ¿Eso fue una declaración formal de guerra, J? —sacó pecho Cesar, incorporándose y recuperando una costilla de entre las rocas que se había soltado al sacudirse. De pie y completo otra vez, fue y encaró a J, aún escurriendo.  El hombre lobo se rió por la forma en la que de Cesar bajaba el agua sin tomarlo en serio.  Cuando la pitonisa salió y la volvió a dejar sola, Rachel se dejó caer en el suelo, como un títere deshilachado, sentada al lado del camastro. No tenía tiempo para aburrirse, pero deseaba algo de paz. Solo eso. La paz que sus amigos dormidos tenían. Así de pacifica deseaba estar. Pero no, su mente tenía ganas de hacer revolución y ella no podría impedírselo. Pensaba tantas cosas que para ella, en poco tiempo habían desaparecido todas las formas de la habitación iluminada. Rachel veía las líneas de sus facciones, no obstante, no podía dejar de mirarlo. Ya se sabía perdida desde antes, pero ahora, cuando lo contemplaba dormir, se daba cuenta de que su corazón nunca dejó de pertenecerle. Y aunque eso debía en algún sentido de sentirse bien, Rachel estaba terriblemente molesta consigo misma y con él. Se habían alejado por razones diferentes, por supuesto, Tony por sus proyectos, ella, por su familia. Ambos ignoraban los sentimientos que el otro tenía hasta antes de este viaje de vacaciones, pero sus mentes y corazones seguían cerca. Rachel nunca lo hubiera creído, pero ahora casi se arrepentía de haber venido. Si hubiera seguido ignorando a Tony, pensando en que él estaba continuando su vida sin pensar en el pasado y todo lo que ambos habían tenido como adolescentes, sus propios sentimientos no hubieran regresado con la misma intensidad.  Estaba molesta consigo misma y con él. Porque ahora tenía un problema monumental encima y sabía que lo correcto era volver a separarse de Tony para no arruinar su matrimonio. Sintió deseos de llorar, el dolor que sentía era avasallador, pero no obstante, las muñecas de trapo con ojos de vidrio no lloran. Así que tuvo que dejarse llevar, derrotada, por su tristeza, sin poder sacarla de su alma humana.  Entonces, el bello no tan bello durmiente se despertó abruptamente con un grito desentonado que hizo a Rachel dar un respingo y por instinto se alejó un palmo de él.  Tony se cubrió el rostro sin dejar de gritar, se había sentado y pataleaba presa aun de la pesadilla. En ese estado desesperante en el que se acaba de despertar y aun no se han disipado los vapores del sueño por completo y, por unos cortos instantes, crees que es real y que lo que sea que ocurre ahí, sigue sucediendo. A Rachel le tomó un largo segundo entenderlo, pero cuando lo hizo, se acercó a él para intentar calmarlo lo mejor que pudo. —Fue una pesadilla, Tony, no es real —le dijo colocando tímidamente su mano sobre la rodilla de Tony con la que estuvo a nada de darle en el estómago a ella. Tony se descubrió el rostro y la miró como si la viese por primera vez en su vida. Aun nervioso y temblando, lentamente el reconocimiento fue inundando su mirada y él por fin se tranquilizó un poco. Parpadeó y frunció el ceño viendo a Rachel como era ahora, como lo había sido desde hace unas horas, y la imagen igual de abrupta de ella y la certeza de todo este mundo le cayeron como un peso enorme.  —Una pesadilla —repitió, como si aun estuviera en sus sueños. —Si, no era real. —trató de convencerlo, hablándole con suavidad. —una pesadilla... —¿Qué demonios está sucediendo? —chilló Geoff con una voz aguda que por un momento desconcertó a los dos que dejaron la mirada contraria para descubrir que no estaban solos. Escondido tras una lampara de aceite más, Geoff sacaba a penas su cabeza lo suficiente para ver con ojos muy abiertos lo que sucedía. Rachel no había visto cuando había pasado de su inmovilidad total, a ese estado de alerta. —¿Es él? —continuó el muñeco de costal— ¿es el rey calabaza? ¿o algún otro monstruo? Los ojos de Tony se desviaron de la imagen levemente caricaturesca de ella y estuvieron atentos al momento de la entrada de los chicos entrando en estampida. Earl casi atropella a Eli y Cesar fue empujado por el hombro de J y su cabeza rodó por el suelo hasta Geoff. Geoff gritó y Cesar también y en un instante la confusión se volvió escándalo.  En eso, entró la pitonisa. Se quedó congelada en el umbral por unos segundos. —¿A esto han venido? ¿A destruir mi pacífica casa? —les inquirió con un tono tajante. El resto, se detuvieron. Hicieron una mirada general para darse cuenta de que estaban haciendo el ridículo. —... Nada más que una pesadilla. —finalizó Rachel con un prolongado suspiro, con la sensación de haberse quedado sin aliento por tanto intentar llamar al orden. —Pesadilla —castañeteó Tony, abrazándose a si mismo por el frío— pe-pe-pesadilla que no termina, por lo visto. —Oh Dios, Tony. —cayó en la cuenta Layne de que Tony estaba por resfriarse— Lo siento, resulta que los fantasmas aquí son más que simples almas en pena y... —¡Cállate y sube la temperatura! —estalló. Layne obedeció e inmediatamente la temperatura de la habitación se volvió más cálida— como vuelvas a hacer eso, te prometo que... —Tony, por favor, cálmate. Estás a salvo ahora. —le aseguró Rachel. —¿Si? ¿Con estos locos a mi alrededor? Si, como no... ¡Auch! —Somos amigos —Eli, irritado, le había dado un zape— y los amigos no se amenazan entre ellos. —La sociedad tiene una regresión lamentable en el siglo veintiuno —siseó la pitonisa, antes de salir de la habitación. El resto de los chicos intercambiaron miradas. —¿No había ningún monstruo? —Geoff volvió a sacar la cabeza de detrás de la lampara de aceite. J gruñó por lo bajo— No, no hay nada. —Los únicos monstruos somos nosotros. —suspiró Cesar, irritado, intentando volver a ensamblar su cabeza en su cuello.  —¿Y los gritos? —insistió Earl, con la barra de metal en ristre listo para darle a cualquier cosa que pudiera saltar de pronto. —Tony tuvo una pesadilla —volvió a explicar Rachel, tomando paciencia de donde no había. —¡Ah! Fue este Tony tonto —le acusó Eli— siempre has sido un dramático. Ahogándote en un vaso de agua. —No estaba exagerando si eso es lo que piensas. —se defendió como pudo, algo avergonzado— pero da igual, eso ya es tema aparte. Todavía estoy cansado, apreciaría que me dieran cinco segundos de calma como Dios manda. ¿Quieren?   Y dicho eso, se cruzó de brazos y dio por terminada la charla. El resto, algo fastidiados por la falsa alarma y la personalidad altanera de Tony, salieron uno a uno de la habitación hasta que solo quedaron Geoff, Layne y Rachel con él. —Pues bueno, concentrémonos en el hecho en el que pareces estar recuperándote de la resaca y ya no tienes las heridas de las manos. —suspiró Layne— Eso es muy bueno. Me alegra, hermano. Tony ignoró al fantasma y Layne, sin tomarse en serio su enojo, se acercó por detrás de él y lo atravesó por la espalda con la mano. El hombre de ojos claros dio un respingo teatral por el inusitado frio de la travesura de Layne. Cuando Tony quiso tirarle algo para vengarse, de Layne solo quedó su risa al hacerse invisible. —Adiós chicos, cuiden a este amargado, yo estaré viendo que el resto se coman su cena. —dijo su voz alejándose rápidamente. Geoff y Rachel aguantaron la risa y Tony fingió que no había pasado nada. El muñeco de costal negó en silencio. —¿Saben qué? yo lo acompañaré. Quizá Cesar haya terminado de lavar o la pitonisa pueda darme algo qué ponerme. —antes de irse, pasó la mirada de Tony, enfurruñado en un rincón, a Rachel— intenta que te cosa esos desgarrones, estoy seguro de que eso lo calmará.  —Tú también estás herido ¿No quieres que te cosa a ti primero? —No, es que... —se acercó a ella al oído para decirle sin que él escuchase— es capaz de hacerlo mal en venganza. Pero estoy seguro de que no lo haría contigo. Suerte. Ella se quedó pensando cuando Geoff la dejó sola con Tony. De pronto sintió el deseo de salir también, de huir. Sería muy incómodo que él arreglase sus heridas, no se había detenido a pensar en lo que sentiría si sus manos entraban en contacto con su piel de tela. Rachel entonces decidió que talvez podía retrasar ese momento lo máximo posible. De todas formas, no era necesario que lo hiciera ya. No era indispensable. Tampoco moriría por perder una o dos hojas secas de su interior. Tomó entonces el cuenco que la pitonisa había traído para Tony en cuanto se despertara. Humeaba aún y el olor no había mejorado ni un ápice con el paso de los minutos. Él seguía algo distraído, como pensativo, como si no hubiera regresado totalmente a la realidad. Había una frase que Rachel había escuchado hace mucho, que decía que era raro el hecho de que al despertar siguiéramos cuerdos después de pasar por los mundos de la locura onírica. Tony estaba intentando olvidar su pesadilla, eso era evidente, pero Rachel tenía la impresión de que no era una pesadilla común. —Debiste estar teniendo un sueño muy malo para despertar de esa forma —comentó ella, sirviendo una cantidad mediana en el cuenco y volviendo a cubrir la jarra como antes.  —Ni lo menciones... —contestó él, se pasaba con insistencia las manos por la cara, tratando de borrar las sensaciones vívidas.  —¿Solo eso dirás? —quiso sacarle más información. —Ah... no... es decir, si... —balbuceó, estudiando con repentina insistencia las lamparas de las paredes— mira, realmente no hay mucho qué decir. —Antes dijiste algo sobre que no estabas exagerando. ¿A qué te referías? Tony se removió, dubitativo, se frotó las manos después de pasárselas por el cabello. Tragó en seco y buscó con la mirada cualquier cosa que no fuera ella. Rachel temía que esto tuviera algo que ver con el rey calabaza. Tomó un respiro y se sentó a su lado de nuevo. Tony aun no la miraba, pero estaba consciente de su cercanía, se notaba por lo tenso que se había puesto.  —¿Porqué no quieres decírmelo? —intentó hablar con la suavidad que usaba con sus hijos, pero diferente, era el tono que usaría para hablarle a un animal salvaje para que no se asustara con su presencia. Para calmarlo. Él evitó su mirada hasta el último segundo, cuando ella puso su mano sobre el hombro de Tony. Solo entonces, parte de la tensión se disipó y sus ojos se encontraron. Estaban muy cerca el uno del otro, pero Rachel intentaba no pensar en ello, quería discernir lo que ocurría con él. —Solo fue una pesadilla... tú misma lo has dicho. Rachel supo que la conversación había llegado a un punto muerto en el que no podría sacarle a Tony más que monosílabos, si acaso, y ella no insistiría de más si él se negaba a hablar. Si Tony se cerraba en si mismo, hermético, no había forma de disuadirlo. No quería tampoco agobiarlo. Se quedó un segundo sin saber qué hacer. Debía hablar con Eli y con la pitonisa, con todos los chicos. Solo esperaba que esto no fuera el preludio de nada malo. Decidió por fin acatar lo dicho por la pitonisa, y bajó sus ojos al liquido rojizo en el cuenco. No estaba segura, pero por un instante pensó que el contenido se removió perezosamente, como con vida propia.  Seguía desconfiando de la pitonisa. Nada le aseguraba que Tony estuviera completamente en sus cabales después de haberse despertado. No sabía qué le había hecho además de curarlo. ¿Qué tal si esto era un veneno? ¿Debería ingerirlo ella antes? Tony miró por unos segundos el cuenco que ella sostenía antes de mirar a la muñeca de trapo.  —Es una mezcla de vino caliente con miel. —le explicó Rachel— pero eso es lo que dijo ella... ¿sabes qué? no me arriesgo a dártelo. Él alzó las cejas— ¿porqué? ¿ella te ha dicho algo? —No me ha dicho casi nada —suspiró ella— se la ha pasado entre misterios... Tony se acercó a mirar el contenido del cuenco también. Con cierta desconfianza lo tomó de manos de ella.  —Tony... —intentó prevenirle. —No tengo nada qué perder —dijo sin mucho más. Rachel lo miró absorta, aterrorizada, pero tampoco tuvo valor para detenerlo. Tan pronto como sus labios tocaron el brebaje, lo escupió formando un arco que dio en la pared opuesta, atravesando a Layne y salpicando a Geoff en el pecho. Ambos habían entrado en ese momento. Tony miró a Rachel, el rostro distorsionado por el asco.  Ella tenía los ojos de vidrio muy abiertos. —Amargo y salado —gimió él escupiendo el resto. —Nadie dijo que la miel aquí fuera dulce —ella se disculpó— ¿estás bien? ¿No sientes alguna mala sensación?  Layne estalló en risas cuando entendió lo que había pasado y al hacerlo terminó flotando boca arriba. A Geoff, por supuesto, no le hizo ninguna gracia.  —Bueno, puede ser que yo me lo busqué. —negando, salió de la habitación.  —Que asco —murmuró Tony con la garganta seca de pronto, carraspeó y sacudió la cabeza— ¿no hay agua?  —Me temo que congelé nuestra única fuente —dijo entre risas Layne. —El lago está muy lejos y el río aún más. —hizo memoria la muñeca de trapo— No es seguro salir, tampoco, de todas formas. Y...  —Ya entendí el punto —rezongó Tony, cerrando los ojos para tomar valor y luego ingerir de tres tragos todo el contenido del cuenco. —Que horror —se siguió riendo Layne, esta vez más tranquilo. —¿Necesitabas algo, Layne? —inquirió Rachel con algo de la irritación de Tony. —Venía a acompañar a Geoff para asegurarnos de que Tony no lo costurase mal, pero no pensé que esto sucedería ¿ustedes dos ya terminaron lo que sea que estaban haciendo? Tony se estaba limpiando el mentón con el dorso de la mano, gesto que se congeló a medio camino cuando Layne dijo eso. Rachel tomó el cuenco vacío y se lo lanzó al fantasma a la cabeza, por supuesto que el objeto lo traspasó sin problemas y le dio a Eli que venía entrando otra vez. El cuenco rebotó y fue a dar a una esquina. —Hey —dijo el diablillo llevándose una mano a uno de los cuernos— quiero creer que no fue intencional.  —A eso se le llama Karma —apuntó Layne, muerto de risa— ¡Nadie puede conmigo! —Solo espera a que consiga el frasco de la pitonisa —le sonrió Rachel. —¿Frasco? ¿Qué frasco? —Olvídalo —gruñó Tony con los dientes apretados, y el comienzo de un tic en el ojo. —Chicos, maduren, son adultos. Compórtense como tales. Rachel se disculpó como pudo y Eli le dijo que no se preocupara. Rachel se dio cuenta de que se veía más limpio y pálido que nunca, pero la ropa andrajosa que usaba parecía ser la vela de algún barco perdido, gruesa y deshilada. Pero más limpia que sus ropas anteriores, sin mencionar que ahora con facilidad podía pasar por uno más de los monstruos de ese pueblo. Solo se acercó a Tony para verlo e intentar sondear su estado. Él intentó soportarlo de manera diplomática, pero cuando Eli lo pellizcó sin querer con sus uñas en la espalda baja, Tony se incorporó de un salto. —¡Ay! ¡Basta, Eli! ¡estoy entero, no me pasa nada! —se alejó de él. —No seas llorón, tampoco te di tan fuerte. —negó irritado, se volvió a la muñeca de trapo— Rachel, casi lo olvido. Que Tony te cosa antes de que nos pongamos a lo del plan. He encontrado unas cuantas hojas en la entrada, me preocupa que te quedes sin ellas. Si me necesitan, estaré en la habitación de los pergaminos con la pitonisa. Tony y Rachel se miraron un instante.
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